14 de junio de 2009

Luna Nueva - Capítulo 15: Paris



Y en ese preciso momento salí a la superficie.
Me hallaba desorientada. Hubiera jurado que hacía un momento me estaba ahogando.
Era imposible que la corriente me hubiera sacado de allí. Las rocas se me clavaban en la espalda; una fuerza me empujaba contra ellas rítmicamente, haciendo que expulsara el agua de los pulmones. La eché por la boca y la nariz a borbotones. La sal me quemaba los pulmones y tenía la garganta tan llena de líquido que me era imposible inspirar; además, las rocas me herían la espalda. No sabía cómo había ido a parar a ningún lugar, pues la corriente todavía tiraba de mí. No podía ver otra cosa que agua por todos lados, ya que me llegaba hasta el rostro.
—¡Respira! —me ordenó con angustia una voz; sentí un cruel pinchazo de dolor cuando la reconocí, porque no era la de Edward.
Resultaba imposible obedecerle. La catarata de mi boca no se detenía lo bastante para permitirme tomar aire. El agua negra y helada me llenaba el pecho, me quemaba.
La roca volvió a golpearme en la espalda, justo entre los omóplatos, y otro aluvión de agua me obturó la garganta al salir de los pulmones.
—¡Respira, Bella! ¡Venga! —me suplicó Jacob.
Unos puntos negros, que se iban agrandando cada vez más, me salpicaban la visión y bloqueaban la luz.
La roca me golpeó de nuevo.
No estaba tan fría como el agua; de hecho, la sentía caliente contra mi piel. Me di cuenta de que era la mano de Jacob, que intentaba expulsar el agua de mis pulmones, y aquella barra de hierro que me había sacado del mar también había sido... cálida. .. La cabeza me daba vueltas y los puntos negros lo cubrían todo.
¿Acaso me estaba muriendo de nuevo? No me gustaba, no era tan agradable como la vez anterior. Ahora no había nada que mereciera la pena mirar, lo veía todo oscuro. El batir de las olas se desvanecía en la negrura y terminó convirtiéndose en un susurro monótono que sonaba como si surgiera del interior de mis oídos.
—¿Bella? —inquirió Jacob, con la voz aún tensa, pero no tan exasperada como antes—. Bella, cariño, ¿puedes oírme?
Toda mi cabeza se mecía y balanceaba de un modo vertiginoso, como si su interior se hubiera acompasado al ritmo del agua encrespada.
—¿Cuánto tiempo ha estado inconsciente? —preguntó en ese momento alguien.
La voz que no pertenecía a Jacob me chocó y crispó lo suficiente para permitirme una conciencia más clara.
Me di cuenta de que yacía inerte. La corriente ya no me arrastraba, los tirones sólo existían dentro de mi cabeza. La superficie sobre la que me encontraba era plana e inmóvil. Sentí su textura granulosa contra la piel desnuda.
—No lo sé —contestó Jacob, todavía frenético. Su voz sonaba muy cerca. Sus manos, tenían que ser las suyas, porque nadie las tenía tan calientes, me apartaban el cabello mojado de las mejillas—. ¿Unos cuantos minutos? No me ha llevado mucho tiempo traerla hasta la playa.
El tranquilo susurro que oía en mi cabeza no eran las olas, sino el aire que salía y entraba nuevamente de mis pulmones. Tenía las vías respiratorias en carne viva, como si las hubiera frotado con un estropajo de aluminio, por lo que cada aliento me quemaba, pero todavía respiraba. También estaba helada. Un millar de punzantes gotas congeladas me pinchaban la cara y los brazos, haciendo que el frío fuera aún peor.
—Vuelve a respirar, saldrá de ésta. De todos modos no podemos dejar que se enfríe, no me gusta el color que está tomando —esta vez reconocí la voz de Sam.
—¿Qué crees? ¿Le pasará algo si la movemos?
—¿Se golpeó en la espalda o contra algo al caer?
—No lo sé.
Ambos dudaron.
Intenté abrir los ojos. Me llevó casi un minuto, pero pude ver las oscuras nubes de color púrpura que dejaban caer una lluvia helada sobre mí.
—¿Jake? —grazné.
El rostro de Jacob bloqueó el cielo.
—¡Ah! —jadeó mientras el alivio le recorría las facciones. Tenía los ojos humedecidos a causa del aguacero—. ¡Oh, Bella! ¿Estás bien? ¿Puedes oírme? ¿Te has hecho daño en alguna parte?
—S-sólo en l-la garganta... —tartamudeé, con los labios temblorosos de frío.
—En tal caso, será mejor que te saquemos de aquí —dijo Jacob. Deslizó sus brazos debajo de mí y me alzó sin esfuerzo, como si fuera una caja vacía. Su pecho estaba desnudo, pero caliente; encorvó los hombros para protegerme de la lluvia. Se me deslizó la cabeza hacia su brazo. Miré de forma inexpresiva a su espalda, donde el agua golpeaba con furia la arena.
—¿La tienes? —le oí preguntar a Sam.
—Sí, me la llevaré de aquí. Vuelvo al hospital. Luego me reuniré contigo. Gracias, Sam.
La cabeza todavía me daba vueltas. Su conversación carecía de sentido para mí en ese momento. Sam no contestó. No se oía nada; me pregunté si ya se habría marchado.
Las olas lamían y removían la arena detrás de nosotros mientras Jacob me sacaba de allí. Parecían enfadadas porque me hubiera escapado. Mientras miraba cansinamente hacia el horizonte, una chispa de color captó la atención de mis ojos extraviados; una pequeña llama de fuego bailaba sobre la masa de agua negra, allá lejos, en la bahía. La imagen carecía de sentido y me pregunté si estaba o no consciente. No dejaba de darle vueltas en la cabeza al recuerdo del agua oscura y agitada, donde me había sentido tan perdida que no identificaba con claridad el arriba y el abajo. Tan perdida... Sin embargo Jacob, de alguna manera...
—¿Cómo me encontraste? —pregunté con voz ronca.
—Te estaba buscando —me contestó mientras subía al trote por la playa en dirección a la carretera, bajo la cortina de agua—. Seguí las huellas de las ruedas de tu coche y entonces te oí gritar —se estremeció—. ¿Por qué saltaste, Bella? ¿No te diste cuenta de que se estaba formando una gran tormenta? ¿Por qué no me esperaste? —la ira le colmaba la voz conforme el alivio pasaba a un segundo plano.
—Lo siento —murmuré—. Fue una estupidez.
—Desde luego, ha sido una verdadera estupidez —coincidió. Cayeron de su pelo varias gotas de lluvia cuando asintió con la cabeza—. Mira, ¿te importaría reservarte todas estas tonterías para cuando yo esté cerca? No puedo concentrarme si estoy todo el día pensando que andas tirándote de los acantilados a mi espalda.
—De acuerdo. Sin problemas —le aseguré. Mi voz sonó como la de una fumadora compulsiva. Intenté aclararme la garganta y entonces hice un gesto de dolor; fue como si me hubiera clavado un cuchillo en ese mismo sitio—. ¿Ha ocurrido algo hoy? ¿La... habéis encontrado?
Ahora me tocaba estremecerme a mí a pesar de que, pegada a su cuerpo ridículamente caluroso, no tenía nada de frío.
Jacob negó con la cabeza. Corría más que andaba mientras seguía la carretera en dirección a su casa.
—No, Victoria se arrojó al agua, y los chupasangres tienen allí más ventaja. Por eso volví corriendo a casa. Temía que a nado duplicara la velocidad con la que se movía a pie, y que regresara, y como pasas tanto tiempo en la playa... —se le formó un nudo en la garganta que le impidió hablar.
—Sam volvió contigo... ¿Están todos en casa? —esperaba que no siguieran buscándola.
—Sí. Algo así.
Bajo el aguacero que tamborileaba sobre nosotros, le observé entrecerrando los ojos para estudiar sus facciones. Tenía la mirada tensa por la preocupación o la pena.
Las palabras no cobraron sentido hasta que de pronto encajaron.
—Antes, al hablar con Sam, has mencionado el hospital. ¿Ha resultado herido alguno? ¿Luchó contra vosotros? —el tono de mi voz se alzó una octava, sonando extraño con la ronquera.
—No, no. Se trata de Harry Clearwater. Esta mañana le ha dado un ataque al corazón. Emily nos esperaba con la mala noticia al llegar.
—¿Harry? —sacudí la cabeza mientras intentaba asumir sus palabras—. ¡Oh, no! ¿Lo sabe Charlie?
—Sí. Él también está allí, con mi padre.
—¿Va a salir Harry de ésta?
Los ojos de Jacob se tensaron de nuevo.
—Por ahora, no tiene muy buena pinta.
De pronto, enfermé de culpabilidad. Pensar en el salto absurdo desde el acantilado hizo que me sintiera realmente mal. Nadie debería estar preocupándose por mí en esos instantes. ¡Qué momento más estúpido para volverse temeraria!
—¿Qué puedo hacer? —le pregunté.
Entonces la lluvia dejó de empaparnos. No me di verdadera cuenta de que habíamos llegado a casa de Jacob hasta que cruzamos la puerta. El vendaval azotaba el tejado.
—Podrías quedarte aquí—repuso Jacob mientras me depositaba en el pequeño sofá-—. Vamos, que no te muevas de esta casa. Te traeré alguna ropa seca.
Dejé que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad de la estancia mientras Jacob iba de un lado para otro en su cuarto. La atestada habitación de la entrada parecía muy vacía sin Billy, casi desolada. Tenía un aspecto extrañamente ominoso, probablemente sólo porque yo sabía dónde estaba.
Jacob regresó en cuestión de segundos y me arrojó una pila de prendas de algodón gris.
—Te estarán grandes, pero no he encontrado nada mejor. Yo... esto... saldré fuera para que te puedas cambiar.
—No te vayas a ninguna parte. Estoy demasiado cansada para moverme todavía. Quédate conmigo.
Jacob se sentó en el suelo junto a mí y apoyó la espalda contra el sofá. Me pregunté cuándo habría sido la última vez que había dormido. A juzgar por su aspecto, estaba tan exhausto como yo.
Reclinó la cabeza sobre el cojín que estaba al lado del mío y bostezó.
—Ojalá pudiera descansar un minuto.
Cerró los ojos. Yo también dejé que los míos se cerraran.
Pobre Harry. Pobre Sue. Sabía que Charlie estaría con ellos. Era uno de sus mejores amigos. A pesar del pesimismo de Jacob, deseé fervientemente que Harry lo superara. Por el bien de Charlie. Por Sue, por Leah, por Seth.
El sofá de Billy estaba al lado del radiador, así que ahora me sentía caliente a pesar de mis ropas empapadas. Me dolían los pulmones de un modo que me empujaba hacia la inconsciencia más que a mantenerme despierta. Me pregunté vagamente si echar una cabezada sería una mala idea... si terminaría mezclando el ahogo con la conmoción cerebral. Jacob comenzó a roncar suavemente y me arrulló como si fuera una nana. Me quedé dormida enseguida.
Disfruté un sueño normal por vez primera en mucho tiempo. Sólo efectué un vagabundeo difuso por los viejos recuerdos: cegadoras visiones brillantes del sol de Phoenix, el rostro de mi madre, una destartalada casita en un árbol, un edredón usado, una pared de espejos, una llama en el agua negra... Iba olvidando una conforme pasaba a la siguiente, las olvidé todas...
... salvo la última, que quedó grabada en mi mente. No tenía sentido, sólo era un decorado en un escenario consistente en un balcón con una luna pintada colgada del cielo. Vi a la chica vestida con un camisón inclinarse sobre la baranda y hablar consigo misma.
Carecía de sentido, pero Julieta se hallaba en mi mente cuando me fui despertando poco a poco.
Jacob se había deslizado hasta quedar tumbado en el suelo, donde seguía durmiendo. Su respiración se había vuelto profunda y regular. La casa estaba ahora más oscura que antes y al otro lado de la ventana se veía todo negro. Me sentía rígida, pero caliente y casi seca. La garganta me ardía cada vez que respiraba.
Iba a tener que levantarme, al menos para tomarme una bebida, pero mi cuerpo sólo quería quedarse ahí, relajado, y no moverse nunca.
En vez de moverme, pensé en Julieta un poco más.
Me pregunté qué habría hecho si Romeo la hubiera dejado, no a causa del destierro, sino por desinterés. ¿Qué habría ocurrido si Rosalinda le hubiera dado un día de tiempo y él hubiera cambiado de opinión? ¿Y qué hubiera pasado si, en vez de casarse con Julieta, simplemente hubiese desaparecido?
Me parecía saber cómo se habría sentido Julieta.
Ella no habría vuelto a su vida anterior, seguro que no. Yo estaba convencida de que nunca se habría ido a otro lugar. Incluso si hubiera llegado a vivir hasta ser una anciana de pelo gris, cada vez que hubiera cerrado los ojos, habría visto el rostro de Romeo. Y ella lo habría aceptado, finalmente.
Me pregunté si al final se habría casado con Paris, sólo para complacer a sus padres y mantener la paz. No, probablemente no, decidí, pero de todos modos, la historia dice poco de Paris. Era un simple monigote, un cero a la izquierda, una amenaza, un ultimátum para forzar la mano a Julieta.
¿Y qué pasaría si se supiera más sobre Paris? ¿Qué sucedería si Paris hubiera sido amigo de Julieta? ¿Su mejor amigo? ¿Qué habría ocurrido si él fuera la única persona en la que pudiera confiar la devastación causada por Romeo, la única persona que realmente la comprendiera y la hiciera sentirse otra vez medio humana? ¿Y si él era paciente y amable? ¿Y si cuidaba de ella? ¿Qué sucedería si Julieta supiera que no podría sobrevivir sin él? ¿Qué pasaría si él realmente la amara y deseara que ella fuera feliz?
¿Y si ella quisiera a Paris? No como a Romeo, por descontado, ya que no había nada similar, pero sí lo bastante para que ella deseara que él también fuera feliz.
En la habitación no se oía otro sonido que la respiración cadenciosa y profunda de Jacob, como la nana que se canta en voz baja a un niño, como el vaivén de una mecedora, como el tictac de un viejo reloj cuando no se tiene por qué ir a ninguna parte... Era un sonido reconfortante.
Si Romeo se hubiera ido realmente para no volver, ¿qué importaba si Julieta aceptaba o no la oferta de Paris? Quizás ella hubiera intentado conformarse con los restos que le quedaran de su vida anterior. Tal vez esto fuese lo más cerca que pudiera llegar a estar de la felicidad.
Suspiré, y después gruñí cuando el suspiro me arañó la garganta. Estaba dando demasiada importancia a la historia. Romeo no hubiera cambiado de idea. Ésa es la razón por la cual la gente todavía recuerda su nombre, siempre emparejado con el de ella: Romeo y Julieta. Y ése también es el motivo de que se la considere una buena historia. «Julieta se conforma con Paris» nunca habría sido un éxito.
Cerré los ojos y me dejé ir de nuevo. Permití a mi mente que vagara lejos de esa estúpida obra de teatro en la que no quería volver a pensar, y en vez de eso regresé a la realidad para cavilar sobre el necio error de los saltos de acantilado; y no sólo el acantilado, sino también las motos y mi comportamiento alocado a lo Evel Knievel. ¿Qué habría ocurrido de haberme pasado algo malo? ¿Qué habría supuesto eso para Charlie? El repentino ataque al corazón de Harry me había puesto las cosas en perspectiva. Una perspectiva que yo no quería afrontar porque significaba que tendría que cambiar mis costumbres. ¿Podría vivir así?
Tal vez. No iba a ser fácil; de hecho, sería triste de verdad el abandonar mis alucinaciones para intentar madurar, pero quizá debería hacerlo. Incluso podría llegar a conseguirlo. Si tuviera a Jacob.
No podía tomar esa decisión justo en ese momento. Dolía demasiado. Tendría que pensar en otra cosa.
Mientras me esforzaba en encontrar algo agradable en lo que pensar, le estuve dando vueltas a las imágenes del atolondrado comportamiento de la tarde: la sensación del aire en la cara al caer, la negrura del agua, la succión de la corriente, el rostro de Edward —me demoré en ella durante un buen rato—, las cálidas manos de Jacob mientras intentaba devolverme a la vida, la lluvia que nos atacaba desde las nubes púrpuras como miles de aguijones, la extraña llama entre las olas...
Recordé la llama de color sobre las aguas con un cierto sentimiento de familiaridad. Desde luego, no podía ser fuego de verdad...
El chapoteo de un coche en la carretera enlodada cortó el hilo de mis pensamientos. Oí cómo frenaba delante de la casa y también el estrépito de puertas que se abrían y cerraban. Pensé que debía sentarme y después decidí pasar de la idea.
Era fácil identificar la voz de Billy, aunque habló en voz baja, algo poco habitual en él, por lo que quedó reducida a un gruñido grave.
Se abrió la puerta y alguien encendió la luz. Parpadeé, momentáneamente cegada. Jake se despertó sobresaltado, jadeando mientras se incorporaba de un salto.
—Lo siento —refunfuñó Billy—. ¿Os hemos despertado?
Mis ojos enfocaron lentamente su rostro y después, cuando pude interpretar su expresión, se llenaron de lágrimas.
—¡Oh, no, Billy! —gemí.
El aludido asintió con un gesto lento. Tenía el rostro endurecido por la pena. Jake se acercó presuroso a su padre y le tomó de la mano. La pena le rejuveneció hasta conferir a su rostro un aspecto repentinamente aniñado, lo cual resultaba una extraña culminación a su cuerpo de hombre.
Sam se hallaba detrás de Billy. Empujó la silla para que cruzara la puerta. La angustia había reemplazado a la habitual compostura de su cara.
—Cuánto lo siento —murmuré.
Billy asintió.
—Va a ser muy duro para todos.
—¿Dónde está Charlie?
—Tu padre se ha quedado con Sue en el hospital. Hay una gran cantidad... de disposiciones que tomar.
Tragué con dificultad.
—Será mejor que vuelva allí —murmuró Sam entre dientes; luego, salió precipitadamente por la puerta.
Billy retiró su mano de la de Jacob y después atravesó la habitación en dirección a la cocina.
Jake le miró durante un minuto y después vino a sentarse en el suelo, a mi lado. Ocultó el rostro entre las manos. Le acaricié el hombro, deseando que se me ocurriera algo que pudiera decirle.
Después de un buen rato, Jacob me tomó la mano y la sostuvo contra su cara.
—¿Qué tal estás? ¿Te encuentras bien? Probablemente debería haberte llevado a un médico o algo así —suspiró.
—No te preocupes por mí —solté con voz ronca.
Giró el rostro para mirarme. Sus ojos estaban ribeteados de rojo.
—No tienes muy buen aspecto.
—Supongo que tampoco me encuentro demasiado bien.
—Iré a buscar tu coche para llevarte a casa; deberías estar allí cuando Charlie regrese.
—De acuerdo.
Me quedé tumbada, apática, en el sofá mientras le esperaba. Billy permanecía en silencio en la otra habitación. Me sentía como una mirona que escudriñaba una pena privada y ajena.
Jacob no necesitó mucho tiempo para traer mi coche. El rugido del motor rompió el silencio antes de lo esperado. Me ayudó a levantarme del sofá sin decir una palabra, manteniendo su brazo alrededor de mis hombros mientras el aire frío del exterior me hacía temblar. Se acomodó en el asiento del conductor sin preguntarme y a continuación me empujó hacia su lado para mantener su brazo apretado a mi alrededor. Dejé caer la cabeza sobre su pecho.
—¿Cómo vas a volver a casa? —le pregunté.
—Es que no voy a volver. Todavía no hemos atrapado a la chupasangre, ¿recuerdas?
El estremecimiento que sentí no tuvo nada que ver con el frío. Después fue un viaje tranquilo. El aire helado me había avivado. Me sentía alerta, con la mente trabajando deprisa y con intensidad.
¿Qué pasaría? ¿Cuál era la opción acertada? Ahora era incapaz de concebir mi vida sin Jacob. Me encogía ante la idea de siquiera imaginarlo. De algún modo, él se había convertido en una parte esencial de mi supervivencia, pero dejar las cosas en su estado actual... eso era una crueldad, tal y como Mike me Había echado en cara.
Recordé mi viejo deseo de que Jacob fuera mi hermano. Me daba cuenta ahora de que lo que quería realmente era tener algún derecho sobre él. La manera en la que él me abrazaba no parecía muy fraternal. Simplemente era agradable, cálido, familiar y reconfortante. Seguro. Jacob era un puerto seguro.
Podía reclamar ese derecho, estaba realmente en mis manos.
Era consciente de que iba a tener que contárselo todo. No había otra forma de ser legal con él. Tendría que explicárselo bien para que supiera que yo no me estaba conformando, que le consideraba algo realmente bueno para mí. Él ya sabía que me sentía rota por dentro —esa parte no le sorprendería—, pero tenía que revelarle hasta qué punto era así, incluso habría de admitir mi locura y explicarle lo de las voces. Jake tendría que saberlo todo antes de tomar una decisión.
Sin embargo, aunque yo reconocía esa necesidad, también era consciente de que él querría estar conmigo a pesar de todo, ni siquiera se detendría a considerarlo.
Tendría que comprometerme, entregar todo lo que quedaba de mí, cada pedazo roto. Era la única manera de ser justa con él. ¿Lo haría? ¿Podría hacerlo?
¿De verdad estaba tan mal que intentara hacer feliz a Jacob? Incluso si el amor que sentía por él no fuera más que un eco débil del que era capaz de sentir, aunque mi corazón se encontrara lejos y ausente, malherido por mi voluble Romeo, ¿tan malo era?
Jacob detuvo el coche enfrente de mi casa, que estaba a oscuras, y apagó el motor; de pronto, reinó el silencio. Como tantas otras veces, él parecía estar en consonancia con mis pensamientos de ese momento.
Me abrazó y me estrechó contra su pecho, envolviéndome con su cuerpo. De nuevo, esto me hizo sentir bien. Era casi como ser otra vez una persona completa.
Creí que pensaba en Harry, pero entonces habló y su tono de voz era de disculpa.
—Perdona. Sé que mis sentimientos y los tuyos no son los mismos, Bella, pero te juro que no importa. Me alegro tanto de que te encuentres bien que tengo ganas de cantar, y eso, desde luego, es algo que a nadie le gustaría escuchar.
Se rió con su risa gutural en mi oído.
Mi respiración pareció lijar las paredes de mi garganta hasta excavar un agujero.
A pesar de su indiferencia y teniendo en cuenta las circunstancias, ¿no desearía Edward que yo fuera lo más feliz posible? ¿No le quedaría suficiente afecto como para querer esto para mí? Pensé que sería así. No, no me echaría en cara que concediera a mi amigo Jacob una pequeña parte del amor que él no quería. Después de todo, no era la misma clase de amor, en absoluto.
Jake presionó su mejilla cálida contra la parte superior de mi cabeza.
Sabía sin lugar a dudas qué sucedería si ladeaba el rostro y presionaba mis labios contra su hombro desnudo... Sería muy fácil. No habría necesidad de explicaciones esta noche.
Pero ¿sería capaz de hacerlo? ¿Podría traicionar a mi amado ausente para salvar mi patética vida?
Las mariposas asaltaron mi estómago mientras pensaba si volvía o no el rostro.
Entonces, con la misma claridad que si me hubiera puesto en riesgo inmediato, la voz aterciopelada de Edward me susurró al oído: Sé feliz.
Me quedé helada.
Jacob sintió cómo me ponía rígida, me soltó de forma automática y se volvió para abrir la puerta.
Espera, me hubiera gustado decirle. Sólo un momento. Pero seguí paralizada en mi asiento, escuchando el eco de la voz de Edward en mi mente.
De pronto, entró en el coche un soplo de aire, frío como el de una tormenta.
—¡Arg! —Jacob espiró con fuerza, como si alguien le hubiera golpeado en la barriga—. ¡Vaya mierda!
Cerró la puerta de golpe al tiempo que giraba la llave del encendido. Le temblaban tanto las manos que yo no sabía cómo se las iba a arreglar para hacerlo.
—¿Qué ocurre?
Aceleró demasiado rápido, así que el motor petardeó y se caló.
—Vampiro —espetó.
La sangre huyó de mi cabeza, por lo que me sentí mareada.
—¿Cómo lo sabes?
—¡Porque puedo olerlo! ¡Maldita sea!
Los ojos de Jacob brillaban salvajes mientras rastreaba la calle oscura. No parecía consciente de los temblores que recorrían su cuerpo.
—¿Entro en fase o la saco de aquí antes? —murmuró para sí mismo.
Me miró durante una fracción de segundo, tiempo suficiente para percatarse de mis ojos dilatados por el terror y mi pálida faz; después, se volvió para rastrear la calle otra vez.
—De acuerdo. Primero te saco de aquí.
El motor arrancó con un rugido. Las cubiertas chirriaron mientras le daba la vuelta al coche para girar hacia nuestra única ruta de escape. Las luces delanteras barrieron el pavimento e iluminaron la línea frontal del bosque oscuro, y finalmente se reflejaron en un coche aparcado al otro lado de la calle, donde estaba mi casa.
—¡Frena! —jadeé.
Conocía ese vehículo negro, yo, que era el polo opuesto a un aficionado a los coches, podía decirlo todo sobre ese vehículo en particular. Era un Mercedes S55 AMG. Sabía de memoria cuántos caballos de potencia tenía y el color de la tapicería. Conocía la sensación de ese motor potente susurrando a través de la carrocería. Había sentido el olor delicioso de los asientos de cuero y el modo en que los cristales tintados hacían que un mediodía pareciera un atardecer.
Era el coche de Carlisle.
—¡Frena! —grité otra vez, y más fuerte, porque Jacob estaba haciendo correr el coche calle abajo.
—¡¿Qué?!
—No es Victoria. ¡Para, para! Quiero volver.
Pisó con tal fuerza el freno que tuve que sujetarme para no darme un golpe contra el salpicadero.
—¿Qué? —me preguntó de nuevo, aterrado. Me miraba con el horror reflejado en los ojos.
—¡Es el coche de Carlisle! Son los Cullen. Lo sé.
Vio despertar en mí la esperanza y un temblor violento le sacudió el cuerpo.
—¡Eh, cálmate, Jake! Todo va bien. No hay peligro, ¿ves? Relájate.
—Sí, relájate —resolló mientras agachaba la cabeza y cerraba los ojos. Mientras se concentraba para no transformarse en un lobo, observé el coche negro a través del cristal trasero.
Sólo puede ser Carlisle, me dije a mí misma. No esperes otra cosa. Quizás Esme... Para ya, dije para mis adentros. Sería Carlisle a lo sumo. Más de lo que yo hubiera pensado que podría volver a tener.
—Hay un vampiro en tu casa —masculló Jacob—. ¿Y tú quieres regresar?
Aparté la vista del Mercedes a regañadientes, aterrorizada de que pudiera desaparecer si le quitaba los ojos de encima un segundo, y le miré a él para contestarle con voz inexpresiva ante la sorpresa con que me había formulado la pregunta:
—Por supuesto.
Por supuesto que quería volver.
El rostro de Jacob se endureció hasta convertirse en la máscara de amargura que yo había dado por desaparecida. Antes de que tuviera tiempo de ajustársela, atisbé cómo flameaba en sus ojos el impacto causado por mi traición. Le seguían temblando las manos. Parecía diez años mayor que yo.
Inspiró profundamente.
—¿Estás segura de que no es una trampa? —me preguntó lentamente, con voz severa.
—No es una trampa, es Carlisle. ¡Llévame de vuelta!
Un estremecimiento hizo ondular los amplios hombros de Jacob, pero sus ojos continuaron inexpresivos y vacíos de emoción.
—No.
—Jake, todo va bien...
—No. Vuelve tú sola, Bella —su voz restalló y me estremecí cuando el sonido me golpeó. Su mandíbula se tensaba y relajaba sin cesar.
—No es como...
—He de hablar con Sam ahora mismo. Esto cambia las cosas. No nos pueden capturar en su territorio.
—¡Jake, esto no es una guerra!
No me escuchó. Dejó el cambio de marchas en punto muerto y salió por la puerta de un salto, abandonando el coche con el motor encendido.
—Adiós, Bella —se despidió sin volverse—. Espero que no mueras, de verdad.
Echó a correr en medio de la noche. Temblaba con tal virulencia que su forma pareció difuminarse. Desapareció antes de que yo pudiera abrir la boca para llamarle y pedirle que volviera.
El remordimiento me inmovilizó contra el asiento durante un minuto interminable. ¿Qué le acababa de hacer a Jacob?
Pero el remordimiento no me duró mucho rato.
Me deslicé del asiento del copiloto al del conductor y me puse al volante. Las manos me temblaban casi tanto como las de Jacob. Necesité otro minuto para concentrarme. Entonces, con cuidado, di media vuelta y conduje de regreso a mi casa.
Reinó una oscuridad absoluta en cuanto apagué las luces del coche. Charlie se había marchado con tanta prisa que se había olvidado de dejar encendida la lámpara del porche. Sentí una punzada de duda al mirar hacia la casa, sumergida en las sombras. ¿Qué ocurriría si esto resultara ser realmente una trampa?
Volví la vista atrás, hacia el coche negro, casi invisible en la noche. No. Conocía aquel coche de verdad.
Sin embargo, cuando alcé la mano para recoger la llave que se encontraba en la parte superior de la puerta, las manos me temblaban aún más que antes. El pomo giró fácilmente cuando lo moví para abrir. El vestíbulo estaba en tinieblas.
Hubiera querido saludar en voz alta, pero tenía la garganta demasiado seca. Apenas parecía capaz de respirar.
Me adentré un paso en la casa y manoteé en busca del interruptor. Estaba tan oscuro como el agua negra... Pero ¿dónde se encontraba?
Todo estaba negro, igual que el agua negra en la que una llama anaranjada brillaba de forma imposible. Una llama que no podía ser un fuego, pero en ese caso, ¿qué podía ser...? Tanteé la pared con los dedos temblorosos, intentando encender la luz...
De pronto, empezaron a resonar en mi mente las palabras que Jacob había dicho esa tarde hasta sumergirme en ellas... Victoria se arrojó al agua, y los chupasangres tienen allí más ventaja. Por eso volví corriendo a casa. Temía que a nado duplicara la velocidad con la que se movía a pie, y que regresara...
La mano se me quedó helada en plena búsqueda, al igual que el resto del cuerpo, cuando comprendí qué era ese extraño color naranja en el agua...
... el cabello de Victoria, del mismo color que el fuego, que flameaba suelto con el viento...
Ella había estado en el espigón con Jacob y conmigo. Si Sam no hubiera estado allí, si sólo hubiéramos estado nosotros dos... Era incapaz de respirar o de moverme.
La luz se encendió, a pesar de que mi mano helada aún no había encontrado el interruptor.
Parpadeé bajo la luminosidad repentina y vi que alguien estaba allí, aguardándome.

Luna Nueva - Capítulo 14: Bajo Presión



En Forks volvían a ser vacaciones de Pascua. Al despertar el lunes por la mañana, me quedé tumbada en la cama durante unos segundos asimilando ese hecho. El año pasado, por estas mismas fechas, también me había perseguido un vampiro. Esperaba que no se convirtiese en una especie de tradición.
Ya estaba adaptándome al ritmo de vida de La Push. Había pasado la mayor parte del domingo en la playa, mientras Charlie se entretenía con Billy en casa de los Black. Se suponía que yo estaba con Jacob, pero éste tenía otras cosas que hacer, así que me dediqué a pasear sola y le oculté el secreto a Charlie.
Cuando Jacob apareció para ver si yo estaba bien, me pidió perdón por dejarme abandonada tanto rato. Su agenda, me dijo, no era siempre tan apretada; pero los lobos estaban en alerta roja hasta que detuvieran a Victoria.
Ahora, cuando paseábamos por la playa, siempre me llevaba de la mano.
Eso me hizo pensar en las palabras de Jared; Jacob no debería haber involucrado en esto a su «chica». Me imaginé que, visto desde fuera, parecíamos novios. Mientras que Jake y yo tuviéramos claro cuál era la auténtica situación, no debía permitir que me molestara este hecho. Y tal vez no me habría molestado si no hubiera sabido que Jacob deseaba que las cosas fueran como parecían ser. En cualquier caso, el sentir su cálida mano en contacto con la mía me resultaba agradable, así que yo no protestaba.
Trabajé el martes por la tarde —Jacob me siguió en moto para cerciorarse de que llegaba a salvo—, y Mike se dio cuenta.
—¿Estás saliendo con ese chico de La Push? ¿Con el de segundo? —me preguntó, disimulando su despecho a duras penas.
Me encogí de hombros.
—No estoy saliendo con él en el sentido estricto de la palabra, pero es verdad que paso la mayor parte del tiempo con él. Es mi mejor amigo.
Mike entrecerró los ojos con astucia.
—No te engañes a ti misma, Bella. Ese tío está colado por ti.
—Lo sé —repuse con un suspiro—. La vida es muy complicada.
—Y las chicas muy crueles —añadió Mike en voz baja.
Pensé que también era una suposición lógica por su parte.
Esa noche, Sam y Emily vinieron a casa de Billy para tomar el postre conmigo y con Charlie. Ella trajo una tarta que se habría ganado el corazón de alguien más duro incluso que Charlie. Mientras la conversación pasaba con naturalidad de un tema a otro, me di cuenta de que los reparos que Charlie pudiera albergar sobre las bandas juveniles de La Push estaban desapareciendo.
Jake y yo nos escapamos temprano para disfrutar de un poco de intimidad. Salimos a su garaje y nos sentamos en el Volkswagen. Jacob echó la cabeza hacia atrás, con cara de agotamiento.
—Tienes que dormir un poco, Jake.
—Veré lo que puedo hacer.
Estiró un brazo para tomar mi mano. El contacto de su piel abrasaba.
—¿Esto tiene que ver con lo de ser lobo? —le pregunté—. Me refiero al calor.
—Sí. Tenemos la temperatura más alta que la gente normal. Entre 47 y 48 grados centígrados. Podría estar así en mitad de una nevada —dijo, señalándose el torso desnudo— y me daría igual. Los copos se convertirían en gotas de lluvia al tocarme.
—Todos vosotros os curáis muy rápido. ¿Es otra característica de los hombres lobo?
—Sí. ¿Quieres verlo? Mola mucho —dijo, sonriendo y con los ojos muy abiertos. Se acercó a mí para abrir la guantera y estuvo un rato rebuscando algo. Al fin, sacó de ella una navaja.
—¡No, no quiero verlo! —grité en cuanto me di cuenta de lo que pensaba hacer—. ¡Deja eso!
Jacob soltó una carcajada, pero volvió a guardar la navaja en la guantera.
—Vale. De todos modos, lo de curarse viene muy bien. No puedes ir al médico cuando tienes una temperatura corporal con la que deberías estar muerto.
—No, supongo que no —me quedé pensando en ello un rato—. Y lo de ser tan grande, ¿también tiene que ver? ¿Por eso estáis tan preocupados por Quil?
—Por eso y porque su abuelo dice que se puede freír un huevo en su frente —Jacob puso gesto de desánimo—. Ya no tardará mucho en convertirse. No hay una edad exacta... Se va acumulando poco a poco, y de repente... —se interrumpió y pasó un rato hasta que fue capaz de hablar de nuevo—. A veces, si te sientes alterado, cabreado o algo así, el proceso se puede disparar antes, pero yo no estaba cabreado por nada. Yo era feliz —Jacob se rió con amargura—. Sobre todo por tu culpa. Por eso no me ocurrió antes y siguió acumulándose en mi interior, como una bomba de relojería. ¿Sabes lo que me hizo estallar? Billy comentó que me veía raro cuando volví de ver esa película. No me dijo nada más, pero el caso es que perdí los nervios. Y en ese mismo momento... exploté. Casi le arranqué la cara. ¡A mi propio padre! —Jacob se estremeció y se puso pálido.
—¿Es tan malo, Jake? —le pregunté, deseando que hubiese algún modo de ayudarle—. ¿Te sientes desdichado?
—No, no me siento desdichado —respondió—. Ahora que lo sabes, ya no. Antes sí que me resultaba duro —admitió, inclinándose hacia mí hasta apoyar la mejilla encima de mi cabeza.
Se quedó callado durante un rato y me pregunté en qué estaría pensando. Tal vez prefería no saberlo.
—¿Cuál es la parte más dura? —susurré. Aún deseaba ayudarle.
—Lo peor es sentirse fuera de control —respondió pausadamente—. Saber que no puedo estar seguro de mí mismo, que a lo mejor no deberías estar cerca de mí, que quizá nadie debería estar cerca de mí. Es como si fuera un monstruo capaz de hacer daño a cualquiera. Ya has visto a Emily. Sam perdió los estribos tan sólo un segundo... y resultó que ella estaba demasiado cerca. Ahora no hay nada que pueda hacer para arreglarlo. He oído sus pensamientos y sé cómo se siente.
—¿Quién quiere ser un monstruo de pesadilla?
—Y además, está la facilidad con la que me transformo, mucho mejor que los demás. ¿Me hace eso menos humano aún que Embry o que Sam? A veces, temo estar perdiéndome a mí mismo.
—¿Es difícil volver a transformarte en ti mismo?
—Al principio lo es —respondió—. Se requiere cierta práctica para entrar y salir de fase, pero a mí me resulta más sencillo que a los demás.
—¿Por qué?
—Porque Ephraim Black era mi bisabuelo por parte de padre y Quil Ateara por parte de madre.
—¿Quil? —pregunté, sorprendida.
—Su bisabuelo —me aclaró Jacob—. El Quil al que conoces es primo segundo mío.
—¿Qué tiene que ver quiénes fueran tus bisabuelos?
—Pues que Ephraim y Quil formaban parte de la última manada. El tercero era Levi Uley. Así que lo llevo en la sangre por ambas partes. Nunca tuve la menor oportunidad. Igual que Quil tampoco la tiene.
Su expresión era sombría.
—¿Y cuál es la parte buena? —le pregunté por animarle un poco.
—La parte buena —respondió, sonriendo de nuevo—, es la velocidad.
—¿Es mejor que ir en moto?
Jacob asintió con entusiasmo.
—No hay comparación.
—¿A qué velocidad puedes...?
—¿... correr? —Jacob completó mi frase—. Muy rápido. ¿Con qué puedo medirlo? El otro día atrapamos a... ¿cómo se llamaba? ¿Laurent? Me imagino que para ti eso significará más que para cualquier otra persona.
Sí que lo significaba. Yo no era capaz de imaginarme a los lobos corriendo más rápido que un vampiro. Cuando los Cullen corrían, lo hacían a tal velocidad que prácticamente se hacían invisibles.
—Ahora, cuéntame algo que yo no sepa —me dijo—. Algo sobre vampiros. ¿Cómo pudiste soportar estar con ellos? ¿No te ponían los pelos de punta?
—No —respondí con sequedad.
Mi tono le dejó pensativo durante unos instantes.
—Dime, ¿por qué tu chupasangre mató a ese tal James? —me preguntó de repente.
—James intentaba matarme. Para él, era como un juego. Y perdió. ¿Te acuerdas de la primavera pasada, cuando estuve en el hospital en Phoenix?
Jacob respiró hondo.
—¿Tan cerca estuvo?
—Muy, muy cerca —contesté mientras me acariciaba la cicatriz. Jacob se dio cuenta, porque tenía agarrada la mano que moví para hacerlo.
—¿Qué pasa? —Jacob cambió de manos para examinar mi derecha—. Ah, es esa cicatriz tan curiosa, la que está fría —la miró de cerca con nuevos ojos y tragó saliva.
—Sí, es lo que estás pensando —dije—. James me mordió.
Sus ojos se pusieron saltones y su rostro adquirió un extraño color cetrino bajo la superficie rojiza. Parecía estar a punto de vomitar.
—Pero, si te mordió... ¿no deberías ser una...? —se atragantó y no pudo seguir.
—Edward me salvó dos veces —susurré—. Chupó el veneno, igual que si me hubiera mordido una serpiente de cascabel —me estremecí al sentir un latigazo de dolor en los bordes del agujero.
Pero no fui la única que se estremeció. Todo el cuerpo de Jacob temblaba junto al mío. El propio coche se movía.
—Cuidado, Jake. Tranquilo. Cálmate.
—Sí —jadeó él—. Tranquilo —empezó a sacudir la cabeza de un lado a otro con rapidez. Pasados unos momentos, sólo le temblaban las manos.
—¿Estás bien?
—Sí, casi. Cuéntame más. Necesito algo en qué pensar para distraerme.
—¿Qué quieres saber?
—No lo sé —tenía los ojos cerrados y trataba de concentrarse—. Supongo que algo de material adicional. ¿Algún otro Cullen tenía... talentos extra, como leer la mente?
Dudé unos segundos. Me pareció que aquélla era una pregunta que le haría a una espía, no a una amiga. Pero ¿qué sentido tenía ocultar lo que sabía? En ese momento carecía de importancia y le ayudaría a controlarse.
Así que hablé atropelladamente, mientras mi mente conjuraba la imagen del rostro destrozado de Emily y se me erizaba el vello de los brazos. No era capaz de imaginar a aquel lobo pardo encajando dentro del Golf. Si se transformaba ahora, Jacob destruiría el garaje entero.
—Jasper podía... digamos que controlaba las emociones de la gente que le rodeaba. No lo hacía a mala idea, sólo para tranquilizar a los demás y cosas así. Probablemente ayudaría mucho a Paul —añadí, bromeando sin ganas—, y Alice era capaz de ver cosas que aún no habían sucedido. Ya sabes, el futuro, aunque no en sentido absoluto. Los sucesos que veía cambiaban si alguien modificaba las circunstancias en que se debían producir...
Como cuando me vio a mí muriendo, y también convirtiéndome en una de ellos. Dos hechos que no habían sucedido y uno que nunca llegaría a suceder. La cabeza me empezó a dar vueltas. Parecía como si no pudiera extraer suficiente oxígeno del aire, como si no tuviera pulmones.
Jacob había recuperado el control por completo y estaba muy quieto, sentado a mi lado.
—¿Por qué haces eso? —me preguntó. Tiró con suavidad del brazo que tenía apretado contra mi pecho, pero renunció al ver que no se soltaba. Yo ni siquiera me había dado cuenta de que había adoptado esa postura—. Siempre lo haces cuando te alteras. ¿Por qué?
—Me hace daño pensar en ellos —susurré—. Es como si no pudiera respirar... como si me rompiera en pedazos... —era extraño, pero ahora podía contarle muchas cosas a Jacob. Ya no había secretos entre nosotros.
Jacob me acarició el pelo.
—No pasa nada, Bella, no pasa nada. No volveré a sacar el tema más. Lo siento.
—Estoy bien —dije, tragando saliva—.Me pasa continuamente. No es culpa tuya.
—Somos una pareja muy complicada, ¿verdad? —dijo Jacob—. Ninguno de los dos es capaz de mantener la compostura cuando estamos juntos.
—Es patético —reconocí, aún sin aliento.
—Al menos, nos tenemos el uno al otro —dijo él. Resultaba evidente que el pensamiento le reconfortaba.
A mí también.
—Sí, al menos nos tenemos —dije.
Todo iba bien cuando estábamos juntos, pero Jacob se sentía obligado a llevar a cabo aquel trabajo horrible y peligroso, por lo que yo estaba sola a menudo, apalancada en La Push por mi propia seguridad, sin nada que hacer para distraer la mente de otras preocupaciones.
Me sentía un estorbo, siempre ocupando espacio en casa de Billy. A ratos estudiaba para el examen de Cálculo de la semana siguiente, pero no podía concentrarme demasiado tiempo en las matemáticas. Cuando no tenía a mano algo que hacer, sentía que debía entablar conversación con Billy. Ya se sabe, la presión de las normas sociales. Pero él no era muy dado a rellenar los silencios prolongados, por lo que se agudizaba la sensación de ser un estorbo.
Probé a pasarme por casa de Emily el miércoles por la tarde, para variar. Al principio fue muy agradable. Emily era una persona alegre y activa que nunca se sentaba y que siempre estaba haciendo algo. Yo la seguía mientras se dedicaba a revolotear por la casita y por el patio para barrer el suelo inmaculado, arrancar malas hierbas, arreglar una bisagra rota o trenzar lana en un antiguo telar; y además, siempre estaba cocinando. Se quejaba de vez en cuando de que aquellas carreras extra despertaban aún más el apetito de los chicos, pero se veía que no le importaba cuidarlos. Resultaba fácil estar con ella: al fin y al cabo, ahora las dos éramos chicas lobo.
Pero Sam se pasó por su casa cuando llevaba allí unas horas. Sólo me quedé el tiempo justo para enterarme de que Jacob estaba bien y de que no había más novedades; después, tuve que escapar. El aura de amor y satisfacción que les rodeaba era más difícil de soportar en dosis concentradas, cuando no había nadie alrededor de ellos para diluirla.
Así que sólo me quedaba vagabundear por la playa y recorrer aquella medialuna sembrada de rocas arriba y abajo, arriba y abajo, una y otra vez.
Pasar tanto tiempo sola no era bueno para mí. Después de haberme sincerado con Jacob, en los últimos días había pensado y hablado sobre los Cullen más de la cuenta. Daba igual cómo intentase distraerme, aunque lo cierto era que tenía muchas cosas en las que pensar: estaba sincera y desesperadamente preocupada por Jacob y sus hermanos lobos; estaba aterrorizada por Charlie y los demás, que creían que los chicos se dedicaban a cazar animales; mi relación con Jacob era cada vez más seria, aunque yo no había decidido avanzar de forma consciente en ese sentido y no sabía muy bien qué hacer. Daba igual porque ninguna de aquellas preocupaciones —preocupaciones reales y apremiantes a las que bien merecía la pena dedicar un rato— podía aliviar por mucho tiempo la angustia que sentía en el pecho. Llegó un momento en que no pude seguir caminando porque era incapaz de respirar. Me senté sobre unas piedras que estaban medio secas y me acurruqué como una bola.
Jacob me encontró así. Su expresión revelaba que comprendía lo que me pasaba.
—Lo siento —dijo nada más llegar. Me hizo levantarme del suelo y me abrazó por los hombros. Hasta ese momento no me había dado cuenta del frío que tenía. Su calor me provocó un escalofrío, pero ahora que lo tenía al lado por lo menos podía respirar.
—Te estoy estropeando las vacaciones de Pascua —se acusó Jacob mientras paseábamos playa arriba.
—No, no es verdad. No había hecho ningún plan. Además, no me gustan las vacaciones de Pascua.
—Mañana por la mañana te llevaré a algún sitio. Los demás pueden cazar sin mí. Haremos algo divertido.
En aquel preciso instante de mi vida, esa palabra parecía fuera de lugar, extravagante, incomprensible.
—¿Divertido?
—Sí. Es justo lo que necesitas: divertirte. Mmm... —Jacob meditó con la mirada perdida en las olas grises. Mientras sus ojos oteaban el horizonte, tuvo un arrebato de inspiración.
—¡Ya lo tengo! —exclamó—. Es otra promesa que debo cumplir.
—¿De qué me estás hablando?
Jacob me soltó la mano y señaló hacia el sur, donde la medialuna lisa y rocosa de la playa terminaba bajo unos abruptos acantilados. Me quedé mirando, sin entender nada.
—¿Te acuerdas de que prometí zambullirme contigo desde el acantilado?
Me estremecí.
—Sí, va a hacer frío, pero no tanto como hoy. ¿No lo notas en la presión del aire? Va a cambiar el tiempo. Mañana hará más calor. ¿Te apetece?
Las aguas oscuras no invitaban a sumergirse en ellas, y desde aquel ángulo las rocas parecían aún más altas.
Pero habían pasado muchos días desde que oí por última vez la voz de Edward. Probablemente eso formaba parte del problema. Me había convertido en adicta al sonido de mi propia ilusión. Pasar demasiado tiempo sin esa voz sólo empeoraba las cosas. Y saltar desde el acantilado era una forma segura de ponerle remedio.
—Claro que me apetece. Será divertido.
—Entonces, tenemos una cita —dijo, rodeándome los hombros con el brazo.
—De acuerdo. Pero ahora, vamos: tienes que dormir un poco —no me gustaba la forma en que sus ojeras parecían tatuadas sobre su piel.

A la mañana siguiente me desperté temprano y, a hurtadillas, metí una muda de ropa en el coche. Tenía la impresión de que Charlie aprobaría el plan de hoy tanto como habría aprobado lo de la motocicleta.
La idea de distraerme de mis preocupaciones me tenía casi emocionada. A lo mejor incluso resultaba divertido. Una cita con Jacob, una cita con Edward... Solté una carcajada macabra en mi interior. Jake podía afirmar que éramos una pareja muy complicada, pero la única realmente complicada de los dos era yo. A mi lado, los hombres lobo parecían gente normal.
Esperé a que Jacob se reuniera conmigo en la parte delantera de la casa, como solía hacer cuando el ruido de mi tartana anunciaba mi llegada. Al ver que no salía, supuse que quizá seguía durmiendo. Esperaría: prefería dejarle descansar lo más posible. Jacob necesitaba recuperar sueño. De paso, así daría lugar a que el día se caldeara un poco más. Lo cierto era que había acertado con su previsión del tiempo, que había cambiado durante la noche. Una espesa capa de nubes cubría la atmósfera creando una sensación de bochorno; bajo aquel manto gris se sentía calor y presión, así que dejé el suéter en el coche.
Llamé a la puerta con suavidad.
—Pasa, Bella —me dijo Billy.
Estaba en la mesa de la cocina, comiendo cereales fríos.
—¿Jake está dormido?
—Eh... no —Billy dejó la cuchara en la mesa y frunció el entrecejo.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté. Por su expresión, sabía que algo tenía que haber ocurrido.
—Embry, Jared y Paul han encontrado un rastro reciente esta mañana. Sam y Jake han salido para ayudarles. Sam es optimista: cree que ella se ha atrincherado cerca de las montañas, y que tienen bastantes posibilidades de acabar con esto de una vez.
—Oh, no, Billy —musité—. Oh, no.
Él soltó una carcajada por lo bajo.
—¿Tanto te gusta La Push que quieres prolongar tu condena aquí?
—No bromees, Billy. Esto es demasiado aterrador.
—Tienes razón —reconoció, aún satisfecho consigo mismo. Era imposible descifrar la expresión de sus viejos ojos—. Esta vampira es muy traicionera.
Me mordí el labio.
—No es tan peligroso para ellos como crees —me consoló Billy—. Sam sabe lo que hace. Tú eres la única que tiene motivo para inquietarse. La vampira no quiere luchar contra ellos, sólo busca la forma de burlarlos... para llegar hasta ti.
—¿Seguro que Sam sabe lo que hace? —pregunté, sin hacer caso a su preocupación por mí—. Hasta ahora sólo han matado a un vampiro. Puede haber sido cuestión de suerte.
—Nos tomamos muy en serio lo que hacemos, Bella. No han pasado nada por alto. Todo lo que necesitan saber se ha transmitido de padres a hijos a lo largo de generaciones.
Sus palabras no me tranquilizaron tanto como él pretendía. El recuerdo de Victoria —salvaje, felina, letal— aún seguía grabado en mi mente. Si no conseguía burlar a los lobos, finalmente podía intentar abrirse paso por encima de ellos.
Billy siguió desayunando. Yo me senté en el sofá y me dediqué a hacer zapping frente al televisor. No aguanté mucho rato. En aquella salita empecé a sentirme encerrada, claustrofóbica, inquieta por no poder ver lo que había más allá de las cortinas.
—Estaré en la playa —le dije a Billy sin previo aviso, y me apresuré hacia la puerta.
Estar en el exterior no me ayudó tanto como esperaba. Las nubes me oprimían con un peso invisible que no ayudaba a aliviar mi claustrofobia. Mientras caminaba hacia la playa, me di cuenta de que el bosque parecía extrañamente vacío. No se veía ningún animal: ni pájaros, ni ardillas. Tampoco se oía el canto de las aves. Aquel silencio era siniestro. Ni siquiera se escuchaba el rumor del viento entre los árboles.
Sabía que la culpa de todo eso la tenía el cambio de tiempo, pero aun así me ponía nerviosa. La presión cálida y pesada de la atmósfera era perceptible incluso para mis débiles sentidos humanos, y seguro que para el departamento de prevención de tormentas presagiaba algo serio. Una mirada al cielo respaldó mi impresión: las nubes se estaban acumulando poco a poco pese a que a ras de suelo no soplaba ni una brizna de viento. Las más cercanas eran plomizas, pero entre los resquicios se divisaba otra capa de nubes con un espeluznante color púrpura. Los cielos debían de tener planeado algo espantoso para hoy, lo que explicaba que los animales se hubiesen ocultado en sus refugios.
En cuanto llegué a la playa me arrepentí: ya estaba harta de aquel sitio. Casi todos los días me dedicaba a pasear sola por ella. Me pregunté si era tan diferente de mis pesadillas, pero ¿a qué otro lugar podía ir? Bajé con cuidado hasta el árbol flotante y me senté en el extremo para poder apoyar la espalda en las enmarañadas raíces. Me quedé mirando al cielo hostil, a la espera de que las primeras gotas de lluvia rompieran aquella quietud.
Intenté no pensar en el peligro que corrían Jacob y sus amigos. A Jake no podía pasarle nada. La sola idea era insoportable. Yo ya había perdido demasiadas cosas. ¿Es que el destino pretendía arrebatarme también los escasos jirones de paz que me quedaban? Me parecía algo injusto, desproporcionado, pero quizá yo había quebrantado alguna ley desconocida o cruzado una raya que suponía mi condena. Tal vez mi error era involucrarme tanto en mitos y leyendas y volver la espalda al mundo humano. Tal vez...
No. A Jacob no iba a pasarle nada malo. Tenía que creer en eso o sería incapaz de seguir funcionando.
—¡Arggh! —gruñí, y me bajé del tronco de un salto. No podía estar quieta: era aún peor que pasear.
La verdad es que había contado con oír a Edward esa mañana. Aquello parecía lo único capaz de hacerme soportable el día entero. Últimamente la herida del pecho había estado supurando, como para vengarse de las veces en que la presencia de Jacob la había aliviado. Los bordes me escocían.
Mientras paseaba, las olas empezaron a levantarse y a estrellarse contra las rocas, pero el viento seguía sin soplar. Me sentía clavada en el sitio por la presión de la tormenta. Todo se arremolinaba a mi alrededor, pero donde yo estaba nada parecía moverse. El aire tenía una leve carga eléctrica, sentía la estática en el pelo.
A lo lejos las olas se veían más bravías que cerca de la orilla. Podía divisar cómo azotaban la línea de los acantilados y proyectaban grandes nubes de espuma blanca hacia el cielo. Aún no se apreciaba ningún movimiento en el aire, aunque ahora las nubes se acumulaban con más rapidez. Era una visión extraña, como si se movieran por voluntad propia. Tuve un estremecimiento, aunque sabía que sólo era una ilusión creada por la presión del aire.
Los acantilados se recortaban como el filo de un cuchillo negro contra el lívido cielo. Al contemplarlos, recordé el día en que Jacob me había hablado de Sam y su «banda». Pensé en los chicos —los hombres lobo— arrojándose al vacío. Tenía grabada en mi mente la imagen de sus cuerpos cayendo en espiral hacia el agua. Me imaginé la sensación de libertad absoluta de la caída. También evoqué la forma en que la voz de Edward sonaba en mi cabeza: furiosa, aterciopelada, perfecta... El vacío de mi pecho se hizo aún más angustioso.
Tenía que haber alguna forma de aliviarlo. El dolor se volvía más insoportable por segundos. Miré hacia los farallones y las olas que rompían contra ellos.
Bueno, ¿y por qué no? ¿Por qué no acabar con esa angustia ahora mismo?
Jacob me había prometido zambullirse conmigo desde las rocas. Sólo porque él no estuviera disponible, ¿debía renunciar a una diversión que necesitaba urgentemente? De hecho, saber que Jacob estaba jugándose la vida hacía que la necesitara aún más. Porque, básicamente, se la estaba jugando por mí. De no ser por mí, Victoria no habría venido aquí para matar a la gente, sino que estaría en algún otro lugar lejano. Así que, si le pasaba algo a Jacob, sería por mi culpa. Comprenderlo finalmente fue como una puñalada, y tuve que salir corriendo por el camino que llevaba a casa de Billy, donde había dejado aparcado el coche.
Sabía cómo llegar hasta el sendero que corría junto a los acantilados, pero tuve que hallar el caminito que llevaba hasta el borde. Mientras lo seguía, fui buscando bifurcaciones y recodos, pues sabía que Jake tenía la intención de llevarme al saliente inferior, y no al más alto; pero el camino conducía hacia el extremo del acantilado sin ofrecer opción alguna. No tenía tiempo para buscar otra forma de bajar: la tormenta se movía cada vez más rápido. Al final, empecé a sentir el viento en la piel y la presión de las nubes más cerca del suelo. Cuando llegué al punto donde el sendero de tierra se abría hacia aquel precipicio de roca, las primeras gotas de agua salpicaron mi rostro.
No fue difícil convencerme a mí misma de que no tenía tiempo para buscar otro camino: quería saltar desde lo más alto. Ésa era la imagen que tenía grabada en la cabeza. Deseaba sentir que volaba en aquella prolongada caída.
Sabía que era lo más estúpido e insensato que había hecho en mi vida. La idea me hizo sonreír. El dolor empezó a remitir, como si mi cuerpo fuera consciente de que en cuestión de segundos escucharía la voz de Edward...
El agua sonaba muy lejos, incluso más que antes, cuando la oía desde el sendero que corría entre los árboles. Al pensar en la temperatura que podía tener el mar hice una mueca, pero no me iba a amilanar por eso.
El viento soplaba ahora con más fuerza y la lluvia me azotaba y se arremolinaba a mi alrededor.
Me acerqué al borde, manteniendo la mirada fija en el espacio vacío que se abría delante de mí. Los dedos de mis pies tantearon a ciegas, acariciando la rugosa repisa de roca cuando la encontraron. Respiré hondo y aguanté el aire dentro de mi pecho, esperando.
Bella.
Sonreí y exhalé el aire.
¿Si? No contesté en voz alta, por temor a que el sonido de mi propia voz rompiera aquella hermosa ilusión. Sonaba tan real, tan cercano. Sólo cuando desaprobaba mi conducta, como ahora, emergía el verdadero recuerdo de su voz, la textura aterciopelada y la entonación musical que la convertían en el más perfecto de los sonidos.
No lo hagas, me suplicó.
Querías que fuera humana, le recordé. Bueno, pues mírame.
Por favor. Hazlo por mí.
Es la única forma de que estés conmigo.
Por favor. Era solamente un susurro en la intensa lluvia que me revolvía el pelo y me empapaba la ropa; estaba tan mojada como si aquél fuera ya el segundo salto del día.
Me puse de puntillas.
¡No, Bella! Ahora estaba furioso, y su furia era tan deliciosa...
Sonreí, levanté los brazos como si fuera a tirarme de cabeza y alcé el rostro hacia la lluvia. Pero tenía demasiado arraigados los cursillos de natación en la piscina pública: la primera vez, salta con los pies por delante. Me incliné, agachándome para tomar más impulso...
... y me tiré del acantilado.
Chillé mientras caía por el aire como un meteorito, pero era un grito de júbilo y no de miedo. El viento oponía resistencia, tratando en vano de combatir la inexorable gravedad, empujándome y volteándome en espirales como si fuera un cohete que se precipita contra el suelo.
¡Síííí! La palabra resonó en mi cabeza cuando atravesé como un cuchillo la superficie del agua. Estaba helada, aún más fría de lo que me había temido, pero eso únicamente acrecentó aquella sensación de subidón.
Mientras seguía bajando hacia las profundidades de aquellas aguas gélidas y negras, me sentí orgullosa de mí misma. No había sufrido ni un instante de terror; sólo pura adrenalina. En realidad, la caída no era tan escalofriante. ¿Dónde estaba el desafío?
Fue en ese momento cuando me atrapó la corriente.
Me había preocupado tanto por la altura del acantilado y por el evidente peligro de aquella escarpada pared que no había pensado para nada en las oscuras aguas que me esperaban abajo. Ni siquiera había llegado a imaginar que la verdadera amenaza acechaba debajo de mí, tras la hirviente espuma.
Sentí cómo las olas se disputaban mi cuerpo, tirando de él como si estuvieran decididas a partirlo en dos para compartir el botín. Sabía cuál era la forma de luchar contra la marea: mejor nadar en paralelo a la playa en vez de esforzarme por llegar a la orilla, pero ese conocimiento no me servía de mucho, puesto que ignoraba dónde se encontraba la orilla.
Ni siquiera sabía dónde estaba la superficie.
Las aguas furiosas se veían negras en todas las direcciones; no había ninguna luz que me orientara hacia arriba. La gravedad era omnipotente cuando competía con el aire, pero no tenía ni una oportunidad contra las olas. Yo no sentía su tirón hacia abajo, ni notaba que mi cuerpo se hundiera en ninguna dirección. Únicamente experimentaba el embate de la corriente que me llevaba de un lado a otro como una muñeca de trapo.
Luché por guardar el aliento en mi interior, por tener los labios sellados para no dejar escapar mi última provisión de oxígeno.
No me sorprendió que la ilusión de Edward estuviera allí. Teniendo en cuenta que me estaba muriendo, me lo debía. Lo que sí me sorprendió fue lo segura que estaba de que me iba a ahogar; de que ya me estaba ahogando.
¡Sigue nadando!, me apremió Edward dentro de mi cabeza.
El frío del agua me estaba entumeciendo piernas y brazos. Ya no notaba las bofetadas de la corriente. Ahora sentía más bien una especie de vértigo mientras giraba indefensa dentro del mar.
Pero le hice caso. Me obligué a mí misma a seguir braceando y a patalear con más fuerza, aunque en cada instante me movía en una dirección diferente. No podía estar haciendo nada útil. ¿Qué sentido tenía?
¡Lucha!, gritó Edward. ¡Maldita sea, Bella, sigue luchando!
¿Por qué?
Ya no quería seguir peleando. Y no eran ni el mareo ni el frío ni el fallo de mis brazos debido al agotamiento muscular los que me hacían resignarme a quedarme donde estaba. No. Me sentía casi feliz de que todo estuviera a punto de acabar. Era una muerte mejor que las otras a las que me habría enfrentado, una muerte curiosamente apacible.
Pensé brevemente en los tópicos, como el de que supuestamente uno ve desfilar su vida entera ante sus ojos. Yo tuve más suerte. Además, ¿para qué quería una reposición?
Le estaba viendo a él, y no tenía ya voluntad de luchar. Su imagen era vívida, mucho más definida que cualquier recuerdo. Mi subconsciente había almacenado a Edward con todo detalle, sin fallo alguno, reservándolo para este momento final. Podía ver su rostro perfecto como si realmente estuviera allí; el matiz exacto de su piel gélida, la forma de sus labios, la línea de su mentón, el destello dorado en sus ojos encolerizados. Como era natural, le enfurecía que yo me rindiera. Tenía los dientes apretados y las aletas de la nariz dilatadas de rabia.
¡No! ¡Bella, no!
Su voz sonaba más clara que nunca a pesar de que el agua helada me llenaba los oídos. Hice caso omiso de sus palabras y me concentré en el sonido de su voz. ¿Por qué debía luchar si estaba tan feliz en aquel sitio? Aunque los pulmones me ardían por falta de aire y las piernas se me acalambraban en el agua gélida, estaba contenta. Ya había olvidado en qué consistía la auténtica felicidad.
Felicidad. Hacía que la experiencia de morir fuese más que soportable.
La corriente venció en ese momento y me lanzó violentamente contra algo duro, una roca invisible entre las tinieblas. La roca me golpeó en el pecho con dureza, como una barra de hierro, y el aire escapó de mis pulmones y salió por mi boca en una nube de burbujas plateadas. El agua inundó mi garganta, me asfixiaba, me quemaba, mientras la barra de hierro parecía tirar de mí, apartándome de Edward hacia las oscuras profundidades, hacia el lecho oceánico. Adiós. Te amo, fue mi último pensamiento.

Luna Nueva - Capítulo 13: La Familia



Me acurruqué junto a Jacob y escudriñé la espesura en busca de los demás hombres lobo. Cuando aparecieron entre los árboles no eran como había esperado. Tenía la imagen de los lobos grabada en mi cabeza. Éstos eran tan sólo cuatro chicos medio desnudos y realmente grandes.
De nuevo, me recordaron a hermanos cuatrillizos. Debió de ser la forma en que se movieron —casi sincronizados— para interponerse en nuestro camino, o el hecho de que todos tuvieran los mismos músculos grandes y redondeados bajo la misma piel entre rojiza y marrón, el mismo cabello negro cortado al rape, y también la forma en que sus rostros cambiaban de expresión en el mismo instante.
Salieron del bosque con curiosidad y también con cautela. Al verme allí, medio escondida detrás de Jacob, los cuatro se enfurecieron a la vez.
Sam seguía siendo el más grande, aunque Jacob estaba cerca ya de alcanzarle. Realmente Sam no contaba como un chico. Su rostro parecía el de una persona mayor; no porque tuviera arrugas o señales de la edad, sino por la madurez y la serenidad de su expresión.
—¿Qué has hecho, Jacob? —preguntó.
Uno de los otros, a quien no reconocí —Jared o Paul—, habló antes de que Jacob tuviera tiempo de defenderse.
—¿Por qué no te limitas a seguir las normas, Jacob? —gritó, agitando los brazos—. ¿En qué demonios estás pensando? ¿Te parece que ella es más importante que todo lo demás, que toda la tribu? ¿Más importante que la gente a la que están matando?
—Ella puede ayudarnos —repuso Jacob sin alterarse.
—¡Ayudarnos! —exclamó el chico, furioso. Los brazos le empezaron a temblar—. ¡Claro, es lo más probable! Seguro que esta amiga de las sanguijuelas se muere por ayudarnos.
—¡No hables así de ella! —respondió Jacob, escocido por las críticas.
Un escalofrío recorrió los hombros y la espina dorsal del otro muchacho.
—¡Paul, relájate! —le ordenó Sam.
Paul sacudió la cabeza de un lado a otro, no en señal de desafío, sino como si tratara de concentrarse.
—Demonios, Paul —murmuró uno de los otros, probablemente Jared—. Contrólate.
Paul giró la cabeza hacia Jared, enseñando los dientes en señal de irritación. Después volvió su mirada colérica hacia mí. Jacob dio un paso adelante para cubrirme con su cuerpo.
Fue la gota que colmó el vaso.
—¡Muy bien, protégela! —rugió Paul, furioso. Otro temblor, más bien una convulsión, recorrió su cuerpo. Paul echó el cuello hacia atrás y un auténtico aullido brotó de entre sus dientes.
—¡Paul! —gritaron al unísono Sam y Jacob.
Paul empezó a vibrar con violencia y cayó hacia delante. Antes de llegar al suelo se oyó un fuerte sonido de desgarro y el chico explotó.
Una piel peluda, de color plateado oscuro, brotó de su interior y se hinchó hasta adoptar una forma que superaba en más de cinco veces su tamaño anterior; una figura enorme, acurrucada y presta para saltar.
El lobo arrugó el hocico descubriendo los dientes, y otro gruñido hizo estremecer su colosal pecho. Sus ojos oscuros y rabiosos se clavaron en mí.
En ese mismo segundo, Jacob atravesó corriendo la carretera, directo hacia el monstruo.
—¡Jacob! —grité.
A media zancada, un fuerte temblor sacudió la columna vertebral de Jacob, que saltó de cabeza hacia delante.
Con otro penetrante sonido de desgarro, Jacob estalló a su vez. Al hacerlo se desprendió de su piel, y jirones de tela blanca y negra volaron por los aires. Todo ocurrió tan rápido que, si hubiese parpadeado, me habría perdido la transformación. Un segundo antes, Jacob saltaba de cabeza, y un segundo después se había convertido en un gigantesco lobo de color pardo rojizo —tan descomunal que yo no podía comprender cómo aquella ingente masa había encajado dentro del cuerpo de mi amigo—, que embestía contra la bestia plateada.
Jacob chocó de cabeza contra el otro hombre lobo. Sus furiosos rugidos resonaron como truenos entre los árboles.
Los harapos blancos y negros —restos de la ropa de Jacob— cayeron flotando hasta el suelo en el mismo lugar donde él había desaparecido.
—¡Jacob! —grité de nuevo, mientras trataba de acercarme a él.
—Quédate donde estás, Bella —me ordenó Sam.
Era difícil oírle por encima de los bramidos de ambos lobos, que se mordían y arañaban buscando la garganta del rival con sus afilados dientes. Jacob parecía ir ganando: era apreciablemente más grande, y también parecía mucho más fuerte.
Se servía del hombro para embestir contra el lobo gris una y otra vez, obligándolo a retroceder hacia los árboles.
—¡Llevadla a casa de Emily! —ordenó Sam a los otros chicos, que se habían quedado absortos contemplando la pelea.
Jacob había conseguido sacar al lobo gris del camino a fuerza de empujones, y ahora ambos habían desaparecido en la espesura, aunque sus rugidos se oían aún con fuerza. Sam corrió tras ellos, quitándose los zapatos sobre la marcha. Cuando se lanzó entre los árboles estaba temblando de pies a cabeza.
Los gruñidos y ruidos de ramas tronchadas empezaban a perderse a lo lejos. De repente, el sonido se interrumpió y en la carretera volvió a reinar el silencio.
Uno de los chicos empezó a reírse.
Me di la vuelta para mirarle fijamente; mis ojos estaban abiertos de par en par y paralizados, incapaces siquiera de parpadear.
Al parecer, el chico se estaba riendo de mi expresión.
—Bueno, esto es algo que no ves todos los días —dijo con una risita disimulada. Su cara me resultaba vagamente familiar. Era más delgado que los otros... Sí, Embry Call.
—Yo sí —gruñó Jared, el otro chico—. A diario.
—Qué va. Paul no pierde los estribos todos los días —repuso Embry, sin dejar de sonreír—. Como mucho, dos de cada tres.
Jared se agachó para recoger algo blanco del suelo y lo sostuvo en alto para enseñárselo a Embry. Lo que fuera, colgaba de su mano en flácidas tiras.
—Está hecha polvo —dijo Jared—. Billy dijo que era el último par que podía comprarle. Supongo que Jacob tendrá que ir descalzo a partir de ahora.
—Ésta ha sobrevivido —dijo Embry, recogiendo una deportiva blanca—. Al menos, Jake podrá ir a la pata coja —añadió con una carcajada.
Jared se dedicó a recolectar harapos del suelo.
—Ten los zapatos de Sam. Todo lo demás está para tirarlo a la basura.
Embry tomó los zapatos y después corrió hacia los árboles entre los que había desaparecido Sam. Volvió pocos segundos después, con unos vaqueros cortados al hombro. Jared recogió los jirones de las ropas de Jacob y Paul e hizo una bola con ellos. De pronto, pareció acordarse de mi presencia.
Me miró con detenimiento, como si me estuviera evaluando.
—Eh, no irás a desmayarte o vomitar, o algo de eso... —me espetó.
—Creo que no —respondí después de tragar saliva.
—No tienes buen aspecto. Es mejor que te sientes.
—Vale —murmuré. Por segunda vez en la misma mañana, metí la cabeza entre las rodillas.
—Jake debería habernos avisado —se quejó Embry.
—No tendría que haber metido a su chica en esto. ¿Qué esperaba?
—Bueno, se ha descubierto el pastel —Embry suspiró—. Enhorabuena, Jake.
Levanté la cabeza y me quedé mirando a ambos chicos, que al parecer se lo estaban tomando todo muy a la ligera.
—¿Es que no os preocupa lo que les pueda pasar? —les pregunté.
Embry parpadeó, sorprendido.
—¿Preocuparnos? ¿Por qué?
—¡Pueden hacerse daño!
Embry y Jared se troncharon de risa.
—Ojalá Paul le dé un buen mordisco —dijo Jared—. Eso le enseñará una lección.
Yo empalidecí.
—¡Lo llevas claro! —repuso Embry—. ¿Has visto a Jake? Ni siquiera Sam puede entrar en fase de esa forma, en pleno salto. Al ver que Paul perdía el control, ¿cuánto ha tardado en atacarle, medio segundo? Ese tío tiene un don.
—Paul lleva luchando más tiempo. Te apuesto diez pavos a que le deja una marca.
—Trato hecho. Jake es un superdotado. Paul no tiene absolutamente nada que hacer.
Se estrecharon la mano con una sonrisa.
Intenté tranquilizarme al ver que no estaban preocupados, pero no podía quitarme de la cabeza las imágenes brutales de los dos licántropos a la greña. Tenía el estómago revuelto, vacío y con acidez, y la inquietud me había provocado dolor de cabeza.
—Vamos a ver a Emily. Seguro que tiene comida preparada —Embry bajó la mirada hacia mí—. ¿Te importa llevarnos?
—No hay problema —dije, medio atragantada.
Jared enarcó una ceja.
—Creo que es mejor que conduzcas tú, Embry. Aún tiene pinta de ir a devolver de un momento a otro.
—Buena idea. ¿Dónde están las llaves? —me preguntó Embry.
—Puestas en el contacto.
Embry abrió la puerta del acompañante.
—Pasa —me dijo en tono alegre, levantándome del suelo con una mano y poniéndome sobre el asiento. Después estudió el sitio disponible—. Tendrás que ir detrás —le dijo a Jared.
—Mejor. No tengo mucho estómago. Cuando eche la pota prefiero no verlo.
—Apuesto a que es más dura que eso. Al fin y al cabo, anda con vampiros.
—¿Cinco pavos? —propuso Jared.
—Hecho. Me siento culpable por quitarte así tu dinero.
Embry entró y puso en marcha el motor mientras Jared se encaramaba de un salto a la parte de atrás. En cuanto cerró su puerta, Embry me dijo en voz baja:
—Procura no vomitar, ¿vale? Sólo tengo un billete de diez y si Paul ha conseguido clavarle los dientes a Jacob...
—Vale—musité.
Embry nos llevó de vuelta al pueblo.
—Oye, ¿cómo ha conseguido Jake burlar el requerimiento?
—El... ¿qué?
—La orden. Ya sabes, lo de no irse de la lengua. ¿Cómo es que te ha hablado de esto?
—Ah, ya—dije, recordando cómo la noche anterior Jake casi se atraganta al intentar decirme la verdad—. No lo ha hecho. Yo lo he adivinado.
Embry se mordisqueó los labios, con gesto de sorpresa.
—Mmm. Supongo que es posible.
—¿Adónde vamos? —pregunté.
—A casa de Emily. Es la chica de Sam. Bueno, creo que ahora es su prometida. Se reunirán allí con nosotros cuando Sam termine de regañarles por lo que acaba de pasar y cuando Paul y Jake se agencien ropa nueva, si es que a Paul le queda algo.
—¿Sabe Emily que...?
—Sí. Ah, y no te quedes mirándola. A Sam no le hace gracia.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué iba a quedarme mirándola?
Embry parecía incómodo.
—Como acabas de ver, andar con hombres lobo tiene sus riesgos —se apresuró a cambiar de tema—. Oye, ¿estás bien después de lo que pasó en el prado con esa sanguijuela de pelo negro? No parecía amigo tuyo, pero... — Embry se encogió de hombros.
—No, no era mi amigo.
—Eso está bien. No queríamos empezar de nuevo. Me refiero a romper el tratado, ya sabes.
—Ah, sí. Jake me habló de ese pacto hace mucho. ¿Por qué matar a Laurent significa romperlo?
—Laurent —resopló Embry, como si le hiciera gracia que el vampiro tuviese nombre—. Bueno, técnicamente estábamos en terreno de los Cullen. No se nos permite atacar a ningún Cullen fuera de nuestro territorio... a no ser que sean ellos quienes rompan primero el tratado. No sabemos si ese tío del pelo negro era pariente de ellos, o algo así. Por lo visto, tú le conocías.
—¿Y cómo pueden romper ellos el tratado?
—Mordiendo a un humano, pero Jake no estaba dispuesto a dejar que la cosa llegara tan lejos.
—Ah, ya veo. Gracias. Me alegro de que no esperaseis tanto.
—Fue un placer —contestó él, y por su tono parecía hablar en sentido literal.
Embry siguió por la autovía hasta dejar atrás la casa que estaba más al este, y después tomó un estrecho sendero de tierra.
—Esta tartana es un poco lenta —me soltó.
—Lo siento.
Al final del sendero había una diminuta casa —que en tiempos había sido gris— con una única ventana estrecha junto a la puerta, pintada de un azul descolorido; pero la jardinera que había bajo ella estaba llena de caléndulas amarillas y naranjas que brindaban al lugar un aspecto muy alegre.
Embry abrió la puerta del monovolumen y olfateó el aire.
—Qué bien, Emily está cocinando.
Jared saltó de la parte trasera del vehículo y se dirigió hacia la puerta, pero Embry le puso una mano en el pecho y le detuvo. Mirándome con un gesto significativo, carraspeó.
—No llevo la cartera encima —se excusó Jared.
—No importa. Me acordaré.
Subieron el único escalón y entraron en la casa sin llamar. Los seguí con timidez.
El salón era cocina en su mayor parte, como en el hogar de Jacob. Una mujer joven, de piel cobriza y lustrosa y cabello largo, liso y negro como azabache estaba tras la barra, junto al fregadero, sacando panecillos de un molde y colocándolos sobre una bandeja de papel. Durante un segundo, pensé que Embry me había dicho que no me quedara mirándola porque la chica era muy bonita.
Después preguntó con voz melodiosa: «¿Tenéis hambre?», y se volvió hacia nosotros, con una sonrisa en media cara.
La parte derecha de su rostro, desde el nacimiento del pelo hasta la barbilla, estaba surcada por tres gruesas cicatrices de color cárdeno, aunque hacía mucho tiempo que debían de haberse curado. Una de ellas deformaba las comisuras de su ojo derecho, que era oscuro y de forma almendrada, mientras que otra retorcía el lado derecho de su boca en una mueca permanente.
Agradeciendo la advertencia de Embry, me apresuré a desviar la mirada hacia los panecillos que tenía en las manos. Olían de maravilla, a arándano fresco.
—Oh —dijo Emily, sorprendida—. ¿Quién es?
Levanté los ojos, intentando enfocarlos en el lado izquierdo de su cara.
—Bella Swan —dijo Jared, encogiéndose de hombros. Por lo visto, ya habían hablado antes de mí—. ¿Quién querías que fuera?
—Deja que Jacob se encargue de solucionarlo —murmuró Emily, mirándome fijamente. Ninguna de las dos mitades de aquel rostro, que en tiempos fue bello, se mostraba amistosa—. Así que tú eres la chica vampiro.
Me envaré.
—Sí. ¿Y tú eres la chica lobo?
Ella se rió, al igual que Embry y Jared. La parte izquierda de su rostro adoptó un gesto más cálido.
—Supongo que sí —volviéndose hacia Jared, preguntó—: ¿Dónde está Sam?
—Esto, digamos que Bella ha sacado de sus casillas a Paul.
Emily puso en blanco el ojo bueno.
—Ay, este Paul —suspiró—. ¿Crees que tardarán mucho? Estaba a punto de ponerme a cuajar los huevos.
—No te preocupes —respondió Embry—. Aunque tarden, no dejaremos que sobre nada.
Emily se rió entre dientes y abrió el frigorífico.
—No lo dudo —dijo—. ¿Tienes hambre, Bella? Vamos, cómete un panecillo.
—Gracias.
Tomé uno de la bandeja y empecé a mordisquear los bordos. Estaba delicioso, y a mi delicado estómago pareció sentarle bien. Embry tomó su tercer panecillo y se lo metió entero en la boca.
—Deja alguno para tus hermanos —le regañó Emily, pegándole en la cabeza con una cuchara de madera. La palabra me sorprendió, pero los demás no le dieron importancia.
—Cerdo —comentó Jared.
Me apoyé en la barra y observé cómo los tres se gastaban bromas, igual que si fueran de la misma familia. La cocina de Emily era un lugar acogedor y luminoso, con armarios blancos y el suelo de madera clara. Sobre la pequeña mesa redonda había un jarrón blanco y azul, de porcelana china envejecida, lleno de flores silvestres. Embry y Jared parecían estar a sus anchas en aquella casa.
Emily estaba batiendo en un gran cuenco amarillo una cantidad exagerada de huevos, varias docenas. Cuando se remangó la camisa de color lavanda, pude ver que las cicatrices se prolongaban por todo el brazo hasta llegar a la mano derecha. Tal y como había dicho Embry, andar en compañía de licántropos tenía sus riesgos.
La puerta principal se abrió y Sam entró en la casa.
—Emily —saludó.
Su voz estaba impregnada de tanto amor que me avergoncé y me sentí como una intrusa mientras veía a Sam cruzar la sala de una zancada y tomar el rostro de Emily entre sus grandes manos. Se inclinó, besó primero las oscuras cicatrices de su mejilla derecha y después la besó en los labios.
—Eh, dejadlo ya —se quejó Jared—. Estoy comiendo.
—Entonces cierra el pico y come —le sugirió Sam mientras volvía a besar la boca deformada de Emily.
—¡Puaj! —gruñó Embry.
Era peor que una película romántica: esto era real, un canto a la alegría, la vida y el amor verdadero. Dejé el panecillo y crucé los brazos sobre el vacío de mi pecho. Clavé la mirada en las llores en un intento de ignorar la paz absoluta del momento que ambos compartían y el terrible palpitar de mis heridas.
Cuando Jacob y Paul entraron por la puerta agradecí la distracción, pero enseguida me quedé de piedra al verles llegar riéndose. Paul le propinó un puñetazo en el hombro a Jacob, al que éste respondió con un codazo en los riñones. Volvieron a reírse. Ambos parecían ilesos.
La mirada de Jacob recorrió la sala y se detuvo cuando me vio apoyada en la encimera, al otro extremo de la cocina, azorada y fuera de lugar.
—Hola, Bella —me saludó en tono alegre. Tomó dos panecillos al pasar junto a la mesa y se acercó a mí—. Siento lo de antes —añadió en voz baja—. ¿Qué tal lo llevas?
—No te preocupes, estoy bien. Estos panecillos están muy ricos —recogí el mío y empecé a mordisquearlo de nuevo. Ahora que Jacob estaba a mi lado, ya no sentía aquel terrible dolor en el pecho.
—Pero tronco... —se quejó Jared, interrumpiéndonos.
Levanté la mirada. Él y Embry estaban examinando el antebrazo de Paul, en el que se veía una línea rosada que ya empezaba a borrarse. Embry sonreía exultante.
—Quince dólares —cacareó.
—¿Se lo has hecho tú? —le pregunté en voz baja a Jacob, recordando la apuesta.
—Apenas le he tocado. Estará como nuevo cuando se ponga el sol.
—¿Cuando se ponga el sol? —me quedé mirando la cicatriz del brazo de Paul. Era extraño, pero parecía tener varias semanas.
—Cosas de lobos —susurró Jacob.
Asentí, intentando no parecer demasiado intranquila.
—¿Y tú estás bien? —le pregunté en voz baja.
—Ni un arañazo —respondió, con gesto engreído.
—Eh, tíos —dijo Sam en voz alta, interrumpiendo todas las conversaciones del pequeño salón. Emily estaba junto a la hornilla, batiendo el revuelto de huevos en una enorme sartén, pero Sam, en un gesto inconsciente, tenía una mano puesta sobre sus riñones—. Jacob tiene información para nosotros.
Paul no parecía sorprendido. Jacob ya se lo debía de haber explicado a él y a Sam. O... le habían leído el pensamiento.
—Sé lo que quiere la pelirroja —dijo Jacob, dirigiéndose a Jared y Embry—. Es lo que estaba intentando deciros antes —añadió, dándole un puntapié a la pata de una silla que Paul acababa de traer al salón.
—¿Y? —preguntó Jared.
Jacob se puso serio.
—Pretende vengar a su pareja... sólo que no se trataba de la sanguijuela de cabello negro a la que hemos matado. Los Cullen se cargaron a su chico el año pasado, así que ahora ella va a por Bella.
No era ninguna novedad para mí, pero aun así sentí un escalofrío.
Jared, Embry y Emily me miraron boquiabiertos.
—Es sólo una niña —protestó Emily.
—No he dicho que tenga lógica, pero ésa es la razón por la que los chupasangres han intentado burlarnos. El punto de mira de la pelirroja está fijo en Forks.
Siguieron mirándome con la boca abierta durante un largo rato. Yo sacudí la cabeza.
—Excelente —dijo Jared, por fin, y una sonrisa empezó a dibujarse en las comisuras de su boca—. Tenemos un cebo.
Con asombrosa velocidad, Jacob agarró un abrelatas del mostrador y se lo tiró a Jared a la cabeza. La mano de Jared relampagueó en el aire, más rápido de lo que habría creído posible, y atrapó el abrelatas antes de que le golpeara en la cara.
—Bella no es ningún cebo.
—Ya sabes a qué me refiero —dijo Jared, impertérrito.
—En tal caso, tenemos que cambiar nuestras pautas —dijo Sam, haciendo caso omiso de la discusión entre Jacob y Jared—. Vamos a tenderle unas cuantas trampas, a ver si cae en alguna. Habremos de actuar por separado, aunque no me hace gracia, pero no creo que intente aprovecharse de que estemos divididos si es verdad que viene a por Bella.
—Quil debería estar con nosotros —murmuró Embry—. Así podríamos dividirnos en números pares.
Todos agacharon la cabeza. Miré a Jacob a la cara; se le veía descorazonado, como el día anterior por la tarde, junto a su casa. Aunque en aquella alegre cocina parecían contentos con su destino, ninguno de aquellos licántropos quería que su amigo lo compartiera.
—Bueno, no podemos contar con ello —dijo Sam en voz baja y luego siguió hablando en tono normal—. Paul, Jared y Embry se encargarán del perímetro exterior, y Jacob y yo del interior. Podremos permitirnos el lujo de venirnos abajo cuando la hayamos atrapado.
Me di cuenta de que a Emily no le hacía mucha gracia que Sam estuviera en el grupo más reducido. Su inquietud hizo que yo también mirase a Jacob con preocupación.
Sam se dio cuenta.
—Según Jacob, lo mejor es que pases todo el tiempo posible aquí, en La Push. Sólo por si acaso: así ella no podrá localizarte tan fácilmente.
—¿Y qué pasa con Charlie? —pregunté.
—El torneo de baloncesto todavía no ha terminado —dijo Jacob—. Creo que Billy y Harry se las arreglarán para retener a Charlie en La Push cuando no esté trabajando.
—Esperad —ordenó Sam al tiempo que levantaba la mano. Sus ojos buscaron un instante a Emily y después volvió a mirarme—. Aunque Jacob crea que esto es lo mejor, debes decidirlo tú misma y sopesar muy seriamente los riesgos de ambas opciones. Ya has visto esta mañana con qué facilidad la situación puede volverse peligrosa y qué deprisa se nos puede escapar de las manos. No puedo garantizar tu seguridad personal si eliges quedarte con nosotros.
—Yo no le haré daño —murmuró Jacob, agachando la mirada.
Sam actuó como si no le hubiera oído.
—Si hay otro lugar en el que te sientas segura...
Me mordí el labio. ¿Adónde podía ir sin poner en peligro a otras personas? Me sentía reacia a meter en esto a Renée y ponerla en el centro de la diana que me habían pintado encima.
—No quiero atraer a Victoria a ningún otro lugar —susurré.
Sam asintió.
—Eso es cierto. Es mejor tenerla aquí, donde podemos acabar con esto de una vez por todas.
Sentí un estremecimiento. No quería que Jacob ni ninguno de los demás intentara acabar con Victoria. Miré a Jacob a la cara; se le veía relajado, como si siguiera siendo el mismo Jacob al que recordaba antes de todo aquel asunto de los lobos, y totalmente indiferente a la idea de cazar vampiros.
—Tendrás cuidado, ¿verdad? —le pregunté, con un nudo en la garganta demasiado evidente.
Los chicos prorrumpieron en sonoros aullidos de burla. Todos se rieron de mí... salvo Emily, que me miró a los ojos; de repente, descubrí la simetría que se ocultaba bajo su deformidad. Su cara seguía siendo bonita y estaba animada por una preocupación aún más intensa que la mía. Tuve que apartar la mirada antes de que el amor que se escondía bajo su preocupación me hiciera daño de nuevo.
—La comida está lista —anunció, y la conversación sobre estrategias pasó a la historia.
Los chicos se apresuraron a rodear la mesa, que a su lado parecía diminuta y en peligro de quedar reducida a astillas de un momento a otro. Devoraron en un tiempo récord la enorme sartén de huevos que Emily había puesto en el centro. Ella comió apoyada en la encimera, como yo, evitando el pandemónium de la mesa, mientras observaba a los chicos con gesto de cariño. Su expresión afirmaba a las claras que aquélla era su familia.
No era exactamente lo que habría esperado de una manada de licántropos.
Pasé el día en La Push, la mayor parte del tiempo en casa de Billy, que dejó un mensaje en la comisaría y en el contestador de Charlie. Papá apareció a la hora de cenar con dos pizzas. Por suerte trajo dos familiares, porque Jacob se zampó una él sólo.
Charlie se pasó toda la noche mirándonos con gesto suspicaz, sobre todo a Jacob, que estaba muy cambiado. Cuando le preguntó por el pelo, él se encogió de hombros y le dijo que así estaba mucho más cómodo.
Sabía que en cuanto Charlie y yo nos fuéramos a casa, Jacob se dedicaría a correr por los alrededores en forma de lobo como había hecho de manera intermitente a lo largo del día. Él y sus hermanos de raza mantenían una vigilancia constante y buscaban indicios del regreso de Victoria. Pero, puesto que la noche anterior la habían ahuyentado de las fuentes termales —según Jacob, la habían perseguido casi hasta Canadá—, ella no tenía más remedio que hacer otra incursión.
No albergaba la menor esperanza de que Victoria se limitara a renunciar. Yo no tenía ese tipo de suerte.
Jacob se acercó al monovolumen después de cenar y se quedó junto a la ventanilla, esperando a que Charlie se marchara primero con el coche patrulla.
—No pases miedo esta noche —me dijo mientras Charlie fingía tener problemas con el cinturón de seguridad—. Estaremos ahí fuera, vigilando.
—No me preocuparé, al menos por mí —le prometí.
—No seas boba. Cazar vampiros es muy divertido. Es mejor parte de todo este lío.
Yo sacudí la cabeza.
—Si yo soy boba, entonces tú eres un perturbado peligroso.
Jacob soltó una risita.
—Descansa un poco. Se te ve agotada.
—Lo intentaré.
Charlie tocó el claxon, impaciente.
—Hasta mañana —se despidió Jacob—. Ven en cuanto te levantes.
—Lo haré.
Charlie me siguió hasta casa en el coche patrulla. No presté demasiada atención a sus luces en mi retrovisor. En vez de eso, me pregunté dónde andarían merodeando Sam, Jared, Embry y Paul, y si Jacob se les habría unido ya.
Corrí hacia las escaleras en cuando llegamos a casa, pero Charlie vino detrás de mí.
—¿Qué está pasando, Bella? —me preguntó antes de que pudiera escapar—. Creía que Jacob formaba parte de una banda y que estabais peleados.
—Lo hemos arreglado.
—¿Y la banda?
—No lo sé. ¿Quién entiende a los chicos? Son un misterio, pero he conocido a Sam Uley y a su prometida, Emily. Me han parecido muy simpáticos —me encogí de hombros—. Debe de haber sido todo un malentendido.
A Charlie se le mudó el semblante.
—No sabía que él y Emily lo habían hecho oficial. Me parece muy bien. Pobre chica.
—¿Sabes qué le pasó?
—La atacó un oso, allá en el norte, durante la temporada de desove del salmón. Fue horrible. Ya ha pasado más de un año desde el accidente. Tengo entendido que a Sam le afectó muchísimo.
—Es horrible —repetí yo.
Más de un año. Habría apostado que aquello ocurrió cuando sólo había un hombre lobo en La Push. Me estremecí al pensar en cómo debía de sentirse Sam cada vez que miraba a Emily a la cara.
Esa noche me quedé despierta mucho rato mientras intentaba organizar en mi mente los sucesos del día. Fui remontándome desde la cena con Billy, Jacob y Charlie hasta la larga tarde que había pasado en casa de los Black esperando con inquietud a saber algo de Jake, y después a la cocina de Emily, al horror del combate de los licántropos, a la conversación con Jacob en la playa...
Pensé en lo que me había dicho aquella misma mañana sobre la hipocresía. Estuve dándole vueltas un buen rato. No me gustaba pensar que era una hipócrita, pero ¿qué sentido tenía engañarme a mí misma?
Me enredé en un círculo vicioso. No, Edward no era un asesino. Ni siquiera en los momentos más oscuros de su pasado había matado a personas inocentes.
Pero ¿qué habría pasado si hubiera sido un asesino? ¿Y si durante la época en que le conocí se hubiese comportado como cualquier otro vampiro? ¿Y si se hubiesen producido desapariciones en el bosque, igual que ahora? ¿Me habría apartado de él?
Me dije que no, con tristeza, y me recordé a mí misma que el amor es irracional. Cuanto más quieres a alguien, menos lógica tiene todo.
Me di la vuelta en la cama y traté de pensar en otra cosa. Me imaginé a Jacob y a sus hermanos corriendo en la oscuridad. Me quedé dormida imaginando a los hombres lobo, invisibles en la noche y protegiéndome del peligro. Cuando empecé a soñar, volvía a estar en el bosque, pero esta vez no deambulaba perdida. Iba con Emily, agarrada a su mano llena de cicatrices, y ambas escrutábamos las tinieblas, esperando con ansiedad a que nuestros licántropos regresaran a casa.

1 de junio de 2009

Luna Nueva - Capítulo 12: El Asesino



Todo hubiera sido distinto de haberse tratado de cualquier otra persona en vez de Jacob, pensé en mi fuero interno mientras conducía rumbo a La Push por la carretera que bordeaba el bosque.
No estaba convencida de hacer lo correcto, pero tenía un compromiso conmigo misma.
No podía aprobar lo que hacían Jacob y sus amigos —su manada—. Ahora comprendía lo que había dicho la noche pasada sobre que tal vez no quisiera volver a verle. Podía haberle telefoneado tal y como él me sugirió, pero lo consideraba una cobardía. Le había prometido al menos una conversación cara a cara. Le diría que no podía ignorar lo que estaban haciendo. No podía ser amiga de un asesino, quedarme callada, dejar que continuara la matanza... Eso me convertiría a mí en un monstruo.
Pero tampoco podía dejar de avisarle, debía hacer lo que estuviera en mi mano para protegerle.
Frené al llegar a la casa de los Black y fruncí los labios hasta convertirlos en una línea. Ya era bastante malo que mi mejor amigo fuera un licántropo, pero ¿tenía que ser también un monstruo?
La casa estaba a oscuras y no vi luces en las ventanas, pero no me importaba despertarlos. Aporreé la puerta con el puño con la energía del enfado. El sonido retumbó entre las paredes.
—Entra —le oí decir a Billy después de un minuto mientras pulsaba un interruptor.
Giré el pomo de la puerta, que estaba abierta. Billy, que aún no se encontraba en su silla de ruedas y llevaba un albornoz sobre los hombros, se asomó desde la pequeña cocina hacia la entrada abierta. Puso unos ojos como platos al verme, pero luego su rostro se volvió imperturbable.
—Vaya, buenos días, Bella. ¿Qué haces levantándote tan temprano?
—Hola, Billy. He de hablar con Jacob. ¿Dónde está?
—Esto... En realidad, no lo sé —mintió muy serio.
—¿Sabes qué está haciendo Charlie esta mañana? —inquirí a punto de ahogarme.
—¿Debería?
—Él y media docena de vecinos se han echado al monte con armas para cazar lobos gigantes —la expresión de Billy se alteró unos segundos para luego poner un rostro carente de expresión—. Así pues, si no te importa —añadí—, me gustaría hablar con Jake.
Billy frunció la boca durante un buen rato y al final, señalando el minúsculo pasillo que salía de la entrada de la fachada con un movimiento de cabeza, dijo:
—Apuesto a que aún duerme. Estos días sale por ahí hasta muy tarde. El chico necesita descansar. Probablemente no deberías despertarle.
—Ahora me toca a mí —murmuré para mis adentros mientras me encaminaba hacia el pasillo. Billy suspiró.
El pequeño cuarto de Jacob era la única habitación de un pasillo que no mediría ni un metro de largo. No me moles-té en llamar, sino que abrí de sopetón y cerré de un fuerte golpe.
Jacob, aún vestido con los mismos vaqueros negros sudados que había llevado en mi habitación, la noche anterior, yacía en diagonal encima de la cama doble que ocupaba casi toda su habitación, salvo unos pocos centímetros a ambos lados del lecho, en el que no cabía a pesar de haberse tendido cruzado. Los pies le colgaban fuera por un lado y la cabeza por el otro. Dormía profundamente con la boca abierta y roncaba levemente, sin inmutarse después del portazo.
Su rostro dormido estaba en paz y toda la ira se había desvanecido de sus facciones. Tenía ojeras debajo de los ojos, no me había percatado hasta ese momento. A pesar de su tamaño desmedido, ahora parecía muy joven, y también muy cansado. Me embargó la piedad.
Retrocedí, salí y cerré la puerta haciendo el menor ruido posible al salir.
Billy me miró fijamente con curiosidad y prevención mientras caminaba lentamente de vuelta al salón.
—Me parece que voy a dejarle reposar un poco.
Billy asintió, y entonces nos miramos largo tiempo el uno al otro. Me moría de ganas por preguntarle cuál era su participación en todo este asunto y qué pensaba sobre aquello en lo que se había convertido su hijo, mas sabía que había apoyado a Sam desde el principio, por lo que supuse que los crímenes no debían preocuparle. No lograba concebir cómo era capaz de justificar semejante actitud.
Atisbé en sus ojos que también él tenía muchas preguntas que hacerme, pero tampoco las verbalizó.
—Escucha —dije rompiendo el silencio—, voy a bajar a la playa un rato. Dile que le espero allí cuando se despierte, ¿de acuerdo?
—Claro, claro —aceptó.
Me pregunté si lo haría de verdad, pero bueno, de no ser así, lo había intentado, ¿no?
Conduje hasta First Beach y me detuve en el aparcamiento, sucio y vacío. Todavía era de noche y se anunciaba el ceniciento fulgor previo al alba de un día nublado, por lo que apenas había visibilidad cuando apagué las luces del coche. Tuve que esperar para que mis ojos se acostumbraran a la penumbra antes de poder encontrar la senda que atravesaba el alto herbazal. Allí hacía más frío a causa del viento procedente del oscuro mar, por lo que hundí las manos en los bolsillos de mi chaqueta de invierno. Al menos había dejado de llover.
Caminé hasta la playa en dirección al espigón situado más al norte. No veía St. James ni las demás islas, sólo la difusa línea de la orilla del agua. Elegí con cuidado mi camino entre las rocas sin dejar de vigilar la madera que el mar arrastraba a la playa para no tropezar.
Me descubrí contemplando el lugar que había venido a buscar antes de percatarme de que lo había encontrado. En la oscuridad, vislumbré un gran árbol blanco profundamente enraizado entre las rocas cuando me hallaba apenas a escasos centímetros. Las raíces retorcidas se prolongaban hasta el borde del espigón. Parecían un centenar de tentáculos frágiles. No estaba segura de que fuera el mismo árbol en que Jacob y yo habíamos mantenido la primera conversación —con la que tanto se había complicado mi vida—, pero lo parecía. Me senté en el mismo lugar que en aquel entonces y miré hacia el mar, ahora invisible.
La repulsión y la ira habían desaparecido después de verle dormido —inocente y vulnerable en su lecho—, pero no podía hacer la vista gorda ante lo que estaba pasando, como parecía ser el caso de Billy, aunque tampoco podía inculpar a Jacob. No es así como funciona el amor, resolví. Es imposible mostrarte lógico con las personas una vez que les tomas afecto. Jacob era mi amigo con independencia de que matara o no matara a la gente, y no sabía qué hacer al respecto.
Sentía una urgencia irresistible de protegerle al recordarle dormido, tan pacífico, algo completamente ilógico.
Pero fuera o no lógico, le estuve dando vueltas al recuerdo de su rostro en calma en un intento de alcanzar una respuesta, alguna forma de protegerle, mientras el cielo se fue aclarando hasta ponerse gris.
—Hola, Bella.
Me levanté de un brinco al oír la voz de Jacob procedente de las sombras. Él había hablado en voz baja, casi con timidez, pero me asusté, pues yo contaba con estar sobre aviso gracias al ruido que haría al caminar sobre las piedras que se extendían a mis espaldas. Vi su silueta recortándose contra las luces del inminente amanecer. Parecía enorme.
—¿Jake?
Permaneció alejado varios pasos mientras se balanceaba con ansiedad, descansando su peso sobre un pie y luego sobre el otro.
—Billy me informó de tu llegada... No te ha llevado mucho tiempo averiguarlo, ¿no? Sabía que lo descubrirías.
—Sí, ahora recuerdo la historia en concreto —susurré.
El silencio se prolongó durante un buen rato y, aunque estaba demasiado oscuro para ver bien, sentí un picor en la piel, como si sus ojos estuvieran estudiando mi rostro. Debía de haber suficiente luz para que él leyera mi expresión, ya que había una nota mordaz en su voz cuando habló de nuevo.
—Podías haberte limitado a telefonear —dijo con aspereza.
Asentí.
—Lo sé.
Jacob comenzó a pasear entre las rocas. Si aguzaba mucho el oído era capaz de oír, a duras penas, el suave roce de sus pies sobre las piedras por encima del sonido de las olas. Era un ruido similar al de las castañuelas.
—¿Por qué has venido? —inquirió sin dejar de pasear dando grandes zancadas.
—Pensé que sería mejor hablar frente a frente.
Soltó una risotada.
—Oh, sí, mucho mejor.
—Jacob, he de avisarte...
—¿Contra los agentes forestales y los cazadores? No te preocupes, ya lo sabíamos.
—¡¿Que no me preocupe?! —inquirí con incredulidad—. Jake, llevan armas, están tendiendo trampas, han ofrecido recompensas y...
—Podemos cuidarnos solos —gruñó sin dejar de andar—. No van a atrapar a nadie. Sólo van a ponérnoslo un poco más difícil, pero pronto comenzarán a desaparecer también.
—¡Jake! —murmuré.
—¡¿Qué?! Sólo es un hecho.
Palidecí de la repulsa.
—¿Cómo puedes... pensar así? Conoces a esa gente. ¡Charlie está ahí fuera!
La idea me produjo un retortijón de estómago.
Se detuvo de forma abrupta y me replicó:
—¿Y qué otra cosa podemos hacer?
Los rayos del sol confirieron una tonalidad rosácea a las nubes que pasaban encima de nosotros. Ahora le pude ver la expresión. Estaba enfadado y frustrado, se sentía engañado.
—¿Podrías...? Bueno, ¿podrías intentar no convertirte en... hombre lobo? —le sugerí con un hilo de voz.
Alzó las manos al aire y bramó:
—¡Como si tuviera elección! Además, si lo que te preocupan son los desaparecidos, ¿de qué iba a servir?
—No te entiendo.
Me lanzó una mirada con los ojos entrecerrados y frunció los labios al refunfuñar:
—¿Sabes lo que más me molesta? —pasé por alto la hostilidad de su expresión y negué con la cabeza, ya que parecía aguardar una respuesta—. Que seas tan hipócrita, Bella. Estás ahí sentada, aterrada por mi causa. ¿Es eso justo?
Las manos le temblaron de ira.
—¿Hipócrita? ¿Tenerle miedo a un monstruo me convierte en una hipócrita?
—Bah —refunfuñó; se llevó las manos a las sienes y cerró los ojos con fuerza—. ¿Te has oído a ti misma?
—¡¿Qué?!
Se acercó dos pasos, se inclinó hacia delante y me miró con rabia.
—Bueno, lamento mucho no ser la clase de monstruo que te va, Bella. Supongo que no soy tan bueno como un chupasangre, ¿no?
Me puse en pie de un salto y le devolví la mirada.
—¡No, no eres tú! —grité—. ¡No es lo que eres, sino lo que haces!
—¿Qué se supone que significa eso? —bramó mientras todo su cuerpo se estremecía de rabia.
Ve con cuidado, Bella, me previno la voz aterciopelada, no le presiones tanto. Tienes que calmarle. El aviso de Edward me pilló totalmente desprevenida.
Hoy no tenía sentido ni siquiera la voz de mi interior, sin embargo, le hice caso. Haría cualquier cosa por esa voz.
—Jacob —le supliqué amablemente y sin alterar la voz—, ¿es necesario matar gente? ¿No existe otro camino? Quiero decir, los vampiros han encontrado una forma de vivir sin matar a nadie. ¿No podríais intentarlo vosotros también?
Se irguió de repente como si mis palabras le hubieran descargado un calambrazo. Alzó las cejas y me miró con los ojos muy abiertos.
—¿Matar gente? —inquirió.
—¿De qué te pensabas que estábamos hablando?
Dejó de temblar y me contempló con una incredulidad cargada de esperanza.
—Pensé que hablábamos de tu repugnancia hacia los licántropos.
—No, Jake, no. No me refería a que fueras un... lobo. Eso está bien —le aseguré, y supe el significado de mis palabras en cuanto las pronuncié. En realidad, no me preocupaba si se convertía en un enorme lobo, seguía siendo Jacob—. Bastaría con que encontraras un modo de no hacer daño a la gente... Es eso lo que me afecta...
—¿Eso es todo? ¿De verdad? —me interrumpió con una sonrisa que se extendía a todo su rostro—. ¿Te doy miedo porque soy un asesino? ¿No hay otra razón?
—¿Te parece poco?
Rompió a reír.
—¡Jacob Black, esto no es divertido!
—Por supuesto, por supuesto —admitió sin dejar de reírse.
Avanzó otra zancada y me dio otro abrazo de oso.
—Sé sincera, ¿de verdad no te importa que me transforme en un gran perro? —me preguntó al oído con voz jubilosa.
—No —contesté sin aliento—. No... puedo... respirar, Jake.
Me soltó, pero retuvo mis manos.
—No soy ningún asesino, Bella.
Estuve segura de que decía la verdad al escrutar su rostro. El pulso se me aceleró de alivio.
—¿De verdad?
—De verdad —prometió solemnemente.
Le rodeé con mis brazos. Aquello me recordó aquel primer día de las motos, aunque ahora era más grande y me sentía aún más niña.
Me acarició el cabello tal y como hacía antes.
—Lamento haberte llamado hipócrita —se disculpó.
—Lamento haberte llamado asesino.
Se carcajeó.
En ese momento caí en la cuenta de una cosa y me aparté para poder verle la cara. Fruncí el ceño a causa de la ansiedad.
—Tú no, pero ¿y Sam? ¿Y los demás?
Negó con la cabeza y me sonrió como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
—Por supuesto que no. ¿No recuerdas cómo te dije que nos llamábamos?
Lo recordaba claramente. Ese mismo día lo había estado pensando.
—¿Protectores?
—Exactamente.
—Pero no comprendo, ¿qué pasa en los bosques? ¿Y los montañeros desaparecidos? ¿Y la sangre?
Se puso serio de inmediato. Parecía preocupado.
—Intentamos hacer nuestro trabajo, Bella. Intentamos protegerlos, pero siempre llegamos una pizca tarde.
—¿Protegerlos? ¿De qué? ¿De verdad hay un gran oso merodeando por allí?
—Bella, cariño, nosotros sólo protegemos a las personas de un enemigo. Lo que éste hace es la razón de nuestra existencia.
Le miré con expresión ausente durante unos instantes hasta comprenderle. Entonces, la sangre huyó de mi rostro y se me escapó un grito inarticulado de pánico.
Él asintió.
—Pensé que precisamente tú de entre todos ibas a comprender lo que sucedía.
—Laurent —susurré—. Sigue aquí.
Jacob parpadeó un par de veces y ladeó la cabeza a un lado:
—¿Quién es Laurent?
Intenté poner en orden mis pensamientos en medio de todo ese caos para poder responderle.
—Le conoces, le viste en el prado. Estabais allí... —las palabras adquirieron un tono de asombro a medida que me iba convenciendo de todo—. Estabais allí, evitasteis que me matara...
—Ah, ¿te refieres a la sanguijuela de pelo negro? —esbozó una sonrisa tensa y fiera—. ¿Se llamaba así?
Me estremecí.
—¿En qué estabais pensando? —susurré—. Podía haberos matado, Jake. No te haces idea de lo peligrosos...
Otra carcajada me interrumpió.
—Bella, un sólo vampiro no supone mucho problema para una manada grande como la nuestra. Fue tan fácil que casi no resultó divertido.
—¿Qué fue fácil?
—Acabar con el vampiro que te iba a matar. Ahora bien, eso no lo incluyo en lo de asesinar —agregó a toda prisa—. Los vampiros no cuentan como personas.
Sólo conseguí articular las palabras para que me leyera los labios:
—¿Vosotros matasteis a Laurent?
Asintió.
—Fue un trabajo en equipo—matizó.
—¿Ha muerto Laurent?—susurré.
Su expresión cambió.
—Eso no te preocupa, ¿verdad? Iba a matarte, buscaba su presa, Bella. Estábamos muy seguros de eso cuando decidimos atacar. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé. No, no estoy disgustada. Estoy... —tenía que sentarme. Retrocedí un paso hasta sentir la madera en las pantorrillas y me dejé caer sobre la misma—. Laurent ha muerto, no va a volver a por mí.
—¿No te enfadas? No era uno de tus amigos ni nada de eso, ¿verdad?
—¿Amigo mío? —alcé la vista, confusa y mareada de puro alivio. Los ojos se me humedecieron y comencé a balbucear—: No, Jake... Al contrario... Pensé que acabaría encontrándome... Le he estado esperando cada noche con la esperanza de que se conformara conmigo y dejara tranquilo a Charlie. He pasado tanto miedo, Jacob. Pero... ¿cómo es posible? ¡Era un vampiro! ¿Cómo le habéis matado? Era fuerte y duro como el mármol...
Se sentó junto a mí y me rodeó con un brazo en gesto de consuelo.
—Fuimos creados para eso, Bella. Nosotros también somos fuertes. Desearía que me hubieras dicho que tenías tanto miedo. No tenías por qué.
—Tú no estabas ahí para escucharme —musité, sumida en mis pensamientos.
—Sí, cierto.
—Espera, Jake... Pensé que lo sabías porque la noche pasada dijiste que no era seguro que estuvieras en mi habitación. Creí que eras consciente de que podía acudir un vampiro. ¿No te estabas refiriendo a eso?
Me miró desconcertado durante un minuto y luego ladeó la cabeza.
—No, no me refería a eso.
—Entonces, ¿por qué creías que no era seguro para ti quedarte?
Me miró con ojos llenos de culpabilidad.
—No dije que no fuera seguro para mí. Estaba pensando en ti.
—¿Qué quieres decir?
Miró al suelo y dio un puntapié a una piedra.
—Hay más de una razón por la que no debo estar cerca de ti, Bella. Por una parte, se suponía que no tenía que revelarte nuestro secreto, eso era importante, pero por otra, no es seguro para ti. Podrías resultar herida... si me enfado, si me disgusto más de la cuenta...
Reflexioné al respecto detenidamente.
—¿Cuando hace un momento te enfadaste...? ¿Cuando te grité y te pusiste a temblar... ?
—Sí —su rostro se descompuso un poco más—. Es muy estúpido por mi parte, debería ser capaz de controlarme mejor. Te prometo que no tenía intención de enfadarme dijeras lo que dijeras, pero me hería tanto perderte en caso de que no aceptaras lo que soy...
—¿Qué sucedería si te enfurecieras mucho? —susurré.
—Me convertiría en lobo... —me contestó en otro susurro.
—¿No ha de haber luna llena?
Puso los ojos en blanco.
—La versión de Hollywood no es muy rigurosa —suspiró y se puso serio de nuevo—. No tienes por qué preocuparte, Bella. Nos vamos a encargar de esto y pondremos especial atención en cuidar de Charlie y los demás... No vamos a permitir que le pase nada. En eso, puedes confiar en mí.
Fue entonces cuando caí en la cuenta de algo muy, muy obvio. La idea de Jacob y sus amigos luchando contra Laurent me había despistado hasta el punto de haber perdido la noción del tiempo, pero se me ocurrió cuando Jacob volvió a utilizar el verbo en presente.
Nos vamos a encargar de esto.
Luego no había terminado.
—Laurent ha muerto —dije con voz entrecortada mientras me quedaba rígida y helada como un bloque de hielo.
—¿Bella? —preguntó Jacob con ansiedad al tiempo que me acariciaba la mejilla lívida.
—Si Laurent murió hace una... semana... En ese caso, alguien más está matando gente ahora.
Jacob asintió.
—Resulta que eran dos. Creemos que su compañera nos tiene ganas. Según nuestras leyendas, los vampiros se encabronan mucho cuando matas a su pareja, pero ésta no hace otra cosa que alejarse a toda prisa para volver enseguida, y así una y otra vez. Sería más fácil quitarla de en medio si conociéramos su objetivo, pero su conducta carece de sentido. Sigue bailando al filo de la navaja, parece que estuviera probando nuestras defensas en busca de una forma de entrar, pero ¿adónde quiere entrar? ¿Dónde pretende ir? A Sam le parece que intenta separarnos para disponer de mayores oportunidades...
Su voz perdió intensidad hasta que empezó a sonar como si hablara al otro extremo de un túnel largo. No fui capaz de distinguir las palabras por más tiempo. Mi frente se perló de sudor y sufrí un retortijón en el estómago como si volviera a tener la gripe. Exactamente igual que si tuviera la gripe.
Me aparté de él a toda prisa y me incliné sobre el tronco del árbol. Las arcadas me convulsionaron todo el cuerpo sin resultado alguno. El estómago vacío se contrajo a causa de la náusea producida por el pánico, pero no tenía nada que vomitar.
Victoria estaba ahí. Me buscaba. Mataba extranjeros en los mismos bosques que Charlie estaba rastreando.
La cabeza empezó a darme vueltas hasta marearme y volver a provocarme arcadas.
Jacob me sujetó por los hombros y evitó que me resbalara y cayera sobre las rocas. Sentí su cálido aliento en la mejilla.
—Bella, ¿qué te pasa?
—Victoria —respondí entrecortadamente en cuanto fui capaz de recobrar el aliento entre los espasmos de las náuseas.
En mi mente, Edward gruñó con furia ante la mención de ese nombre.
Sentí que Jacob me levantaba de mi postración y me colocaba torpemente en su regazo de forma que mi cabeza desmadejada descansara sobre su hombro. Me sostuvo para que no perdiese el equilibrio, evitando que desfalleciera y cayera; retiró de mi rostro el sudado pelo negro.
—¿Quién? —preguntó Jacob—. ¿Me oyes? ¡Bella, Bella!
—No era la compañera de Laurent —gemí apoyada en su hombro—, sólo eran amigos...
—¿Necesitas un poco de agua? ¿Un médico? Dime qué he de hacer —me pidió, frenético.
—No estoy enferma, tengo miedo... —le expliqué entre susurros. En realidad, la palabra «miedo» no abarcaba todo el abanico de mis sentimientos.
Me dio unas palmaditas en la espalda.
—¿Temes a Victoria?
Asentí con la cabeza entre estremecimientos.
—¿Victoria es la hembra pelirroja?
Temblé de nuevo y gimoteé:
—Sí.
—¿Cómo sabes que no era la compañera del que matamos?
—Laurent me dijo que ella era la pareja de James —le expliqué mientras movía la mano de la cicatriz de forma inconsciente.
Jacob giró mi rostro hacia él y lo mantuvo firme con su mano enorme. Clavó su mirada en mis ojos.
—Bella, ¿te dijo algo más? Es importante. ¿Sabes qué es lo que busca?
—Por supuesto —susurré—, me busca a mí.
Sus ojos se abrieron como platos y luego los entrecerró desmesuradamente.
—¿Por qué? —inquirió.
—Edward mató a James —Jacob me aferró con tanta fuerza que resultó innecesario mi intento de tapar el agujero de mi pecho. Su abrazo me mantuvo de una pieza—. Victoria se ha obsesionado con él, pero Laurent dijo que ella pensaba que sería más justo matarme a mí que a Edward. Pareja por pareja. Supongo que no sabía, aún no lo sabe, que... —tragué con fuerza— que las cosas ya no son como antes entre nosotros, al menos por parte de Edward.
—¿Es eso lo que sucedió? ¿Por qué se fueron los Cullen?
—Bueno, al fin y al cabo, no soy más que una humana, nada especial —le expliqué a la vez que me encogía de hombros imperceptiblemente.
Algo muy similar a un gruñido —no un gruñido de verdad sino una aproximación humana— retumbó en el pecho de Jacob, debajo de mi oído.
—Si ese idiota chupasangre es de verdad tan estúpido...
—Por favor —gemí—, por favor. No sigas.
Jacob vaciló y después asintió una vez.
—Esto es muy importante —repitió, ahora con aire profesional—. Es exactamente lo que necesitábamos saber. Debemos decírselo a los demás ahora mismo.
Se puso de pie y tiró de mí para que me incorporara. No me soltó las manos de la cintura para asegurarse de que no iba a caerme.
—Estoy bien —le mentí.
Pasó a tomarme de la cintura con una sola mano.
—Vamos.
Me guió de regreso al coche.
—¿Adonde nos dirigimos? —le pregunté.
—Aún no estoy seguro —admitió—. Voy a convocar un encuentro. Eh, quédate aquí un minuto, ¿de acuerdo? —me apoyó contra un costado del vehículo y me soltó la mano.
—¿Adonde vas?
—Estaré de vuelta enseguida —me prometió. Luego se giró, atravesó el aparcamiento a la carrera y cruzó la carretera para adentrarse en el bosque. Pasó fugazmente entre los árboles con la velocidad y la elegancia de un venado.
—¡Jacob! —chillé con voz ronca a sus espaldas, pero ya se había ido.
No era el mejor momento para quedarme sola. Estaba hiperventilando cuando le perdí de vista. Me arrastré al interior de la cabina del conductor y eché los seguros de las puertas a golpetazos. Eso no me hizo sentir mucho mejor.
Victoria ya me estaba acechando. Sólo era cuestión de suerte que aún no me hubiera encontrado, bueno, de suerte y de cinco hombres lobo adolescentes. Espiré con fuerza. No importaba lo que dijera Jacob, la idea de que él fuera a estar cerca de Victoria resultaba horripilante, y no me importaba en qué se convirtiera cuando se enfadaba. Veía a Victoria en mi mente, el rostro salvaje, la melena similar a las llamas, letal, indestructible...
Sin embargo, según Jacob, Laurent había muerto. ¿Era eso realmente posible? Edward me había dicho —de inmediato me llevé la mano al pecho para sujetármelo— lo difícil que resultaba matar a un vampiro, era una tarea que sólo otro de los suyos podía llevar a cabo. Aun así, Jake mantenía que los licántropos estaban hechos para esa tarea.
También había dicho que iban a vigilar a Charlie de forma especial, y que debería confiar en ellos para mantener a mi padre con vida. ¿Cómo podía creer en eso? ¡Ninguno de nosotros estaba a salvo! Y Jacob el que menos, máxime si intentaba interponerse entre Victoria y Charlie, entre Victoria y yo...
Me sentí como si estuviera a punto de volver a vomitar.
Un agudo golpeteo de nudillos en la ventanilla me hizo gritar de pánico, pero sólo era Jacob, que ya estaba de vuelta. Ali viada, levanté el seguro y le abrí la puerta con manos trémulas.
—Estás realmente asustada, ¿no? —me preguntó al entrar
Asentí con la cabeza.
—No lo estés. Cuidaremos de ti y también de Charlie. Lo prometo.
—La posibilidad de que localices a Victoria me aterra más que la perspectiva de que ella me encuentre a mí.
Se echó a reír.
—Has de confiar un poco más en nosotros. Es insultante.
Negué con la cabeza. Había visto demasiados vampiros cu acción.
—¿Adonde nos dirigimos ahora? —inquirí.
Frunció los labios y permaneció callado.
—¿Qué sucede? ¿Es un secreto?
Torció el gesto.
—En realidad, no, aunque es un poco extraño. No quiero que te dé un ataque.
—A estas alturas ya me he acostumbrado a lo extraño, ya sabes —intenté sonreírle sin demasiado éxito.
Jacob me devolvió una enorme sonrisa con desenvoltura.
—Supongo que no te queda otro remedio. Vale. Mira, cuando adoptamos forma de lobo, podemos... podemos escucharnos unos a otros.
Se me desplomaron las cejas de puro desconcierto.
—No oímos los sonidos —continuó—, pero escuchamos... pensamientos. De ese modo nos comunicamos entre nosotros sin importar cuán lejos estemos unos de otros. Es de gran ayuda cuando cazamos, pero, aparte de eso, también supone una molestia enorme. Resulta muy embarazoso no tener secretos. Es muy extraño, ¿verdad?
—¿A eso te referías anoche cuando me dijiste que se lo dirías en cuanto los vieras, incluso aunque no quisieras?
—Las pillas al vuelo.
—Gracias.
—Y se te da muy bien desenvolverte con lo extraño. Pensé que te iba a molestar.
—No es así... Bueno, no eres la primera persona que he conocido capaz de leer los pensamientos ajenos, por lo que no se me antoja tan raro.
—¿De verdad? Espera... ¿Te refieres a tus chupasangres?
—Me gustaría que no los llamaras así.
Se echó a reír.
—Lo que tú digas. Entonces, ¿te refieres a los Cullen?
—No, sólo... Sólo a Edward.
Moví un brazo con disimulo para sujetarme el torso. Jacob parecía desagradablemente sorprendido.
—Pensé que eran cuentos. He escuchado leyendas sobre vampiros capaces de hacerlo, dotados de esa capacidad adicional, pero siempre creí que se trataba de mitos.
—¿Hay algo que siga siendo un mito? —le pregunté con ironía.
Puso cara de pocos amigos.
—Supongo que no. De acuerdo, vamos a reunimos con Sam y los demás en el lugar donde solíamos montar en moto.
Arranqué el motor y di marcha atrás para luego dirigirme a la carretera.
—¿Acabas de convertirte en lobo hace un momento para hablar con Sam? —le pregunté con curiosidad.
Jacob asintió. Parecía avergonzado.
—Mantuvimos una charla muy corta. Procuré no pensar en ti para que ignoraran lo que estaba sucediendo. Temía que Sam me dijera que no podía llevarte.
—Eso no me hubiera detenido —no podía sacudirme el prejuicio de que Sam era un mal tipo. Me rechinaron los dientes al oír su nombre.
—Bueno, pero me hubiera detenido a mí—repuso Jacob, que ahora parecía taciturno—. ¿Recuerdas que a veces, la noche pasada, no podía terminar las frases? ¿Y cómo al final no te conté toda la historia?
—Sí, parecías estar ahogándote o algo así.
Se rió entre dientes de forma misteriosa.
—Sí, casi, casi. Sam me ordenó que no te contara nada. Es el jefe de la manada, ya sabes. Es el alfa. Cuando nos dice que hagamos algo, o que no lo hagamos, bueno, eso significa que no podemos ignorarle.
—¡Qué raro! —murmuré.
—Mucho —admitió—. Es una cosa típica de lobos.
—Ya —no se me ocurría otra respuesta mejor.
—Sí, existen un montón de normas de ese estilo... lobunas. Yo todavía las estoy aprendiendo. No me imagino cómo tuvo que ser para Sam. Ya es bastante malo pasar por ello con el apoyo de una manada, pero él se las tuvo que apañar totalmente solo.
—¿Sam estaba solo?
—Sí—contestó Jacob con un hilo de voz—. Fue horrible, lo más aterrador por lo que haya pasado jamás, peor todavía de lo que podía imaginar, cuando yo... cambié. Pero no estaba solo... Había voces en mi mente que me explicaban lo que había sucedido y lo que tenía que hacer. Creo que eso fue lo que impidió que enloqueciera, pero Sam... —meneó la cabeza—. Sam no tuvo ayuda.
Eso requería que hiciera ciertas reconsideraciones por mi parte. Era difícil no compadecer a Sam cuando Jacob te lo explicaba de ese modo. Tuve que recordarme que ya no había razón alguna para odiarle.
—¿Se enfadarán porque vaya contigo? —pregunté.
Puso mala cara.
—Probablemente.
—Tal vez no debería...
—No, no, está bien —me aseguró—. Sabes un montón de cosas que nos van a ser útiles. No es como si se tratara de otro humano ignorante. Eres como... no sé... como una espía o algo así. Has estado tras las líneas enemigas.
Desaprobé aquello en mi fuero interno. ¿Era eso lo que Jacob quería de mí? ¿Una persona con acceso a información privilegiada que les iba a ayudar a destruir a sus enemigos? Sin embargo, yo no era una espía. No había reunido ese tipo de información. Sus palabras ya me habían hecho sentirme como una traidora.
Pero yo quería que él le parara los pies a Victoria, ¿no?
No.
Quería que acabaran con ella, preferiblemente antes de que me torturara hasta morir, atacara a Charlie o matara a otro forastero, pero no deseaba que fuera Jacob quien lo hiciera, ni siquiera que lo intentara. No quería a Jacob en un radio de ciento cincuenta kilómetros a la redonda de Victoria.
—Conoces cosas como la capacidad de leer la mente del chupasangre —continuó, haciendo caso omiso de mi petición—. Ése es el tipo de información que necesitamos. Es lo que nos da pie para creer que esas historias son ciertas, y lo hace todo más complicado. Eh, ¿crees que la tal Victoria tiene algún don especial?
—No lo creo —dudé y luego suspiré—. Supongo que él lo hubiera mencionado.
—¿Él? Ah, te refieres a Edward... Perdón, lo olvidé. No te gusta pronunciar ni oír su nombre.
Me apreté con fuerza el torso mientras intentaba ignorar las punzadas del borde de la abertura de mi pecho.
—No, la verdad es que no.
—Perdona.
—¿Cómo me conoces tan bien, Jacob? A veces, da la impresión de que eres capaz de leerme la mente.
—Qué va, sólo presto atención.
Nos hallábamos en la pista estrecha de tierra donde Jacob me había enseñado a montar en moto.
—¿Es aquí?
—Sí, sí.
Frené y apagué el motor.
—Eres muy desdichada, ¿verdad? —murmuró.
Asentí mientras contemplaba el bosque sombrío con la mirada perdida.
—¿No has pensado alguna vez que quizás te sentirías mejor si te marcharas?
Inspiré despacio y espiré.
—No.
—Porque él no era el mejor...
—Por favor, Jacob —le atajé; luego le imploré con un hilo de voz—: ¿No podemos hablar de otra cosa? No soporto este tema de conversación.
—Vale —respiró hondo—. Lamento haber dicho algo que te molestara.
—No te sientas mal. Si las cosas fueran diferentes, sería muy reconfortante para mí haber encontrado a alguien, por fin, con quien poder hablar del asunto.
Él asintió.
—Sí, lo pasé muy mal escondiéndote el secreto durante dos semanas. Debe de haber sido un infierno no poder hablar con nadie.
—Un infierno —coincidí.
Jacob tomó aliento de forma ostensible.
—Ahí están, vamos.
—¿Estás seguro? —inquirí mientras él cerraba de golpe la puerta abierta—. Tal vez no debería estar aquí.
—Sabrán comportarse —dijo, y luego esbozó una gran sonrisa—: ¿Quién teme al lobo feroz?
—Ja, ja —le solté, pero salí del coche y me apresuré a rodear el frontal para permanecer al lado de Jacob. Lo único que recordaba en ese momento —con demasiada claridad— era la imagen de los lobos del prado. Las manos me temblaban tanto como las de Jacob antes, pero a causa del pánico y no de la furia.
Jake me tomó la mano y la estrechó.
—Allá vamos.