—Ha debido de ser la fiesta más larga de la historia universal —me quejé de camino a casa.
Edward no parecía estar en desacuerdo.
—Venga, ya ha terminado —me animó mientras me acariciaba el brazo con dulzura...
...ya que ahora era la única que necesitaba mimos. Edward estaba bien, así como toda su familia.
Todos me habían tranquilizado. Alice se había acercado para darme unas palmadas de afecto mientras lanzaba una mirada elocuente a Jasper, y éste no paró hasta que sentí un flujo de paz a mi alrededor, Esme me besó en la frente y me prometió que todo iba a ir bien, Emmett se echó a reír escandalosamente y se quejó de que yo fuera la única a la que me permitieran pelear con hombres lobo... La solución de Jacob los había dejado a todos relajados, casi eufóricos después de las interminables semanas de tensión. La confianza había reemplazado a la duda y la fiesta había concluido con un toque de verdadera celebración...
...salvo para mí.
Ya era bastante malo que los Cullen pelearan por mi causa. Me costaba mucho aceptarlo. Era más de lo que podía soportar, pero...
...¿también Jacob? No, ni él ni los tontorrones de sus hermanos, la mayoría más jóvenes que yo. No eran más que descomunales niños muy cachas que se metían en líos como quien va de excursión a la playa. Mi seguridad no podía ponerles en peligro también a ellos. Estaba desquiciada de los nervios y se notaba. No sabía cuánto tiempo iba a resistir la tentación de empezar a gritar.
—Esta noche vas a llevarme contigo —susurré para mantener mi voz bajo control.
—Estás agotada, Bella.
—¿Crees que seré capaz de dormir?
Frunció el ceño.
—Esto va a ser una prueba. No estoy seguro de que la cooperación... sea posible. No quiero que te pongas en medio.
Como si eso no me fuera a preocupar aún más...
—Recurriré a Jacob si tú no me llevas.
Entrecerró los ojos. Aquello era un golpe bajo y yo lo sabía, pero no iba a aceptar de modo alguno que me dejara atrás.
Siguió sin responder cuando llegamos a mi casa. Las luces del cuarto de estar estaban encendidas.
—Te veo arriba —murmuré.
Entré de puntillas por la puerta principal y me fui al cuarto de estar, donde dormía Charlie, despatarrado encima del sofá demasiado pequeño. Roncaba con una intensidad equiparable a la de una motosierra.
Le sacudí el hombro enérgicamente.
—¡Papá! ¡Charlie! —él refunfuñó sin abrir los ojos todavía—. Ya he vuelto. Te vas a hacer daño en la espalda como sigas durmiendo en esa postura. Vamos, es hora de moverse.
Mi padre siguió sin despegar los párpados aun después de que le sacudiera varias veces, pero al fin me las arreglé para que se levantara. Le ayudé a llegar a su cama, donde se derrumbó encima de las mantas y, sin desvestirse, comenzó a roncar otra vez.
En esas condiciones, no era probable que se pusiera a buscarme demasiado pronto.
Edward esperó en mi habitación a que me lavara la cara y cambiara la ropa de la fiesta por unos vaqueros y una blusa de franela. Me observó con gesto mohíno desde la mecedora mientras colgaba en una percha del armario el jersey que me había regalado Alice.
Tomé su mano y le dije:
—Ven aquí.
Luego, le atraje a la cama y le empujé encima de ella antes de acurrucarme junto a su pecho. Quizás él estaba en lo cierto y yo estaba tan hecha polvo que me dormiría enseguida, pero no permitiría que se escabullera sin mí.
Me arropó con el edredón y me sujetó con fuerza.
—Relájate, por favor.
—Claro.
—Esto va a salir bien, Bella, lo presiento.
Apreté los dientes con fuerza.
Edward seguía irradiando alivio. A nadie, salvo a mí, le preocupaba que resultaran heridos Jacob y sus amigos, y menos aún a los Cullen.
El sabía que estaba a punto de dormirme.
—Escúchame, Bella, esto va a ser fácil. Vamos a pillar por sorpresa a los neófitos, que no tienen ni idea de la presencia de los licántropos. He visto cómo actúan en grupo, según recuerda Jasper, y de veras creo que las técnicas de caza de los lobos van a funcionar con mucha limpieza. Una vez que estén divididos y sorprendidos, ya no van a ser rival para el resto de nosotros. Alguno, incluso, podría quedarse fuera. No sería necesario que participáramos todos —añadió para quitarle hierro.
—Claro, va a ser coser y cantar —murmuré en tono apagado.
—Calla, ya verás como sí —me acarició la mejilla—. No te preocupes ahora.
Comenzó a tararear mi nana pero, por una vez, no me calmó.
Iban a resultar heridas personas a quienes yo quería, bueno, en realidad, eran vampiros y licántropos, pero aun así los quería. Y aquello sería por mi causa. Otra vez. Deseé poder fijar mi mala suerte con algo más de precisión. Sentía ganas de salir y gritar al cielo: «Soy yo a quien queréis, aquí, aquí. Sólo a mí».
Me devané los sesos para hallar un camino en el que pudiera hacer eso: obligar a que mi mala suerte se centrara exclusivamente en mi persona. No iba a ser fácil y tendría que aguardar el momento oportuno.
No logré conciliar el sueño. Los minutos transcurrieron con rapidez y, para mi sorpresa, seguía en tensión y despierta cuando Edward nos incorporó a los dos para que estuviéramos sentados.
—¿Estás segura de que no prefieres quedarte a dormir?
Le dirigí una mirada envenenada.
Suspiró y me alzó en brazos antes de salir por la ventana de un salto.
Echó a trotar por el silencioso bosque en sombras conmigo a su espalda y enseguida sentí su júbilo. Corría igual que cuando lo hacía sólo para nuestra propia diversión, nada más que para sentir el soplo del viento en el pelo. Era el tipo de actividad que me hubiera hecho feliz en tiempos menos angustiosos.
Su familia ya le aguardaba cuando llegamos al gran claro. Hablaban con despreocupación y tranquilidad. El retumbo de la risa de Emmett resonaba de forma ocasional por el espacio abierto. Edward me dejó en el suelo y caminamos hacia ellos cogidos de la mano.
Era una oscura noche sin luna, oculta detrás de las nubes, por lo que pasó más de un minuto antes de que me diera cuenta de que estábamos en el claro donde los Cullen jugaban al béisbol. Fue en aquel mismo paraje donde hacía más de un año James y su aquelarre habían interrumpido la primera de aquellas desenfadadas veladas. Se me hacía raro volver allí, como si aquella reunión estuviera incompleta hasta que estuvieran con nosotros James, Laurent y Victoria. Aquella secuencia de acontecimientos no iba a repetirse. Quizá todo se había alterado ahora que James y Laurent no iban a volver. Sí, alguien había cambiado su forma de actuar. ¿Era posible que los Vulturis hubieran alterado sus tradicionales procedimientos de intervención?
Yo albergaba serias dudas.
Victoria siempre me había parecido una fuerza de la naturaleza. Se asemejaba a un huracán que avanzaba hacia la costa en línea recta, implacable e inevitable, pero predecible. Quizá fuera un error considerarla una criatura tan limitada; lo más probable es que fuera capaz de adaptarse.
—¿Sabes lo que pienso? —le pregunté a Edward.
Él se rió.
—No —contestó. Estuve a punto de sonreír—. ¿Qué piensas?
—Todos los cabos están anudados entre sí, no sólo dos, sino los tres.
—No te sigo.
—Han pasado tres cosas malas desde tu regreso —las enfaticé enumerándolas con los dedos—. Los neófitos de Seattle, el desconocido de mi cuarto y la primera de todas: Victoria vino a por mí.
Entrecerró los ojos. Daba la impresión de haber pensado en ello.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Porque estoy de acuerdo con Jasper, los Vulturis adoran sus reglas y, además, de todos modos, habrían hecho un trabajo más fino —y porque ya habría muerto si ése hubiera sido su deseo, añadi en mi fuero interno—. ¿Recuerdas cuando rastreaste a Victoria el año pasado?
—Sí —frunció el ceño—. No se me dio demasiado bien.
—Alice me dijo que estuviste en Seattle. ¿La seguiste hasta allí?
Frunció las cejas hasta el punto de que ambas se rozaron.
—Sí. Um...
—Ahí lo tienes. Se le pudo ocurrir la idea en esa ciudad, pero ella no sabe realmente cómo hacerlo de modo correcto, por eso los neófitos están fuera de control.
Edward sacudió la cabeza.
—Sólo Aro conoce con exactitud el funcionamiento de la presciencia de Alice.
—Aro es quien mejor lo sabe, pero ¿acaso no la conocen bastante bien Tanya, Irina y el resto de vuestros amigos de Denali? Laurent vivió con ellas durante mucho tiempo, y si mantuvo con Victoria una relación en términos lo bastante cordiales como para hacerle favores, ¿por qué no le iba a contar cuanto sabía?
Edward mantuvo el ceño fruncido.
—No fue ella quien entró en tu cuarto.
—¿Y no ha podido trabar nuevas amistades? Piensa en ello, si es Victoria quien se encuentra detrás del asunto de Seattle, está haciendo un montón de nuevos amigos, los está creando.
Su frente se pobló de arrugas que delataban la concentración con que sopesaba mis palabras.
—Um... Es posible —contestó al fin—. Sigo creyendo más viable la hipótesis de los Vulturis, pero tu teoría tiene un punto a su favor: la personalidad de Victoria. Tu conjetura encaja a la perfección con su forma de ser. Ha demostrado un notable instinto de supervivencia desde el principio. Quizá sea un talento natural. En cualquier caso, con este plan, ella no tendría que arriesgarse ante ninguno de nosotros, permanecería en la retaguardia y dejaría que los neófitos causaran estragos aquí. Tampoco correría grave peligro frente a los Vulturis. Es posible incluso que cuente con nuestra participación. Aunque su tropa ganase, no lo haría sin sufrir graves pérdidas, con lo cual sobrevivirían pocos neófitos en condiciones de testificar contra ella. De hecho —continuó pensando para sí mismo—, apuesto a que ella ha planeado eliminar a los posibles supervivientes... Aun así, ha de tener algún amiguito un poco más maduro, no un converso reciente, capaz de dejar con vida a tu padre...
Examinó el lugar con el ceño torcido y luego, de pronto, salió de su ensueño y me sonrió.
—No hay duda de que es perfectamente posible, pero hemos de estar preparados para cualquier contingencia hasta estar seguros. Hoy estás de lo más perspicaz —añadió—. Es impresionante.
Suspiró.
—Quizá sea una simple reacción refleja a este lugar. Tengo la sensación de tenerla tan cerca que creo que me está mirando en este mismo momento.
La idea le hizo apretar los dientes.
—Jamás te tocará, Bella.
A pesar de sus palabras, recorrió atentamente con la mirada los oscuros árboles del bosque. Una extraña expresión pobló su rostro mientras escrutaba las sombras. Retiró los labios hasta dejar los dientes al descubierto y en sus ojos ardió una luz extraña, algo similar a una fiera e indómita esperanza.
—Aun así, no les daré ocasión de estar tan cerca —murmuró— ni a Victoria ni a quienquiera que pretenda hacerte daño. Tendrán que pasar por encima de mi cadáver. Esta vez acabaré con ella personalmente.
La vehemente ferocidad de su voz me hizo estremecer y estreché sus dedos con los míos aún con más energía deseando tener suficiente fuerza para mantener enlazadas nuestras manos para siempre.
Nos encontrábamos muy cerca de su familia ya, y fue entonces cuando me percaté por vez primera de que Alice no parecía compartir el optimismo de los demás. Permanecía en un aparte, mirando a Jasper, que la estrechaba entre sus brazos, como si le necesitara para entrar en calor. Fruncía los labios en un mohín de contrariedad.
—¿Qué le pasa a Alice? —pregunté con un hilo de voz.
Edward volvió a reír para sí entre dientes.
—No puede ver nada ahora que los licántropos están de camino. Esa «ceguera» le produce malestar.
A pesar de ser el miembro de los Cullen más alejado de nosotros, ella oyó su cuchicheo, alzó los ojos y le sacó la lengua. Edward se rió otra vez.
—Hola, Edward —le saludó Emmett—; hola, Bella, ¿te va a dejar participar en las prácticas?
Mi novio regañó a su hermano.
—Emmett, por favor, no le des ideas.
—¿Cuándo llegan nuestros invitados? —le preguntó Carlisle a Edward.
Éste se concentró durante unos instantes y suspiró.
—Estarán aquí dentro de minuto y medio, pero voy a tener que oficiar de traductor, ya que no confían en nosotros lo bastante como para usar su forma humana.
Carlisle asintió.
—Resulta duro para ellos. Les agradezco que vengan.
Miré a Edward con ojos entrecerrados.
—¿Vienen como lobos?
El asintió, mostrándose cauto ante mi reacción. Tragué saliva al recordar las dos veces en que había visto a Jacob en su forma lobuna. La primera fue en el prado, con Laurent, y la segunda en el sendero del bosque cuando Paul se había enfadado conmigo... Ambos recuerdos eran aterradores.
Los ojos de Edward centellearon de un modo anómalo, como si se le acabara de ocurrir algo que tampoco fuera placentero. No tuve tiempo de estudiarlo a fondo, ya que se volvió a toda prisa hacia Carlisle y los demás.
—Preparaos, estarán a la que salta.
—¿A qué te refieres? —quiso saber Alice.
—Silencio —le advirtió; luego, la miró de pasada cuando dirigía la vista en dirección a la oscuridad.
De pronto, el círculo informal de los Cullen se estiró hasta forma una línea flexible en cuya punta estaban Jasper y Emmett. Supe que a Edward le habría gustado acompañarlos por la forma en que permanecía inclinado a mi lado. Estreché su mano con más íuerza.
Entrecerré los ojos para estudiar el bosque, pero no vi nada.
—Maldita sea —masculló Emmett en voz baja—, ¿habíais visto algo así?
Esme y Rosalie intercambiaron una mirada. Ambas tenían los ojos desorbitados por la sorpresa.
—¿Qué pasa? —susurré lo más bajito posible—. No veo nada.
—La manada ha crecido —me susurró Edward al oído.
¿Por qué se sorprendían? ¿Acaso no les había dicho yo que Quil se había unido al grupo? Agucé la vista para distinguir a los seis lobos en la penumbra. Finalmente, algo titiló en la oscuridad, y eran sus ojos, aunque a mayor altura de lo esperado. Había olvidado su talla. Eran altos como caballos, sin un gramo de grasa, todo pelaje y músculo, y unos dientes como cuchillas, imposibles de pasar por alto.
Sólo lograba verles los ojos. Mientras escrutaba las sombras en un intento de distinguirlos mejor, caí en la cuenta de que había más de seis pares de ojos delante de nosotros. Uno, dos, tres... Conté mentalmente los pares de pupilas a toda prisa. Dos veces.
Eran diez.
—Fascinante —murmuró Edward en un susurro apenas audible.
Carlisle avanzó un paso con deliberada lentitud. Fue un gesto lleno de cautela, destinado a insuflar tranquilidad.
—Bienvenidos —saludó a los lobos, aún invisibles.
—Gracias —contestó Edward con un tono extraño y sin gracia. Entonces, comprendí de inmediato que las palabras procedían de Sam.
Estudié los ojos relucientes situados en el centro de la línea de pupilas; brillaban a mayor altura que el resto. Seguía siendo imposible distinguir la figura negra del lobo gigante en la oscuridad.
Edward volvió a hablar con la misma voz distante, reproduciendo las palabras de Sam.
—Venimos a oír y escuchar, pero nada más. Nuestro autodominio no nos permite rebasar ese límite.
—Es más que suficiente —respondió Carlisle—. Mi hijo Jasper goza de experiencia en este asunto —prosiguió, haciendo un gesto hacia la posición de Jasper, que estaba tenso y alerta—. El nos va a enseñar cómo luchar, cómo derrotarlos. Estoy seguro de que podréis aplicar esos conocimientos a vuestro propio estilo de caza.
—Los atacantes... ¿son diferentes a vosotros? —preguntó Sam por mediación de Edward.
Carlisle asintió.
—Todos ellos han sido transformados hace poco, apenas llevan unos meses en esta nueva vida. En cierto modo, son niños. Carecen de habilidad y estrategia, sólo tienen fuerza bruta. Esta noche son veinte, diez para vosotros y otros diez para nosotros. No debería ser difícil. Quizá disminuya su número. Los neófitos suelen luchar entre ellos.
Un ruido sordo recorrió la imprecisa línea lobuna. Era un gruñido bajo, un refunfuño, pero lograba transmitir una sensación de euforia.
—Estamos dispuestos a encargarnos de más de los que nos corresponden si fuera necesario —tradujo Edward, en esta ocasión habló con tono menos indiferente.
Carlisle sonrió.
—Ya veremos cómo se da la cosa.
—¿Sabéis el lugar y el momento de su llegada?
—Cruzarán las montañas dentro de cuatro días, a última hora de la mañana. Alice nos ayudará a interceptarlos cuando se aproximen.
—Gracias por la información. Estaremos atentos.
Resonó un suspiro antes de que los ojos de la línea descendieran hasta el nivel del suelo casi al mismo tiempo.
Se hizo el silencio durante dos latidos de corazón, y luego Jasper se adentró un paso en el espacio vacío entre los vampiros y los lobos. No me resultó difícil verle, ya que su piel refulgía en la oscuridad como los ojos de los licántropos. Jasper lanzó una mirada de desconfianza a Edward, quien asintió. Entonces, les dio la espalda y suspiró con manifiesta incomodidad.
—Carlisle tiene razón —empezó Jasper, dirigiéndose sólo a nosotros. Daba la impresión de que intentaba ignorar a la audiencia ubicada a sus espaldas—. Van a luchar como niños. Las dos cosas básicas que jamás debéis olvidar son: primera, no dejéis que os atrapen entre sus brazos, y segunda, no busquéis matarlos de frente, pues eso es algo para lo que todos están preparados. En cuanto vayáis a por ellos de costado y en continuo movimiento, van a quedar demasiado confusos para dar una réplica efectiva. ¿Emmett?
El interpelado se adelantó un paso de la línea formada por los Cullen con una ancha sonrisa.
Jasper retrocedió hacia el extremo norte de la brecha entre los enemigos, ahora aliados. Hizo una señal a su hermano para que se adelantara.
—De acuerdo, que sea Emmett el primero. Es el mejor ejemplo de ataque de un neófito.
Emmett entornó los ojos y murmuró:
—Procuraré no romper nada.
Jasper esbozó una ancha sonrisa.
—Con ello quiero decir que él confía en su fuerza. Su ataque es muy directo. Los neófitos tampoco van a intentar ninguna sutileza. Procuran matar por la vía rápida.
Jasper retrocedió otros pocos pasos con el cuerpo en tensión.
—Vale, Emmett... Intenta atraparme.
No conseguí ver a Jasper. Se convirtió en un borrón cuando Emmett cargó contra él como un oso, sonriente y sin dejar de gruñir. Era también muy rápido, por supuesto, pero no tanto como Jasper, que parecía tener menos sustancia que un fantasma y se escurría de entre los dedos de su hermano cada vez que las manazas de Emmett estaban a punto de atraparle. A mi lado, Edward se inclinaba hacia delante con la mirada fija en ellos y en el desarrollo de la pelea.
Entonces, Emmett se quedó helado. Jasper le había atrapado por detrás y tenía los colmillos a una pulgada de su garganta.
Emmett empezó a maldecir.
Se levantó un apagado murmullo de reconocimiento entre los lobos, que no perdían detalle.
—Otra vez —insistió Emmett, que había perdido su sonrisa.
—Eh, ahora me toca a mí —protestó Edward. Le agarré con más fuerza.
—Aguarda un minuto —Jasper sonrió mientras retrocedía—. Antes quiero demostrarle algo a Bella —le observé con ansiedad cuando le pidió por señas a Alice que se adelantara—. Sé que te preocupas por ella —me explicó mientras Alice entraba en el círculo con sus despreocupados andares de bailarina—. Deseo mostrarte por qué no es necesario.
Aunque sabía que Jasper jamás permitiría que le sucediera nada malo a su compañera, seguía siendo duro mirar mientras él retrocedía antes de acuclillarse delante de ella. Alice permaneció inmóvil. Parecía minúscula como una muñeca en comparación con Emmett. Sonrió para sí misma. Jasper se adelantó primero para luego deslizarse con sigilo hacia la izquierda.
Ella cerró los ojos.
El corazón me latió desbocado cuando vi a Jasper acechar la posición de Alice.
El saltó y desapareció. De pronto, apareció junto a Alice, que parecía no haberse movido.
Jasper dio media vuelta y se lanzó de nuevo contra ella, sólo para caer en un ovillo detrás de Alice, igual que la primera vez. Ella permaneció con los ojos cerrados y sin perder la sonrisa.
Entonces, la observé con mayor cuidado.
Alice sí que se movía. Los ataques de Jasper me habían despistado y yo lo había pasado por alto. Ella se adelantaba un pasito en el momento exacto en que el cuerpo de Jasper salía disparado hacia la anterior posición de Alice, que daba otro paso más mientras las manos engarriadas del atacante silbaban al pasar por donde antes había estado su cintura.
Él la acosaba de cerca y ella comenzó a moverse más deprisa. ¡Estaba bailando! Se movía en espiral, se retorcía y se curvaba sobre sí misma. Mientras arremetía y la buscaba entre sus gráciles acrobacias, sin llegar a tocarla nunca, él se convertía en su pareja de baile, en una danza donde cada movimiento estaba coreografiado. Al final, Alice se rió...
...apareció de la nada y se subió a la espalda de su compañero, con los labios pegados a su cuello.
—Te pillé —dijo ella antes de besar a Jasper en la garganta.
Él rió entre dientes al tiempo que meneaba la cabeza.
—Eres un monstruito aterrador, de veras.
Los lobos farfullaron de nuevo. Esta vez el sonido reflejaba cautela.
—Les vendrá muy bien aprender un poco de respeto —murmuró Edward, divertido. Luego, en voz más alta, dijo—: Mi turno.
Me apretó la mano antes de marcharse. Alice acudió para ocupar su lugar a mi lado.
—Hace frío, ¿eh? —me preguntó con una expresión engreída después de su exhibición.
—Mucho —admití sin apartar la vista de Edward, que se deslizaba sin hacer ruido hacia Jasper con movimientos felinos y atentos, como los de un gato de los pantanos.
—No te quito el ojo de encima, Bella —me susurró de repente tan bajito que la oí a duras penas a pesar de tener los labios pegados a mi oído. Mi mirada osciló de su rostro a Edward, que estaba absorto contemplando a Jasper. Ambos estaban haciendo amagos a medida que se acortaba la distancia entre ellos. Las facciones de Alice tenían un tono de reproche—. Avisaré a Edward si decides llevar a la práctica tus planes —me amenazó—. Que te pongas en peligro no va a ayudar a nadie. ¿Acaso crees que algún neófito daría media vuelta si murieras? La lucha no cesaría ni por su parte ni por la nuestra. No puedes cambiar nada, así que pórtate bien, ¿vale?
Hice una mueca e intenté ignorarla.
—Te tengo vigilada —insistió.
Para ese momento, los dos contendientes se habían acercado el uno al otro y la lucha parecía ser más reñida que las anteriores. Jasper contaba a su favor con la referencia de un siglo de combate y aunque intentaba actuar ciñéndose sólo a los distados del instinto, el aprendizaje le guiaba una fracción antes de actuar. Edward era ligeramente más rápido, pero no estaba familiarizado con los movimientos de Jasper. Proferían de modo constante instintivos gruñidos y se acercaban una y otra vez sin que ninguno fuera capaz de obtener una posición ventajosa. Como se movían demasiado deprisa para comprender lo que estaban haciendo, resultaba difícil de ver e imposible apartar la mirada. Los penetrantes ojos de los lobos atraían mi atención de vez en cuando. Tenía el presentimiento de que ellos se pispaban de todo aquello bastante más que yo, quizá más de lo conveniente.
Al final, Carlisle se aclaró la garganta. Jasper se echó a reír y Edward se irguió, sonriéndole.
—Dejémoslo en empate —admitió Jasper— y volvamos al trabajo.
Todos actuaron por turnos Carlisle, Rosalie, Esme y luego Emmett de nuevo . Entrecerré los ojos y me mantuve encogida cuando Jasper atacó a Esme, cuyo enfrentamiento resultó ser el más difícil de ver. Después de cada uno, él ralentizaba sus movimientos, aunque no lo bastante para que yo los comprendiera, y daba nuevas instrucciones.
—¿Veis lo que estoy haciendo aquí? —preguntaba—. Eso es, justo así —los animaba—. Los costados, concentraos en los costados. No olvidéis cuál va a ser su objetivo. No dejéis de moveros.
Edward no se descuidaba ni un segundo en la vigilancia y escucha de aquello que los demás no podían ver.
Se me hizo difícil seguir la instrucción conforme los párpados me empezaron a pesar más y más. Las últimas noches no había dormido bien y, de todos modos, casi llevaba veinticuatro horas seguidas sin pegar ojo. Me apoyé sobre el costado de Edward y cerré los ojos.
—Estamos a punto de acabar —me avisó en un susurro.
Jasper lo confirmó cuando se volvió hacia los lobos, por vez primera, con una expresión llena de incomodidad.
—Mañana seguiremos con la instrucción. Por favor, os invitamos a volver a venir para observar.
—Sí—respondió Edward con la fría voz de Sam—, aquí estaremos.
Entonces, Edward suspiró, me palmeó el brazo y se alejó de mí para volverse hacia su familia.
—La manada considera que les ayudaría el familiarizarse con nuestros efluvios para no cometer errores luego. Les sería más fácil si nos quedáramos quietos.
—No faltaría más —contestó Carlisle a Sam—. Lo que necesitéis.
Los lobos emitieron un gañido gutural y fúnebre mientras se incorporaban.
Olvidé la fatiga y abrí unos ojos como platos.
La intensa negrura de la noche empezaba a aclararse. El sol se escondía al otro lado de las montañas y todavía no alumbraba la línea del horizonte, pero ya iluminaba las nubes. Y de pronto, gracias a esa luminosidad, fue posible distinguir las formas y el color de las pelambreras cuando se acercaron los lobos.
Sam iba a la cabeza, por supuesto. Era increíblemente grande y negro como el carbón, un monstruo surgido de mis pesadillas en su sentido más literal. Después de que le viera a él y a los demás lobos en el prado, la camada había protagonizado algunos de mis peores delirios.
Era posible cuadrar aquella enormidad física con sus ojos ahora que podía verlos a todos, y parecían más de diez. La manada ofrecía un aspecto sobrecogedor.
Vi por el rabillo del ojo a Edward, que no me perdía de vista y evaluaba con atención mi reacción.
Sam se acercó a la posición de Carlisle, al frente de su familia, con el resto del grupo pegado a su cola. Jasper se envaró, pero Emmett, que estaba al otro lado de Carlisle, permanecía sonriente y relajado.
Sam olfateó a Carlisle. Me dio la impresión de que arrugaba el morro al hacerlo. Luego, se dirigió hacia Jasper.
Recorrí las dos hileras de lobos con la mirada, convencida de poder identificar a los nuevos miembros de la manada. Había uno de color gris claro, mucho más pequeño que el resto, que tenía el pelaje del lomo erizado como muestra de disgusto. La pelambrera de otro era del color de la arena del desierto, tenía aspecto desgarbado y andares torpes en comparación con los del resto. Gimoteó por lo bajo cuando el avance de Sam le dejó solo entre Carlisle y Jasper.
Posé los ojos en el lobo que iba detrás del líder. Tenía un pelaje marrón rojizo y era más grande que los demás, y en comparación, también más peludo. Era casi tan alto como Sam, el segundo de mayor tamaño del grupo. Su posición era despreocupada, con un descuido manifiesto, a diferencia del resto, que consideraban aquella experiencia toda una prueba.
El gran lobo de pelaje rojizo se percató de mi mirada y alzó los ojos para observarme con sus conocidos ojos negros.
Le devolví la mirada mientras intentaba asumir lo que ya sabía. Noté que mi rostro dejaba traslucir los sentimientos de fascinación y maravilla.
El hocico de la criatura se abrió, dejando entrever los dientes. Habría sido una expresión aterradora de no ser por la lengua que colgaba a un lado, esbozando una sonrisa lobuna.
Solté una risilla.
La sonrisa de Jacob se ensanchó, mostrando sus dientes afilados. Abandonó su lugar en la fila sin prestar atención a las miradas de la manada y pasó trotando junto a Edward y Alice para detenerse a poco más de medio metro de mi posición. Permaneció allí quieto y lanzó una rápida mirada a Edward, que se mantenía inmóvil como una estatua y evaluaba mi reacción.
La criatura bajó las patas delanteras y agachó la cabeza a fin de que su cara no estuviera a mayor altura que la mía y poder mirarme a los ojos, sopesando mi respuesta de un modo muy similar al de Edward.
—¿Jacob? —pregunté, sin aliento.
La réplica fue un sonido sordo y profundo, muy parecido a una risa desvergonzada.
Los dedos me temblaron levemente cuando extendí la mano para tocar el pelaje marrón de un lado de su cara. Jacob cerró los ojos e inclinó su enorme cabeza en mi mano. Emitió un zumbido monocorde desde el fondo de la garganta.
La pelambrera era suave y áspera al mismo tiempo, y cálida al tacto. Me picó la curiosidad y hundí en ella los dedos para saber cómo era la textura, acariciando el cuello allí donde se oscurecía el color. No reparé en lo mucho que me había acercado hasta que de pronto, y sin aviso previo, me pasó la lengua por toda la cara, desde la barbilla hasta el nacimiento del cabello.
—¡Eh, Jacob, bruto! —me quejé al tiempo que retrocedía de un salto y le propinaba un manotazo, tal y como hubiera hecho si hubiera estado en su forma humana.
Mientras se alejaba, soltó entre dientes un aullido ahogado; se estaba riendo de nuevo.
Fue en ese momento cuando me percaté de que nos estaban mirando todos, los licántropos y los vampiros. Los Cullen parecían perplejos y en algunos casos incluso disgustados. Resultaba difícil descifrar los rostros de los lobos, pero me dio la impresión de que el de Sam reflejaba descontento.
Y cuestión aparte era Edward, que estaba con los nervios de punta y claramente decepcionado. Advertí que él había esperado una reacción diferente por mi parte, como que saliera huyendo o que me pusiera a chillar.
Jacob profirió otra vez esa risa descarada.
El resto de la manada había empezado a retroceder sin perder de vista a los Cullen. Jacob remoloneó a mi lado mientras observaba cómo se iban sus compañeros, hasta que los perdimos de vista en las profundidades del bosque. Sólo dos de ellos se rezagaron junto a los árboles, mirando a Jacob. Adoptaron una postura que irradiaba ansiedad.
Edward suspiró, ignoró a Jacob y se acercó a mí para tomarme de la mano.
—¿Estás lista? —me preguntó.
Antes de que yo pudiera contestar, Edward se volvió hacia Jacob y le habló.
—Todavía no he averiguado todos los detalles —respondió a la pregunta que el lobo le había formulado en su mente.
Jacob refunfuñó con resentimiento.
—Es más complicado que todo eso —contestó Edward—. No te preocupes, me encargaré de que esté a salvo.
—¿De qué estáis hablando? —exigí saber.
—Sólo estamos discutiendo sobre estrategias.
Jacob hizo oscilar su cabeza para mirarnos a Edward y a mí antes de saltar de repente en dirección al bosque. Mientras corría, veloz como una flecha, me percaté por vez primera del trozo de tela negra que llevaba en la pata trasera.
—¡Espera! —le llamé a voz en grito.
Extendí una mano para alcanzarle sin pensar, pero él se perdió entre los árboles en cuestión de segundos seguido por los otros dos lobos.
—¿Por qué se va? —le pregunté, molesta.
—Va a volver —repuso Edward, resignado—. Desea poder hablar por sí mismo.
Observé la linde del bosque por la que había desaparecido el lobo mientras me apoyaba en el costado de Edward. Estaba al borde del colapso, pero seguí luchando por mantenerme en pie.
Jacob acudió al trote, pero esta vez no a cuatro patas, sino a dos piernas. Iba con el pecho desnudo y llevaba la melena enmarañada y alborotada. No vestía más atuendo que los pantalones cortos de color negro. Corría sobre el suelo helado con los pies descalzos y ahora acudía solo, aunque sospeché que sus amigos se mantenían ocultos entre los árboles.
Los Cullen se habían situado en corrillo y hablaban en cuchicheos entre ellos. Aunque rehuyó a los vampiros, no tardó mucho en cruzar el campo.
—Vale, chupasangres —dijo Jacob cuando se plantó a un metro escaso de nosotros; era obvio que retomaba la conversación que yo me había perdido—. ¿Por qué es tan complicado?
—He de sopesar todas las posibilidades —replicó Edward, sin inmutarse—. ¿Qué ocurre si te atrapan?
Jacob resopló ante esa idea.
—Vale, entonces, ¿por qué no la dejamos a cubierto? De todos modos, Collin y Brady van a quedarse en retaguardia; estará a salvo con ellos.
Torcí el gesto.
—¿Habláis de mí?
—Sólo quiero saber qué planea hacer contigo durante la lucha —explicó Jacob.
—¿Hacer conmigo?
—No puedes quedarte en Forks, Bella —me explicó Edward con voz apaciguadora—. Conocen tu paradero. ¿Qué ocurriría si .alguno llegara a escabullirse?
Sentí un retortijón en el estómago y la sangre me huyó del rostro.
—¿Charlie? —dije casi sin aliento.
—Estará con Billy —me aseguró Jacob enseguida—. Si mi padre ha de cometer un asesinato para conseguir que vaya a la reserva, lo hará. Probablemente, no tendrá que llegar a eso. Será el sábado, ¿no? Hay partido.
—¿Este sábado? —pregunté mientras la cabeza me daba vueltas. Me hallaba demasiado aturdida para controlar mis pensamientos desbocados. Miré a Edward y le dediqué un mohín—. ¡Mierda! Acabas de perderte tu regalo de graduación.
El se rió.
—Lo que vale es la intención —me recordó—. Puedes darle las entradas a quien quieras.
Enseguida se me ocurrió la solución.
—Angela y Ben —decidí de inmediato—. De ese modo, al menos estarán fuera del pueblo.
Edward me acarició la mejilla.
—No puedes evacuar a todos —repuso con voz gentil—. Ocultarte es una simple precaución, te lo aseguro. Ahora ya no tenemos problema. No son suficientes para mantenernos ocupados.
—¿Y qué ocurre con el plan de protegerla en La Push? —le interrumpió Jacob con impaciencia.
—Ha ido y venido de allí demasiadas veces —explicó Edward—. El lugar está lleno de su rastro. Mi hermana sólo ha visto venir de caza a neófitos muy recientes, pero alguien más experimentado ha tenido que crearlos. Todo esto podría ser una maniobra de distracción por parte de quienquiera que sea, él... —Edward hizo una pausa para mirarme— o ella. Y aunque Alice lo verá si decide venir a echar un vistazo por sí mismo, quizás en ese momento estemos demasiado ocupados. No puedo dejarla en ningún lugar que haya frecuentado. Ha de ser difícil de localizar, aunque sólo sea por si acaso. La posibilidad es remota, pero no voy a correr riesgos.
No aparté los ojos de Edward mientras se explicaba. Fruncí el ceño cada vez más. Me dio unas palmadas en el brazo.
—Me estoy pasando de precavido —me prometió.
Jacob señaló al fondo del bosque, al este de nuestra posición, a la vasta extensión de las montañas Olympic.
—Bueno, ocúltala ahí —sugirió—. Hay un millón de escondrijos posibles y cualquiera de nosotros puede acudir en cuestión de minutos si fuera necesario.
Edward negó con la cabeza.
—El aroma de Bella es demasiado fuerte y el de nosotros dos juntos deja una pista inconfundible, y sería así incluso aunque yo la llevara en volandas. Nuestro rastro ya destaca entre los demás efluvios, y en conjunción con el de Bella, siempre llamaría la atención de los neófitos. No estamos seguros del camino exacto que van a seguir, ya que ni ellos mismos lo saben aún. Si hallan su olor antes de que nos encontremos con ellos...
Ambos hicieron una mueca de disgusto y fruncieron el ceño al mismo tiempo.
—Ya ves las dificultades.
—Tiene que haber una forma eficaz —murmuró Jacob, que apretó los labios mientras contemplaba el bosque.
Di una cabezada y me incliné hacia delante. Edward rodeó mi cintura con un brazo y me acercó a él para soportar mi peso.
—He de llevarte a casa... Estás agotada, y Charlie va a despertarse enseguida
—Espera un momento —pidió Jacob mientras se volvía hacia nosotros—. Mi olor os disgusta, ¿no?
Le relucían los ojos.
—No es mala idea —Edward se adelantó dos pasos—. Es factible —se volvió hacia su familia y dijo a voz en grito—: ¿Qué te parece, Jasper?
El interpelado alzó los ojos con curiosidad y retrocedió medio paso junto a Alice, que volvía a estar descontenta.
—De acuerdo, Jacob —Edward hizo un asentimiento de cabeza.
Jacob se volvió hacia mí con una extraña mezcolanza de emociones en el rostro. Estaba claro que le entusiasmaba su nuevo plan, con independencia de en qué consistiera, pero seguía incómodo por la cercanía de sus aliados y al mismo tiempo enemigos. Luego, cuando él extendió los brazos hacia mí, me llegó el momento de preocuparme.
Edward respiró hondo.
—Vamos a ver si mi efluvio basta para ocultar tu aroma —explicó Jacob.
Observé sus brazos extendidos con gesto de sospecha.
—Vas a tener que dejar que te lleve, Bella —me dijo Edward. Habló con calma, pero había una inconfundible nota soterrada de malestar en su voz.
Puse cara de pocos amigos.
Jacob puso los ojos en blanco, se impacientó y se acercó para tomarme en brazos.
—No seas niña —murmuró mientras lo hacía.
Empero, y al igual que yo, lanzó una mirada a Edward, que permanecía sereno y seguro de sí mismo. Entonces, le habló a su hermano Jasper.
—El olor de Bella es mucho más fuerte que el mío... Se me ha ocurrido que tendríamos más posibilidades sí lo intentaba alguien más.
Jacob se alejó de ellos y se encaminó con paso veloz hacia el interior del bosque. Me mantuve en silencio cuando nos envolvió la oscuridad. Hice una mueca, pues me sentía incómoda en los brazos de Jacob. Había demasiada intimidad entre nosotros. Seguramente, no era necesario que me sujetara con tanta fuerza, y no podía dejar de preguntarme qué significado tenía para él un abrazo que me hacía recordar mi última tarde en La Push, algo en lo que prefería no pensar. Me crucé de brazos, enfadada, cuando el cabestrillo de mi mano acentuó aquel recuerdo.
No nos alejamos demasiado. Describió un amplio círculo desde nuestro punto de partida, quizá la mitad de la longitud de un campo de fútbol, antes de regresar al claro desde una dirección diferente. Jacob se dirigió hacia la posición donde nos esperaba Edward, que ahora estaba solo.
—Bájame.
—No quiero darte la ocasión de estropear el experimento —aminoró el paso y me sujetó con más fuerza.
—Eres un verdadero fastidio —me quejé entre dientes.
—Gracias.
Jasper y Alice surgieron de la nada y se situaron junto a Edward. Jacob dio un paso más y me dejó en el suelo a dos metros escasos de mi novio. Caminé hacia él y le tomé de la mano sin volver la vista hacia Jacob.
—¿Y bien? —quise saber.
—Siempre y cuando no toques nada, Bella, no imagino a nadie husmeando lo bastante cerca de esta pista como para distinguir tu aroma —respondió Jasper, con una mueca—, que queda manifiestamente oculto.
—Un éxito concluyente —admitió Alice sin dejar de arrugar la nariz.
—Eso me ha dado una idea...
—...que va a funcionar —apostilló Alice con confianza.
—Bien pensado —coincidió Edward.
—¿Cómo soportas esto? —me preguntó Jacob con un hilo de voz.
Edward ignoró al licántropo y me miró mientras me explicaba la idea.
—Vamos a dejar, bueno, tú vas a dejar una pista falsa hacia el claro. Los neófitos vienen de caza. Se entusiasmarán al captar tu esencia y haremos que vayan exactamente a donde nos interesa a nosotros. De ese modo, no tendremos que preocuparnos del tema. Alice ya ha visto que el truco funciona. Se dividirán en dos grupos en cuanto descubran nuestro aroma en un intento de atraparnos entre dos fuegos. La mitad cruzará el bosque, allí es donde la visión cesa de pronto...
—¡Sí! —siseó Jacob.
Edward le dedicó una sonrisa de sincera camaradería.
Me sentí fatal. ¿Cómo podían estar tan ansiosos? ¿Cómo iba a soportar que los dos se pusieran en peligro?
No podía...
...y no lo iba a hacer.
—Eso, ni se te ocurra —repuso de pronto Edward, disgustado.
Di un brinco, preocupada porque, de algún modo, hubiera conseguido enterarse de mi resolución, pero Edward no apartaba la vista de Jasper.
—Lo sé, lo sé —se apresuró a responder éste—. En realidad, ni siquiera lo había considerado de verdad —Alice le pisó el pie—. Bella los haría enloquecer si se quedara en el claro como cebo —le explicó a su compañera—. No serían capaces de concentrarse en otra cosa que no fuera ella, y eso nos daría la ocasión de barrerlos del mapa... —Edward le lanzó una mirada envenenada que le hizo desdecirse—. No podemos hacerlo, claro, es una de esas ideas peregrinas que se me ocurren: resultaría demasiado peligroso para ella —añadió enseguida, pero me miró por el rabillo del ojo, y su expresión era de lástima por la oportunidad desperdiciada.
—No podemos —zanjó Edward de modo terminante.
—Tienes razón —admitió Jasper. Tomó la mano de Alice y se volvió hacia los demás—. ¿Al mejor de tres? —oí cómo le preguntaba a ella cuando se iban para continuar practicando.
Jacob le contempló irse con gesto de repugnancia.
—Jasper considera cada movimiento desde una perspectiva puramente militar —dijo Edward en voz baja, saliendo en defensa de su hermano—. Sopesa todas las opciones... Es perfeccionismo, no crueldad.
El hombre lobo bufó.
Se había ensimismado tanto en urdir el plan que no se había percatado de lo mucho que se había acercado a Edward, situado ahora a un metro de él. Yo estaba entre ambos y era capaz de sentir en el aire la tensión, similar a la estática; una carga muy incómoda.
Edward retomó el hilo del asunto.
—La traeré aquí el viernes por la tarde para dejar la pista falsa. Después, puedes reunirte con nosotros y conducirla a un lugar que conozco. Está totalmente apartado y es fácil de defender, da igual quién ataque. Yo llegaré allí siguiendo otra ruta alternativa.
—¿Y entonces, qué? ¿La dejamos allí con un móvil? —saltó Jacob con tono de desaprobación.
—¿Se te ocurre algo mejor?
De pronto, Jacob adoptó un gesto petulante.
—Lo cierto es que sí.
—Vaya... Bueno, perro, la verdad es que tu idea no está nada mal.
Jacob se volvió hacia mí enseguida, como si estuviera dispuesto a representar el papel de chico bueno y mantenerme al tanto de la conversación.
—Estamos intentando convencer a Seth a fin de que se quede con los dos más jóvenes. Él también lo es, pero se muestra tozudo. Se me ha ocurrido una nueva tarea para él: hacerse cargo del móvil.
Intenté aparentar que le entendía, pero no engañé a nadie.
—Seth Clearwater estará en contacto con la manada mientras permanezca en forma lobuna, pero ¿no será la distancia un problema? —preguntó Edward, volviéndose hacia Jacob.
—En absoluto.
—¿Cuatrocientos ochenta kilómetros? —inquirió Edward, tras leerle la mente—. Es impresionante.
Jacob volvió a desempeñar su papel de chico bueno.
—Es lo más lejos que hemos llegado a probar —me explicó—.
Asentí distraídamente, ocupada en digerir que el joven Seth Clearwater ya se había convertido también en hombre lobo, una perspectiva que me impedía concentrarme. Aún veía su deslumbrante sonrisa, tan parecida a la de un Jacob más joven. Tendría quince años a lo sumo, si es que los había cumplido. Su entusiasmo ante la fogata en la sesión del Consejo adquiría ahora un nuevo significado...
—Es una buena idea —Edward parecía reacio a admitir las bondades de la misma—. Me sentiría mucho más tranquilo con Seth allí, aun cuando no fuera posible la comunicación inmediata. No sé si hubiera sido capaz de dejar sola a Bella, aunque pensar que hemos tenido que llegar a esto... ¡Confiar en licántropos!
—...o luchar con vampiros en vez de contra ellos —replicó Jacob, remedando el mismo tono de repulsión.
—Bueno, al menos vas a luchar contra algunos —repuso Edward.
Jacob sonrió.
—¿Por qué te crees que estamos aquí?
26 de enero de 2010
Capítulo 17: Pacto
—¿Bella?
La suave voz de Edward sonó a mis espaldas. Me volví a tiempo de verle subir la escalera del porche con su habitual fluidez de movimientos. La carrera le alborotó los cabellos. Me rodeó entre sus brazos de inmediato, tal y como había hecho en el aparcamiento, y volvió a besarme.
Aquel beso me asustó. Había demasiada tensión, una enorme desesperación en la forma en que sus labios aplastaron los míos..., como si temiera que no nos quedara demasiado tiempo.
No podía permitirme pensar eso, no si iba a tener que comportarme como una persona durante las próximas horas. Me aparté de él.
—Vamos a quitarnos de encima esta estúpida fiesta —farfullé, rehuyendo su mirada.
Puso las manos sobre mis mejillas y esperó hasta que alcé la vista.
—No voy a dejar que te suceda nada.
Le toqué los labios con la mano buena.
—Mi persona no me preocupa demasiado.
—¿Por qué eso no me sorprende? —murmuró para sus adentros. Respiró hondo y esbozó una leve sonrisa—. ¿Lista para la celebración? —preguntó.
Gemí.
Me abrió la puerta, teniéndome bien sujeta por la cintura. Entonces, me quedé petrificada durante un minuto antes de sacudir la cabeza.
—Increíble.
—Alice es así.
Había transformado el interior de la casa de los Cullen en un night club, de ese estilo de locales que no sueles encontrar en la vida real, sólo en la televisión.
—Edward —llamó Alice desde su posición junto a un altavoz—, necesito tu consejo —señaló con un gesto la imponente pila de CDs—. ¿Deberíamos poner melodías conocidas y agradables o educar los paladares de los invitados con la buena música? —concluyó, señalando otra pila diferente.
—No te salgas de la agradable —le recomendó Edward—. «Treinta monjes y un abad no pueden hacer beber a un asno contra su voluntad».
Alice asintió con seriedad y comenzó a lanzar los CDs «educativos» en una bolsa. Noté que se había cambiado y llevaba una camiseta sin mangas cubierta de lentejuelas y unos pantalones de cuero rojo. Su piel desnuda relucía de un modo extraño bajo el parpadeo de las intermitentes luces rojas y púrpuras.
—Me parece que no voy vestida con la elegancia apropiada para la ocasión.
—Estás perfecta —discrepó Edward.
—Más que eso —rectificó Alice.
—Gracias —suspiré—. ¿De verdad creéis que va a venir alguien?
—No va a faltar nadie —aseguró Edward—. Todos se mueren de ganas por ver el interior de la misteriosa casa de los huraños Cullen.
—Genial —protesté.
No había nada en lo que pudiera echar una mano. Albergaba serias dudas de que alguna vez fuese capaz de hacer las cosas que hacía Alice, ni siquiera cuando no tuviera necesidad de dormir y me moviera mucho más deprisa.
Edward se negó a apartarse de mi lado ni un segundo y me llevó consigo cuando fue en busca de Jasper primero y luego de Carlisle para contarles mi descubrimiento. Horrorizada, escuché en silencio sus planes para atacar a la tropa de Seattle. Estaba segura de que la desventaja numérica no complacía a Jasper, pero no habían sido capaces de hacer cambiar de idea a la familia de Tanya, que no estaba dispuesta a colaborar. Jasper no intentaba ocultar su angustia del modo en que lo hacía Edward. Resultaba obvio que no le gustaba jugar con apuestas tan fuertes.
No podría quedarme en la retaguardia esperando a que aparecieran por casa. No lo haría o me volvería loca.
Sonó el timbre.
De pronto, de forma casi delirante, todo fue normal. Una sonrisa perfecta, genuina y cálida reemplazó la tensión en el rostro de Carlisle. Alice subió el volumen de la música y luego se acercó bailando hasta la puerta.
El Suburban había venido cargado con mis amigos, demasiado nerviosos o intimidados para acudir cada uno por su cuenta. Jessica fue la primera en traspasar la puerta con Mike pisándole los talones. Los siguieron Tyler, Conner, Austin, Lee, Samantha y por último incluso Lauren, cuyos ojos críticos relucían de curiosidad. Todos se mostraban expectantes y luego, cuando entraron en la enorme estancia engalanada con aquella elegancia delirante, parecieron abrumados. La habitación no estaba vacía, los Cullen ocupaban su lugar, listos para escenificar su perfecta representación de una familia humana. Esa noche yo tenía la sensación de estar actuando un poquito más que ellos.
Acudí para saludar a Jess y a Mike, con la esperanza de que el tono nervioso de mi voz pudiera pasar por puro entusiasmo. La campana sonó antes de que pudiera acercarme a nadie. Dejé entrar a Angela y a Ben y mantuve la puerta abierta al ver que Eric y Katie acababan de llegar al pie de las escaleras.
No hubo ninguna otra ocasión para sentir pánico. Tuve que hablar con todo el mundo y continuar ofreciendo la nota jovial propia de la anfitriona. Aunque se había presentado como una fiesta ofrecida por Edward, Alice y yo, era inútil negar que yo me había convertido en el objetivo más popular de agradecimientos y felicitaciones. Quizá debido a que los Cullen tenían un aspecto extraño bajo las luces festivas elegidas por Alice. Quizá porque aquella iluminación sumía la estancia en las sombras y el misterio, y no propiciaba una atmósfera para que las personas normales se relajaran cuando estaban cerca de alguien como Emmett. En una ocasión vi cómo Emmett sonreía a Mike por encima de la mesa de la comida. Este dio un paso atrás, asustado por los centelleos que las luces rojas arrancaban a los dientes del vampiro.
Lo más probable era que Alice hubiera hecho esto a propósito para obligarme a ser el centro de atención, una posición con la que, en su opinión, yo debería disfrutar. Ella me obligaba a seguir los usos y costumbres de los hombres para hacerme sentir humana.
La fiesta fue un éxito rotundo a pesar del estado de tensión nerviosa provocado por la presencia de los Cullen, aunque tal vez eso sólo añadiera una nota de emoción al ambiente del local. El ritmo de la música era contagioso; las luces, casi hipnóticas; la comida debía de estar buena a juzgar por la velocidad con que desaparecía. La estancia pronto estuvo abarrotada, aunque no hasta el punto de provocar claustrofobia. Parecía haber acudido la clase entera del último curso al completo, además de algunos alumnos de cursos inferiores. Los asistentes movían los cuerpos al ritmo del compás marcado con los pies y todos estaban a punto de ponerse a bailar.
No estaba siendo tan terrible como había temido. Seguí el ejemplo de Alice y me mezclé y charlé con todos, que parecían bastante fáciles de complacer. Estaba segura de que aquella fiesta era con diferencia la mejor de cuantas se habían celebrado en Forks desde hacía mucho tiempo. Alice casi ronroneaba de placer. Nadie iba a olvidar aquella noche.
Di otra vuelta alrededor de la sala y volví a encontrarme con Jessica, que balbuceaba de excitación, pero no era preciso prestarle demasiada atención al ser poco probable que ella necesitara de una respuesta por mi parte. Edward permanecía a mi lado, negándose a apartarse de mí. Mantenía una mano bien sujeta en mi cintura y de vez en cuando me acercaba a él, probablemente como reacción a pensamientos que no quería oír.
Por eso, enseguida me puse en estado de alerta cuando dejó colgar el brazo a un costado y empezó a separarse de mí.
—Quédate aquí —me susurró al oído—. Vuelvo ahora.
Cruzó entre el gentío con gracilidad. Dio la impresión de que no había rozado ninguno de los cuerpos apretados. Se marchó demasiado deprisa como para darme la oportunidad de preguntarle por qué se iba. Entorné los ojos y no le perdí de vista mientras Jessica gritaba con entusiasmo por encima de la música y se colgaba de mi codo, haciendo caso omiso a mi falta de atención.
Le observé cuando llegó a la oscura puerta situada junto a la entrada de la cocina, donde las luces sólo brillaban de forma intermitente. Se inclinó sobre alguien, cuya identificación resultó imposible por culpa de las cabezas de los invitados, que me tapaban el campo de visión.
Me puse de puntillas y estiré el cuello. En ese preciso momento, una luz roja iluminó su espalda e hizo destellar las lentejuelas de la camisa de Alice, cuyo rostro quedó iluminado una fracción de segundo. Fue suficiente.
—Discúlpame un momento, Jessica —farfullé mientras retiraba su brazo de mi codo.
No me detuve a esperar su reacción ni a verificar si mi brusquedad le había molestado. Eludí los cuerpos que se interponían en mi camino y de vez en cuando propiné algún que otro empujón, pocos, por fortuna, ya que no había mucha gente bailando. Me apresuré a cruzar la puerta de la cocina.
Edward se había ido, pero Alice seguía allí, inmóvil en la penumbra, con el rostro desconcertado y la mirada ausente propios de quien acaba de presenciar un terrible accidente. Se sujetaba al marco de la puerta con una de sus manos, como si necesitara ese apoyo.
—¿Qué pasa, Alice? ¿Qué? ¿Qué has visto? —le imploré ensortijando los dedos de las manos con gesto suplicante.
Ella no me miró, siguió con los ojos clavados a lo lejos. Seguí la dirección de su mirada y me percaté de cómo Alice captaba la atención de Edward a través de la habitación. El rostro de Edward era tan inexpresivo como una piedra. Se volvió y desapareció en las sombras de debajo de la escalera.
El timbre sonó en ese momento, cuando habían transcurrido varias horas desde la última llamada. Alice alzó la vista con expresión perpleja que pronto se convirtió en una mueca de disgusto.
—¿Quién ha invitado al licántropo?
Le puse mala cara cuando me agarró.
—Culpable —admití.
Se me había pasado por la cabeza la posibilidad de anular la invitación, pero ¿quién iba a pensar que Jacob fuera capaz de aparecer allí, como si tal cosa? Ni en el más descabellado de los sueños...
—Bueno, en tal caso, hazte cargo de él. He de hablar con Carlisie.
—¡No, Alice, aguarda!
Intenté agarrarla por el brazo, pero ella ya se había marchado y mi mano se cerró en el vacío.
—¡Maldita sea! —rezongué.
Adiviné lo que ocurría. Alice había tenido la visión que había esperado desde hacía tanto tiempo y, francamente, no me sentía con ánimos para soportar el suspense mientras atendía la puerta. El timbre volvió a sonar un buen rato. Alguien mantenía pulsado el botón. Actué con resolución. Di la espalda a la puerta de la cocina y registré la sala a oscuras con la mirada en busca de Alice.
No logré ver nada. Comencé a abrirme paso hacia las escaleras.
—¡Hola, Bella!
La voz gutural de Jacob resonó en un momento durante el que no sonaba la música. Muy a mi pesar, alcé los ojos al oír mi nombre.
Puse cara de pocos amigos.
En vez de un hombre lobo habían venido tres. Jacob había entrado por su cuenta, flanqueado por Quil y Embry, que parecían muy tensos mientras miraban a un lado y otro de la estancia como si estuvieran adentrándose en una cripta embrujada. La mano temblorosa de Embry todavía sostenía la puerta y tenía la mitad del cuerpo fuera, preparado para echar a correr.
Jacob me saludó con la mano. Estaba más calmado que sus compañeros, pero arrugaba la nariz con gesto de repulsión. También le saludé con la mano, pero en señal de despedida. Luego, me volví en busca de Alice. Me colé por un hueco que había entre las espaldas de Conner y Lauren...
...pero él apareció de la nada, me puso la mano en el hombro y me llevó hasta las sombras imperantes en los aledaños de la cocina.
—¡Qué bienvenida tan cordial! —apuntó.
Agité mi mano libre y le fulminé con la mirada.
—¿Qué rayos haces aquí?
—Me invitaste tú, ¿lo recuerdas?
—Por si el gancho de derecha fue demasiado sutil para ti, permíteme que te lo traduzca: era una cancelación de la invitación.
—No tengas tan poco espíritu deportivo. Encima de que te traigo un regalo de graduación y todo.
Me crucé de brazos. No me apetecía nada pelearme con Jacob en ese momento. Ardía en deseos de saber en qué consistía la visión de Alice y qué decían al respecto Edward y Carlisle. Estiré el cuello para buscarlos con la mirada por un costado de Jacob.
—Devuélvelo a la tienda, Jake. Tengo asuntos que atender.
Él obstaculizó mi línea de visión para requerir mi atención.
—No puedo devolverlo a ninguna tienda porque no lo he comprado. Lo hice con mis propias manos, y me costó bastante tiempo.
Volví a echar mi cuerpo a un lado, pero no conseguí ver a ningún miembro de la familia Cullen. ¿Dónde se habían metido? Escruté la penumbra una vez más.
—Venga, vamos, Bella. ¡No hagas como que no estoy aquí!
—No lo hago —no los veía por ninguna parte—. Mira, Jake, ahora tengo la cabeza en otra parte...
Puso la mano debajo de mi barbilla y me obligó a alzar el rostro.
—¿Podría recabar el privilegio de unos segundos de toda su atención, señorita Swan?
Me alejé para evitar el contacto con él.
—No seas sobón, Jacob —mascullé.
—Disculpa —contestó de inmediato, mientras alzaba los brazos simulando que se rendía—. Lo siento de veras, me refiero a lo del otro día. No debí besarte de ese modo. Estuvo mal. Supongo que me hice falsas ilusiones al pensar que me querías.
—Falsas ilusiones... ¡Qué descripción tan certera!
—Sé amable, ya sabes, al menos podrías aceptar mis disculpas.
—Vale, disculpas aceptadas, y ahora, si me perdonas un momento…
—Vale —repuso entre dientes.
Lo dijo con una voz tan diferente que dejé de buscar a Alice y estudié su rostro. Tenía la vista clavada en el suelo para ocultar los ojos. El labio inferior sobresalía levemente.
—Supongo que preferirás estar con tus amigos «de verdad» —dijo con el mismo tono abatido—. Ya lo pillo.
—¡Eh, Jake! —me quejé—. Sabes que eso no es justo.
—¿Ah, no?
—Deberías saberlo —me incliné hacia delante y alcé la vista en un intento de establecer contacto visual. Entonces, él levantó los ojos por encima de mi cabeza, para evitar mi mirada—. ¿Jake?
El rehusó mirarme.
—Eh, dijiste que me habías hecho algo, ¿no? —pregunté—. ¿Era pura palabrería? ¿Dónde está mi regalo?
Mi intento de simular entusiasmo fue patético, pero funcionó. Puso los ojos en blanco y me hizo un mohín. Proseguí con la patética farsa de la petición y mantuve abierta la mano delante de mí:
—Sigo esperando.
—Bueno —refunfuñó con sarcasmo, pero metió la mano en el bolsillo trasero de los vaqueros del que sacó una bolsita de holgada tela multicolor fuertemente atada con cintas de cuero. La depositó en mi mano.
—Vaya, qué cucada, Jake. ¡Gracias!
Suspiró.
—El regalo está dentro, Bella.
—Ah.
Me enredé con las cintas. Él resopló y me quitó la bolsita para abrirla con un sencillo tirón de la cinta adecuada. Mantuve la mano extendida, pero él agitó la bolsa y dejó caer algo plateado en mi mano. Los eslabones de metal tintinearon levemente.
—No hice la pulsera —admitió—, sólo el dije.
Sujeto a uno de los eslabones de plata había un pequeño adorno tallado en madera. Lo sostuve entre los dedos para examinarlo de cerca. Sorprendía la cantidad de detalles enrevesados de la figurita, un lobo en miniatura de extremado realismo, incluso estaba labrado en una madera de tonalidades rojizas que encajaban con el color de su pelambrera.
—Es precioso —susurré—. ¿Lo has hecho tú? ¿Cómo?
El se encogió de hombros.
—Es una habilidad que aprendí de Billy... Se le da mejor que a mí.
—Resulta difícil de creer —murmuré mientras daba vueltas y más vueltas al lobito de madera entre los dedos.
—¿Te gusta de verdad?
—¡Sí! Es increíble, jake.
Jacob esbozó una sonrisa que al principio fue de felicidad, pero luego la expresión se llenó de amargura.
—Bueno, supuse que esto quizás hiciera que te acordaras de mí de vez en cuando. Ya sabes cómo son estas cosas, ojos que no ven, corazón que no siente.
Ignoré su actitud.
—Ten, ayúdame a ponérmelo.
Le ofrecí la muñeca izquierda, dado que el cabestrillo me impedía mover la mano derecha. Abrochó el cierre con facilidad a pesar de que parecía demasiado delicado para sus dedazos.
—¿Te lo pondrás? —preguntó.
—Por supuesto que sí.
Me sonrió. Era la sonrisa feliz que tanto me gustaba ver en su cara.
Le correspondí con otra, pero mis ojos volvieron por instinto a la habitación y busqué entre la gente algún indicio de Edward o Alice.
—¿Por qué estás tan trastornada? —preguntó Jacob.
—No es nada —le mentí mientras intentaba concentrarme—. Gracias por el regalo, de veras, me encanta.
—¿Bella? —frunció el ceño hasta que su sombra le oscureció los ojos—. Está a punto de pasar algo, ¿a que sí?
—Jake, yo... No, no es nada.
—No me mientas, se te da fatal. Deberías decirme de qué se trata. Queremos enterarnos de este tipo de cosas —dijo, utilizando al fin el plural.
Lo más probable es que tuviera razón. Los lobos eran parte interesada en lo que estaba pasando, sólo que yo no estaba segura de qué estaba ocurriendo.
—Te lo contaré, Jacob, pero déjame averiguar antes qué pasa, ¿vale? Tengo que hablar con Alice.
Una chispa de comprensión le iluminó el semblante.
—La médium ha tenido una visión.
—Sí, en el momento de aparecer tú.
—¿Es sobre el chupasangres que entró en tu cuarto? —murmuró, manteniendo el tono de voz por debajo del soniquete de la música.
—Guarda relación —admití.
Estuvo cavilando durante un minuto antes de inclinar la cabeza hacia delante para estudiar mis facciones.
—Te estás callando algo que sabes, algo grande.
¿Qué sentido tenía mentirle de nuevo? Me conocía demasiado bien.
—Sí.
Jacob me observó fijamente durante una fracción de segundo y luego se volvió para atraer la atención de sus hermanos de carnada, que seguían en la entrada, incómodos y violentos. Se movieron en cuanto se percataron de su expresión y se abrieron paso con agilidad entre los fiesteros; ellos se movían también con una flexibilidad propia de bailarines. Flanquearon a Jacob en cuestión de medio minuto, descollando muy por encima de mí.
—Ahora, explícate —exigió Jacob.
Embry y Quil miraron de manera alternativa el rostro de mi amigo y el mío, confusos y precavidos.
—No sé prácticamente nada, Jake.
Continué buscando en la sala, pero ahora para que me rescataran. Los licántropos me arrinconaron en una esquina en el sentido más literal del término.
—Entonces, cuéntanos lo que sepas.
Los tres cruzaron los brazos sobre el pecho a la vez. La escena tenía una pizca de gracia, aunque sobre todo resultaba amenazadora.
Entonces vi a Alice bajar por las escaleras. Su piel nivea refulgía bajo la luz púrpura.
—¡Alice! —chillé con alivio.
Ella me miró en cuanto grité su nombre a pesar de que el chundachunda de los altavoces tendría que haber ahogado mi voz. Moví el brazo libre con energía y observé su rostro cuando ella se fijó en los tres hombres lobo que se inclinaban sobre mí. Entornó los ojos.
Sin embargo, antes de que se produjera esa reacción, la tensión y el miedo dominaron su rostro. Me mordí el labio mientras se acercaba con sus andares saltarines.
Jacob, Quil y Embry se alejaron de ella con expresiones de preocupación. Alice rodeó mi cintura con el brazo.
—He de hablar contigo —me susurró al oído.
—Esto, Jake, te veré luego... —farfullé cuando se calmó la situación.
El alargó su enorme brazo para bloquearnos el paso, apoyando la mano contra la pared.
—Eh, no tan deprisa.
Alice alzó la vista para clavarle sus ojos desorbitados de incredulidad.
—¿Disculpa?
—Dinos qué está pasando —exigió él con un gruñido.
Jasper se materializó literalmente de la nada. Alice y yo estábamos contra la pared y al segundo siguiente Jasper estaba junto a Jacob, en el costado opuesto al del brazo extendido, con expresión aterradora.
Jacob retiró el brazo con lentitud. Parecía el mejor movimiento posible, partiendo de la base de que quería conservar ese miembro.
—Tenemos derecho a enterarnos —murmuró Jacob, lanzando una mirada desafiante a Alice.
Jasper se interpuso entre ellos. Los licántropos se aprestaron a la lucha.
—Eh, eh —intervine, añadiendo una risilla ligeramente histérica—. Esto es una fiesta, ¿os acordáis?
Nadie me hizo el menor caso. Jacob fulminó a Alice con la mirada mientras Jasper hacía lo propio con Jacob. De pronto, Alice se quedó pensativa.
—Está bien, Jasper. En realidad, tiene razón.
Jasper no relajó la posición ni un ápice.
Me embargaba una tensión tan fuerte que estaba convencida de que me iba a estallar la cabeza de un momento a otro.
—¿Qué has visto, Alice?
Ella miró a Jacob durante unos instantes y luego se volvió hacia mí. Era evidente que había decidido dejar que se enteraran.
—La decisión está tomada.
—¿Os vais a Seattle?
—No.
Sentí cómo el color huía de mi rostro y noté un retortijón en el estómago.
—Vienen hacia aquí —aventuré con voz ahogada.
Los muchachos quileute observaban en silencio, leyendo el involuntario juego de emociones de nuestros rostros. Se habían quedado clavados donde estaban, pero aun así no permanecían del todo quietos. Las manos no dejaban de temblarles.
—Sí.
—Vienen a Forks —susurré.
—Sí.
—¿Con qué fin?
Ella comprendió mi pregunta y asintió.
—Uno de ellos lleva tu blusa roja.
Intenté tragar saliva.
La expresión de Jasper era de desaprobación. No le gustaba debatir aquello delante de los hombres lobo, pero le urgía decir algo.
—No podemos dejarles llegar tan lejos. No somos bastantes para proteger el pueblo.
—Lo sé —repuso Alice con el rostro súbitamente desolado—, pero no importa dónde les plantemos cara, porque vamos a seguir siendo pocos, y siempre quedará alguno que vendrá a registrar el pueblo.
—¡No! —murmuré.
El estruendo de la fiesta sofocó mi grito de rechazo. A nuestro alrededor, mis amigos, vecinos e insignificantes rivales comían, reían y se movían al ritmo de la música, ajenos al hecho de que estaban a punto de enfrentarse al peligro, el terror y quizá la muerte. Por mi causa.
—Alice, debo irme, he de alejarme de aquí —le dije articulando para que me leyera los labios.
—Eso no sirve de nada. No es como si nos las viéramos con un rastreador. Ellos seguirían viniendo primero aquí.
—En tal caso, he de salir a su encuentro —si no hubiera tenido la voz tan ronca y forzada, la frase habría sido un grito—. Quizá se vayan sin hacer daño a nadie si encuentran lo que vienen a buscar.
—¡Bella! —protestó Alice.
—Espera —ordenó Jacob con voz enérgica—. ¿Quién viene?
Alice le dirigió una mirada gélida.
—Son de los nuestros. Un montón.
—¿Por qué?
—Vienen a por Bella. Es cuanto sabemos.
—¿Os superan en número? ¿Son demasiados para vosotros? —preguntó.
Jasper se molestó.
—Contamos con algunas ventajas, perro. Será una lucha igualada.
—No —le contradijo Jacob; una media sonrisa, fiera y extraña, se extendió por su rostro—, no va a ser igualada.
—¡Excelente! —exclamó Alice, cuya nueva expresión miré fijamente, paralizada por el pánico. Su rostro estaba exultante y la desesperación había desaparecido de sus rasgos perfectos.
Dedicó a Jacob una ancha sonrisa que él le devolvió.
—No tendré visiones si intervenís vosotros, por supuesto —comentó, muy pagada de sí misma—. Es un problema, pero, tal y como están las cosas, lo asumo.
—Debemos coordinarnos —dijo Jacob—. No nos va a ser fácil. Éste sigue siendo más un trabajo para nosotros que para vosotros.
—Yo no iría tan lejos, pero necesitamos la ayuda, así que no nos vamos a poner tiquismiquis.
—Espera, espera, espera —los interrumpí.
Alice estaba de puntillas y Jacob se inclinaba hacia ella, ambos con los rostros relucientes de entusiasmo a pesar de tener la nariz arrugada a causa de sus respectivos olores. Me miraron con impaciencia.
—¿Coordinaros? —repetí entre dientes.
—¿De veras crees que nos vamos a quedar fuera de esto? —preguntó Jacob.
—¡Estáis fuera de esto!
—No es eso lo que piensa vuestra médium.
—Alice, niégate —insistí—. Los matarán a todos.
Jacob, Quil y Embry se echaron a reír a mandíbula batiente.
—Bella —contestó Alice con voz suave y apaciguadora—, todos moriremos si actuamos por separado, juntos...
—...no habrá problema —Jacob concluyó la frase.
Quil volvió a reírse y preguntó con entusiasmo.
—¿Cuántos son?
—¡No! —grité.
Alice ni siquiera me miró.
—Su número varía... Ahora son veintiuno, pero la cifra va a bajar.
—¿Por qué? —preguntó Jacob con curiosidad.
—Es una larga historia —contestó Alice, mirando de repente a su alrededor—, y éste no es el lugar adecuado para contarla.
—¿Y qué tal esta noche, más tarde? —presionó Jacob.
—De acuerdo —le contestó Jasper—. Si vais a luchar con nosotros, vais a necesitar algo de instrucción.
Todos los lobos pusieron cara de contrariedad en cuanto oyeron la segunda parte de la frase.
—¡No! —protesté.
—Esto va a resultar un poco raro —comentó Jasper pensativamente—. Nunca había sopesado la posibilidad de trabajar en equipo. Ésa debe ser nuestra prioridad.
—Sin ninguna duda —coincidió Jacob, a quien le entraron las prisas—. Tenemos que volver a por Sam. ¿A qué hora?
—¿A partir de qué hora es demasiado tarde para vosotros?
Los tres quileute pusieron los ojos en blanco.
—¿A qué hora? —repitió Jacob.
—¿A las tres?
—¿Dónde?
—A quince kilómetros al norte del puesto del guarda forestal de Hoh Forest. Venid por el oeste y podréis seguir nuestro rastro.
—Allí estaremos.
Se dieron media vuelta para marcharse.
—¡Espera, Jake! —grité detrás de él—. ¡No lo hagas, por favor!
El interpelado se detuvo y se dio la vuelta para sonreírme mientras Quil y Embry se encaminaban hacia la puerta con impaciencia.
—No seas ridicula, Bella. Acabas de hacerme un regalo mucho mejor que el mío.
—¡No! —chillé de nuevo.
El sonido de una guitarra eléctrica ahogó mi grito.
Jacob no me respondió. Se apresuró a alcanzar a sus amigos, que ya se habían marchado. Le vi desaparecer sin poder hacer nada.
La suave voz de Edward sonó a mis espaldas. Me volví a tiempo de verle subir la escalera del porche con su habitual fluidez de movimientos. La carrera le alborotó los cabellos. Me rodeó entre sus brazos de inmediato, tal y como había hecho en el aparcamiento, y volvió a besarme.
Aquel beso me asustó. Había demasiada tensión, una enorme desesperación en la forma en que sus labios aplastaron los míos..., como si temiera que no nos quedara demasiado tiempo.
No podía permitirme pensar eso, no si iba a tener que comportarme como una persona durante las próximas horas. Me aparté de él.
—Vamos a quitarnos de encima esta estúpida fiesta —farfullé, rehuyendo su mirada.
Puso las manos sobre mis mejillas y esperó hasta que alcé la vista.
—No voy a dejar que te suceda nada.
Le toqué los labios con la mano buena.
—Mi persona no me preocupa demasiado.
—¿Por qué eso no me sorprende? —murmuró para sus adentros. Respiró hondo y esbozó una leve sonrisa—. ¿Lista para la celebración? —preguntó.
Gemí.
Me abrió la puerta, teniéndome bien sujeta por la cintura. Entonces, me quedé petrificada durante un minuto antes de sacudir la cabeza.
—Increíble.
—Alice es así.
Había transformado el interior de la casa de los Cullen en un night club, de ese estilo de locales que no sueles encontrar en la vida real, sólo en la televisión.
—Edward —llamó Alice desde su posición junto a un altavoz—, necesito tu consejo —señaló con un gesto la imponente pila de CDs—. ¿Deberíamos poner melodías conocidas y agradables o educar los paladares de los invitados con la buena música? —concluyó, señalando otra pila diferente.
—No te salgas de la agradable —le recomendó Edward—. «Treinta monjes y un abad no pueden hacer beber a un asno contra su voluntad».
Alice asintió con seriedad y comenzó a lanzar los CDs «educativos» en una bolsa. Noté que se había cambiado y llevaba una camiseta sin mangas cubierta de lentejuelas y unos pantalones de cuero rojo. Su piel desnuda relucía de un modo extraño bajo el parpadeo de las intermitentes luces rojas y púrpuras.
—Me parece que no voy vestida con la elegancia apropiada para la ocasión.
—Estás perfecta —discrepó Edward.
—Más que eso —rectificó Alice.
—Gracias —suspiré—. ¿De verdad creéis que va a venir alguien?
—No va a faltar nadie —aseguró Edward—. Todos se mueren de ganas por ver el interior de la misteriosa casa de los huraños Cullen.
—Genial —protesté.
No había nada en lo que pudiera echar una mano. Albergaba serias dudas de que alguna vez fuese capaz de hacer las cosas que hacía Alice, ni siquiera cuando no tuviera necesidad de dormir y me moviera mucho más deprisa.
Edward se negó a apartarse de mi lado ni un segundo y me llevó consigo cuando fue en busca de Jasper primero y luego de Carlisle para contarles mi descubrimiento. Horrorizada, escuché en silencio sus planes para atacar a la tropa de Seattle. Estaba segura de que la desventaja numérica no complacía a Jasper, pero no habían sido capaces de hacer cambiar de idea a la familia de Tanya, que no estaba dispuesta a colaborar. Jasper no intentaba ocultar su angustia del modo en que lo hacía Edward. Resultaba obvio que no le gustaba jugar con apuestas tan fuertes.
No podría quedarme en la retaguardia esperando a que aparecieran por casa. No lo haría o me volvería loca.
Sonó el timbre.
De pronto, de forma casi delirante, todo fue normal. Una sonrisa perfecta, genuina y cálida reemplazó la tensión en el rostro de Carlisle. Alice subió el volumen de la música y luego se acercó bailando hasta la puerta.
El Suburban había venido cargado con mis amigos, demasiado nerviosos o intimidados para acudir cada uno por su cuenta. Jessica fue la primera en traspasar la puerta con Mike pisándole los talones. Los siguieron Tyler, Conner, Austin, Lee, Samantha y por último incluso Lauren, cuyos ojos críticos relucían de curiosidad. Todos se mostraban expectantes y luego, cuando entraron en la enorme estancia engalanada con aquella elegancia delirante, parecieron abrumados. La habitación no estaba vacía, los Cullen ocupaban su lugar, listos para escenificar su perfecta representación de una familia humana. Esa noche yo tenía la sensación de estar actuando un poquito más que ellos.
Acudí para saludar a Jess y a Mike, con la esperanza de que el tono nervioso de mi voz pudiera pasar por puro entusiasmo. La campana sonó antes de que pudiera acercarme a nadie. Dejé entrar a Angela y a Ben y mantuve la puerta abierta al ver que Eric y Katie acababan de llegar al pie de las escaleras.
No hubo ninguna otra ocasión para sentir pánico. Tuve que hablar con todo el mundo y continuar ofreciendo la nota jovial propia de la anfitriona. Aunque se había presentado como una fiesta ofrecida por Edward, Alice y yo, era inútil negar que yo me había convertido en el objetivo más popular de agradecimientos y felicitaciones. Quizá debido a que los Cullen tenían un aspecto extraño bajo las luces festivas elegidas por Alice. Quizá porque aquella iluminación sumía la estancia en las sombras y el misterio, y no propiciaba una atmósfera para que las personas normales se relajaran cuando estaban cerca de alguien como Emmett. En una ocasión vi cómo Emmett sonreía a Mike por encima de la mesa de la comida. Este dio un paso atrás, asustado por los centelleos que las luces rojas arrancaban a los dientes del vampiro.
Lo más probable era que Alice hubiera hecho esto a propósito para obligarme a ser el centro de atención, una posición con la que, en su opinión, yo debería disfrutar. Ella me obligaba a seguir los usos y costumbres de los hombres para hacerme sentir humana.
La fiesta fue un éxito rotundo a pesar del estado de tensión nerviosa provocado por la presencia de los Cullen, aunque tal vez eso sólo añadiera una nota de emoción al ambiente del local. El ritmo de la música era contagioso; las luces, casi hipnóticas; la comida debía de estar buena a juzgar por la velocidad con que desaparecía. La estancia pronto estuvo abarrotada, aunque no hasta el punto de provocar claustrofobia. Parecía haber acudido la clase entera del último curso al completo, además de algunos alumnos de cursos inferiores. Los asistentes movían los cuerpos al ritmo del compás marcado con los pies y todos estaban a punto de ponerse a bailar.
No estaba siendo tan terrible como había temido. Seguí el ejemplo de Alice y me mezclé y charlé con todos, que parecían bastante fáciles de complacer. Estaba segura de que aquella fiesta era con diferencia la mejor de cuantas se habían celebrado en Forks desde hacía mucho tiempo. Alice casi ronroneaba de placer. Nadie iba a olvidar aquella noche.
Di otra vuelta alrededor de la sala y volví a encontrarme con Jessica, que balbuceaba de excitación, pero no era preciso prestarle demasiada atención al ser poco probable que ella necesitara de una respuesta por mi parte. Edward permanecía a mi lado, negándose a apartarse de mí. Mantenía una mano bien sujeta en mi cintura y de vez en cuando me acercaba a él, probablemente como reacción a pensamientos que no quería oír.
Por eso, enseguida me puse en estado de alerta cuando dejó colgar el brazo a un costado y empezó a separarse de mí.
—Quédate aquí —me susurró al oído—. Vuelvo ahora.
Cruzó entre el gentío con gracilidad. Dio la impresión de que no había rozado ninguno de los cuerpos apretados. Se marchó demasiado deprisa como para darme la oportunidad de preguntarle por qué se iba. Entorné los ojos y no le perdí de vista mientras Jessica gritaba con entusiasmo por encima de la música y se colgaba de mi codo, haciendo caso omiso a mi falta de atención.
Le observé cuando llegó a la oscura puerta situada junto a la entrada de la cocina, donde las luces sólo brillaban de forma intermitente. Se inclinó sobre alguien, cuya identificación resultó imposible por culpa de las cabezas de los invitados, que me tapaban el campo de visión.
Me puse de puntillas y estiré el cuello. En ese preciso momento, una luz roja iluminó su espalda e hizo destellar las lentejuelas de la camisa de Alice, cuyo rostro quedó iluminado una fracción de segundo. Fue suficiente.
—Discúlpame un momento, Jessica —farfullé mientras retiraba su brazo de mi codo.
No me detuve a esperar su reacción ni a verificar si mi brusquedad le había molestado. Eludí los cuerpos que se interponían en mi camino y de vez en cuando propiné algún que otro empujón, pocos, por fortuna, ya que no había mucha gente bailando. Me apresuré a cruzar la puerta de la cocina.
Edward se había ido, pero Alice seguía allí, inmóvil en la penumbra, con el rostro desconcertado y la mirada ausente propios de quien acaba de presenciar un terrible accidente. Se sujetaba al marco de la puerta con una de sus manos, como si necesitara ese apoyo.
—¿Qué pasa, Alice? ¿Qué? ¿Qué has visto? —le imploré ensortijando los dedos de las manos con gesto suplicante.
Ella no me miró, siguió con los ojos clavados a lo lejos. Seguí la dirección de su mirada y me percaté de cómo Alice captaba la atención de Edward a través de la habitación. El rostro de Edward era tan inexpresivo como una piedra. Se volvió y desapareció en las sombras de debajo de la escalera.
El timbre sonó en ese momento, cuando habían transcurrido varias horas desde la última llamada. Alice alzó la vista con expresión perpleja que pronto se convirtió en una mueca de disgusto.
—¿Quién ha invitado al licántropo?
Le puse mala cara cuando me agarró.
—Culpable —admití.
Se me había pasado por la cabeza la posibilidad de anular la invitación, pero ¿quién iba a pensar que Jacob fuera capaz de aparecer allí, como si tal cosa? Ni en el más descabellado de los sueños...
—Bueno, en tal caso, hazte cargo de él. He de hablar con Carlisie.
—¡No, Alice, aguarda!
Intenté agarrarla por el brazo, pero ella ya se había marchado y mi mano se cerró en el vacío.
—¡Maldita sea! —rezongué.
Adiviné lo que ocurría. Alice había tenido la visión que había esperado desde hacía tanto tiempo y, francamente, no me sentía con ánimos para soportar el suspense mientras atendía la puerta. El timbre volvió a sonar un buen rato. Alguien mantenía pulsado el botón. Actué con resolución. Di la espalda a la puerta de la cocina y registré la sala a oscuras con la mirada en busca de Alice.
No logré ver nada. Comencé a abrirme paso hacia las escaleras.
—¡Hola, Bella!
La voz gutural de Jacob resonó en un momento durante el que no sonaba la música. Muy a mi pesar, alcé los ojos al oír mi nombre.
Puse cara de pocos amigos.
En vez de un hombre lobo habían venido tres. Jacob había entrado por su cuenta, flanqueado por Quil y Embry, que parecían muy tensos mientras miraban a un lado y otro de la estancia como si estuvieran adentrándose en una cripta embrujada. La mano temblorosa de Embry todavía sostenía la puerta y tenía la mitad del cuerpo fuera, preparado para echar a correr.
Jacob me saludó con la mano. Estaba más calmado que sus compañeros, pero arrugaba la nariz con gesto de repulsión. También le saludé con la mano, pero en señal de despedida. Luego, me volví en busca de Alice. Me colé por un hueco que había entre las espaldas de Conner y Lauren...
...pero él apareció de la nada, me puso la mano en el hombro y me llevó hasta las sombras imperantes en los aledaños de la cocina.
—¡Qué bienvenida tan cordial! —apuntó.
Agité mi mano libre y le fulminé con la mirada.
—¿Qué rayos haces aquí?
—Me invitaste tú, ¿lo recuerdas?
—Por si el gancho de derecha fue demasiado sutil para ti, permíteme que te lo traduzca: era una cancelación de la invitación.
—No tengas tan poco espíritu deportivo. Encima de que te traigo un regalo de graduación y todo.
Me crucé de brazos. No me apetecía nada pelearme con Jacob en ese momento. Ardía en deseos de saber en qué consistía la visión de Alice y qué decían al respecto Edward y Carlisle. Estiré el cuello para buscarlos con la mirada por un costado de Jacob.
—Devuélvelo a la tienda, Jake. Tengo asuntos que atender.
Él obstaculizó mi línea de visión para requerir mi atención.
—No puedo devolverlo a ninguna tienda porque no lo he comprado. Lo hice con mis propias manos, y me costó bastante tiempo.
Volví a echar mi cuerpo a un lado, pero no conseguí ver a ningún miembro de la familia Cullen. ¿Dónde se habían metido? Escruté la penumbra una vez más.
—Venga, vamos, Bella. ¡No hagas como que no estoy aquí!
—No lo hago —no los veía por ninguna parte—. Mira, Jake, ahora tengo la cabeza en otra parte...
Puso la mano debajo de mi barbilla y me obligó a alzar el rostro.
—¿Podría recabar el privilegio de unos segundos de toda su atención, señorita Swan?
Me alejé para evitar el contacto con él.
—No seas sobón, Jacob —mascullé.
—Disculpa —contestó de inmediato, mientras alzaba los brazos simulando que se rendía—. Lo siento de veras, me refiero a lo del otro día. No debí besarte de ese modo. Estuvo mal. Supongo que me hice falsas ilusiones al pensar que me querías.
—Falsas ilusiones... ¡Qué descripción tan certera!
—Sé amable, ya sabes, al menos podrías aceptar mis disculpas.
—Vale, disculpas aceptadas, y ahora, si me perdonas un momento…
—Vale —repuso entre dientes.
Lo dijo con una voz tan diferente que dejé de buscar a Alice y estudié su rostro. Tenía la vista clavada en el suelo para ocultar los ojos. El labio inferior sobresalía levemente.
—Supongo que preferirás estar con tus amigos «de verdad» —dijo con el mismo tono abatido—. Ya lo pillo.
—¡Eh, Jake! —me quejé—. Sabes que eso no es justo.
—¿Ah, no?
—Deberías saberlo —me incliné hacia delante y alcé la vista en un intento de establecer contacto visual. Entonces, él levantó los ojos por encima de mi cabeza, para evitar mi mirada—. ¿Jake?
El rehusó mirarme.
—Eh, dijiste que me habías hecho algo, ¿no? —pregunté—. ¿Era pura palabrería? ¿Dónde está mi regalo?
Mi intento de simular entusiasmo fue patético, pero funcionó. Puso los ojos en blanco y me hizo un mohín. Proseguí con la patética farsa de la petición y mantuve abierta la mano delante de mí:
—Sigo esperando.
—Bueno —refunfuñó con sarcasmo, pero metió la mano en el bolsillo trasero de los vaqueros del que sacó una bolsita de holgada tela multicolor fuertemente atada con cintas de cuero. La depositó en mi mano.
—Vaya, qué cucada, Jake. ¡Gracias!
Suspiró.
—El regalo está dentro, Bella.
—Ah.
Me enredé con las cintas. Él resopló y me quitó la bolsita para abrirla con un sencillo tirón de la cinta adecuada. Mantuve la mano extendida, pero él agitó la bolsa y dejó caer algo plateado en mi mano. Los eslabones de metal tintinearon levemente.
—No hice la pulsera —admitió—, sólo el dije.
Sujeto a uno de los eslabones de plata había un pequeño adorno tallado en madera. Lo sostuve entre los dedos para examinarlo de cerca. Sorprendía la cantidad de detalles enrevesados de la figurita, un lobo en miniatura de extremado realismo, incluso estaba labrado en una madera de tonalidades rojizas que encajaban con el color de su pelambrera.
—Es precioso —susurré—. ¿Lo has hecho tú? ¿Cómo?
El se encogió de hombros.
—Es una habilidad que aprendí de Billy... Se le da mejor que a mí.
—Resulta difícil de creer —murmuré mientras daba vueltas y más vueltas al lobito de madera entre los dedos.
—¿Te gusta de verdad?
—¡Sí! Es increíble, jake.
Jacob esbozó una sonrisa que al principio fue de felicidad, pero luego la expresión se llenó de amargura.
—Bueno, supuse que esto quizás hiciera que te acordaras de mí de vez en cuando. Ya sabes cómo son estas cosas, ojos que no ven, corazón que no siente.
Ignoré su actitud.
—Ten, ayúdame a ponérmelo.
Le ofrecí la muñeca izquierda, dado que el cabestrillo me impedía mover la mano derecha. Abrochó el cierre con facilidad a pesar de que parecía demasiado delicado para sus dedazos.
—¿Te lo pondrás? —preguntó.
—Por supuesto que sí.
Me sonrió. Era la sonrisa feliz que tanto me gustaba ver en su cara.
Le correspondí con otra, pero mis ojos volvieron por instinto a la habitación y busqué entre la gente algún indicio de Edward o Alice.
—¿Por qué estás tan trastornada? —preguntó Jacob.
—No es nada —le mentí mientras intentaba concentrarme—. Gracias por el regalo, de veras, me encanta.
—¿Bella? —frunció el ceño hasta que su sombra le oscureció los ojos—. Está a punto de pasar algo, ¿a que sí?
—Jake, yo... No, no es nada.
—No me mientas, se te da fatal. Deberías decirme de qué se trata. Queremos enterarnos de este tipo de cosas —dijo, utilizando al fin el plural.
Lo más probable es que tuviera razón. Los lobos eran parte interesada en lo que estaba pasando, sólo que yo no estaba segura de qué estaba ocurriendo.
—Te lo contaré, Jacob, pero déjame averiguar antes qué pasa, ¿vale? Tengo que hablar con Alice.
Una chispa de comprensión le iluminó el semblante.
—La médium ha tenido una visión.
—Sí, en el momento de aparecer tú.
—¿Es sobre el chupasangres que entró en tu cuarto? —murmuró, manteniendo el tono de voz por debajo del soniquete de la música.
—Guarda relación —admití.
Estuvo cavilando durante un minuto antes de inclinar la cabeza hacia delante para estudiar mis facciones.
—Te estás callando algo que sabes, algo grande.
¿Qué sentido tenía mentirle de nuevo? Me conocía demasiado bien.
—Sí.
Jacob me observó fijamente durante una fracción de segundo y luego se volvió para atraer la atención de sus hermanos de carnada, que seguían en la entrada, incómodos y violentos. Se movieron en cuanto se percataron de su expresión y se abrieron paso con agilidad entre los fiesteros; ellos se movían también con una flexibilidad propia de bailarines. Flanquearon a Jacob en cuestión de medio minuto, descollando muy por encima de mí.
—Ahora, explícate —exigió Jacob.
Embry y Quil miraron de manera alternativa el rostro de mi amigo y el mío, confusos y precavidos.
—No sé prácticamente nada, Jake.
Continué buscando en la sala, pero ahora para que me rescataran. Los licántropos me arrinconaron en una esquina en el sentido más literal del término.
—Entonces, cuéntanos lo que sepas.
Los tres cruzaron los brazos sobre el pecho a la vez. La escena tenía una pizca de gracia, aunque sobre todo resultaba amenazadora.
Entonces vi a Alice bajar por las escaleras. Su piel nivea refulgía bajo la luz púrpura.
—¡Alice! —chillé con alivio.
Ella me miró en cuanto grité su nombre a pesar de que el chundachunda de los altavoces tendría que haber ahogado mi voz. Moví el brazo libre con energía y observé su rostro cuando ella se fijó en los tres hombres lobo que se inclinaban sobre mí. Entornó los ojos.
Sin embargo, antes de que se produjera esa reacción, la tensión y el miedo dominaron su rostro. Me mordí el labio mientras se acercaba con sus andares saltarines.
Jacob, Quil y Embry se alejaron de ella con expresiones de preocupación. Alice rodeó mi cintura con el brazo.
—He de hablar contigo —me susurró al oído.
—Esto, Jake, te veré luego... —farfullé cuando se calmó la situación.
El alargó su enorme brazo para bloquearnos el paso, apoyando la mano contra la pared.
—Eh, no tan deprisa.
Alice alzó la vista para clavarle sus ojos desorbitados de incredulidad.
—¿Disculpa?
—Dinos qué está pasando —exigió él con un gruñido.
Jasper se materializó literalmente de la nada. Alice y yo estábamos contra la pared y al segundo siguiente Jasper estaba junto a Jacob, en el costado opuesto al del brazo extendido, con expresión aterradora.
Jacob retiró el brazo con lentitud. Parecía el mejor movimiento posible, partiendo de la base de que quería conservar ese miembro.
—Tenemos derecho a enterarnos —murmuró Jacob, lanzando una mirada desafiante a Alice.
Jasper se interpuso entre ellos. Los licántropos se aprestaron a la lucha.
—Eh, eh —intervine, añadiendo una risilla ligeramente histérica—. Esto es una fiesta, ¿os acordáis?
Nadie me hizo el menor caso. Jacob fulminó a Alice con la mirada mientras Jasper hacía lo propio con Jacob. De pronto, Alice se quedó pensativa.
—Está bien, Jasper. En realidad, tiene razón.
Jasper no relajó la posición ni un ápice.
Me embargaba una tensión tan fuerte que estaba convencida de que me iba a estallar la cabeza de un momento a otro.
—¿Qué has visto, Alice?
Ella miró a Jacob durante unos instantes y luego se volvió hacia mí. Era evidente que había decidido dejar que se enteraran.
—La decisión está tomada.
—¿Os vais a Seattle?
—No.
Sentí cómo el color huía de mi rostro y noté un retortijón en el estómago.
—Vienen hacia aquí —aventuré con voz ahogada.
Los muchachos quileute observaban en silencio, leyendo el involuntario juego de emociones de nuestros rostros. Se habían quedado clavados donde estaban, pero aun así no permanecían del todo quietos. Las manos no dejaban de temblarles.
—Sí.
—Vienen a Forks —susurré.
—Sí.
—¿Con qué fin?
Ella comprendió mi pregunta y asintió.
—Uno de ellos lleva tu blusa roja.
Intenté tragar saliva.
La expresión de Jasper era de desaprobación. No le gustaba debatir aquello delante de los hombres lobo, pero le urgía decir algo.
—No podemos dejarles llegar tan lejos. No somos bastantes para proteger el pueblo.
—Lo sé —repuso Alice con el rostro súbitamente desolado—, pero no importa dónde les plantemos cara, porque vamos a seguir siendo pocos, y siempre quedará alguno que vendrá a registrar el pueblo.
—¡No! —murmuré.
El estruendo de la fiesta sofocó mi grito de rechazo. A nuestro alrededor, mis amigos, vecinos e insignificantes rivales comían, reían y se movían al ritmo de la música, ajenos al hecho de que estaban a punto de enfrentarse al peligro, el terror y quizá la muerte. Por mi causa.
—Alice, debo irme, he de alejarme de aquí —le dije articulando para que me leyera los labios.
—Eso no sirve de nada. No es como si nos las viéramos con un rastreador. Ellos seguirían viniendo primero aquí.
—En tal caso, he de salir a su encuentro —si no hubiera tenido la voz tan ronca y forzada, la frase habría sido un grito—. Quizá se vayan sin hacer daño a nadie si encuentran lo que vienen a buscar.
—¡Bella! —protestó Alice.
—Espera —ordenó Jacob con voz enérgica—. ¿Quién viene?
Alice le dirigió una mirada gélida.
—Son de los nuestros. Un montón.
—¿Por qué?
—Vienen a por Bella. Es cuanto sabemos.
—¿Os superan en número? ¿Son demasiados para vosotros? —preguntó.
Jasper se molestó.
—Contamos con algunas ventajas, perro. Será una lucha igualada.
—No —le contradijo Jacob; una media sonrisa, fiera y extraña, se extendió por su rostro—, no va a ser igualada.
—¡Excelente! —exclamó Alice, cuya nueva expresión miré fijamente, paralizada por el pánico. Su rostro estaba exultante y la desesperación había desaparecido de sus rasgos perfectos.
Dedicó a Jacob una ancha sonrisa que él le devolvió.
—No tendré visiones si intervenís vosotros, por supuesto —comentó, muy pagada de sí misma—. Es un problema, pero, tal y como están las cosas, lo asumo.
—Debemos coordinarnos —dijo Jacob—. No nos va a ser fácil. Éste sigue siendo más un trabajo para nosotros que para vosotros.
—Yo no iría tan lejos, pero necesitamos la ayuda, así que no nos vamos a poner tiquismiquis.
—Espera, espera, espera —los interrumpí.
Alice estaba de puntillas y Jacob se inclinaba hacia ella, ambos con los rostros relucientes de entusiasmo a pesar de tener la nariz arrugada a causa de sus respectivos olores. Me miraron con impaciencia.
—¿Coordinaros? —repetí entre dientes.
—¿De veras crees que nos vamos a quedar fuera de esto? —preguntó Jacob.
—¡Estáis fuera de esto!
—No es eso lo que piensa vuestra médium.
—Alice, niégate —insistí—. Los matarán a todos.
Jacob, Quil y Embry se echaron a reír a mandíbula batiente.
—Bella —contestó Alice con voz suave y apaciguadora—, todos moriremos si actuamos por separado, juntos...
—...no habrá problema —Jacob concluyó la frase.
Quil volvió a reírse y preguntó con entusiasmo.
—¿Cuántos son?
—¡No! —grité.
Alice ni siquiera me miró.
—Su número varía... Ahora son veintiuno, pero la cifra va a bajar.
—¿Por qué? —preguntó Jacob con curiosidad.
—Es una larga historia —contestó Alice, mirando de repente a su alrededor—, y éste no es el lugar adecuado para contarla.
—¿Y qué tal esta noche, más tarde? —presionó Jacob.
—De acuerdo —le contestó Jasper—. Si vais a luchar con nosotros, vais a necesitar algo de instrucción.
Todos los lobos pusieron cara de contrariedad en cuanto oyeron la segunda parte de la frase.
—¡No! —protesté.
—Esto va a resultar un poco raro —comentó Jasper pensativamente—. Nunca había sopesado la posibilidad de trabajar en equipo. Ésa debe ser nuestra prioridad.
—Sin ninguna duda —coincidió Jacob, a quien le entraron las prisas—. Tenemos que volver a por Sam. ¿A qué hora?
—¿A partir de qué hora es demasiado tarde para vosotros?
Los tres quileute pusieron los ojos en blanco.
—¿A qué hora? —repitió Jacob.
—¿A las tres?
—¿Dónde?
—A quince kilómetros al norte del puesto del guarda forestal de Hoh Forest. Venid por el oeste y podréis seguir nuestro rastro.
—Allí estaremos.
Se dieron media vuelta para marcharse.
—¡Espera, Jake! —grité detrás de él—. ¡No lo hagas, por favor!
El interpelado se detuvo y se dio la vuelta para sonreírme mientras Quil y Embry se encaminaban hacia la puerta con impaciencia.
—No seas ridicula, Bella. Acabas de hacerme un regalo mucho mejor que el mío.
—¡No! —chillé de nuevo.
El sonido de una guitarra eléctrica ahogó mi grito.
Jacob no me respondió. Se apresuró a alcanzar a sus amigos, que ya se habían marchado. Le vi desaparecer sin poder hacer nada.
Capítulo 16: Hito
—¡No tengo nada que ponerme! —me quejé, hablando sola.
Había extendido toda mi ropa sobre la cama tras vaciar los cajones y los armarios. Contemplé los huecos desocupados con la esperanza de que apareciera alguna prenda apropiada.
Mi falda caqui yacía sobre el respaldo de la mecedora, a la espera de que descubriera algo con lo que conjuntara bien, una prenda que me hiciera parecer guapa y adulta, una capaz de transmitir la sensación de «ocasión especial». Me había quedado sin opciones.
Era ya hora de irme y aún llevaba puestos mis calcetines usados favoritos. Iba a tener que asistir a la graduación con ellos a menos que encontrara algo mejor, y no había demasiadas posibilidades.
Torcí el gesto delante de la montaña de ropa apilada en la cama.
Lo peor era que sabía exactamente qué habría llevado si aún la tuviera a mano, la blusa roja robada. Pegué un puñetazo a la pared con la mano buena.
—¡Maldito vampiro ladrón! —grité.
—¿Qué he hecho? —inquirió Alice, que permanecía apoyada con gesto informal junto a la ventana abierta como si hubiera estado allí todo el tiempo. Luego, añadió con una sonrisa—: Toc, toc.
—¿De veras resulta tan duro esperarme que no puedes usar la puerta?
—Yo sólo pasaba por aquí —dejó caer sobre el lecho una caja aplanada de color blanco—. Se me ocurrió que quizá necesitaras algo de ropa para la ocasión.
Observé el gran paquete que descansaba en lo alto de mi decepcionante vestuario e hice una mueca.
—Admítelo —dijo Alice—, soy tu salvación.
—Eres mi salvación —farfullé—. Gracias.
—Bueno, es agradable hacer algo a derechas para variar. No sabes lo irritante que resulta pasar cosas por alto, como hago últimamente. Me siento tan inútil, tan... normal —se encogió aterrada ante esa palabra.
—¿Que no puedo imaginarme lo espantoso que resulta ser normal? Vamos, anda.
Ella se rió.
—Bueno, al menos esto repara el robo de tu maldito ladrón, por lo que ahora sólo me falta por descubrir qué pasa en Seattle, que aún no lo veo...
Todo encajó cuando ella relacionó ambas situaciones en una sola frase. De pronto, tuve clara cuál era la interrelación que no lograba establecer y la esquiva sensación que me había importunado durante varios días. Me quedé mirándola abstraída mientras en el rostro se me congelaba el gesto que había esbozado.
—¿No vas a abrirla? —preguntó. Suspiró cuando no me moví de inmediato y levantó la tapa de la caja ella misma. Sacó una prenda y la sostuvo en alto, pero no lograba concentrarme en ella—. Es preciosa, ¿no crees? He elegido el color azul porque sé que es el color que a Edward más le gusta que lleves.
No le presté atención alguna.
—Es la misma —murmuré.
—¿Qué? —inquirió—. No posees nada similar y a juzgar por lo que estabas gritando, sólo tienes una falda.
—No, Alice, olvídate de las ropas y escucha.
—¿No te gusta?
Una nube de desencanto nubló el rostro de Alice.
—Escúchame, ¿no lo ves? La irrupción en mi casa y el robo de mis cosas van emparejados a la creación de neófitos en Seattle.
La prenda se le escapó de entre los dedos y volvió a caer dentro de la caja.
Alice se concentró ahora, con voz súbitamente aguda.
—¿Qué te hace pensar eso?
—¿Recuerdas lo que dijo Edward sobre usar las lagunas de tu presciencia para mantener fuera de tu vista a los neófitos? Y luego está lo que explicaste en su momento sobre una sincronización demasiado perfecta y el cuidado que había puesto el ladrón en no dejar pistas, como si supiera lo que eres capaz de ver. Creo que él usó esas lagunas. ¿Qué posibilidades hay de que actúen exactamente al mismo tiempo dos personas que saben lo bastante sobre ti para comportarse de ese modo? Ninguna. Es una persona. Es la misma persona. El organizador de ese ejército robó mi aroma.
Alice no estaba habituada a que la sorprendieran. Se quedó allí clavada e inmóvil durante tanto tiempo que comencé a contar los segundos en mi mente mientras esperaba. No se movió durante dos minutos; luego, volvió a mirarme y repuso con voz ahogada:
—Tienes razón, claro que sí, y cuando se considera de ese modo...
—Edward se equivocó —dije con un hilo de voz—. Era una prueba para saber si funcionaba. Aunque tú estuvieras vigilando, si era capaz de entrar y salir sin peligro, podría hacer lo que se le antojara, como, por ejemplo, intentar matarme... No se llevó mis cosas para demostrar que me había encontrado, las robó para tener mi efluvio y posibilitar que otros pudieran encontrarme.
Me miró sorprendida. Yo estaba en lo cierto y leí en sus ojos que ella lo sabía.
—Ay, no —dijo articulando para que le leyera los labios.
Había esperado tanto tiempo a que mis presentimientos tuvieran sentido que sentí un espasmo de alivio a pesar de estar todavía asimilando el hecho de que alguien había creado una tropa de vampiros la misma que había acabado truculentamente con la vida de docenas de personas en Seattle con el propósito expreso de matarme.
En parte, ese alivio se debía a que eso ponía fin a aquella irritante sensación de estar pasando por alto una información sustancial...
...la parte de mayor importancia era de otra índole.
—Bueno —musité—, ya nos podemos relajar todos. Después de todo, nadie intenta exterminar a los Cullen.
—Te equivocas de medio a medio si crees que ha cambiado algo —refutó Alice entre dientes—. Si buscan a uno de los nuestros, van a tener que pasar por encima de nuestros cadáveres para conseguirlo.
—Gracias, Alice, pero al menos ya sabemos cuál es el verdadero objetivo. Eso tiene que ayudar.
—Quizá —murmuró mientras paseaba de un lado a otro de mi habitación.
Pom, pom, pom.
Un puño aporreó la puerta de mi cuarto.
Yo di un salto, pero mi acompañante no pareció oírlo.
—¿Todavía no estás lista? ¡Vamos a llegar tarde! —se quejó Charlie, que parecía estar con los nervios a flor de piel. Había tenido muchos problemas para ponerse elegante.
—Casi estoy. Dame un minuto —pedí con voz quebrada.
Mi padre permaneció en silencio durante una fracción de segundo.
—¿Estás llorando?
—No. Estoy nerviosa. Vete.
Oí cómo sus pasos pesados se alejaban escaleras abajo.
—He de irme —susurró Alice.
—¿Por qué?
—Edward viene hacia aquí, y si se entera de esto...
—¡Vete, vete! —la urgí de inmediato.
Él iba a ponerse como loco si se enteraba. No podría ocultárselo durante demasiado tiempo, pero la ceremonia de graduación no era el mejor momento para que pillara un rebote.
—Póntelo —me ordenó Alice antes de irse a la chita callando por la ventana.
Hice lo que me pidió, vestirme sin pensar, pues estaba en las nubes.
Había planeado hacerme un peinado sofisticado, pero ya no tenía tiempo, por lo que lo alisé y lo atusé como cualquier otro día. No importaba. Más aún, ni siquiera me molesté en mirarme al espejo, ya que no tenía ni idea de si conjuntarían la falda y el jersey de Alice. Tampoco eso importaba. Me eché al brazo la espantosa toga amarilla de poliéster para la graduación y bajé las escaleras a todo correr.
—Estás muy guapa —dijo Charlie con cierta brusquedad, fruto de la emoción reprimida—. ¿Y ese jersey? ¿Es nuevo?
—Sí —murmuré mientras me intentaba concentrar—, me lo regaló Alice. Gracias.
Edward llegó a los pocos minutos de que se marchara su hermana. No había pasado suficiente tiempo para que yo recompusiera una imagen de calma, pero no tuvo ocasión de preguntarme qué ocurría, pues acudimos a la graduación en el coche patrulla.
Charlie no había dado su brazo a torcer a lo largo de la semana anterior y había insistido en llevarme él cuando se enteró de que tenía intención de ir a la ceremonia en el coche de Edward. Comprendí su punto de vista: los padres tienen ciertos privilegios el día de la graduación. Yo accedí de buen grado y Edward lo aceptó de buen humor, llegando a sugerir que fuéramos todos juntos, a lo cual no se opusieron ni Carlisle ni Esme, por lo que mi padre no logró urdir ninguna objeción convincente y tuvo que aceptarle a regañadientes. Por eso, ahora Edward viajaba en el asiento trasero del coche patrulla de mi padre, detrás de la mampara de fibra de vidrio. Mostraba un gesto burlón, probablemente como réplica a la expresión socarrona de Charlie, y una sonrisa cada vez más amplia. Papá le dirigió una mirada a hurtadillas por el espejo retrovisor. Lo más probable es que eso significara que se le habían ocurrido un par de lindezas, y que le traerían problemas conmigo si las decía en voz alta.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Edward mientras me ayudaba a salir del asiento de delante en el aparcamiento del instituto.
—Estoy nerviosa —contesté, y no le mentía.
—Estás preciosa.
Parecía a punto de añadir algo más, pero Charlie, en una maniobra que pretendía ser sutil, se metió entre nosotros y me pasó el brazo por los hombros.
—¿No estás entusiasmada? —me preguntó.
—La verdad es que no —admití.
—Bella, éste es un momento importante. Vas a graduarte en el instituto y ahora te espera el gran mundo... Vas a vivir por tu cuenta... Has dejado de ser mi niña pequeña —se le hizo un nudo en la garganta.
—Papá —protesté—, no vayas a ponerte lacrimógeno...
—¿Quién se pone lacrimógeno? —refunfuñó—. Ahora bien, ¿por qué no te alegras?
—No lo sé, papá. Supongo que aún no noto la emoción, o algo así.
—Me alegro de que Alice haya organizado esa fiesta. Necesitas algo que te anime.
—Claro, para fiestas estoy yo.
Se rió al oír el tono de mi voz y me estrechó por los hombros mientras Edward contemplaba las nubes con gesto pensativo. Charlie nos dejó en la puerta trasera del gimnasio y dio una vuelta alrededor del mismo para acudir a la entrada principal con el resto de los padres.
Se armó un cirio de cuidado cuando la señora Cope, de la oficina principal del colegio, y el señor Varner, el profesor de Cálculo, intentaron ordenarnos a todos alfabéticamente.
—Cullen, a las filas de delante —le ordenó a Edward el señor Varner.
—Hola, Bella.
Alcé la vista para ver a Jessica Stanley saludándome con la mano desde el final de la fila. Sonreía.
Edward me dio un beso fugaz, espiró y fue a ocupar su lugar entre los alumnos cuyo apellido empezaba por ce. Alice no estaba allí. ¿Qué estaría haciendo? ¿Iba a perderse la graduación? En menudo momento se me había ocurrido averiguar de qué iba el percal. Debería haber esperado a que hubiera terminado todo.
— ¡Aquí, Bella, aquí! —me volvió a llamar Jessica.
Retrocedí hasta el final de la cola para ocupar un lugar detrás de ella. Decir que sentía curiosidad por saber por qué se mostraba tan amistosa era quedarse corta. Al acercarme, vi a Angela Weber cinco puestos detrás, que observaba a Jessica con la misma curiosidad.
Jess empezó a farfullar incluso antes de que estuviera lo bastante cerca como para oírla.
—...alucinante. Quiero decir, que parece que fue ayer cuando nos conocimos y ahora vamos a graduarnos juntas —barboteó—. ¿Puedes creerte que todo esto haya acabado? Tengo ganas de chillar.
—Me pasa lo mismo —murmuré.
—Todo parece increíble. ¿Recuerdas tu primer día en el instituto? Nos hicimos amigas enseguida, en cuanto nos vimos. Flipa. Te voy a echar mucho de menos ahora que me voy a California y tú a Alaska. ¡Tienes que prometerme que nos veremos! Me alegra mucho que des una fiesta. Es perfecto, porque no vamos a pasar mucho tiempo juntas en una buena temporada, y como todos nos vamos a marchar...
Y no callaba ni debajo del agua. Estaba segura de que la repentina recuperación de nuestra amistad se debía a la nostalgia de la graduación y a la gratitud de haberla convidado a mi fiesta, una invitación en la que yo no había tenido arte ni parte. Le preste la mayor atención posible mientras me ponía la toga y me descubría feliz de haber terminado a buenas con Jessica.
Aquello era un punto y final. No importaba lo que dijera Eric, el número uno de la promoción, sobre que la ceremonia de entrega de diplomas era un nuevo «comienzo» y todas las demás perogrulladas. Quizás eso fuera más aplicable a mí que al resto, pero aquel día todos dejábamos algo atrás.
Todo se desarrollaba con tal celeridad que tenía la sensación de mantener apretado el botón «avance rápido» del vídeo. ¿Esperaba de nosotros que fuéramos a esa misma velocidad? Impelido por los nervios, Eric hablaba con tal precipitación que las palabras y las frases se atrepellaban unas a otras y dejaron de tener sentido. El director Greene comenzó a llamarnos uno por uno sin apenas pausa entre un nombre y otro. La primera fila del gimnasio se apresuró para recoger el diploma. La pobre señora Cope se mostraba muy torpe a la hora de pasarle al director el diploma correcto para que se lo entregara al estudiante correspondiente.
Observé cómo Alice, que había aparecido de pronto, recorría el estrado con sus andares de bailarina para recoger el suyo con un rostro de máxima concentración. Edward acudió justo detrás, con expresión confundida, pero no alterada. Sólo ellos dos eran capaces de lucir aquel amarillo espantoso y tener un aspecto tan estupendo. Su gracia ultraterrena los diferenciaba del resto del gentío. Me pregunté cómo era posible que me hubiera creído alguna vez su farsa. Un par de ángeles con las alas desplegadas llamarían menos la atención.
Me levanté del asiento en cuanto oí al señor Greene pronunciar mi nombre, a la espera de que avanzara la fila que tenía delante de mí. Me percaté de los vítores que se levantaron en la parte posterior del gimnasio y miré a mi alrededor hasta ver a Jacob y Charlie que, de pie, lanzaban gritos de ánimo. Atisbé la cabeza de Billy a la altura del codo de jake. Conseguí dedicarles algo muy parecido a una sonrisa.
El señor Greene terminó de pronunciar la lista de nombres y pasó a repartir los diplomas con una sonrisa tímida.
—Felicidades, señorita Stanley —farfulló cuando Jess tomó el suyo.
—Felicidades, señorita Swan —masculló mientras depositaba el diploma en mi mano buena.
—Gracias —murmuré.
Y eso fue todo.
Avancé junto a Jessica para ponerme con el resto de los graduados. Ella tenía los ojos rojos y la cara llena de churretes que se secaba con la manga de la toga. Necesité unos instantes para comprender que estaba llorando.
El director dijo algo que no llegué a oír, pero todo el mundo a mi alrededor gritó y chilló. Todos lanzaron al aire los birretes amarillos. Me quité el mío demasiado tarde, por lo que me limité a dejarlo caer al suelo.
—Ay, Bella —lloriqueó Jess por encima del súbito estruendo de conversaciones—. No puedo creer que se haya acabado.
—A mí me da que no se ha terminado —murmuré.
Pasó los brazos por mis hombros y me dijo:
—Tienes que prometerme que estaremos en contacto.
Le devolví el abrazo. Me sentí un poco incómoda mientras eludía su petición.
—Cuánto me alegra haberte conocido, Jessica. Han sido dos años estupendos.
—Lo fueron.
Suspiró, se sorbió la nariz y dejó caer los brazos.
—¡Lauren! —chilló mientras los agitaba por encima de la cabeza y se abría paso entre la masa de ropas amarillas. Los familiares empezaron a reunirse con los graduados, por lo que todos estuvimos más apretados.
Logré atisbar a Angela y a Ben, ya rodeados por sus respectivas familias. Los felicitaría más tarde. Ladeé la cabeza en busca de Alice.
—Felicidades —me susurró Edward al oído mientras sus brazos se enroscaban a mi cintura. Habló con voz contenida. Él no había tenido ninguna prisa en que yo alcanzara aquel hito en particular.
—Eh, gracias.
—Parece que aún no has superado los nervios —observó.
—Aún no.
—¿Qué es lo que aún te preocupa? ¿La fiesta? No va a ser tan horrible.
—Es probable que tengas razón.
—¿A quién estás buscando?
Mi búsqueda no había sido tan sutil como me pensaba.
—A Alice... ¿Dónde está?
—Salió pitando en cuanto recogió el diploma.
Su voz adquirió otro tono diferente. Alcé los ojos para ver su expresión anonadada mientras miraba hacia la salida trasera del gimnasio. Tomé una decisión impulsiva, la clase de cosas que debería pensarme dos veces, aunque rara vez lo hacía.
—¿Estás preocupada por Alice?
—Eh...
No quería responder a eso.
—De todos modos, ¿en qué está pensando? Quiero decir... ¿En qué piensa para mantenerte fuera de su mente?
Clavó los ojos en mí de inmediato y los entrecerró con recelo.
—Lo cierto es que está traduciendo al árabe El himno de batalla de la República. Cuando termine con eso, se propone hacer lo mismo con la lengua de signos coreana.
Solté una risita nerviosa.
—Supongo que eso debería ocupar toda su mente.
—Tú sabes qué le preocupa —me acusó.
—Claro —esbocé un conato de sonrisa—. Se me ocurrió a mí.
El esperó, confuso.
Miré a mi alrededor. Mi padre debía de estar abriéndose camino entre la gente.
—Conociendo a Alice —susurré a toda prisa—, intentará ocultártelo hasta después de la fiesta, pero dado que yo estaba a favor de cancelarla... Bueno, no te enfades y actúa como si tal cosa, ¿vale? Por lo menos, ahora conocemos sus intenciones. Siempre es mejor saber lo máximo posible. No sé cómo, pero ha de ayudar.
—¿De qué me hablas?
Vi aparecer la cabeza de Charlie por encima de otras mientras me buscaba. Me localizó y me saludó con la mano.
—Tú tranquilo, ¿vale?
El asintió una vez y frunció los labios con gesto severo.
Le expliqué mi razonamiento en apresurados cuchicheos.
—Creo que te equivocabas por completo en cuanto a lo que nos va a caer encima. Todo tiene un mismo origen y creo que, en realidad, vienen a por mí. Es una única persona la que ha interferido en las visiones de Alice. El desconocido de mi habitación hizo una prueba para verificar si podía buscarle las vueltas. Va a resultar que quien hace cambiar de opinión a los neófitos y el ladrón de mi ropa es la misma persona. Todo encaja. Mi aroma es para ellos —Edward empalideció de tal modo que me resultó difícil continuar hablando—. Pero, ¿no lo ves? Nadie viene a por vosotros. Es estupendo... Nadie quiere hacer daño a Esme ni a Alice ni a Carlisle.
Abrió los ojos con desmesura y pánico. Estaba aturdido y horrorizado. Al igual que Alice en su momento, veía que mi deducción era acertada.
Puse una mano en su mejilla.
—¡Ten calma! —le supliqué.
—¡Bella! —gorjeó Charlie mientras se abría paso a empellones entre las familias estrechamente arracimadas que nos rodeaban.
—¡Felicidades, pequeña!
Mi padre no dejó de gritar ni siquiera cuando se acercó lo suficiente para poder hablarme al oído. Me rodeó con sus brazos de tal modo que obligó a Edward a hacerse a un lado.
—Gracias —contesté en un murmullo, preocupada por la expresión del rostro de Edward, que...
...no había recuperado el control de sus emociones. Aún tenía las manos extendidas hacia mí, como si pretendiera agarrarme y echar a correr. Su control era un poquito superior al mío. Escaparnos no me parecía ninguna mala idea.
—Jacob y Billy tenían que irse... ¿Los has visto? —preguntó Charlie.
Mi padre retrocedió un paso sin soltar mis hombros. Se mantenía de espaldas a Edward, probablemente, en un esfuerzo por excluirle, aunque en ese preciso momento aquello incluso nos convenía, pues él seguía boquiabierto y con los ojos desorbitados a causa del miedo.
—Oh, sí —le aseguré a mi padre en un intento de prestarle atención—, y también los he oído.
—Aparecer por aquí ha sido un bonito detalle por su parte —dijo Charlie.
—Ajajá.
Vale. Decírselo a Edward había sido una idea calamitosa. Alice había acertado al crear una nube de humo tras la que ocultar sus pensamientos y yo tenía que haber esperado a que nos quedáramos solos en algún lugar, quizá cuando estuviéramos con el resto de la familia, y sin nada frágil a mano, cosas como ventanas, coches o escuelas.
Verle así me estaba haciendo revivir todos mis miedos y algunos más. Su expresión ya había superado el pánico y ahora sus facciones reflejaban pura y simple rabia.
—Bueno, ¿adonde quieres ir a cenar? —preguntó Charlie—. El cielo es el límite.
—Puedo cocinar.
—No seas tonta. ¿Quieres ir al Lodge?—preguntó casi con avidez.
No me gustaba ni una pizca la comida del restaurante favorito de Charlie, pero, ¿qué importaba eso cuando, de todos modos, no iba a ser capaz de tragar ni un bocado?
—Claro, vamos allí, estupendo.
La sonrisa de Charlie se ensanchó más; luego, suspiró y volvió un poco la cabeza hacia Edward sin mirarle en realidad.
—¿Vienes, Edward?
Miré a mi novio con ojos de súplica y él recompuso la expresión antes de que Charlie se volviera del todo para ver por qué no le respondía.
—No, gracias —contestó un poco envarado, con el rostro severo y frío.
—¿Has quedado con tus padres? —preguntó Charlie, con tono molesto. Edward siempre era mucho más amable de lo que mi padre se merecía y aquella súbita hostilidad le sorprendía.
—Exacto, si me disculpáis...
Edward se dio media vuelta de forma brusca y se alejó entre el gentío, cada vez más escaso. Quizá se desplazó un poquito más deprisa de la cuenta para mantener su farsa, habitualmente perfecta.
—¿Qué he dicho? —preguntó Charlie con expresión de culpabilidad.
—No te preocupes, papá —le aseguré—. No tiene nada que ver contigo.
—¿Os habéis vuelto a pelear?
—Nadie ha discutido. No es asunto tuyo.
—Tú lo eres.
Puse los ojos en blanco.
—Vamonos a cenar.
El Lodge estaba hasta los topes. A mi juicio, el local resultaba chabacano y sus precios, excesivos, pero era lo más parecido a un restaurante de verdad que teníamos en el pueblo, por lo que la gente lo frecuentaba cuando celebraba acontecimientos. Melancólica, mantuve la vista fija en una cabeza de alce de aspecto más bien tristón mientras mi padre se zampaba unas costillas de primera calidad y conversaba por encima del respaldo con los padres de Tyler Crowley. Había mucho ruido. Todo el mundo había acudido allí después de la graduación y la mayoría conversaba entre los pasillos de separación de las mesas y por encima de los bancos corridos, como mi padre.
Estaba de espaldas a las ventanas de la calle. Resistí el impulso de girarme y buscar a quien pudiera estar mirándome. Sabía que iba a ser incapaz de ver nada. Estaba tan segura de eso como de que él no iba a dejarme desprotegida ni un segundo, no después de esto.
La cena se alargó. Charlie estaba muy ocupado departiendo a diestro y siniestro, por lo que comió demasiado despacio. Yo cortaba trocitos de mi hamburguesa y los ocultaba entre los pliegues de la servilleta cuando estaba segura de que mi padre centraba su atención en otra cosa. Todo parecía requerir mucho tiempo, pero cada vez que miraba el reloj, lo cual hacía con más frecuencia de la necesaria, apenas se habían movido las manecillas.
Me puse en pie cuando al fin el camarero le dio el cambio y papá dejó una propina en la mesa.
—¿Tienes prisa? —me preguntó.
—Me gustaría ayudar a Alice con lo de la fiesta —mentí.
—De acuerdo.
Se volvió para despedirse de todos los allí presentes. Yo atravese la puerta del local para aguardarle junto al coche patrulla. Me apoyé sobre la puerta del copiloto a la espera de que Charlie lograra salir de la improvisada tertulia. El aparcamiento permanecía casi a oscuras. La nubosidad era tan densa que resultaba difícil determinar si se había puesto o no el sol. La atmósfera resultaba pesada, como cuando está a punto de llover.
Algo se movió entre las sombras.
Mi respiración entrecortada se convirtió en un suspiro de alivio, cuando Edward irrumpió de entre la penumbra.
Me estrechó con fuerza contra su pecho sin pronunciar ni una palabra. Fijó una de sus frías manos en mi barbilla y me obligó a alzar el rostro para poder posar sus duros labios contra los míos. Sentí la tensión de su mentón.
—¿Cómo estás? —pregunté en cuanto me dio un respiro.
—No muy allá —murmuró—, pero he logrado controlarme. Lamento haber perdido los papeles antes.
—Es culpa mía. Tendría que haber esperado para contártelo.
—No —disintió—. Era algo que debía saber. ¡No puedo creer que no haya sido capaz de verlo!
—Tienes muchas cosas en la cabeza.
—¿Y tú no?
De pronto, volvió a besarme sin darme opción a contestar. Se retiró al cabo de un instante.
—Charlie viene hacia aquí.
—Voy a tener que dejarle que me lleve a tu casa.
—Os seguiré hasta allí.
—No es realmente necesario —intenté decir, pero ya se había ido.
—¿Bella? —me llamó Charlie desde la entrada del restaurante mientras escudriñaba las sombras.
—Estoy aquí fuera.
Mi padre salió hacia el coche andando despacio sin dejar de murmurar contra el vicio de la impaciencia.
—Bueno, ¿qué tal lo llevas? —me preguntó mientras conducía por la autovía en dirección norte—. Ha sido un gran día.
—Estoy bien —mentí.
Me caló enseguida y se echó a reír.
—Supongo que andas preocupada por la fiesta, ¿no?
—Sí —volví a mentir.
Esta vez no se dio cuenta.
—No eres de las que les van las fiestas.
—No sé de quién habré heredado eso —susurré.
Charlie rió entre dientes.
—Bueno, estás realmente guapa. Me gustaría pensar que algo he aportado... Perdona.
—No seas tonto, papá.
—No es ninguna tontería. Siempre me siento como si no hubiera hecho por ti nada de lo que debería.
—Eso es una ridiculez. Lo has hecho estupendamente. Eres el mejor padre del mundo, y... —no resultaba fácil hablar de sentimientos con Charlie, pero perseveré después de aclararme la garganta—. Me alegra haber venido a vivir contigo, papá. Es la mejor idea que he tenido jamás. Así que no te preocupes, sólo estoy experimentando un ataque de pesimismo postgraduación.
Bufó.
—Quizá, pero tengo la sensación de haber metido la pata en algunos puntos. Quiero decir... ¡Mira tu mano! —me miré las manos sin comprender. La izquierda descansaba sobre el cabestrillo negro con tanta comodidad que apenas me daba cuenta. El nudillo roto casi no me dolía ya—. Jamás se me ocurrió que tuviera que enseñarte cómo propinar un puñetazo. Supongo que me equivoqué en eso.
—Pero ¿tú no estás de parte de Jacob?
—No importa a favor de quién esté. Si alguien te besa sin tu permiso, tienes que ser capaz de dejar claros tus sentimientos sin resultar herida. No metiste el pulgar dentro del puño, ¿a que no?
—No, papá. Eso está muy bien por tu parte, aunque resulte raro decirlo, pero no creo que unas lecciones hubieran servido de mucho. Jacob tiene la cara como el hormigón.
Charlie soltó una carcajada.
—Pégale en las tripas la próxima vez.
—¿La próxima vez? —pregunté con incredulidad.
—Ah, no seas demasiado dura con el crío. Es muy joven.
—Es odioso.
—Continúa siendo tu amigo.
—Lo sé —suspiré—. La verdad es que no estaba segura de lo que correspondía hacer, papá.
Charlie cabeceó despacio.
—Ya. Lo correcto nunca resulta obvio. Lo que es válido para unos no se puede aplicar a otros. Así que..., buena suerte a la hora de averiguarlo.
—Gracias —le solté en voz baja.
Se rió de nuevo, pero luego torció el gesto.
—Si esa fiesta se desmadra más de la cuenta... —comenzó.
—No te preocupes, papá. Carlisle y Esme van a estar presentes. Estoy segura de que también tú puedes venir, si quieres.
Mi padre hizo una mueca de disgusto y entornó los ojos para mirar la noche a través del parabrisas. Le gustaban las fiestas tan poco como a mí.
—¿Dónde está la próxima salida? —preguntó—. Deberían señalizar mejor el camino hasta la casa... Es imposible encontrarlo de noche.
—Justo detrás de la próxima curva, creo —fruncí los labios—. ¿Sabes qué? Tienes razón... Es imposible encontrarlo. Alice me dijo que iba a incluir un mapa en la invitación, pero aun así, lo más probable es que se pierdan todos los invitados.
Me animé un poco ante esa perspectiva.
—Quizá —dijo Charlie cuando el camino se curvó hacia el este—, o quizá no.
La suave y oscura gasa de la noche cesaba donde debía de estar el camino de los Cullen. Alguien había colocado luces parpadeantes en los árboles que flanqueaban la entrada. Era imposible perderse.
—Alice —dije con acritud.
—Guau —comentó Charlie mientras girábamos hacia el camino.
Los dos árboles del comienzo no eran los únicos iluminados. Cada seis metros aproximadamente había una baliza que nos guiaba durante los cinco kilómetros de trayecto hasta llegar a la gran casa blanca.
—Ella no es de las que dejan las cosas a medias, ¿eh? —murmuró mi padre con respeto.
—¿Seguro que no quieres entrar?
—Absolutamente seguro. Que te diviertas, hija.
—Muchísimas gracias, papá.
Estaba riéndose cuando salí del coche y cerré la puerta. Vi cómo seguía sonriendo mientras se alejaba. Después de suspirar, subí las escaleras para soportar mi propia fiesta.
Había extendido toda mi ropa sobre la cama tras vaciar los cajones y los armarios. Contemplé los huecos desocupados con la esperanza de que apareciera alguna prenda apropiada.
Mi falda caqui yacía sobre el respaldo de la mecedora, a la espera de que descubriera algo con lo que conjuntara bien, una prenda que me hiciera parecer guapa y adulta, una capaz de transmitir la sensación de «ocasión especial». Me había quedado sin opciones.
Era ya hora de irme y aún llevaba puestos mis calcetines usados favoritos. Iba a tener que asistir a la graduación con ellos a menos que encontrara algo mejor, y no había demasiadas posibilidades.
Torcí el gesto delante de la montaña de ropa apilada en la cama.
Lo peor era que sabía exactamente qué habría llevado si aún la tuviera a mano, la blusa roja robada. Pegué un puñetazo a la pared con la mano buena.
—¡Maldito vampiro ladrón! —grité.
—¿Qué he hecho? —inquirió Alice, que permanecía apoyada con gesto informal junto a la ventana abierta como si hubiera estado allí todo el tiempo. Luego, añadió con una sonrisa—: Toc, toc.
—¿De veras resulta tan duro esperarme que no puedes usar la puerta?
—Yo sólo pasaba por aquí —dejó caer sobre el lecho una caja aplanada de color blanco—. Se me ocurrió que quizá necesitaras algo de ropa para la ocasión.
Observé el gran paquete que descansaba en lo alto de mi decepcionante vestuario e hice una mueca.
—Admítelo —dijo Alice—, soy tu salvación.
—Eres mi salvación —farfullé—. Gracias.
—Bueno, es agradable hacer algo a derechas para variar. No sabes lo irritante que resulta pasar cosas por alto, como hago últimamente. Me siento tan inútil, tan... normal —se encogió aterrada ante esa palabra.
—¿Que no puedo imaginarme lo espantoso que resulta ser normal? Vamos, anda.
Ella se rió.
—Bueno, al menos esto repara el robo de tu maldito ladrón, por lo que ahora sólo me falta por descubrir qué pasa en Seattle, que aún no lo veo...
Todo encajó cuando ella relacionó ambas situaciones en una sola frase. De pronto, tuve clara cuál era la interrelación que no lograba establecer y la esquiva sensación que me había importunado durante varios días. Me quedé mirándola abstraída mientras en el rostro se me congelaba el gesto que había esbozado.
—¿No vas a abrirla? —preguntó. Suspiró cuando no me moví de inmediato y levantó la tapa de la caja ella misma. Sacó una prenda y la sostuvo en alto, pero no lograba concentrarme en ella—. Es preciosa, ¿no crees? He elegido el color azul porque sé que es el color que a Edward más le gusta que lleves.
No le presté atención alguna.
—Es la misma —murmuré.
—¿Qué? —inquirió—. No posees nada similar y a juzgar por lo que estabas gritando, sólo tienes una falda.
—No, Alice, olvídate de las ropas y escucha.
—¿No te gusta?
Una nube de desencanto nubló el rostro de Alice.
—Escúchame, ¿no lo ves? La irrupción en mi casa y el robo de mis cosas van emparejados a la creación de neófitos en Seattle.
La prenda se le escapó de entre los dedos y volvió a caer dentro de la caja.
Alice se concentró ahora, con voz súbitamente aguda.
—¿Qué te hace pensar eso?
—¿Recuerdas lo que dijo Edward sobre usar las lagunas de tu presciencia para mantener fuera de tu vista a los neófitos? Y luego está lo que explicaste en su momento sobre una sincronización demasiado perfecta y el cuidado que había puesto el ladrón en no dejar pistas, como si supiera lo que eres capaz de ver. Creo que él usó esas lagunas. ¿Qué posibilidades hay de que actúen exactamente al mismo tiempo dos personas que saben lo bastante sobre ti para comportarse de ese modo? Ninguna. Es una persona. Es la misma persona. El organizador de ese ejército robó mi aroma.
Alice no estaba habituada a que la sorprendieran. Se quedó allí clavada e inmóvil durante tanto tiempo que comencé a contar los segundos en mi mente mientras esperaba. No se movió durante dos minutos; luego, volvió a mirarme y repuso con voz ahogada:
—Tienes razón, claro que sí, y cuando se considera de ese modo...
—Edward se equivocó —dije con un hilo de voz—. Era una prueba para saber si funcionaba. Aunque tú estuvieras vigilando, si era capaz de entrar y salir sin peligro, podría hacer lo que se le antojara, como, por ejemplo, intentar matarme... No se llevó mis cosas para demostrar que me había encontrado, las robó para tener mi efluvio y posibilitar que otros pudieran encontrarme.
Me miró sorprendida. Yo estaba en lo cierto y leí en sus ojos que ella lo sabía.
—Ay, no —dijo articulando para que le leyera los labios.
Había esperado tanto tiempo a que mis presentimientos tuvieran sentido que sentí un espasmo de alivio a pesar de estar todavía asimilando el hecho de que alguien había creado una tropa de vampiros la misma que había acabado truculentamente con la vida de docenas de personas en Seattle con el propósito expreso de matarme.
En parte, ese alivio se debía a que eso ponía fin a aquella irritante sensación de estar pasando por alto una información sustancial...
...la parte de mayor importancia era de otra índole.
—Bueno —musité—, ya nos podemos relajar todos. Después de todo, nadie intenta exterminar a los Cullen.
—Te equivocas de medio a medio si crees que ha cambiado algo —refutó Alice entre dientes—. Si buscan a uno de los nuestros, van a tener que pasar por encima de nuestros cadáveres para conseguirlo.
—Gracias, Alice, pero al menos ya sabemos cuál es el verdadero objetivo. Eso tiene que ayudar.
—Quizá —murmuró mientras paseaba de un lado a otro de mi habitación.
Pom, pom, pom.
Un puño aporreó la puerta de mi cuarto.
Yo di un salto, pero mi acompañante no pareció oírlo.
—¿Todavía no estás lista? ¡Vamos a llegar tarde! —se quejó Charlie, que parecía estar con los nervios a flor de piel. Había tenido muchos problemas para ponerse elegante.
—Casi estoy. Dame un minuto —pedí con voz quebrada.
Mi padre permaneció en silencio durante una fracción de segundo.
—¿Estás llorando?
—No. Estoy nerviosa. Vete.
Oí cómo sus pasos pesados se alejaban escaleras abajo.
—He de irme —susurró Alice.
—¿Por qué?
—Edward viene hacia aquí, y si se entera de esto...
—¡Vete, vete! —la urgí de inmediato.
Él iba a ponerse como loco si se enteraba. No podría ocultárselo durante demasiado tiempo, pero la ceremonia de graduación no era el mejor momento para que pillara un rebote.
—Póntelo —me ordenó Alice antes de irse a la chita callando por la ventana.
Hice lo que me pidió, vestirme sin pensar, pues estaba en las nubes.
Había planeado hacerme un peinado sofisticado, pero ya no tenía tiempo, por lo que lo alisé y lo atusé como cualquier otro día. No importaba. Más aún, ni siquiera me molesté en mirarme al espejo, ya que no tenía ni idea de si conjuntarían la falda y el jersey de Alice. Tampoco eso importaba. Me eché al brazo la espantosa toga amarilla de poliéster para la graduación y bajé las escaleras a todo correr.
—Estás muy guapa —dijo Charlie con cierta brusquedad, fruto de la emoción reprimida—. ¿Y ese jersey? ¿Es nuevo?
—Sí —murmuré mientras me intentaba concentrar—, me lo regaló Alice. Gracias.
Edward llegó a los pocos minutos de que se marchara su hermana. No había pasado suficiente tiempo para que yo recompusiera una imagen de calma, pero no tuvo ocasión de preguntarme qué ocurría, pues acudimos a la graduación en el coche patrulla.
Charlie no había dado su brazo a torcer a lo largo de la semana anterior y había insistido en llevarme él cuando se enteró de que tenía intención de ir a la ceremonia en el coche de Edward. Comprendí su punto de vista: los padres tienen ciertos privilegios el día de la graduación. Yo accedí de buen grado y Edward lo aceptó de buen humor, llegando a sugerir que fuéramos todos juntos, a lo cual no se opusieron ni Carlisle ni Esme, por lo que mi padre no logró urdir ninguna objeción convincente y tuvo que aceptarle a regañadientes. Por eso, ahora Edward viajaba en el asiento trasero del coche patrulla de mi padre, detrás de la mampara de fibra de vidrio. Mostraba un gesto burlón, probablemente como réplica a la expresión socarrona de Charlie, y una sonrisa cada vez más amplia. Papá le dirigió una mirada a hurtadillas por el espejo retrovisor. Lo más probable es que eso significara que se le habían ocurrido un par de lindezas, y que le traerían problemas conmigo si las decía en voz alta.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Edward mientras me ayudaba a salir del asiento de delante en el aparcamiento del instituto.
—Estoy nerviosa —contesté, y no le mentía.
—Estás preciosa.
Parecía a punto de añadir algo más, pero Charlie, en una maniobra que pretendía ser sutil, se metió entre nosotros y me pasó el brazo por los hombros.
—¿No estás entusiasmada? —me preguntó.
—La verdad es que no —admití.
—Bella, éste es un momento importante. Vas a graduarte en el instituto y ahora te espera el gran mundo... Vas a vivir por tu cuenta... Has dejado de ser mi niña pequeña —se le hizo un nudo en la garganta.
—Papá —protesté—, no vayas a ponerte lacrimógeno...
—¿Quién se pone lacrimógeno? —refunfuñó—. Ahora bien, ¿por qué no te alegras?
—No lo sé, papá. Supongo que aún no noto la emoción, o algo así.
—Me alegro de que Alice haya organizado esa fiesta. Necesitas algo que te anime.
—Claro, para fiestas estoy yo.
Se rió al oír el tono de mi voz y me estrechó por los hombros mientras Edward contemplaba las nubes con gesto pensativo. Charlie nos dejó en la puerta trasera del gimnasio y dio una vuelta alrededor del mismo para acudir a la entrada principal con el resto de los padres.
Se armó un cirio de cuidado cuando la señora Cope, de la oficina principal del colegio, y el señor Varner, el profesor de Cálculo, intentaron ordenarnos a todos alfabéticamente.
—Cullen, a las filas de delante —le ordenó a Edward el señor Varner.
—Hola, Bella.
Alcé la vista para ver a Jessica Stanley saludándome con la mano desde el final de la fila. Sonreía.
Edward me dio un beso fugaz, espiró y fue a ocupar su lugar entre los alumnos cuyo apellido empezaba por ce. Alice no estaba allí. ¿Qué estaría haciendo? ¿Iba a perderse la graduación? En menudo momento se me había ocurrido averiguar de qué iba el percal. Debería haber esperado a que hubiera terminado todo.
— ¡Aquí, Bella, aquí! —me volvió a llamar Jessica.
Retrocedí hasta el final de la cola para ocupar un lugar detrás de ella. Decir que sentía curiosidad por saber por qué se mostraba tan amistosa era quedarse corta. Al acercarme, vi a Angela Weber cinco puestos detrás, que observaba a Jessica con la misma curiosidad.
Jess empezó a farfullar incluso antes de que estuviera lo bastante cerca como para oírla.
—...alucinante. Quiero decir, que parece que fue ayer cuando nos conocimos y ahora vamos a graduarnos juntas —barboteó—. ¿Puedes creerte que todo esto haya acabado? Tengo ganas de chillar.
—Me pasa lo mismo —murmuré.
—Todo parece increíble. ¿Recuerdas tu primer día en el instituto? Nos hicimos amigas enseguida, en cuanto nos vimos. Flipa. Te voy a echar mucho de menos ahora que me voy a California y tú a Alaska. ¡Tienes que prometerme que nos veremos! Me alegra mucho que des una fiesta. Es perfecto, porque no vamos a pasar mucho tiempo juntas en una buena temporada, y como todos nos vamos a marchar...
Y no callaba ni debajo del agua. Estaba segura de que la repentina recuperación de nuestra amistad se debía a la nostalgia de la graduación y a la gratitud de haberla convidado a mi fiesta, una invitación en la que yo no había tenido arte ni parte. Le preste la mayor atención posible mientras me ponía la toga y me descubría feliz de haber terminado a buenas con Jessica.
Aquello era un punto y final. No importaba lo que dijera Eric, el número uno de la promoción, sobre que la ceremonia de entrega de diplomas era un nuevo «comienzo» y todas las demás perogrulladas. Quizás eso fuera más aplicable a mí que al resto, pero aquel día todos dejábamos algo atrás.
Todo se desarrollaba con tal celeridad que tenía la sensación de mantener apretado el botón «avance rápido» del vídeo. ¿Esperaba de nosotros que fuéramos a esa misma velocidad? Impelido por los nervios, Eric hablaba con tal precipitación que las palabras y las frases se atrepellaban unas a otras y dejaron de tener sentido. El director Greene comenzó a llamarnos uno por uno sin apenas pausa entre un nombre y otro. La primera fila del gimnasio se apresuró para recoger el diploma. La pobre señora Cope se mostraba muy torpe a la hora de pasarle al director el diploma correcto para que se lo entregara al estudiante correspondiente.
Observé cómo Alice, que había aparecido de pronto, recorría el estrado con sus andares de bailarina para recoger el suyo con un rostro de máxima concentración. Edward acudió justo detrás, con expresión confundida, pero no alterada. Sólo ellos dos eran capaces de lucir aquel amarillo espantoso y tener un aspecto tan estupendo. Su gracia ultraterrena los diferenciaba del resto del gentío. Me pregunté cómo era posible que me hubiera creído alguna vez su farsa. Un par de ángeles con las alas desplegadas llamarían menos la atención.
Me levanté del asiento en cuanto oí al señor Greene pronunciar mi nombre, a la espera de que avanzara la fila que tenía delante de mí. Me percaté de los vítores que se levantaron en la parte posterior del gimnasio y miré a mi alrededor hasta ver a Jacob y Charlie que, de pie, lanzaban gritos de ánimo. Atisbé la cabeza de Billy a la altura del codo de jake. Conseguí dedicarles algo muy parecido a una sonrisa.
El señor Greene terminó de pronunciar la lista de nombres y pasó a repartir los diplomas con una sonrisa tímida.
—Felicidades, señorita Stanley —farfulló cuando Jess tomó el suyo.
—Felicidades, señorita Swan —masculló mientras depositaba el diploma en mi mano buena.
—Gracias —murmuré.
Y eso fue todo.
Avancé junto a Jessica para ponerme con el resto de los graduados. Ella tenía los ojos rojos y la cara llena de churretes que se secaba con la manga de la toga. Necesité unos instantes para comprender que estaba llorando.
El director dijo algo que no llegué a oír, pero todo el mundo a mi alrededor gritó y chilló. Todos lanzaron al aire los birretes amarillos. Me quité el mío demasiado tarde, por lo que me limité a dejarlo caer al suelo.
—Ay, Bella —lloriqueó Jess por encima del súbito estruendo de conversaciones—. No puedo creer que se haya acabado.
—A mí me da que no se ha terminado —murmuré.
Pasó los brazos por mis hombros y me dijo:
—Tienes que prometerme que estaremos en contacto.
Le devolví el abrazo. Me sentí un poco incómoda mientras eludía su petición.
—Cuánto me alegra haberte conocido, Jessica. Han sido dos años estupendos.
—Lo fueron.
Suspiró, se sorbió la nariz y dejó caer los brazos.
—¡Lauren! —chilló mientras los agitaba por encima de la cabeza y se abría paso entre la masa de ropas amarillas. Los familiares empezaron a reunirse con los graduados, por lo que todos estuvimos más apretados.
Logré atisbar a Angela y a Ben, ya rodeados por sus respectivas familias. Los felicitaría más tarde. Ladeé la cabeza en busca de Alice.
—Felicidades —me susurró Edward al oído mientras sus brazos se enroscaban a mi cintura. Habló con voz contenida. Él no había tenido ninguna prisa en que yo alcanzara aquel hito en particular.
—Eh, gracias.
—Parece que aún no has superado los nervios —observó.
—Aún no.
—¿Qué es lo que aún te preocupa? ¿La fiesta? No va a ser tan horrible.
—Es probable que tengas razón.
—¿A quién estás buscando?
Mi búsqueda no había sido tan sutil como me pensaba.
—A Alice... ¿Dónde está?
—Salió pitando en cuanto recogió el diploma.
Su voz adquirió otro tono diferente. Alcé los ojos para ver su expresión anonadada mientras miraba hacia la salida trasera del gimnasio. Tomé una decisión impulsiva, la clase de cosas que debería pensarme dos veces, aunque rara vez lo hacía.
—¿Estás preocupada por Alice?
—Eh...
No quería responder a eso.
—De todos modos, ¿en qué está pensando? Quiero decir... ¿En qué piensa para mantenerte fuera de su mente?
Clavó los ojos en mí de inmediato y los entrecerró con recelo.
—Lo cierto es que está traduciendo al árabe El himno de batalla de la República. Cuando termine con eso, se propone hacer lo mismo con la lengua de signos coreana.
Solté una risita nerviosa.
—Supongo que eso debería ocupar toda su mente.
—Tú sabes qué le preocupa —me acusó.
—Claro —esbocé un conato de sonrisa—. Se me ocurrió a mí.
El esperó, confuso.
Miré a mi alrededor. Mi padre debía de estar abriéndose camino entre la gente.
—Conociendo a Alice —susurré a toda prisa—, intentará ocultártelo hasta después de la fiesta, pero dado que yo estaba a favor de cancelarla... Bueno, no te enfades y actúa como si tal cosa, ¿vale? Por lo menos, ahora conocemos sus intenciones. Siempre es mejor saber lo máximo posible. No sé cómo, pero ha de ayudar.
—¿De qué me hablas?
Vi aparecer la cabeza de Charlie por encima de otras mientras me buscaba. Me localizó y me saludó con la mano.
—Tú tranquilo, ¿vale?
El asintió una vez y frunció los labios con gesto severo.
Le expliqué mi razonamiento en apresurados cuchicheos.
—Creo que te equivocabas por completo en cuanto a lo que nos va a caer encima. Todo tiene un mismo origen y creo que, en realidad, vienen a por mí. Es una única persona la que ha interferido en las visiones de Alice. El desconocido de mi habitación hizo una prueba para verificar si podía buscarle las vueltas. Va a resultar que quien hace cambiar de opinión a los neófitos y el ladrón de mi ropa es la misma persona. Todo encaja. Mi aroma es para ellos —Edward empalideció de tal modo que me resultó difícil continuar hablando—. Pero, ¿no lo ves? Nadie viene a por vosotros. Es estupendo... Nadie quiere hacer daño a Esme ni a Alice ni a Carlisle.
Abrió los ojos con desmesura y pánico. Estaba aturdido y horrorizado. Al igual que Alice en su momento, veía que mi deducción era acertada.
Puse una mano en su mejilla.
—¡Ten calma! —le supliqué.
—¡Bella! —gorjeó Charlie mientras se abría paso a empellones entre las familias estrechamente arracimadas que nos rodeaban.
—¡Felicidades, pequeña!
Mi padre no dejó de gritar ni siquiera cuando se acercó lo suficiente para poder hablarme al oído. Me rodeó con sus brazos de tal modo que obligó a Edward a hacerse a un lado.
—Gracias —contesté en un murmullo, preocupada por la expresión del rostro de Edward, que...
...no había recuperado el control de sus emociones. Aún tenía las manos extendidas hacia mí, como si pretendiera agarrarme y echar a correr. Su control era un poquito superior al mío. Escaparnos no me parecía ninguna mala idea.
—Jacob y Billy tenían que irse... ¿Los has visto? —preguntó Charlie.
Mi padre retrocedió un paso sin soltar mis hombros. Se mantenía de espaldas a Edward, probablemente, en un esfuerzo por excluirle, aunque en ese preciso momento aquello incluso nos convenía, pues él seguía boquiabierto y con los ojos desorbitados a causa del miedo.
—Oh, sí —le aseguré a mi padre en un intento de prestarle atención—, y también los he oído.
—Aparecer por aquí ha sido un bonito detalle por su parte —dijo Charlie.
—Ajajá.
Vale. Decírselo a Edward había sido una idea calamitosa. Alice había acertado al crear una nube de humo tras la que ocultar sus pensamientos y yo tenía que haber esperado a que nos quedáramos solos en algún lugar, quizá cuando estuviéramos con el resto de la familia, y sin nada frágil a mano, cosas como ventanas, coches o escuelas.
Verle así me estaba haciendo revivir todos mis miedos y algunos más. Su expresión ya había superado el pánico y ahora sus facciones reflejaban pura y simple rabia.
—Bueno, ¿adonde quieres ir a cenar? —preguntó Charlie—. El cielo es el límite.
—Puedo cocinar.
—No seas tonta. ¿Quieres ir al Lodge?—preguntó casi con avidez.
No me gustaba ni una pizca la comida del restaurante favorito de Charlie, pero, ¿qué importaba eso cuando, de todos modos, no iba a ser capaz de tragar ni un bocado?
—Claro, vamos allí, estupendo.
La sonrisa de Charlie se ensanchó más; luego, suspiró y volvió un poco la cabeza hacia Edward sin mirarle en realidad.
—¿Vienes, Edward?
Miré a mi novio con ojos de súplica y él recompuso la expresión antes de que Charlie se volviera del todo para ver por qué no le respondía.
—No, gracias —contestó un poco envarado, con el rostro severo y frío.
—¿Has quedado con tus padres? —preguntó Charlie, con tono molesto. Edward siempre era mucho más amable de lo que mi padre se merecía y aquella súbita hostilidad le sorprendía.
—Exacto, si me disculpáis...
Edward se dio media vuelta de forma brusca y se alejó entre el gentío, cada vez más escaso. Quizá se desplazó un poquito más deprisa de la cuenta para mantener su farsa, habitualmente perfecta.
—¿Qué he dicho? —preguntó Charlie con expresión de culpabilidad.
—No te preocupes, papá —le aseguré—. No tiene nada que ver contigo.
—¿Os habéis vuelto a pelear?
—Nadie ha discutido. No es asunto tuyo.
—Tú lo eres.
Puse los ojos en blanco.
—Vamonos a cenar.
El Lodge estaba hasta los topes. A mi juicio, el local resultaba chabacano y sus precios, excesivos, pero era lo más parecido a un restaurante de verdad que teníamos en el pueblo, por lo que la gente lo frecuentaba cuando celebraba acontecimientos. Melancólica, mantuve la vista fija en una cabeza de alce de aspecto más bien tristón mientras mi padre se zampaba unas costillas de primera calidad y conversaba por encima del respaldo con los padres de Tyler Crowley. Había mucho ruido. Todo el mundo había acudido allí después de la graduación y la mayoría conversaba entre los pasillos de separación de las mesas y por encima de los bancos corridos, como mi padre.
Estaba de espaldas a las ventanas de la calle. Resistí el impulso de girarme y buscar a quien pudiera estar mirándome. Sabía que iba a ser incapaz de ver nada. Estaba tan segura de eso como de que él no iba a dejarme desprotegida ni un segundo, no después de esto.
La cena se alargó. Charlie estaba muy ocupado departiendo a diestro y siniestro, por lo que comió demasiado despacio. Yo cortaba trocitos de mi hamburguesa y los ocultaba entre los pliegues de la servilleta cuando estaba segura de que mi padre centraba su atención en otra cosa. Todo parecía requerir mucho tiempo, pero cada vez que miraba el reloj, lo cual hacía con más frecuencia de la necesaria, apenas se habían movido las manecillas.
Me puse en pie cuando al fin el camarero le dio el cambio y papá dejó una propina en la mesa.
—¿Tienes prisa? —me preguntó.
—Me gustaría ayudar a Alice con lo de la fiesta —mentí.
—De acuerdo.
Se volvió para despedirse de todos los allí presentes. Yo atravese la puerta del local para aguardarle junto al coche patrulla. Me apoyé sobre la puerta del copiloto a la espera de que Charlie lograra salir de la improvisada tertulia. El aparcamiento permanecía casi a oscuras. La nubosidad era tan densa que resultaba difícil determinar si se había puesto o no el sol. La atmósfera resultaba pesada, como cuando está a punto de llover.
Algo se movió entre las sombras.
Mi respiración entrecortada se convirtió en un suspiro de alivio, cuando Edward irrumpió de entre la penumbra.
Me estrechó con fuerza contra su pecho sin pronunciar ni una palabra. Fijó una de sus frías manos en mi barbilla y me obligó a alzar el rostro para poder posar sus duros labios contra los míos. Sentí la tensión de su mentón.
—¿Cómo estás? —pregunté en cuanto me dio un respiro.
—No muy allá —murmuró—, pero he logrado controlarme. Lamento haber perdido los papeles antes.
—Es culpa mía. Tendría que haber esperado para contártelo.
—No —disintió—. Era algo que debía saber. ¡No puedo creer que no haya sido capaz de verlo!
—Tienes muchas cosas en la cabeza.
—¿Y tú no?
De pronto, volvió a besarme sin darme opción a contestar. Se retiró al cabo de un instante.
—Charlie viene hacia aquí.
—Voy a tener que dejarle que me lleve a tu casa.
—Os seguiré hasta allí.
—No es realmente necesario —intenté decir, pero ya se había ido.
—¿Bella? —me llamó Charlie desde la entrada del restaurante mientras escudriñaba las sombras.
—Estoy aquí fuera.
Mi padre salió hacia el coche andando despacio sin dejar de murmurar contra el vicio de la impaciencia.
—Bueno, ¿qué tal lo llevas? —me preguntó mientras conducía por la autovía en dirección norte—. Ha sido un gran día.
—Estoy bien —mentí.
Me caló enseguida y se echó a reír.
—Supongo que andas preocupada por la fiesta, ¿no?
—Sí —volví a mentir.
Esta vez no se dio cuenta.
—No eres de las que les van las fiestas.
—No sé de quién habré heredado eso —susurré.
Charlie rió entre dientes.
—Bueno, estás realmente guapa. Me gustaría pensar que algo he aportado... Perdona.
—No seas tonto, papá.
—No es ninguna tontería. Siempre me siento como si no hubiera hecho por ti nada de lo que debería.
—Eso es una ridiculez. Lo has hecho estupendamente. Eres el mejor padre del mundo, y... —no resultaba fácil hablar de sentimientos con Charlie, pero perseveré después de aclararme la garganta—. Me alegra haber venido a vivir contigo, papá. Es la mejor idea que he tenido jamás. Así que no te preocupes, sólo estoy experimentando un ataque de pesimismo postgraduación.
Bufó.
—Quizá, pero tengo la sensación de haber metido la pata en algunos puntos. Quiero decir... ¡Mira tu mano! —me miré las manos sin comprender. La izquierda descansaba sobre el cabestrillo negro con tanta comodidad que apenas me daba cuenta. El nudillo roto casi no me dolía ya—. Jamás se me ocurrió que tuviera que enseñarte cómo propinar un puñetazo. Supongo que me equivoqué en eso.
—Pero ¿tú no estás de parte de Jacob?
—No importa a favor de quién esté. Si alguien te besa sin tu permiso, tienes que ser capaz de dejar claros tus sentimientos sin resultar herida. No metiste el pulgar dentro del puño, ¿a que no?
—No, papá. Eso está muy bien por tu parte, aunque resulte raro decirlo, pero no creo que unas lecciones hubieran servido de mucho. Jacob tiene la cara como el hormigón.
Charlie soltó una carcajada.
—Pégale en las tripas la próxima vez.
—¿La próxima vez? —pregunté con incredulidad.
—Ah, no seas demasiado dura con el crío. Es muy joven.
—Es odioso.
—Continúa siendo tu amigo.
—Lo sé —suspiré—. La verdad es que no estaba segura de lo que correspondía hacer, papá.
Charlie cabeceó despacio.
—Ya. Lo correcto nunca resulta obvio. Lo que es válido para unos no se puede aplicar a otros. Así que..., buena suerte a la hora de averiguarlo.
—Gracias —le solté en voz baja.
Se rió de nuevo, pero luego torció el gesto.
—Si esa fiesta se desmadra más de la cuenta... —comenzó.
—No te preocupes, papá. Carlisle y Esme van a estar presentes. Estoy segura de que también tú puedes venir, si quieres.
Mi padre hizo una mueca de disgusto y entornó los ojos para mirar la noche a través del parabrisas. Le gustaban las fiestas tan poco como a mí.
—¿Dónde está la próxima salida? —preguntó—. Deberían señalizar mejor el camino hasta la casa... Es imposible encontrarlo de noche.
—Justo detrás de la próxima curva, creo —fruncí los labios—. ¿Sabes qué? Tienes razón... Es imposible encontrarlo. Alice me dijo que iba a incluir un mapa en la invitación, pero aun así, lo más probable es que se pierdan todos los invitados.
Me animé un poco ante esa perspectiva.
—Quizá —dijo Charlie cuando el camino se curvó hacia el este—, o quizá no.
La suave y oscura gasa de la noche cesaba donde debía de estar el camino de los Cullen. Alguien había colocado luces parpadeantes en los árboles que flanqueaban la entrada. Era imposible perderse.
—Alice —dije con acritud.
—Guau —comentó Charlie mientras girábamos hacia el camino.
Los dos árboles del comienzo no eran los únicos iluminados. Cada seis metros aproximadamente había una baliza que nos guiaba durante los cinco kilómetros de trayecto hasta llegar a la gran casa blanca.
—Ella no es de las que dejan las cosas a medias, ¿eh? —murmuró mi padre con respeto.
—¿Seguro que no quieres entrar?
—Absolutamente seguro. Que te diviertas, hija.
—Muchísimas gracias, papá.
Estaba riéndose cuando salí del coche y cerré la puerta. Vi cómo seguía sonriendo mientras se alejaba. Después de suspirar, subí las escaleras para soportar mi propia fiesta.
Capítulo 15: Apuesta
Clavé los ojos en él durante más de un minuto sin saber qué decir. No se me ocurría nada.
La seriedad abandonó su cara cuando vio mi expresión de estupefacción.
—Vale —dijo mientras sonreía—. Eso es todo.
—Jake, yo... —sentí como si algo se me pegara a la garganta. Intenté aclarármela—. Yo no puedo... Quiero decir, yo no... Debo irme.
Me volví, pero él me aferró por los hombros y me hizo girar.
—No, espera. Eso ya lo sé, Bella, pero mira... Respóndeme a esto, ¿vale? ¿Quieres que me vaya y no volver a verme? Contesta con sinceridad.
Era difícil concentrarse en esa pregunta, así que me tomé un minuto antes de responder.
—No, no quiero eso —admití al fin.
Jacob esbozó otra gran sonrisa.
—Pero yo no te quiero cerca de mí por la misma razón que tú a mí —objeté.
—En tal caso, dime exactamente por qué me quieres a tu alrededor.
Me lo pensé con cuidado.
—Te echo de menos cuando no estás. Cuando tú eres feliz —puntualicé—, me haces feliz, pero podría decir lo mismo de Charlie. Eres como de la familia, y te quiero, pero no estoy enamorada de ti.
El asintió sin inmutarse.
—Pero deseas que no me vaya de tu vida.
—Así es.
Suspiré. Era inasequible al desaliento.
—Entonces, me quedaré por ahí.
—Lo tuyo es masoquismo —refunfuñé.
—Sí
Acarició mi mejilla derecha con las yemas de los dedos. Aparté su mano de un manotazo.
—¿Crees que podrías comportarte por lo menos un poquito mejor? —pregunté, irritada.
—No. Tú decides, Bella. Puedes tenerme como soy, con mi mala conducta incluida, o nada...
Le miré fijamente, frustrada.
—Eres mezquino.
—Y tú también.
Eso me detuvo un poco y retrocedí un paso sin querer. Él tenía razón. Si yo no fuera mezquina ni egoísta, le diría que no quería que fuéramos amigos y que se alejara. Me equivocaba al intentar mantener la amistad cuando eso iba a herirle. No sabía qué hacía allí, pero de pronto estuve segura de que mi presencia no era conveniente.
—Tienes razón —susurré.
Él se rió.
—Te perdono. Intenta no enfadarte mucho conmigo. En los últimos tiempos, he decidido que no voy a arrojar la toalla. Lo cierto es que esto de las causas perdidas tiene algo irresistible.
—Jacob, le amo —miré fijamente a sus ojos en un intento de que me tomara en serio—. Él es mi vida.
—También me quieres a mí —me recordó. Alzó la mano cuando empecé a protestar—. Sé que no de la misma manera, pero él no es toda tu vida, ya no. Quizá lo fue una vez, pero se marchó, y ahora tiene que enfrentarse a la consecuencia de esa elección: yo.
Sacudí la cabeza.
—Eres imposible.
De pronto, se puso serio y situó su mano debajo de mi barbilla. La sujetó con firmeza para que no pudiera evitar su resuelta mirada.
—Estaré aquí, luchando por ti, hasta que tu corazón deje de latir, Bella —me aseguró—. No olvides que tienes otras opciones.
—Pero yo no las quiero —disentí mientras procuraba, sin éxito alguno, liberar mi barbilla—, y los latidos de mi corazón están contados, Jacob. El tiempo casi se ha acabado.
Entornó los ojos.
—Razón de más para luchar, y luchar duro ahora que aún puedo —susurró.
Todavía sostuvo con fuerza mi mentón, apretaba con tanta fuerza que me hacía daño. Entonces, de repente, vi la resolución en sus ojos y quise oponerme, pero ya era demasiado tarde.
—N...
Estampó sus labios sobre los míos, silenciando mi protesta, mientras me sujetaba la nuca con la mano libre, imposibilitando cualquier conato de fuga. Me besó con ira y violencia. Empujé contra su pecho sin que él pareciera notarlo. A pesar de la rabia, sus labios eran dulces y se amoldaron a los míos con una nueva calidez.
Le agarré por la cara para apartarle, pero fue en vano otra vez. En esta ocasión sí pareció darse cuenta de mi rechazo, y le exasperó. Sus labios consiguieron abrirse paso entre los míos y pude sentir su aliento abrasador en la boca.
Actué por instinto. Dejé caer los brazos a los costados y me quedé inmóvil, con los ojos abiertos, sin luchar ni sentir, a la espera de que se detuviera.
Funcionó. Se esfumó la cólera y él se echó hacia atrás para mirarme. Presionó dulcemente sus labios contra los míos de nuevo, una, dos, tres veces. Fingí ser una estatua y esperé.
Al final, soltó mi rostro y se alejó.
—¿Ya has terminado? —le pregunté con voz inexpresiva.
—Sí.
Suspiró y cerró los ojos.
Eché el brazo hacia atrás y tomé impulso para propinarle un puñetazo en la boca con toda la fuerza de la que era capaz.
Se oyó un crujido.
—Ay, ay, ay —chillé mientras saltaba como una posesa con la mano pegada al pecho.
Estaba segura de que me la había roto.
Jacob me miró atónito.
—¿Estás bien?
—No, caray... ¡Me has roto la mano!
—Bella, tú te has roto la mano. Ahora, deja de bailotear por ahí y permíteme echar un vistazo.
—¡No me toques! ¡Me voy a casa ahora mismo!
—Iré a por el coche —repuso con calma. Ni siquiera tenía colorada la mandíbula, como ocurre en las películas. Qué triste.
—No, gracias —siseé—. Prefiero ir a pie.
Me volví hacia el camino. Estaba a pocos kilómetros de la divisoria. Alice me vería en cuanto me alejara de él y enviaría a alguien a recogerme.
—Déjame llevarte a casa —insistió Jacob.
Increíblemente, tuvo el descaro dé pasarme el brazo por la cintura.
Me alejé con brusquedad de él y gruñí:
—Vale, hazlo. Ardo en deseos de ver qué te hace Edward. Espero que te parta el cuello, chucho imbécil, prepotente y avasallador.
Jacob puso los ojos en blanco y caminó conmigo hasta el lado del copiloto para ayudarme a entrar. Se había puesto a silbar cuando entró por la puerta del conductor.
—Pero... ¿no te he hecho nada de daño? —inquirí, furiosa y sorprendida.
—¿Estás de guasa? Jamás habría pensado que me habías dado un puñetazo si no te hubieras puesto a gritar. Quizá no sea de piedra, pero no soy tan blando.
—Te odio, Jacob Black.
—Eso es bueno. El odio es un sentimiento ardiente.
—Yo te voy a dar ardor —repuse con un hilo de voz—. Asesinato, la última pasión del crimen.
—Venga, vamos —contestó, todo jubiloso y como si estuviera a punto de ponerse a silbar de nuevo—. Ha tenido que ser mejor que besar a una piedra.
—Ni a eso se ha parecido —repuse con frialdad.
Frunció los labios.
—Eso dices tú.
—Lo que es.
Eso pareció molestarle durante unos instantes, pero enseguida se animó.
—Lo que pasa es que estás enfadada. No tengo ninguna experiencia en esta clase de cosas, pero a mí me ha parecido increíble.
—Puaj —me quejé.
—Esta noche te vas a acordar. Cuando él crea que duermes, tú vas a estar sopesando tus opciones.
—Si me acuerdo de ti esta noche, será sólo porque tenga una pesadilla.
Redujo la velocidad del coche a un paso de tortuga y se volvió a mirarme con ojos abiertos y ávidos.
—Piensa en cómo sería, Bella, sólo eso —me instó con voz dulce y entusiasta—. No tendrías que cambiar en nada por mi causa, sabes que a Charlie le haría feliz que me eligieras a mí y yo podría protegerte tan bien como tu vampiro, quizás incluso mejor... Además, yo te haría feliz, Bella. Hay muchas cosas que él no puede darte y yo sí. Apuesto a que él ni siquiera puede besar igual que yo por miedo a herirte, y yo nunca, nunca lo haría, Bella.
Alcé mi mano rota.
Él suspiró.
—Eso no es culpa mía. Deberías haberlo sabido mejor.
—No puedo ser feliz sin él, Jacob.
—Jamás lo has intentado —refutó él—. Cuando te dejó, te aferraste a su ausencia en cuerpo y alma. Podrías ser feliz si lo dejaras. Lo serías conmigo.
—No quiero ser feliz con nadie que no sea él —insistí.
—Nunca podrás estar tan segura de él como de mí. Te abandonó una vez y quizá lo haga de nuevo.
—No lo hará —repuse entre dientes. El dolor del recuerdo me mordió como un latigazo y me llevó a querer devolver el golpe—. Tú me dejaste una vez —le recordé con voz fría. Me refería a las semanas en que se ocultó de mí y en las palabras que me dijo en los bosques cercanos a su casa.
—No fué así —replicó con vehemencia—. Ellos me dijeron que no podía decírtelo, que no era seguro para ti que estuviéramos juntos, pero ¡jamás te dejé, jamás! Solía merodear por tu casa de noche, igual que ahora, para asegurarme de que estabas bien.
No estaba dispuesta a permitir que me hiciera sentir mal por eso en aquel momento.
—Llévame a casa. Me duele la mano.
Suspiró y volvió a conducir a velocidad normal, sin perder de vista la carretera.
—Tú sólo piensa en ello, Bella.
—No —repuse con obstinación.
—Lo harás esta noche, y yo estaré pensando en ti igual que tú en mí.
—Como te dije, sólo si sufro una pesadilla.
Me sonrió abiertamente.
—Me devolviste el beso.
Respiré de forma entrecortada, cerré los puños sin pensar y la mano herida me hizo reaccionar con un siseo de dolor.
—¿Te encuentras bien? —preguntó.
—No te devolví el beso.
—Creo que soy capaz de establecer la diferencia.
—Es obvio que no. No te devolví el beso, intenté que me soltaras de una maldita vez, idiota.
Soltó una risotada gutural.
—¡Qué susceptible! Yo diría que estás demasiado a la defensiva.
Respiré hondo. No tenía sentido discutir con él. Iba a deformar mis palabras. Me concentré en la mano e intenté estirar los dedos a fin de determinar dónde estaba la rotura. Sentí en los nudillos fuertes punzadas de dolor. Gemí.
—Lamento de verdad lo de tu mano —dijo Jacob; casi parecía sincero—. Usa un bate de béisbol o una palanca de hierro la próxima vez que quieras pegarme, ¿vale?
—No creas que se me va a olvidar —murmuré.
No comprendí adonde íbamos hasta que estuvimos en mi calle.
—¿Por qué me traes aquí?
Me miró sin comprender.
—Creí que me habías dicho que te trajera a casa.
—Puaj. Supongo que no puedes llevarme a casa de Edward, ¿verdad? —le reproché mientras rechinaba los dientes con frustración.
El dolor le crispó las facciones. Vi que le afectaba más que cualquier otra cosa que pudiera decir.
—Ésta es tu casa, Bella —repuso en voz baja.
—Ya, pero ¿vive aquí algún doctor? —pregunté mientras alzaba la mano otra vez.
—Ah —se quedó pensando casi un minuto antes de añadir—: Te llevaré al hospital, o lo puede hacer Charlie.
—No quiero ir al hospital. Es embarazoso e innecesario.
Dejó que el vehículo avanzara al ralentí enfrente de la casa sin dejar de pensar, con gesto de indecisión. El coche patrulla de Charlie estaba aparcado en la entrada.
Suspiré.
—Vete a casa, Jacob.
Me bajé torpemente del Volkswagen para dirigirme a la casa. Detrás de mí, el motor se apagó y estaba menos sorprendida que enojada cuando descubrí a Jacob otra vez a mi lado.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó.
—Ponerme un poco en hielo en la mano, telefonear a Edward para pedirle que venga a recogerme y me lleve a casa de Carlisle para que me cure la mano. Luego, si sigues aquí, iré en busca de una palanca.
No contestó. Abrió la puerta de la entrada y la mantuvo abierta para permitirme pasar.
Caminamos en silencio mientras pasábamos delante del cuarto de estar, donde Charlie estaba repantigado en el sofá.
—Hola, chicos —saludó, inclinándose hacia delante—. Cuánto me alegra verte por aquí, Jake.
—Hola, Charlie —le contestó Jacob con tranquilidad y desparpajo.
Caminé sin decir ni mu hacia la cocina.
—¿Qué tripa se le ha roto? —quiso saber mi padre. Escuché cómo Jacob le contestaba:
—Cree que se ha roto la mano.
Me dirigí al congelador y saqué una cubitera.
—¿Cómo se lo ha hecho?
Pensé que Charlie debería divertirse menos y preocuparse más como padre.
Jacob se rió.
—Me pegó.
Charlie también se carcajeó. Torcí el gesto mientras golpeaba la cubitera contra el borde del fregadero. Los cubitos de hielo se desparramaron dentro de la pila. Agarré un puñado con la mano sana, los puse sobre la encimera y los envolví con un paño de cocina.
—¿Por qué te pegó?
—Por besarla —admitió Jacob sin avergonzarse.
—Bien hecho, chaval —le felicitó Charlie.
Apreté los dientes, me dirigí al teléfono fijo y llamé al móvil de Edward.
—¿Bella? —respondió a la primera llamada. Parecía más que aliviado, estaba encantado. Oí de fondo el motor del Volvo, lo cual significaba que ya estaba en el coche. Estupendo—. Te dejaste aquí el móvil. Lo siento. ¿Te ha llevado Jacob a casa?
—Sí —refunfuñé—. ¿Puedes venir a buscarme, por favor?
—Voy de camino —respondió él de inmediato—. ¿Qué ocurre?
—Quiero que Carlisle me examine la mano. Creo que me la he roto.
Se hizo el silencio en la habitación contigua. Me pregunté cuánto tardaría Jacob en salir por pies. Sonreí torvamente al imaginar su inquietud.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió Edward con voz apagada.
—Aticé a Jacob —admití.
—Bien —dijo Edward con voz siniestra—, aunque lamento que te hayas hecho daño.
Solté una risotada. Él sonaba tan complacido como lo había estado Charlie hacía unos instantes.
—Desearía haberle causado algún daño —suspiré, frustrada—. No le hice ni pizca.
—Eso tiene arreglo —sugirió.
—Esperaba que contestaras eso.
Hubo una leve pausa y él, ahora con más precaución, continuó:
—No es propio de ti. ¿Qué te ha hecho?
—Me besó —gruñí.
Al otro lado de la línea sólo se oyó el sonido de un motor al acelerar.
Charlie volvió a hablar en la otra habitación.
—Quizá deberías irte, Jake —sugirió.
—Creo que voy a quedarme por aquí si no te importa.
—Allá tú —murmuró mi padre.
Finalmente, Edward habló de nuevo.
—¿Sigue ahí ese perro?
—Sí.
—Voy a doblar la esquina —anunció, amenazador, y colgó.
Escuché el sonido de su coche acelerando por la carretera mientras estaba colgando el teléfono, sonriente. Los frenos chirriaron con estrépito cuando apareció de sopetón delante de la casa. Fui hacia la puerta.
—¿Cómo está tu mano? —preguntó Charlie cuando pasé por delante. Parecía muy violento, pero Jacob, apoltronado a su lado en el sofá, se hallaba muy a gusto.
Alcé el paquete con hielo para mostrárselo.
—Se está hinchando.
—Quizá deberías elegir rivales de tu propio tamaño —sugirió mi padre.
—Quizá —admití.
Me acerqué para abrir la puerta. Edward me estaba esperando.
—Déjame ver —murmuró.
Examinó mi mano con tanta delicadeza y cuidado que no me causó daño alguno. Tenía las manos tan frías como el hielo, y mi piel agradecía ese tacto gélido.
—Me parece que tienes razón en lo de la fractura —comentó—. Estoy orgulloso de ti. Debes de haber pegado con mucha fuerza.
—Le eché los restos, pero no parece haber bastado.
Suspiré.
Me besó la mano con suavidad.
—Yo me haré cargo —prometió.
—Jacob —llamó Edward con voz sosegada y tranquila.
—Vamos, vamos —avisó Charlie, a quien oí levantarse del sofá.
Jacob llegó antes al vestíbulo y mucho más silenciosamente, pero Charlie no le anduvo a la zaga. Y lo hizo con expresión atenta y ansiosa.
—No quiero ninguna pelea, ¿entendido? —habló mirando sólo a Edward—. Puedo ponerme la placa si eso consigue hacer que mi petición sea más oficial.
—Eso no va a ser necesario —replicó Edward con tono contenido.
—¿Por qué no me arrestas, papá? —sugerí—. Soy yo la que anda dando puñetazos.
Charlie enarcó la ceja.
—¿Quieres presentar cargos, Jake?
—No —Jacob esbozó una ancha sonrisa. Era incorregible—. Ya me lo cobraré en otro momento.
Edward hizo una mueca.
—¿En qué lugar de tu cuarto tienes el bate de béisbol, papá? Voy a tomarlo prestado un minuto.
Charlie me miró sin alterarse.
—Basta, Bella.
—Vamos a ver a Carlisle para que le eche un vistazo a tu mano antes de que acabes en el calabozo —dijo Edward.
Me rodeó con el brazo y me condujo hacia la puerta.
—Vale —contesté.
Ahora que él me acompañaba ya no estaba enfadada. Me sentí confortada y la mano me molestaba menos. Caminábamos por la acera cuando oí susurrar a Charlie detrás de mí.
—¿Qué haces? ¿Estás loco?
—Dame un minuto, Charlie —respondió Jacob—. No te preocupes, enseguida vuelvo.
Volví la vista atrás para descubrir que Jacob hacía ademán de seguirnos. Se detuvo lo justo para cerrar la puerta en las narices a mi padre, que estaba inquieto y sorprendido.
Al principio, Edward le ignoró mientras me llevaba hasta el coche. Me ayudó a entrar, cerró la puerta y después se encaró con Jacob en la acera.
Me incliné para sacar el cuerpo por la ventanilla abierta. Podía ver a mi padre mirando a hurtadillas a través de las cortinas del salón.
La postura de Jacob era despreocupada, con los brazos cruzados sobre el pecho, pero apretaba la mandíbula con fuerza.
Edward habló con voz tan pacífica y amable que confería a sus palabras un tono extrañamente amenazador.
—No voy a matarte ahora. Eso disgustaría a Bella.
—Um —rezongué.
Edward se giró con ligereza para dedicarme una fugaz sonrisa. Conservaba la calma.
—Mañana te preocuparía —dijo mientras me acariciaba la mejilla con los dedos; luego, se volvió hacia Jake—. Pero si alguna vez Bella vuelve con el menor daño, y no importa de quién sea la culpa, da lo mismo que ella se tropiece y caiga o que del cielo surja un meteorito y le acierte en la cabeza, vas a tener que correr el resto de tus días a tres patas. ¿Lo has entendido, chucho?
Jacob puso los ojos en blanco.
—¿Quién va a regresar? —musité.
Edward continuó como si no me hubiera oído.
—Te romperé la mandíbula si vuelves a besarla —prometió con voz suave, aterciopelada y muy seria.
—¿Y qué pasa si es ella quien quiere besarme? —inquirió Jacob arrastrando las palabras con deje arrogante.
—¡Ja! —bufé.
—En tal caso, si es eso lo que quiere, no objetaré nada —Edward se encogió de hombros, imperturbable—. Quizá convendría que esperaras a que ella lo dijera en vez de confiar en tu interpretación del lenguaje corporal, pero… tú mismo, es tu cara.
Jacob esbozó una sonrisa burlona.
—Lo está deseando —refunfuñé.
—Sí, así es —murmuró Edward.
—Bueno, ¿y por qué no te encargas de su mano en vez de estar hurgando en mi cabeza? —espetó Jacob con irritación.
—Una cosa más —dijo Edward, hablando despacio—. Yo también voy a luchar por ella. Deberías saberlo. No doy nada por sentado y pelearé con doble intensidad que tú.
—Bien —gruñó—, no es bueno batir a alguien que se tumba a la bartola.
—Ella es mía —afirmó Edward en voz baja, repentinamente sombría, no tan contenida como antes—, y no dije que fuera a jugar limpio.
—Yo tampoco.
—Mucha suerte.
Jacob asintió.
—Sí, tal vez gane el mejor hombre.
—Eso suena bien, cachorrito.
Jacob hizo una mueca durante unos instantes, pero enseguida recompuso el gesto y se inclinó esquivando a Edward para sonreírme. Yo le devolví una mirada llena de ira.
—Espero que te mejores pronto de la mano. Lamento de veras que estés herida.
De manera pueril, aparté el rostro.
No volví a alzar la mirada mientras Edward daba la vuelta al coche y se subía por el lado del conductor, por lo que no supe si Jacob volvía a la casa o continuaba allí plantado, mirándome.
—¿Cómo estás? —preguntó mi novio mientras nos alejábamos.
—Irritada.
Rió entre dientes.
—Me refería a la mano.
Me encogí de hombros.
—La he tenido peor.
—Cierto —admitió, y frunció el ceño.
Edward rodeó la casa para entrar en el garaje, donde estaban Emmett y Rosalie, cuyas piernas perfectas, inconfundibles a pesar de estar ocultas por unos vaqueros, sobresalían de debajo del enorme Jeep de Emmett. Él se sentaba a su lado con un brazo extendido bajo el coche para orientarlo hacia ella. Necesité un momento para comprender que él desempeñaba las funciones de un gato hidráulico.
Emmett nos observó con curiosidad cuando Edward me ayudo a salir del coche con mucho cuidado y concentró la mirada en la mano que yo acunaba contra el pecho. Esbozó una gran sonrisa
—¿Te has vuelto a caer, Bella?
Le fulminé con la mirada.
—No, Emmett, le aticé un puñetazo en la cara a un hombre lobo.
El interpelado parpadeó y luego estalló en una sonora carcajada Edward me guió, pero cuando pasamos al lado de ambos, Rosalie habló desde debajo del vehículo.
—Jasper va a ganar la apuesta —anunció con petulancia.
La risa de Emmett cesó en el acto y me estudió con ojos calculadores.
—¿Qué apuesta? —quise saber mientras me detenía.
—Deja que te lleve junto a Carlisle —me urgió Edward mientras clavaba los ojos en Emmett y sacudía la cabeza de forma imperceptible.
—¿Qué apuesta? —me empeciné mientras me encaraba con Edward.
—Gracias, Rosalie —murmuró mientras me sujetaba con más fuerza alrededor de la cintura y me conducía hacia la casa.
—Edward... —me quejé.
—Es infantil —se escabulló—. Emmett y Jasper siempre están apostando.
—Emmett me lo dirá.
Intenté darme la vuelta, pero me sujetó con brazo de hierro.
Suspiré.
—Han apostado sobre el número de veces que la pifias a lo largo del primer año.
—Vaya —hice un mohín que intentó ocultar mi repentino pánico al comprender el significado de la apuesta—. ¿Han apostado para ver a cuántas personas voy a matar?
—Sí —admitió él a regañadientes—. Rosalie cree que tu temperamento da más posibilidades a Jasper.
Me sentí un poco mejor.
—Jasper apuesta fuerte.
—Se sentirá mejor si te cuesta habituarte. Está harto de ser el eslabón débil de la cadena.
—Claro, por supuesto que sí. Supongo que podría cometer unos pocos homicidios adicionales para que Jasper se sintiera mejor. ¿Por qué no? —farfullé con voz inexpresiva y monótona. En mi mente ya podía ver los titulares de la prensa y las listas de nombres.
Me dio un apretón.
—No tienes que preocuparte de eso ahora. De hecho, no tienes que preocuparte de eso jamás si así lo deseas.
Proferí un gemido y Edward, impelido por la creencia de que era el dolor de la mano lo que me molestaba, me llevó más deprisa hacia la casa.
Tenía la mano rota, pero la fractura no era seria, sino una diminuta fisura en un nudillo. No quería que me enyesaran la mano y Carlisle dijo que bastaría un cabestrillo si prometía no quitármelo. Y así lo hice.
Edward llegó a creer que estaba inconsciente mientras Carlisle me ajustaba el cabestrillo a la mano con todo cuidado y expresó su preocupación en voz alta las pocas veces que sentí dolor, pero yo le aseguré que no se trataba de eso.
Como si no tuviera que preocuparme por una cosa más después de todo lo que llevaba encima.
Las historias acerca de vampiros recién convertidos que Jasper nos había contado al narrarnos su pasado habían calado en mi mente y ahora arrojaban nueva luz con las noticias de la apuesta de Emmett. Por curiosidad, me detuve a preguntarme qué se habrían apostado. ¿Qué premio puede interesar a quien ya lo tiene todo?
Siempre supe que iba a ser diferente. Albergaba la esperanza de convertirme en alguien fuerte, tal y como me decía Edward. Fuerte, rápida y, por encima de todo, guapa. Alguien capaz de estar junto a él sin desentonar.
Había procurado no pensar demasiado en las restantes características que iba a tener. Salvaje. Sedienta de sangre. Quizá no sería capaz de contenerme a la hora de no matar gente, desconocidos que jamás me habían hecho daño alguno, como el creciente número de víctimas de Seattle, personas con familia, amigos y un futuro, personas con vidas. Y quizá yo fuera el monstruo que iba a arrebatárselas.
Pero podía arreglármelas con esa parte, la verdad, pues confiaba en Edward, confiaba en él ciegamente, estaba segura de que no me dejaría hacer nada de lo que tuviera que arrepentirme. Sabía que él me llevaría a cazar pingüinos a la Antártida si yo se lo pedía y que yo haría cualquier cosa para seguir siendo una buena persona, una «vampira buena». Me hubiera echado a reír como una tonta de no ser por aquella nueva preocupación.
¿Podía convertirme yo en algo parecido a los neófitos, a aquellas imágenes de pesadilla que Jasper había dibujado en mi mente? ¿Y qué sería de todos a cuantos amaba si lo único que quería era matar gente?
Edward estaba demasiado obsesionado con que no me perdiera nada mientras era humana. Aquello solía resultarme bastante estúpido. No me preocupaba desaprovechar experiencias propias de los hombres. Mientras estuviera con él, ¿qué más podía pedir?
Contemplé fijamente su rostro mientras él vigilaba cómo Carlisie me sujetaba el cabestrillo. No había en este mundo nada a quien yo amara más que a él. ¿Podía eso cambiar?
¿Había alguna experiencia humana a la que no estuviera dispuesta a renunciar?
La seriedad abandonó su cara cuando vio mi expresión de estupefacción.
—Vale —dijo mientras sonreía—. Eso es todo.
—Jake, yo... —sentí como si algo se me pegara a la garganta. Intenté aclarármela—. Yo no puedo... Quiero decir, yo no... Debo irme.
Me volví, pero él me aferró por los hombros y me hizo girar.
—No, espera. Eso ya lo sé, Bella, pero mira... Respóndeme a esto, ¿vale? ¿Quieres que me vaya y no volver a verme? Contesta con sinceridad.
Era difícil concentrarse en esa pregunta, así que me tomé un minuto antes de responder.
—No, no quiero eso —admití al fin.
Jacob esbozó otra gran sonrisa.
—Pero yo no te quiero cerca de mí por la misma razón que tú a mí —objeté.
—En tal caso, dime exactamente por qué me quieres a tu alrededor.
Me lo pensé con cuidado.
—Te echo de menos cuando no estás. Cuando tú eres feliz —puntualicé—, me haces feliz, pero podría decir lo mismo de Charlie. Eres como de la familia, y te quiero, pero no estoy enamorada de ti.
El asintió sin inmutarse.
—Pero deseas que no me vaya de tu vida.
—Así es.
Suspiré. Era inasequible al desaliento.
—Entonces, me quedaré por ahí.
—Lo tuyo es masoquismo —refunfuñé.
—Sí
Acarició mi mejilla derecha con las yemas de los dedos. Aparté su mano de un manotazo.
—¿Crees que podrías comportarte por lo menos un poquito mejor? —pregunté, irritada.
—No. Tú decides, Bella. Puedes tenerme como soy, con mi mala conducta incluida, o nada...
Le miré fijamente, frustrada.
—Eres mezquino.
—Y tú también.
Eso me detuvo un poco y retrocedí un paso sin querer. Él tenía razón. Si yo no fuera mezquina ni egoísta, le diría que no quería que fuéramos amigos y que se alejara. Me equivocaba al intentar mantener la amistad cuando eso iba a herirle. No sabía qué hacía allí, pero de pronto estuve segura de que mi presencia no era conveniente.
—Tienes razón —susurré.
Él se rió.
—Te perdono. Intenta no enfadarte mucho conmigo. En los últimos tiempos, he decidido que no voy a arrojar la toalla. Lo cierto es que esto de las causas perdidas tiene algo irresistible.
—Jacob, le amo —miré fijamente a sus ojos en un intento de que me tomara en serio—. Él es mi vida.
—También me quieres a mí —me recordó. Alzó la mano cuando empecé a protestar—. Sé que no de la misma manera, pero él no es toda tu vida, ya no. Quizá lo fue una vez, pero se marchó, y ahora tiene que enfrentarse a la consecuencia de esa elección: yo.
Sacudí la cabeza.
—Eres imposible.
De pronto, se puso serio y situó su mano debajo de mi barbilla. La sujetó con firmeza para que no pudiera evitar su resuelta mirada.
—Estaré aquí, luchando por ti, hasta que tu corazón deje de latir, Bella —me aseguró—. No olvides que tienes otras opciones.
—Pero yo no las quiero —disentí mientras procuraba, sin éxito alguno, liberar mi barbilla—, y los latidos de mi corazón están contados, Jacob. El tiempo casi se ha acabado.
Entornó los ojos.
—Razón de más para luchar, y luchar duro ahora que aún puedo —susurró.
Todavía sostuvo con fuerza mi mentón, apretaba con tanta fuerza que me hacía daño. Entonces, de repente, vi la resolución en sus ojos y quise oponerme, pero ya era demasiado tarde.
—N...
Estampó sus labios sobre los míos, silenciando mi protesta, mientras me sujetaba la nuca con la mano libre, imposibilitando cualquier conato de fuga. Me besó con ira y violencia. Empujé contra su pecho sin que él pareciera notarlo. A pesar de la rabia, sus labios eran dulces y se amoldaron a los míos con una nueva calidez.
Le agarré por la cara para apartarle, pero fue en vano otra vez. En esta ocasión sí pareció darse cuenta de mi rechazo, y le exasperó. Sus labios consiguieron abrirse paso entre los míos y pude sentir su aliento abrasador en la boca.
Actué por instinto. Dejé caer los brazos a los costados y me quedé inmóvil, con los ojos abiertos, sin luchar ni sentir, a la espera de que se detuviera.
Funcionó. Se esfumó la cólera y él se echó hacia atrás para mirarme. Presionó dulcemente sus labios contra los míos de nuevo, una, dos, tres veces. Fingí ser una estatua y esperé.
Al final, soltó mi rostro y se alejó.
—¿Ya has terminado? —le pregunté con voz inexpresiva.
—Sí.
Suspiró y cerró los ojos.
Eché el brazo hacia atrás y tomé impulso para propinarle un puñetazo en la boca con toda la fuerza de la que era capaz.
Se oyó un crujido.
—Ay, ay, ay —chillé mientras saltaba como una posesa con la mano pegada al pecho.
Estaba segura de que me la había roto.
Jacob me miró atónito.
—¿Estás bien?
—No, caray... ¡Me has roto la mano!
—Bella, tú te has roto la mano. Ahora, deja de bailotear por ahí y permíteme echar un vistazo.
—¡No me toques! ¡Me voy a casa ahora mismo!
—Iré a por el coche —repuso con calma. Ni siquiera tenía colorada la mandíbula, como ocurre en las películas. Qué triste.
—No, gracias —siseé—. Prefiero ir a pie.
Me volví hacia el camino. Estaba a pocos kilómetros de la divisoria. Alice me vería en cuanto me alejara de él y enviaría a alguien a recogerme.
—Déjame llevarte a casa —insistió Jacob.
Increíblemente, tuvo el descaro dé pasarme el brazo por la cintura.
Me alejé con brusquedad de él y gruñí:
—Vale, hazlo. Ardo en deseos de ver qué te hace Edward. Espero que te parta el cuello, chucho imbécil, prepotente y avasallador.
Jacob puso los ojos en blanco y caminó conmigo hasta el lado del copiloto para ayudarme a entrar. Se había puesto a silbar cuando entró por la puerta del conductor.
—Pero... ¿no te he hecho nada de daño? —inquirí, furiosa y sorprendida.
—¿Estás de guasa? Jamás habría pensado que me habías dado un puñetazo si no te hubieras puesto a gritar. Quizá no sea de piedra, pero no soy tan blando.
—Te odio, Jacob Black.
—Eso es bueno. El odio es un sentimiento ardiente.
—Yo te voy a dar ardor —repuse con un hilo de voz—. Asesinato, la última pasión del crimen.
—Venga, vamos —contestó, todo jubiloso y como si estuviera a punto de ponerse a silbar de nuevo—. Ha tenido que ser mejor que besar a una piedra.
—Ni a eso se ha parecido —repuse con frialdad.
Frunció los labios.
—Eso dices tú.
—Lo que es.
Eso pareció molestarle durante unos instantes, pero enseguida se animó.
—Lo que pasa es que estás enfadada. No tengo ninguna experiencia en esta clase de cosas, pero a mí me ha parecido increíble.
—Puaj —me quejé.
—Esta noche te vas a acordar. Cuando él crea que duermes, tú vas a estar sopesando tus opciones.
—Si me acuerdo de ti esta noche, será sólo porque tenga una pesadilla.
Redujo la velocidad del coche a un paso de tortuga y se volvió a mirarme con ojos abiertos y ávidos.
—Piensa en cómo sería, Bella, sólo eso —me instó con voz dulce y entusiasta—. No tendrías que cambiar en nada por mi causa, sabes que a Charlie le haría feliz que me eligieras a mí y yo podría protegerte tan bien como tu vampiro, quizás incluso mejor... Además, yo te haría feliz, Bella. Hay muchas cosas que él no puede darte y yo sí. Apuesto a que él ni siquiera puede besar igual que yo por miedo a herirte, y yo nunca, nunca lo haría, Bella.
Alcé mi mano rota.
Él suspiró.
—Eso no es culpa mía. Deberías haberlo sabido mejor.
—No puedo ser feliz sin él, Jacob.
—Jamás lo has intentado —refutó él—. Cuando te dejó, te aferraste a su ausencia en cuerpo y alma. Podrías ser feliz si lo dejaras. Lo serías conmigo.
—No quiero ser feliz con nadie que no sea él —insistí.
—Nunca podrás estar tan segura de él como de mí. Te abandonó una vez y quizá lo haga de nuevo.
—No lo hará —repuse entre dientes. El dolor del recuerdo me mordió como un latigazo y me llevó a querer devolver el golpe—. Tú me dejaste una vez —le recordé con voz fría. Me refería a las semanas en que se ocultó de mí y en las palabras que me dijo en los bosques cercanos a su casa.
—No fué así —replicó con vehemencia—. Ellos me dijeron que no podía decírtelo, que no era seguro para ti que estuviéramos juntos, pero ¡jamás te dejé, jamás! Solía merodear por tu casa de noche, igual que ahora, para asegurarme de que estabas bien.
No estaba dispuesta a permitir que me hiciera sentir mal por eso en aquel momento.
—Llévame a casa. Me duele la mano.
Suspiró y volvió a conducir a velocidad normal, sin perder de vista la carretera.
—Tú sólo piensa en ello, Bella.
—No —repuse con obstinación.
—Lo harás esta noche, y yo estaré pensando en ti igual que tú en mí.
—Como te dije, sólo si sufro una pesadilla.
Me sonrió abiertamente.
—Me devolviste el beso.
Respiré de forma entrecortada, cerré los puños sin pensar y la mano herida me hizo reaccionar con un siseo de dolor.
—¿Te encuentras bien? —preguntó.
—No te devolví el beso.
—Creo que soy capaz de establecer la diferencia.
—Es obvio que no. No te devolví el beso, intenté que me soltaras de una maldita vez, idiota.
Soltó una risotada gutural.
—¡Qué susceptible! Yo diría que estás demasiado a la defensiva.
Respiré hondo. No tenía sentido discutir con él. Iba a deformar mis palabras. Me concentré en la mano e intenté estirar los dedos a fin de determinar dónde estaba la rotura. Sentí en los nudillos fuertes punzadas de dolor. Gemí.
—Lamento de verdad lo de tu mano —dijo Jacob; casi parecía sincero—. Usa un bate de béisbol o una palanca de hierro la próxima vez que quieras pegarme, ¿vale?
—No creas que se me va a olvidar —murmuré.
No comprendí adonde íbamos hasta que estuvimos en mi calle.
—¿Por qué me traes aquí?
Me miró sin comprender.
—Creí que me habías dicho que te trajera a casa.
—Puaj. Supongo que no puedes llevarme a casa de Edward, ¿verdad? —le reproché mientras rechinaba los dientes con frustración.
El dolor le crispó las facciones. Vi que le afectaba más que cualquier otra cosa que pudiera decir.
—Ésta es tu casa, Bella —repuso en voz baja.
—Ya, pero ¿vive aquí algún doctor? —pregunté mientras alzaba la mano otra vez.
—Ah —se quedó pensando casi un minuto antes de añadir—: Te llevaré al hospital, o lo puede hacer Charlie.
—No quiero ir al hospital. Es embarazoso e innecesario.
Dejó que el vehículo avanzara al ralentí enfrente de la casa sin dejar de pensar, con gesto de indecisión. El coche patrulla de Charlie estaba aparcado en la entrada.
Suspiré.
—Vete a casa, Jacob.
Me bajé torpemente del Volkswagen para dirigirme a la casa. Detrás de mí, el motor se apagó y estaba menos sorprendida que enojada cuando descubrí a Jacob otra vez a mi lado.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó.
—Ponerme un poco en hielo en la mano, telefonear a Edward para pedirle que venga a recogerme y me lleve a casa de Carlisle para que me cure la mano. Luego, si sigues aquí, iré en busca de una palanca.
No contestó. Abrió la puerta de la entrada y la mantuvo abierta para permitirme pasar.
Caminamos en silencio mientras pasábamos delante del cuarto de estar, donde Charlie estaba repantigado en el sofá.
—Hola, chicos —saludó, inclinándose hacia delante—. Cuánto me alegra verte por aquí, Jake.
—Hola, Charlie —le contestó Jacob con tranquilidad y desparpajo.
Caminé sin decir ni mu hacia la cocina.
—¿Qué tripa se le ha roto? —quiso saber mi padre. Escuché cómo Jacob le contestaba:
—Cree que se ha roto la mano.
Me dirigí al congelador y saqué una cubitera.
—¿Cómo se lo ha hecho?
Pensé que Charlie debería divertirse menos y preocuparse más como padre.
Jacob se rió.
—Me pegó.
Charlie también se carcajeó. Torcí el gesto mientras golpeaba la cubitera contra el borde del fregadero. Los cubitos de hielo se desparramaron dentro de la pila. Agarré un puñado con la mano sana, los puse sobre la encimera y los envolví con un paño de cocina.
—¿Por qué te pegó?
—Por besarla —admitió Jacob sin avergonzarse.
—Bien hecho, chaval —le felicitó Charlie.
Apreté los dientes, me dirigí al teléfono fijo y llamé al móvil de Edward.
—¿Bella? —respondió a la primera llamada. Parecía más que aliviado, estaba encantado. Oí de fondo el motor del Volvo, lo cual significaba que ya estaba en el coche. Estupendo—. Te dejaste aquí el móvil. Lo siento. ¿Te ha llevado Jacob a casa?
—Sí —refunfuñé—. ¿Puedes venir a buscarme, por favor?
—Voy de camino —respondió él de inmediato—. ¿Qué ocurre?
—Quiero que Carlisle me examine la mano. Creo que me la he roto.
Se hizo el silencio en la habitación contigua. Me pregunté cuánto tardaría Jacob en salir por pies. Sonreí torvamente al imaginar su inquietud.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió Edward con voz apagada.
—Aticé a Jacob —admití.
—Bien —dijo Edward con voz siniestra—, aunque lamento que te hayas hecho daño.
Solté una risotada. Él sonaba tan complacido como lo había estado Charlie hacía unos instantes.
—Desearía haberle causado algún daño —suspiré, frustrada—. No le hice ni pizca.
—Eso tiene arreglo —sugirió.
—Esperaba que contestaras eso.
Hubo una leve pausa y él, ahora con más precaución, continuó:
—No es propio de ti. ¿Qué te ha hecho?
—Me besó —gruñí.
Al otro lado de la línea sólo se oyó el sonido de un motor al acelerar.
Charlie volvió a hablar en la otra habitación.
—Quizá deberías irte, Jake —sugirió.
—Creo que voy a quedarme por aquí si no te importa.
—Allá tú —murmuró mi padre.
Finalmente, Edward habló de nuevo.
—¿Sigue ahí ese perro?
—Sí.
—Voy a doblar la esquina —anunció, amenazador, y colgó.
Escuché el sonido de su coche acelerando por la carretera mientras estaba colgando el teléfono, sonriente. Los frenos chirriaron con estrépito cuando apareció de sopetón delante de la casa. Fui hacia la puerta.
—¿Cómo está tu mano? —preguntó Charlie cuando pasé por delante. Parecía muy violento, pero Jacob, apoltronado a su lado en el sofá, se hallaba muy a gusto.
Alcé el paquete con hielo para mostrárselo.
—Se está hinchando.
—Quizá deberías elegir rivales de tu propio tamaño —sugirió mi padre.
—Quizá —admití.
Me acerqué para abrir la puerta. Edward me estaba esperando.
—Déjame ver —murmuró.
Examinó mi mano con tanta delicadeza y cuidado que no me causó daño alguno. Tenía las manos tan frías como el hielo, y mi piel agradecía ese tacto gélido.
—Me parece que tienes razón en lo de la fractura —comentó—. Estoy orgulloso de ti. Debes de haber pegado con mucha fuerza.
—Le eché los restos, pero no parece haber bastado.
Suspiré.
Me besó la mano con suavidad.
—Yo me haré cargo —prometió.
—Jacob —llamó Edward con voz sosegada y tranquila.
—Vamos, vamos —avisó Charlie, a quien oí levantarse del sofá.
Jacob llegó antes al vestíbulo y mucho más silenciosamente, pero Charlie no le anduvo a la zaga. Y lo hizo con expresión atenta y ansiosa.
—No quiero ninguna pelea, ¿entendido? —habló mirando sólo a Edward—. Puedo ponerme la placa si eso consigue hacer que mi petición sea más oficial.
—Eso no va a ser necesario —replicó Edward con tono contenido.
—¿Por qué no me arrestas, papá? —sugerí—. Soy yo la que anda dando puñetazos.
Charlie enarcó la ceja.
—¿Quieres presentar cargos, Jake?
—No —Jacob esbozó una ancha sonrisa. Era incorregible—. Ya me lo cobraré en otro momento.
Edward hizo una mueca.
—¿En qué lugar de tu cuarto tienes el bate de béisbol, papá? Voy a tomarlo prestado un minuto.
Charlie me miró sin alterarse.
—Basta, Bella.
—Vamos a ver a Carlisle para que le eche un vistazo a tu mano antes de que acabes en el calabozo —dijo Edward.
Me rodeó con el brazo y me condujo hacia la puerta.
—Vale —contesté.
Ahora que él me acompañaba ya no estaba enfadada. Me sentí confortada y la mano me molestaba menos. Caminábamos por la acera cuando oí susurrar a Charlie detrás de mí.
—¿Qué haces? ¿Estás loco?
—Dame un minuto, Charlie —respondió Jacob—. No te preocupes, enseguida vuelvo.
Volví la vista atrás para descubrir que Jacob hacía ademán de seguirnos. Se detuvo lo justo para cerrar la puerta en las narices a mi padre, que estaba inquieto y sorprendido.
Al principio, Edward le ignoró mientras me llevaba hasta el coche. Me ayudó a entrar, cerró la puerta y después se encaró con Jacob en la acera.
Me incliné para sacar el cuerpo por la ventanilla abierta. Podía ver a mi padre mirando a hurtadillas a través de las cortinas del salón.
La postura de Jacob era despreocupada, con los brazos cruzados sobre el pecho, pero apretaba la mandíbula con fuerza.
Edward habló con voz tan pacífica y amable que confería a sus palabras un tono extrañamente amenazador.
—No voy a matarte ahora. Eso disgustaría a Bella.
—Um —rezongué.
Edward se giró con ligereza para dedicarme una fugaz sonrisa. Conservaba la calma.
—Mañana te preocuparía —dijo mientras me acariciaba la mejilla con los dedos; luego, se volvió hacia Jake—. Pero si alguna vez Bella vuelve con el menor daño, y no importa de quién sea la culpa, da lo mismo que ella se tropiece y caiga o que del cielo surja un meteorito y le acierte en la cabeza, vas a tener que correr el resto de tus días a tres patas. ¿Lo has entendido, chucho?
Jacob puso los ojos en blanco.
—¿Quién va a regresar? —musité.
Edward continuó como si no me hubiera oído.
—Te romperé la mandíbula si vuelves a besarla —prometió con voz suave, aterciopelada y muy seria.
—¿Y qué pasa si es ella quien quiere besarme? —inquirió Jacob arrastrando las palabras con deje arrogante.
—¡Ja! —bufé.
—En tal caso, si es eso lo que quiere, no objetaré nada —Edward se encogió de hombros, imperturbable—. Quizá convendría que esperaras a que ella lo dijera en vez de confiar en tu interpretación del lenguaje corporal, pero… tú mismo, es tu cara.
Jacob esbozó una sonrisa burlona.
—Lo está deseando —refunfuñé.
—Sí, así es —murmuró Edward.
—Bueno, ¿y por qué no te encargas de su mano en vez de estar hurgando en mi cabeza? —espetó Jacob con irritación.
—Una cosa más —dijo Edward, hablando despacio—. Yo también voy a luchar por ella. Deberías saberlo. No doy nada por sentado y pelearé con doble intensidad que tú.
—Bien —gruñó—, no es bueno batir a alguien que se tumba a la bartola.
—Ella es mía —afirmó Edward en voz baja, repentinamente sombría, no tan contenida como antes—, y no dije que fuera a jugar limpio.
—Yo tampoco.
—Mucha suerte.
Jacob asintió.
—Sí, tal vez gane el mejor hombre.
—Eso suena bien, cachorrito.
Jacob hizo una mueca durante unos instantes, pero enseguida recompuso el gesto y se inclinó esquivando a Edward para sonreírme. Yo le devolví una mirada llena de ira.
—Espero que te mejores pronto de la mano. Lamento de veras que estés herida.
De manera pueril, aparté el rostro.
No volví a alzar la mirada mientras Edward daba la vuelta al coche y se subía por el lado del conductor, por lo que no supe si Jacob volvía a la casa o continuaba allí plantado, mirándome.
—¿Cómo estás? —preguntó mi novio mientras nos alejábamos.
—Irritada.
Rió entre dientes.
—Me refería a la mano.
Me encogí de hombros.
—La he tenido peor.
—Cierto —admitió, y frunció el ceño.
Edward rodeó la casa para entrar en el garaje, donde estaban Emmett y Rosalie, cuyas piernas perfectas, inconfundibles a pesar de estar ocultas por unos vaqueros, sobresalían de debajo del enorme Jeep de Emmett. Él se sentaba a su lado con un brazo extendido bajo el coche para orientarlo hacia ella. Necesité un momento para comprender que él desempeñaba las funciones de un gato hidráulico.
Emmett nos observó con curiosidad cuando Edward me ayudo a salir del coche con mucho cuidado y concentró la mirada en la mano que yo acunaba contra el pecho. Esbozó una gran sonrisa
—¿Te has vuelto a caer, Bella?
Le fulminé con la mirada.
—No, Emmett, le aticé un puñetazo en la cara a un hombre lobo.
El interpelado parpadeó y luego estalló en una sonora carcajada Edward me guió, pero cuando pasamos al lado de ambos, Rosalie habló desde debajo del vehículo.
—Jasper va a ganar la apuesta —anunció con petulancia.
La risa de Emmett cesó en el acto y me estudió con ojos calculadores.
—¿Qué apuesta? —quise saber mientras me detenía.
—Deja que te lleve junto a Carlisle —me urgió Edward mientras clavaba los ojos en Emmett y sacudía la cabeza de forma imperceptible.
—¿Qué apuesta? —me empeciné mientras me encaraba con Edward.
—Gracias, Rosalie —murmuró mientras me sujetaba con más fuerza alrededor de la cintura y me conducía hacia la casa.
—Edward... —me quejé.
—Es infantil —se escabulló—. Emmett y Jasper siempre están apostando.
—Emmett me lo dirá.
Intenté darme la vuelta, pero me sujetó con brazo de hierro.
Suspiré.
—Han apostado sobre el número de veces que la pifias a lo largo del primer año.
—Vaya —hice un mohín que intentó ocultar mi repentino pánico al comprender el significado de la apuesta—. ¿Han apostado para ver a cuántas personas voy a matar?
—Sí —admitió él a regañadientes—. Rosalie cree que tu temperamento da más posibilidades a Jasper.
Me sentí un poco mejor.
—Jasper apuesta fuerte.
—Se sentirá mejor si te cuesta habituarte. Está harto de ser el eslabón débil de la cadena.
—Claro, por supuesto que sí. Supongo que podría cometer unos pocos homicidios adicionales para que Jasper se sintiera mejor. ¿Por qué no? —farfullé con voz inexpresiva y monótona. En mi mente ya podía ver los titulares de la prensa y las listas de nombres.
Me dio un apretón.
—No tienes que preocuparte de eso ahora. De hecho, no tienes que preocuparte de eso jamás si así lo deseas.
Proferí un gemido y Edward, impelido por la creencia de que era el dolor de la mano lo que me molestaba, me llevó más deprisa hacia la casa.
Tenía la mano rota, pero la fractura no era seria, sino una diminuta fisura en un nudillo. No quería que me enyesaran la mano y Carlisle dijo que bastaría un cabestrillo si prometía no quitármelo. Y así lo hice.
Edward llegó a creer que estaba inconsciente mientras Carlisle me ajustaba el cabestrillo a la mano con todo cuidado y expresó su preocupación en voz alta las pocas veces que sentí dolor, pero yo le aseguré que no se trataba de eso.
Como si no tuviera que preocuparme por una cosa más después de todo lo que llevaba encima.
Las historias acerca de vampiros recién convertidos que Jasper nos había contado al narrarnos su pasado habían calado en mi mente y ahora arrojaban nueva luz con las noticias de la apuesta de Emmett. Por curiosidad, me detuve a preguntarme qué se habrían apostado. ¿Qué premio puede interesar a quien ya lo tiene todo?
Siempre supe que iba a ser diferente. Albergaba la esperanza de convertirme en alguien fuerte, tal y como me decía Edward. Fuerte, rápida y, por encima de todo, guapa. Alguien capaz de estar junto a él sin desentonar.
Había procurado no pensar demasiado en las restantes características que iba a tener. Salvaje. Sedienta de sangre. Quizá no sería capaz de contenerme a la hora de no matar gente, desconocidos que jamás me habían hecho daño alguno, como el creciente número de víctimas de Seattle, personas con familia, amigos y un futuro, personas con vidas. Y quizá yo fuera el monstruo que iba a arrebatárselas.
Pero podía arreglármelas con esa parte, la verdad, pues confiaba en Edward, confiaba en él ciegamente, estaba segura de que no me dejaría hacer nada de lo que tuviera que arrepentirme. Sabía que él me llevaría a cazar pingüinos a la Antártida si yo se lo pedía y que yo haría cualquier cosa para seguir siendo una buena persona, una «vampira buena». Me hubiera echado a reír como una tonta de no ser por aquella nueva preocupación.
¿Podía convertirme yo en algo parecido a los neófitos, a aquellas imágenes de pesadilla que Jasper había dibujado en mi mente? ¿Y qué sería de todos a cuantos amaba si lo único que quería era matar gente?
Edward estaba demasiado obsesionado con que no me perdiera nada mientras era humana. Aquello solía resultarme bastante estúpido. No me preocupaba desaprovechar experiencias propias de los hombres. Mientras estuviera con él, ¿qué más podía pedir?
Contemplé fijamente su rostro mientras él vigilaba cómo Carlisie me sujetaba el cabestrillo. No había en este mundo nada a quien yo amara más que a él. ¿Podía eso cambiar?
¿Había alguna experiencia humana a la que no estuviera dispuesta a renunciar?
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