30 de mayo de 2009

Luna Nueva - Capítulo 10: La Secta



Me sorprendía cada vez que abría los ojos a la luz de la mañana y comprendía que había sobrevivido a la noche. Una vez que pasaba esa sorpresa, se me aceleraba el corazón y las palmas de las manos me empezaban a sudar. No lograba respirar de nuevo hasta que me levantaba y me aseguraba de que Charlie también seguía con vida.
Podía dar fe de que él estaba preocupado al verme saltar ante el menor ruido o palidecer de pronto sin ninguna razón aparente. Parecía achacar el cambio a la prolongada ausencia de Jacob a juzgar por las preguntas que me hacía de vez en cuando.
Por lo general, el terror que dominaba mis pensamientos me distrajo del hecho de que había transcurrido otra semana sin que Jacob me hubiera llamado aún. No obstante, cuando era capaz de concentrarme en mi vida normal, si es que podía llamarse normal, el hecho me preocupaba.
Le echaba muchísimo de menos.
Ya había sido bastante malo estar sola antes de verme atontada por el miedo. Pero ahora, más que nunca, anhelaba sus carcajadas despreocupadas y su risa contagiosa. Necesitaba la segura cordura de su garaje convertido en casa y su cálida mano alrededor de mis fríos dedos.
Casi había esperado que me telefoneara el lunes. ¿Acaso no querría informarme si había realizado algún progreso con Embry? Deseaba creer que era la preocupación por su amigo lo que le ocupaba todo el tiempo hasta no dejarle ni un minuto para mí.
Le llamé el martes sin que respondiera nadie. ¿Persistían los problemas de las líneas telefónicas o había adquirido Billy un identificador de llamadas?
El miércoles le llamé cada media hora hasta pasadas las once de la noche, desesperada por oír la calidez de su voz.
El jueves permanecí sentada en el coche delante de casa con los contactos quitados y las llaves en la mano durante una hora seguida. Me debatía en mi interior, intentaba hallar un pretexto para efectuar un rápido viaje a La Push, pero no lo encontraba.
Por lo que sabía, Laurent tendría que haber vuelto ya con Victoria. Si iba a La Push corría el riesgo de guiar a alguno de los dos hasta la reserva. ¿Qué ocurriría si me atrapaban cuando Jake estuviera cerca? Por mucho que me doliese, sabía que lo que más le convenía a Jacob era evitarme. Y lo más seguro para él.
Resultaba muy duro ser incapaz de hallar la forma de mantener a salvo a Charlie. Lo más probable es que vinieran a buscarme durante la noche, y ¿qué podía hacer para que Charlie no estuviera en casa? Me encerraría en una habitación acolchada de algún psiquiátrico si le contaba la verdad. Lo soportaría —de buena gana incluso— si le mantenía a él a salvo, pero Victoria seguiría yendo detrás de mí, y el primer lugar en el que me buscaría sería aquella casa. Tal vez se conformaría si me encontraba en ella. Tal vez se limitaría a marcharse cuando hubiera terminado conmigo.
Por eso, no podía huir. Y aunque pudiera, ¿adónde iba a ir? ¿Con Renée? La idea de conducir a mis letales sombras al mundo tranquilo y soleado de mi madre me hizo estremecerme. Nunca la pondría en peligro de ese modo.
La preocupación fue horadando un agujero en mi estómago. No iba a tardar en sentir las correspondientes punzadas.
Charlie me hizo otro favor esa noche y volvió a telefonear a Harry para enterarse de si los Black se habían marchado de la ciudad. Harry le informó de que Billy había asistido a la reunión del consejo del miércoles por la noche sin hacer mención alguna de que fuera ausentarse. Charlie me avisó de que no me pusiera pesada. Jacob llamaría cuando se pudiera desplazar.
De pronto, el viernes por la tarde, cuando menos lo esperaba, lo comprendí todo mientras volvía a casa en coche.
Conducía sin prestar atención a la conocida carretera y dejaba que el sonido del motor dificultara la reflexión y amortiguara las preocupaciones cuando mi subconsciente emitió un veredicto en el que debía de haber trabajado sin darme entera cuenta.
En cuanto lo pensé, me sentí realmente tonta por no haberme dado cuenta antes. Claro, había tenido muchas cosas en la cabeza —vampiros obsesionados con la venganza, gigantescos lobos mutantes y un irregular agujero en el centro del pecho—, pero resultaba vergonzosamente obvio una vez que expuse las evidencias.
Jacob me evitaba. Charlie decía que parecía extraño, disgustado. Las respuestas de Billy eran vagas y servían de poca ayuda.
Se trataba de Sam Uley. Habían intentado decírmelo hasta mis pesadillas. Sam se había hecho con el control de Jacob. Fuera lo que fuera lo que les hubiera sucedido a los demás chicos de la reserva, le había alcanzado también a él, arrebatándome a mi amigo. La secta de Sam le había abducido.
Comprendí en medio de un torbellino de sentimientos que él no había renunciado a mí en absoluto.
Conduje al ralentí hasta llegar frente a mi casa. ¿Qué debía hacer? Analicé cada uno de los peligros.
Si iba en busca de Jacob, me arriesgaba a que Victoria o Laurent le encontraran en mi compañía.
Si no lo hacía, Sam lo liaría más y más en su espantosa banda de obligada adscripción. Tal vez fuera demasiado tarde si no actuaba pronto.
Había transcurrido una semana sin que los vampiros hubieran venido todavía en mi busca. Una semana era tiempo más que de sobra para que hubieran vuelto, por lo que yo no debía de ser una de sus prioridades. Lo más probable, tal y como había decidido antes, es que vinieran a cazarme de noche. Los riesgos de que me siguieran a La Push eran mucho más pequeños que la posibilidad de perder a Jacob por culpa de Sam.
Los peligros del solitario camino forestal merecían la pena. No era una visita caprichosa para ver si pasaba algo. Sabía que pasaba algo. Era una misión de rescate. Iba a hablar con Jacob, raptarle si era preciso. Había visto un reportaje de la PBS sobre la desprogramación de aquellos a quienes han lavado el cerebro. Tenía que haber algún tipo de cura.
Decidí que sería mejor telefonear antes a Charlie. Tal vez la policía se estaba ocupando de lo que sucedía en La Push. Lo hice a toda mecha, deseosa de entrar en acción.
Charlie contestó el teléfono de la comisaría en persona.
—Jefe Swan.
—Papá, soy Bella.
—¿Qué ha pasado?
Esta vez no podía despejar sus peores temores. Me temblaba la voz.
—Estoy preocupada por Jacob.
—¿Por qué? —preguntó sorprendido por lo inesperado del tema.
—Creo... Sospecho que se está cociendo algo raro en la reserva. Jacob me habló de una cosa extraña que les había sucedido a otros chicos de su edad. Ahora se comporta exactamente del modo que temía.
—¿Qué clase de comportamiento extraño? —empleó su tono profesional de policía. Eso era bueno. Me estaba tomando en serio.
—Primero estaba asustado, y luego empezó a evitarme... Ahora temo que forme parte de esa estrambótica banda de ahí abajo, la banda de Sam, la de Sam Uley.
—¿Sam Uley? —repitió Charlie, sorprendido de nuevo.
—Sí.
—Me parece que te equivocas, Bella —contestó con voz más relajada—. Sam Uley es un chico estupendo, bueno, ahora ya es un hombre. Y un buen hijo. Deberías oír hablar de él a Billy. En realidad, ya ha obrado maravillas con los jóvenes de la reserva. Fue él quien...
Charlie se calló a mitad de la frase. Supuse que estaba a punto de referirse a la noche en que me perdí en los bosques. Continué rápidamente.
—No es así, papá. Jacob le tenía miedo.
—¿Has hablado de esto con Billy? —ahora intentaba apaciguarme. Le había perdido para mi causa en cuanto mencioné a Sam Uley.
—Billy no está preocupado.
—Bueno, Bella, entonces estoy seguro de que todo está en orden. Jacob es un crío y probablemente sólo está haciendo travesuras. Estoy convencido de que se encuentra bien. Después de todo, no se puede pasar todo el tiempo pegado a tus faldas.
—El problema no soy yo —le insistí, pero había perdido la batalla.
—No creo que debas preocuparte por esto. Deja que Billy cuide de Jacob.
—Charlie... —mi voz empezó a sonar quejumbrosa.
—Bella, ahora tengo un montón de trabajo entre manos. Se han perdido dos turistas que han dejado un rastro por los alrededores del lago —había una nota de ansiedad en su voz—. El problema del lobo se me está yendo de las manos...
Aquellas noticias me dejaron momentáneamente distraída —asombrada en realidad—. No había forma de que los lobos hubieran sobrevivido a un enfrentamiento con un rival de la talla de Laurent...
—¿Estás segura de que les ha sucedido algo? —pregunté.
—Eso me temo, cielo. Había... —vaciló—. Volvía a haber huellas... Esta vez con un poco de sangre.
—¡Vaya!
En ese caso no se había producido un enfrentamiento. Laurent debía de haberse limitado a dejar atrás a los lobos, pero ¿por qué? Lo que había visto en aquel prado era extraño dentro de lo extraño, e imposible de entender.
—Mira, tengo de dejarte, de verdad. No te preocupes por Jake. Estoy seguro de que no es nada, Bella.
—Muy bien —contesté secamente, frustrada cuando sus palabras me recordaron la urgencia de la crisis que tenía más cerca—. Adiós —colgué.
Contemplé fijamente el teléfono durante más de un minuto. ¡Qué demonios!, decidí. Billy contestó a los dos toques.
—¿Diga?
—Hola, Billy —casi le gruñí. Procuré sonar más amistosa mientras continuaba hablando—. ¿Se puede poner Jacob, por favor?
—No está en casa.
¡Qué horror!
—¿Sabes dónde está?
—Ha salido con sus amigos —me contestó con precaución.
—¿Ah, sí? ¿Con alguien que conozco? ¿Con Quil? —hubiera jurado que él no interpretaba mis palabras con el mismo tono indiferente con el que yo pretendía pronunciarlas.
—No —respondió Billy lentamente—. No creo que hoy esté con Quil.
Sabía que era preferible no mencionar el nombre de Sam, por lo que pregunté:
—¿Embry?
Billy pareció más feliz al contestar esta vez.
—Sí, está con Embry.
Eso me bastaba. Embry era uno de ellos.
—Bueno, ¿le puedes decir que me llame cuando vuelva?
—Claro, claro, por supuesto.
Clic.
—Hasta pronto, Billy —murmuré en la línea cortada.
Fui en coche a La Push, decidida a esperar. Iba a aguantar sentada frente a la casa toda la noche si era necesario —incluso me perdería las clases del instituto—. Jacob volvería a casa en algún momento y, cuando lo hiciera, tendría que hablar conmigo.
Estaba tan preocupada que el viaje que tanto me había aterrado hacer pareció llevarme unos segundos. El bosque empezó a ralear antes de lo esperado y supe que pronto podría ver las primeras casitas de la reserva.
Un chico con una gorra de baloncesto calada se alejaba a pie por el lado izquierdo del arcén.
Me quedé sin aliento durante un momento, haciéndome ilusiones de que la suerte se pusiera de mi lado por una vez y que me tropezara con Jacob sin necesidad de grandes esfuerzos, pero este chico era demasiado ancho y debajo de la gorra tenía el pelo corto. Estaba segura de que era Quil incluso viéndole de espadas, aunque parecía haber crecido desde la última vez que le vi. ¿Qué les daban de comer a los chicos quileutes? ¿Hormonas de crecimiento?
Crucé al lado opuesto del camino para frenar junto a él. Alzó la vista cuando el rugido del motor se acercó.
La expresión de Quil me produjo más pánico que sorpresa. Tenía un rostro sombrío e inquietante, con la frente surcada por numerosas arrugas de preocupación.
—Eh, hola, Bella —me saludó sin ganas.
—Hola, Quil... ¿Te encuentras bien?
Me miró con aire taciturno.
—Estupendamente.
—¿Te puedo acercar a algún sitio? —le ofrecí.
—Sí, supongo —murmuró. Cruzó por delante del coche arrastrando los pies y abrió la puerta del copiloto para subir.
—¿Adónde?
—Mi casa está en el lado norte, detrás del almacén —me dijo.
—¿Has visto hoy a Jacob?
Le espeté la pregunta antes de que hubiera terminado de hablar. Miré a Quil con avidez, a la espera de su respuesta. Miró a lo lejos a través del parabrisas antes de responder. Al final, dijo:
—De lejos.
—¿De lejos? —repetí.
—Intenté seguirlos. Iba con Embry —hablaba con un hilo de voz, por lo que resultaba difícil de oír por encima del motor. Me acerqué—. Sé que me vieron, pero se giraron y desaparecieron entre los árboles... Dudo que estuvieran solos. Es posible que Sam y su banda estuvieran con ellos. He estado dando tumbos por el bosque cerca de una hora, llamándolos a gritos. Acababa de encontrar el camino cuando has aparecido con el coche.
—Así pues, Sam lo ha atrapado a él también —había apretado los dientes, por lo que las palabras salieron ligeramente distorsionadas.
Quil me miró fijamente.
—¿Estás al tanto de eso?
Asentí.
—Jake me lo dijo... antes.
—Antes —repitió Quil y suspiró.
—¿Es tan malo el caso de Jacob como el de los demás?
—No se separa de Sam —Quil giró la cabeza y escupió por la ventana abierta.
—Y antes de eso... ¿Evitaba a todo el mundo? ¿Parecía enfadado?
—No tardó mucho más que el resto —contestó en voz baja y con tono áspero—. Tal vez un día. Luego, Sam se lo llevó.
—¿Qué crees que es? ¿Drogas o algo así?
—No veo a Jacob ni a Embry metiéndose en una cosa así... Pero ¿qué sé yo? ¿Qué otra cosa puede ser? ¿Y por qué no se preocupan los ancianos? —sacudió la cabeza; ahora, el miedo asomaba a sus ojos—. Jacob no quería participar en esa... secta. No comprendo qué le ha podido cambiar —me miró con rostro aterrorizado—. No quiero ser el próximo.
Mis ojos reflejaron su pánico. Era la segunda vez que había oído describir aquello como una secta. Me estremecí.
—¿Puede prestarnos alguna ayuda tu familia?
Gesticuló con desdén.
—Claro, mi abuelo está en el consejo de ancianos con el de Jacob, y en lo que a él concierne, Sam Uley es lo mejor que le ha pasado a este lugar.
Nos miramos el uno al otro durante un buen rato. Ya estábamos en La Push y mi tartana avanzaba muy despacio por el camino desierto. Podía ver la única tienda de la reserva delante, no muy lejos de allí.
—He de irme —dijo Quil—. Mi casa está justo ahí.
Señaló un pequeño rectángulo de madera con la mano. Frené y él se bajó de un salto.
—Voy a esperar a Jacob —dije con contundencia.
—Buena suerte.
Cerró la puerta de un portazo y se marchó arrastrando los pies por el camino, con la cabeza inclinada hacia delante y los hombros hundidos.
El rostro de Quil me angustió mientras daba la vuelta para dirigirme a la casa de los Black. Le aterraba ser el próximo. ¿Qué estaba pasando allí?
Me detuve en frente de la casa de Jacob, apagué el motor y bajé las ventanillas. El ambiente estaba muy cargado y no soplaba el viento. Planté los pies en el salpicadero y me instalé dispuesta a esperar.
Un movimiento realizado en el campo de mi visión periférica me hizo volver la cabeza. Billy me miraba a través de la ventana de la fachada con expresión confusa. Le saludé con la mano y le sonreí forzadamente, pero me quedé donde estaba.
Entrecerró los ojos y dejó caer la cortina detrás del cristal.
Estaba preparada para quedarme tanto tiempo como fuera necesario, pero me apetecía tener algo que hacer. Desenterré una vieja pluma del fondo de mi mochila y un antiguo examen. Comencé a garabatear en la parte posterior del papel borrador.
Apenas tuve tiempo de dibujar una fila de rombos cuando se produjo un brusco golpecito contra mi puerta.
Me incorporé y alcé la vista, esperando ver a Billy, pero fue Jacob quien gruñó:
—¿Qué estás haciendo aquí, Bella?
Le miré perpleja y atónita.
Jacob había cambiado radicalmente en las últimas semanas, desde la última vez que le vi. Lo primero de lo que me di cuenta fue de que se había rapado su hermosa cabellera; había apurado mucho el corte, y ahora le cubría la cabeza una fina y lustrosa capa de pelo que parecía satén negro. Las facciones del rostro le habían cambiado de pronto, se mostraban duras y tensas, las de alguien de más edad. El cuello y los hombros también eran diferentes, en cierto modo, más gruesos. Las manos con las que aferraba el marco de la ventana parecían enormes, con los tendones y las venas marcados debajo de la piel cobriza. Pero los cambios físicos eran insignificantes...
... era su expresión la que le convertía en alguien casi irreconocible. La sonrisa franca y amistosa había desaparecido, como la cabellera, y la calidez de sus ojos oscuros había mudado en un rencor perturbador. Ahora existía una oscuridad en Jacob. Había hecho implosión, como mi sol.
—¿Jacob? —susurré.
Se limitó a mirarme. Los ojos reflejaban tensión y enojo.
Comprendí que no estábamos solos. Los otros cuatro del grupo se hallaban detrás de él. Todos eran altos y de piel cobriza, el pelo rapado casi al cero, como el de Jacob. Podían haber pasado por hermanos, apenas lograba distinguir a Embry de entre ellos. La sorprendente hostilidad de todos los ojos acentuaba aún más el parecido.
Todos, salvo los de Sam, los del mayor, que les sacaba varios años. Él permanecía al fondo con el rostro sereno y seguro. Tuve que tragarme el mal genio que me estaba entrando, ya que me apetecía propinarle un buen porrazo. No, quería hacer más que eso. Deseé ser temible y letal más que cualquier otra cosa en el mundo, alguien a quien nadie se atreviera a importunar. Alguien capaz de ahuyentar a Sam Uley.
Quise ser vampiro.
El deseo virulento me pilló desprevenida y me dejó sin aliento. Era el más prohibido de los deseos —incluso aunque se debiera a una razón maligna como aquélla, gozar de ventaja sobre el enemigo— por ser el más doloroso. Había perdido ese futuro para siempre; en realidad, nunca lo había tenido en mis manos. Me erguí para recuperar el control de mí misma mientras sentía un vacío doloroso en el pecho.
—¿Qué quieres? —inquirió Jacob. El resentimiento de sus facciones aumentó cuando presenció el despliegue de emociones en mi rostro.
—Hablar contigo —contesté con un hilo de voz. Intenté concentrarme, pero todo me seguía dando vueltas mientras me rebelaba contra la pérdida de mi sueño tabú.
—Adelante —masculló entre dientes. Su mirada era despiadada. Nunca le había visto mirar a alguien así, y menos a mí. Dolía con una sorprendente intensidad, producía un sufrimiento físico que me traspasaba la mente.
—¡A solas! —siseé con voz más fuerte.
Volvió la vista atrás y supe adónde se dirigían sus ojos. Todos se volvieron a esperar la reacción de Sam.
Sam asintió una vez con rostro imperturbable. Efectuó un breve comentario en un idioma desconocido, lleno de consonantes líquidas, del que sólo estaba segura que no era francés ni castellano, por lo que supuse que era quileute. Se volvió y entró en casa de Jacob. Los demás —asumí que se trataba de Paul, Jared y Embry— le siguieron.
—De acuerdo.
Jacob pareció un poco menos furioso cuando se marcharon los otros. Su rostro estaba más calmado, pero también reflejaba más desesperación. Las comisuras de su boca se mostraban permanentemente caídas.
Respiré hondo.
—Sabes lo que quiero saber.
No respondió. Se limitó a mirarme con frialdad.
Le devolví la mirada y el silencio se prolongó. El dolor de su rostro hizo que me encontrara incómoda. Sentí que se me empezaba a formar un nudo en la garganta.
—¿Podemos dar un paseo? —pregunté mientras aún era capaz de hablar.
No reaccionó de modo alguno. Su rostro no cambió.
Salí del coche al sentirme observada por ojos invisibles detrás de las ventanas y comencé a dirigirme al norte, hacia los árboles. Levanté un sonido de succión al andar sobre el barro de la cuneta y del herbazal. Como era el único sonido, pensé en un primer momento que no me seguía, pero lo tenía justo al lado cuando miré a mi alrededor. Sus pies habían encontrado un camino menos ruidoso que el mío.
Me sentí mejor en la hilera de árboles, donde lo más probable era que Sam no pudiera observarnos. Me devané los sesos para decidir cuáles eran las palabras más adecuadas, pero no se me ocurrió nada. Sólo me sentía más y más enfadada porque Jacob se hubiera dejado engañar sin que Billy hubiera hecho nada por impedirlo..., y porque Sam fuera capaz de mantener tal calma y seguridad...
De pronto, Jacob aceleró el ritmo y me dejó fácilmente atrás con sus largas piernas. Luego, se giró y se quedó en medio del camino, de frente a mí, para que yo también tuviera que detenerme.
Me quedé abstraída por la manifiesta gracilidad de su movimiento. Jacob había sido tan patoso como yo a causa de su interminable estirón. ¿Cuándo se había operado semejante cambio?
No me concedió la oportunidad para pensar en ello.
—Terminemos con esto —dijo con voz ronca y metálica.
Esperé. Él sabía lo que yo quería.
—No es lo que crees —de pronto, su voz reflejó un gran cansancio—. No es lo que yo pensaba... Estaba muy desencaminado.
—En ese caso, ¿qué es?
Estudió mi rostro durante un buen rato y estuvo haciendo conjeturas. El enfado no abandonó sus ojos en ningún momento.
—No te lo puedo decir —contestó al fin.
Mi mandíbula se tensó cuando mascullé:
—Creí que éramos amigos.
—Lo éramos.
Había un leve énfasis en el tiempo pasado.
—Pero tú ya no necesitas a ningún otro amigo —espeté con acritud—. Tienes a Sam. Hay algo que no va bien... Siempre le habías tenido ojeriza.
—Antes no le comprendía.
—Y ahora has visto la luz, ¿no? ¡Aleluya!
—Bella, no tiene nada que ver con lo que yo creía. Tampoco es culpa de Sam, ya que él me ayuda todo lo que puede —la voz se le crispó y miró por encima de mi cabeza, a lo lejos, mientras la ira ardía en sus ojos.
—Te ayuda... —repetí con recelo—. Naturalmente.
Pero Jacob no parecía estar escuchándome. Respiraba hondo con deliberada lentitud en un intento de calmarse. Estaba tan fuera de sí que las manos le temblaban.
—Jacob, por favor —le susurré—. ¿No vas a decirme qué ocurre? Tal vez pueda ayudarte.
—Ahora, nadie puede ayudarme —sus palabras fueron un susurro quejumbroso. La voz se le quebró.
—¿Qué te ha hecho? —inquirí con los ojos anegados en lágrimas. Le tendí las manos, como ya había hecho antes en una ocasión, mientras avanzaba con los brazos abiertos.
Esta vez se encogió y se alejó mientras alzaba las manos a la defensiva.
—No me toques —murmuró.
—¿Nos oye Sam? —pregunté entre dientes. Unas tontas lágrimas se habían desbordado por las comisuras de mis ojos. Me las enjugué con el dorso de la mano y crucé los brazos delante del pecho.
—Deja de echarle las culpas a Sam.
Las palabras salieron a toda prisa, como un reflejo. Se llevó las manos a la cabeza para enredarse en una cabellera que ya no estaba allí, por lo que acabaron colgando sin fuerzas a los costados.
—Entonces, ¿a quién debería culpar? —repliqué.
Esbozó una media sonrisa, funesta y esquinada.
—No quieres oírlo.
—¡Y un cuerno! —contesté bruscamente—. Quiero saberlo, y quiero saberlo ahora.
—Te equivocas —me replicó.
—No te atrevas a decirme que me equivoco. ¡No es a mí a quien le han lavado el cerebro! Dime ahora de quién es la culpa de todo esto si no es de tu querido Sam.
—Tú lo has querido —me gruñó con ojos centelleantes—. Si quieres culpar a alguien, ¿por qué no señalas a esos mugrientos y hediondos chupasangres a los que tanto quieres?
Me quedé boquiabierta y el aliento me salió de los pulmones ruidosamente. Allí clavada, me sentí traspasada por el doble sentido de sus palabras. El dolor me recorrió todo el cuerpo en la forma acostumbrada. El agujero de mi pecho me desgarraba de dentro hacia fuera, pero había algo más, una música de fondo para el caos de mis pensamientos. No podía creer que le hubiera oído bien. No había rastro alguno de indecisión en el rostro de Jacob. Sólo furia.
Seguí con la boca abierta.
—Te dije que no querrías oírlo —señaló.
—No sé a quién te refieres —cuchicheé.
Enarcó una ceja con incredulidad.
—Lo sabes perfectamente. No me vas a obligar a decirlo, ¿verdad? No quiero hacerte daño.
—No sé a quién te refieres —repetí de forma mecánica.
—A los Cullen —dijo lentamente, arrastrando las palabras y escrutando mi rostro mientras las pronunciaba—. Lo he visto... Puedo ver lo que pasa por tus ojos cuando digo sus nombres.
Sacudí la cabeza de un lado a otro negándolo con energía y tratando de aclararme al mismo tiempo. ¿Cómo lo sabía? ¿Y qué relación guardaba todo aquello con la secta de Sam? ¿Era una banda que odiaba a los vampiros? ¿Era ésa la premisa de constitución de una asociación cuando los vampiros ya no vivían en Forks? ¿Por qué iba a empezar a creer Jacob en aquellas historias precisamente ahora, cuando las pruebas de la presencia de los Cullen habían desaparecido para siempre?
Necesité bastante tiempo hasta dar con la respuesta correcta.
—No me digas que ahora te crees las necias supersticiones de Billy —intenté mofarme de forma poco convincente.
—Sabe más de lo que nunca le reconocí.
—Sé serio, Jacob.
Clavó en mí una mirada crítica.
—Dejando las supersticiones a un lado —añadí rápidamente—, aún no veo de qué acusas a los Cullen —hice un gesto de dolor—. Se marcharon hace más de medio año. ¿Cómo vas a culparles de lo que ahora haga Sam?
—Sam no está haciendo nada, Bella. Sé que se han ido, pero a veces las cosas se ponen en movimiento y entonces es demasiado tarde.
—¿Qué se ha puesto en movimiento? ¿Para qué es demasiado tarde? ¿De qué les estás echando la culpa?
De pronto, lo tuve delante mi rostro, con la ira ardiendo en sus ojos.
—De existir —masculló.
¡Cállate ya, Bella! No le presiones, me advirtió Edward al oído.
Me quedé atónita y trastornada al oír las palabras de aviso pronunciadas por la voz de Edward una vez más, dado que yo ni siquiera estaba asustada.
Desde que su nombre había atravesado los muros tras los que le había emparedado con tanto cuidado, había sido incapaz de volverlo a encerrar. Ahora no dolía, no durante los preciados segundos en que oía su voz.
Jacob parecía que echaba chispas. Estaba plantado delante de mí y temblaba de ira.
No comprendía el motivo por el que la falsa ilusión de Edward estaba de forma inesperada en mi mente. Jacob estaba lívido, pero era Jacob. No había adrenalina ni peligro.
Déjale calmarse, insistió la voz de Edward.
Sacudí la cabeza, confusa.
—Esto es ridículo —les contesté a ambos.
—Muy bien —contestó Jacob, que volvió a respirar hondo—. No voy a discutir contigo. De todos modos, no importa. El daño está hecho.
—¿Qué daño?
Permaneció impávido cuando le grité esas palabras a la cara.
—Regresemos. No hay nada más que decir.
Le miré boquiabierta.
—¡Queda todo por decir, aún no me has contado nada!
Me dejó atrás y empezó a andar dando grandes zancadas de vuelta a la casa.
—Hoy me he encontrado con Quil —grité a sus espaldas.
Se detuvo en la mitad de un paso, pero no se volvió.
—¿Recuerdas a tu amigo Quil? Sí, está aterrado.
Jacob se volvió para encararme con expresión apenada.
—Quil —fue todo lo que dijo.
—También se preocupa por ti. Está alucinado.
Jacob miró fijamente más allá de mi persona con ojos de desesperación. Le aguijoneé un poco más.
—Tiene miedo de ser el siguiente.
Jacob se agarró a un árbol para apoyarse. Su rostro se había tornado en una extraña sombra verde debajo de la tez cobriza.
—No lo va a ser —murmuró Jacob para sí mismo—. No puede serlo. Esto ha terminado. Esto ni siquiera debería de estar sucediendo. ¿Por qué? ¿Por qué?
Estampó el puño contra el árbol. No era un árbol grande, sino de tronco fino y poco más de medio metro más alto que Jacob, pero aun así, me sorprendí cuando el tronco cedió y se desgajó estrepitosamente bajo su golpe.
Jacob contempló el tronco repentinamente tronchado con sorpresa que pronto se transformó en pánico.
—Debo volver —dio media vuelta y comenzó a alejarse sin decir palabra con tal rapidez que tuve que correr para darle alcance.
—¡Volver con Sam!
—Es una forma de verlo —lo dijo tal y como lo sentía. Siguió mascullando y se alejó.
Le perseguí de vuelta a mi coche.
—¡Espera! —le llamé mientras se dirigía a la casa.
Se volvió hacia mí con las manos temblorosas de nuevo.
—Vete a casa, Bella, ya no voy a poder salir contigo.
La ilógica y ridícula herida fue de una potencia increíble. Los ojos se me llenaron de lágrimas otra vez.
—¿Estás rompiendo conmigo?
Eran las palabras menos adecuadas, pero también lo único que se me ocurrió preguntar. Después de todo, lo que Jake y yo teníamos era algo más que un amorío de patio de colegio. Algo mucho más fuerte.
Soltó una risa amarga.
—No es el caso, pero si lo fuera, diría: «Quedemos como amigos». Ni siquiera puedo decirte eso.
—¿Por qué, Jacob? ¿Sam no te deja tener otros amigos? Jake, por favor. Lo prometiste. ¡Te necesito!
La rotunda vacuidad de mi vida anterior —antes de que Jacob aportara un poco de cordura— se irguió para luego enfrentarse a mí. Se me hizo un nudo en la garganta de pura soledad.
—Lo siento, Bella —pronunció nítidamente cada palabra con una voz gélida que no parecía la suya.
Dudé de que fuera eso lo que Jacob pretendiera decir en realidad. Sus ojos airados parecían querer expresar algo más, pero yo no entendía el mensaje.
Tal vez no tuviera nada que ver en absoluto con Sam ni estuviera relacionado con los Cullen. Quizás sólo intentaba alejarse de una situación sin esperanza. Quizás debería permitirle que lo hiciera, si es que eso era lo mejor para él. Es lo que debería hacer. Sería lo acertado.
Pero oí que se me escapaba un hilo de voz:
—Lamento que antes no pudiera... Me gustaría cambiar lo que siento por ti, Jacob —actuaba a la desesperada, por lo que forcé y estiré la verdad hasta retorcerla tanto que acabó por tomar forma de mentira—. Es posible... es posible que pudiera cambiar si me dieras un poco de tiempo —susurré—, pero no me dejes ahora, Jake. No podré resistirlo.
Su rostro pasó de la ira al sufrimiento en un segundo. Me tendió una de sus manos temblorosas.
—No, Bella, por favor, no pienses de ese modo. No te acuses de nada, no pienses que es culpa tuya. Es todo culpa mía, lo juro, no tiene nada que ver contigo.
—No eres tú, soy yo —susurré.
—Lo que intento decirte, Bella, es que yo no... —mantuvo un debate interior. Ese tormento se reflejó en sus ojos. Su voz se fue haciendo más ronca a medida que pugnaba por controlar sus emociones—. No soy lo bastante bueno para seguir siendo tu amigo, ni ninguna otra cosa. No soy quien era. No soy bueno.
—¡¿Qué?! —le miré fijamente, confusa y consternada—. ¿Qué estás diciendo? Eres mucho mejor que yo, Jake. ¡Eres bueno! ¿Quién te ha dicho lo contrario? ¿Sam? ¡Eso es totalmente falso, Jacob! ¡No le permitas que te lo diga! —de repente, había vuelto a pegar gritos.
El rostro de Jacob se endureció, pero sin vida.
—Nadie ha tenido que decirme nada. Sé lo que soy.
—Eres mi amigo, eso es lo que eres. Jake, no...
Se había dado la vuelta para alejarse de nuevo.
—Lo siento, Bella —repitió, aunque en esta ocasión su voz fue un murmullo roto. Se giró del todo y entró en la casa casi a la carrera.
Fui incapaz de moverme de donde estaba. Contemplé la casita. Parecía demasiado pequeña para albergar a cuatro chicarrones enormes y dos adultos aún más grandes. Dentro no se produjo ninguna reacción. No hubo revoloteo de cortinas ni eco de voces ni atisbo de movimiento alguno. El edificio me contempló con expresión ausente.
Comenzó a lloviznar y varias gotas sueltas me asaetearon la piel. No lograba apartar la mirada de la casa. Jacob saldría. Tenía que hacerlo.
La lluvia y el viento arreciaron. Dejó de llover en vertical y la lluvia comenzó a caer sesgada desde el oeste. Desde allí se olía el agua salada del mar. Mis cabellos me azotaban en el rostro y se quedaban adheridos a las zonas húmedas, enredándose en mis pestañas. Esperé.
La puerta se abrió al fin y, muy aliviada, avancé un paso.
Billy situó la silla de ruedas debajo del marco de la puerta. No vi a nadie más detrás de él.
—Charlie acaba de llamar, Bella. Le he dicho que estabas de camino a casa.
Tenía los ojos colmados de conmiseración, y en cierto modo, eso me hizo claudicar. No hice comentario alguno. Me limité a darme la vuelta como una autómata y subir al coche. Había dejado bajadas las ventanillas, por lo que los asientos estaban mojados y pegajosos. No importaba. Ya estaba empapada.
¡No es para tanto! ¡No es para tanto!, intentaba reconfortarme mi mente. Y era cierto, no era tan malo, no se acababa el mundo otra vez. Era sólo el final de un pequeño remanso de paz, un remanso que ahora dejaba atrás. Eso era todo.
No es para tanto, admití, pero sí bastante malo.
Había pensado que Jacob había sanado el agujero que había en mí, o al menos lo había sellado, de forma que no me doliera tanto. Me equivocaba. Se había limitado a excavar su propio agujero, por lo que ahora estaba carcomida, como un queso gruyer. Me preguntaba por qué no me derrumbaba en cachitos.
Charlie me esperaba en el porche. Salió a mi encuentro en cuanto reduje la velocidad para detenerme.
—Billy ha telefoneado. Dijo que te habías peleado con Jake y que estabas muy disgustada —me explicó nada más abrirme la puerta.
Sus facciones se horrorizaron cuando, al escrutar mi expresión, reconoció algo en ella. Intenté visualizarme tal y como se me vería desde fuera, a fin de saber qué estaba pensando. Sentí el rostro vacío y frío, y comprendí a qué le recordaba.
—No ha sucedido exactamente así —farfullé.
Charlie me pasó el brazo por los hombros y me ayudó a salir del coche. No hizo comentario alguno sobre mis ropas empapadas.
—Entonces, ¿qué ha pasado? —inquirió cuando estuvimos dentro.
Retiró la manta de punto del respaldo del sofá mientras hablaba y me cubrió los hombros con ella. Entonces me percaté de que seguía tiritando.
—Sam Uley le ha dicho a Jacob que no puede seguir siendo amigo mío —contesté con voz apagada.
Charlie me lanzó una mirada extraña.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Jacob —determiné. Aunque no era exactamente cierto que él lo hubiera dicho, seguía siendo verdad.
Charlie frunció el ceño.
—¿De verdad crees que pasa algo raro con el joven Uley?
—Yo sé que es así, aunque Jacob nunca me lo hubiera dicho —oí el goteo del agua de mis ropas sobre el suelo y la salpicadura sobre el linóleo—. Voy a cambiarme.
Charlie se hallaba sumido en sus pensamientos y respondió distraídamente:
—De acuerdo.
Estaba tan helada que decidí darme una ducha, pero el agua caliente no pareció afectar a la temperatura de mi piel. Seguía congelada, así que al final desistí y cerré el grifo. En el repentino silencio oí a Charlie hablar con alguien en el piso de abajo. Me envolví en una toalla y entreabrí la puerta del baño.
Charlie estaba enojado.
—No me lo trago. Eso no tiene ni pies ni cabeza.
Luego se calló. Comprendí que estaba al teléfono. Al cabo de un minuto, Charlie bramó de pronto:
—No culpes a Bella —pegué un salto. Habló en voz más baja y precavida cuando añadió—: Mi hija dejó claro todo el tiempo que ella y Jacob sólo eran amigos... Bueno, si es así, ¿por qué no me lo dijiste al principio? No, Billy, creo que ella tiene razón en esto... ¿Por qué? Porque la conozco, y si ella dice que antes Jacob estaba asustado... —le interrumpieron a mitad de frase, y cuando volvió a tomar la palabra casi estaba gritando de nuevo—: ¡¿Qué quieres decir con eso de que no conozco a mi hija tan bien como creo?! —permaneció a la escucha durante un instante y luego respondió en voz tan baja que apenas la logré oír—: Si piensas que voy a recordarle eso, vas listo. Apenas ha empezado a recuperarse, y creo que sobre todo gracias a Jacob. Si cualquier cosa que tu hijo haya hecho con el tal Sam la sume de nuevo en la depresión, entonces, Jacob va a tener que responder ante mí. Eres mi amigo, Billy, pero esto está perjudicando a mi familia.
Hubo otro silencio mientras Billy respondía.
—Tienes razón... Estos chicos se han pasado de la raya y voy a ver qué averiguo. Mantendremos los ojos bien abiertos, de eso puedes estar seguro.
Ahora no hablaba Charlie, sino el jefe de policía Swan.
—Bien. Vale. Adiós.
Colgó el auricular de un golpe.
Rápidamente, atravesé el pasillo de puntillas para meterme en mi cuarto. Charlie estaba refunfuñando airadamente en la cocina.
De modo que Billy iba a echarme la culpa de haber engatusado a Jacob hasta que éste, al fin, se había hartado de mí.
Resultaba extraño, ya que eso era lo que yo misma había temido, pero después de oír las últimas palabras de Jacob aquella tarde, ya no lo creía. Allí había mucho más que un simple enamoramiento no correspondido, y me sorprendía que Billy se rebajara hasta el punto de sostener esa tesis. Eso me indujo a creer que, fuera cual fuera el secreto que guardaban, debía de ser mayor de lo que había supuesto. Al menos, ahora Charlie estaba de mi lado.
Me puse el pijama y me arrastré hasta la cama. En aquel momento, la vida parecía demasiado lúgubre como para dejarme engañar. El agujero, bueno, ahora los agujeros, ya empezaban a dolerme, de modo que me dije: ¿Por qué no? Extraje los recuerdos, no unos recuerdos verdaderos que dolieran demasiado, sino los falsos recuerdos de la voz de Edward hablando en mi interior esa tarde. Y los oí repetidas veces en mi interior hasta que me quedé dormida mientras las lágrimas rodaban lentamente por las mejillas de mi rostro vacío.
Esa noche tuve un sueño nuevo. Estaba lloviendo y Jacob caminaba a mi lado sin hacer ruido, aunque el suelo crujía a mis pies como si pisara gravilla seca. Pero ése no era mi Jacob, sino el nuevo Jacob, resentido y grácil. El sigiloso garbo de sus andares me recordó a otra persona, y los rasgos de Jacob comenzaron a cambiar mientras los miraba. El color rojizo de su piel fue desapareciendo hasta quedar una tez blanca como la cal. Sus ojos se volvieron dorados y luego carmesíes, para volver después al dorado. El pelo corto se le encrespó al soplo de la brisa, y adquirió una tonalidad broncínea allí donde lo despeinaba el viento. Su rostro se convirtió en algo tan hermoso que hizo saltar en pedazos mi corazón. Tendí los brazos hacia él, que retrocedió un paso mientras alzaba las manos para escudarse. Entonces, Edward desapareció.
Cuando desperté a oscuras, no estaba segura de si acababa de empezar a llorar o había empezado mientras dormía y las lágrimas de ahora eran una prolongación del llanto de mi sueño. Miré el techo en penumbra. Tuve la impresión de que era bien entrada la noche. Estaba medio dormida, tal vez casi del todo. Los párpados se me cerraron pesadamente e imploré un sueño sin pesadillas.
Fue entonces cuando oí el ruido que debía de haberme despertado al principio. Algo puntiagudo raspaba contra mi ventana provocando un chirrido agudo, similar al arañar de las uñas contra el cristal.

Luna Nueva - Capítulo 9: El Prado



Jacob no llamó.
Billy contestó la primera vez que telefoneé y me dijo que Jake seguía en cama. Me entrometí al preguntarle —para asegurarme— si le había llevado al médico. Me contestó que sí, pero, por algún motivo, no obtuve una respuesta concreta y la verdad es que no le creí. Llamé a diario varias veces durante los dos días siguientes, pero no me contestó nadie.
El sábado decidí ir a verle sin la maldita invitación, pero la casita roja estaba vacía. Aquello me asustó... ¿Estaba Jacob tan enfermo que había sido necesario ingresarlo? Me detuve en el hospital de camino a casa, pero la enfermera de recepción me dijo que no habían estado ni Jacob ni Billy.
Hice que Charlie llamara a Harry Clearwater en cuanto volvió del trabajo. Esperé con ansiedad mientras charlaba con su viejo amigo. La conversación parecía prolongarse sin que se mencionara siquiera a Jacob. Al parecer, era el propio Harry quien había estado en el hospital para someterse a unas pruebas cardiacas. La frente de Charlie se pobló de arrugas, pero Harry le restó importancia y se burló de él hasta que Charlie volvió a reír. Sólo entonces preguntó por Jacob, y la conversación por su parte no me dio demasiadas pistas, únicamente un montón de síes y varios «hum». Tamborileé con los dedos sobre la encimera de la cocina hasta que puso su mano sobre la mía para detenerme.
Al final, colgó el auricular y se volvió hacia mí.
—Harry dice que ha habido más de un problema con las líneas telefónicas y por eso no has podido contactar. Billy le ha llevado al médico local y al parecer tiene una infección vírica, mononucleosis. Está realmente cansado y Billy ha dicho que nada de visitas —me informó.
—¿Nada de visitas? —inquirí atónita.
Charlie enarcó una ceja.
—No empieces a ponerte plasta, Bella. Billy sabe lo que le conviene a Jake. Muy pronto estará en pie y por aquí. Sé paciente.
No presioné más. Charlie estaba inquieto por Harry. Obviamente, aquello era lo importante, y no le iba a fastidiar con mis nimias preocupaciones. En vez de eso, me dirigí a mi habitación como una flecha, encendí el ordenador y me conecté. Navegué hasta encontrar un sitio web médico on line e introduje el término «mononucleosis» en el campo de búsqueda.
Todo lo que supe sobre ello es que se suponía que se transmitía con el beso, lo cual era a todas luces imposible en el caso de Jake. Leí rápidamente los síntomas... Tenía la fiebre, sin duda, pero ¿y el resto? No padecía una gran irritación de garganta ni estaba fatigado ni sufría jaquecas, al menos no antes de volver a casa después del cine. Él mismo había dicho que estaba «como un roble». ¿De verdad podía haber desarrollado los síntomas tan deprisa? El artículo parecía indicar que la irritación era lo primero en aparecer...
Miré fijamente la pantalla del ordenador y me pregunté cuál era la razón exacta por la que estaba haciendo aquello. ¿Por qué me mostraba tan... desconfiada? ¿Por qué iba a mentirle Billy a Harry?
Probablemente me estaba comportando como una tonta. Sólo estaba preocupada y, siendo sincera, también bastante asustada porque no me permitieran ver a Jacob... Eso me ponía nerviosa.
Seguí leyendo en diagonal el resto del artículo en busca de más información, pero me detuve al llegar a la parte en que decía que la mononucleosis podía llegar a durar más de un mes.
¿Un mes? Me quedé boquiabierta.
Billy no podía imponer su voluntad a las visitas tanto tiempo. Por supuesto que no. Jake se iba a volver loco si estaba tanto tiempo tirado en la cama sin hablar con nadie.
De todos modos, ¿de qué tenía miedo Billy? El artículo especificaba que un enfermo de mononucleosis debía evitar la actividad física, pero no decía nada de visitas. La enfermedad no era muy infecciosa.
Resolví que iba a darle a Billy una semana antes de ponerme avasalladora. Una semana era un plazo bien generoso.

La semana se me hizo larga. El miércoles ya no estaba segura de conseguir mantenerme viva hasta el sábado.
Aunque había decidido dejar solos a Billy y Jacob durante siete días, no había creído de verdad que Jacob estuviera de acuerdo con la norma impuesta por Billy. Todos los días corría al teléfono para revisar los mensajes del contestador. No hubo ninguno.
Hice trampas en tres ocasiones e intenté llamarle, pero las líneas telefónicas seguían sin funcionar.
Me encontraba muy, muy, muy sola. Demasiado. Al estar privada de la compañía de Jacob, de la adrenalina y de las distracciones, se me empezó a echar encima todo lo que había estado reprimiendo. Los sueños volvieron a castigarme con saña. No veía el final, sólo aquella horrible vacuidad, la mitad del tiempo en el bosque, la otra mitad en un mar de helechos donde la casa blanca ya no existía. En ocasiones, Sam Uley estaba en el bosque y me vigilaba otra vez. No le presté atención, ya que no hallaba ningún consuelo en su presencia, no me hacía sentirme menos sola. Eso no impedía que me despertara gritando una noche tras otra.
La brecha de mi pecho estaba peor que nunca. Me había creído capaz de tenerla bajo control, pero me encorvaba sobre ella día tras día, apretando los bordes y jadeando en busca de aire.
Sola no me manejaba bien.
Sentí un alivio más allá de toda medida la mañana en que me desperté —entre gritos, por supuesto— y recordé que ya era sábado. Hoy iba a llamar a Jacob e iría a La Push si no funcionaban las líneas de teléfono. De un modo u otro, sería un día mejor que cualquier otro de la última semana de soledad.
Marqué el número y aguardé sin grandes esperanzas. Estaba desprevenida cuando Billy contestó a la segunda llamada:
—¿Diga?
—Eh, oh, vaya. ¡El teléfono vuelve a funcionar! Hola, Billy. Soy Bella. Sólo llamaba para saber cómo se encuentra Jacob. ¿Ha mejorado como para recibir visitas? Estaba pensando en dejarme caer por allí...
—Lo siento, Bella —me interrumpió Billy; me pregunté si estaba viendo la tele, ya que parecía distraído—. No está.
—Ah —necesité un segundo para asimilarlo—. Entonces, ¿se encuentra mejor?
—Sí —Billy vaciló durante un instante que se hizo eterno—. Resultó que al final, después de todo, no era mononucleosis, sino algún otro virus.
—¿Ah, sí? ¿Y dónde está... ?
—Se ha ido con los chicos a dar una vuelta en Port Angeles... Creo que iban a ver un programa doble o algo así. Se ha marchado para todo el día.
—Bueno, qué alivio. He estado tan preocupada... Me alegra mucho saber que se ha recuperado bastante como para salir.
Mi voz sonaba terriblemente falsa y empeoró hasta que terminé farfullando.
Jacob se encontraba mejor, pero no lo bastante para llamarme. Se había ido con sus amigos y yo estaba sentada en casa, echándole más de menos a cada hora que pasaba. Me sentía sola, aburrida, preocupada, herida... Y ahora, también desolada al comprender que la semana que habíamos estado separados no había tenido el mismo efecto sobre él.
—¿Querías algo en particular? —preguntó Billy con amabilidad.
—No, en realidad, no.
—Bueno, le diré que has llamado —me prometió—. Adiós, Bella.
—Adiós —contesté, pero ya había colgado.
Permanecí durante un momento con el teléfono en la mano.
Jacob debía de haber cambiado de idea, tal y como yo temía. Iba a aceptar mi consejo y no desperdiciar su tiempo con alguien que no podía corresponder a sus sentimientos. Noté que la sangre huía de mi rostro.
—¿Algo va mal? —me preguntó Charlie mientras bajaba las escaleras.
—No —mentí mientras colgaba el auricular—. Billy dice que Jacob se encuentra mejor. No era mononucleosis. Eso es estupendo.
—¿Va a venir él aquí o vas a ir tú allí? —preguntó distraídamente mientras comenzaba a rebuscar por la nevera.
—Ninguna de las dos cosas —admití—. Se ha marchado con otros amigos.
Al final, el tono de mi voz le llamó la atención. Charlie alzó los ojos y me miró con repentina alarma. Se quedó inmóvil, con el paquete de lonchas de queso en la mano.
—¿No es un poco pronto para el almuerzo? —pregunté con toda la despreocupación de la que fui capaz en un intento de distraerle.
—No, sólo estoy guardando algo para llevarme al río...
—Ah, ¿te vas a pescar hoy?
—Bueno, me ha llamado Harry y no está lloviendo... —había apilado un montón de comida mientras hablaba. De repente, alzó los ojos de nuevo, como si hubiera comprendido algo—. Oye, ¿quieres que me quede contigo ahora que Jake está fuera?
—No importa, papá —le respondí, esforzándome por sonar indiferente—. Los peces pican más cuando hace buen tiempo.
Me miró fijamente con la indecisión grabada en el semblante. Sabía que se preocupaba, que temía dejarme sola en el caso de que volviera a ponerme depresiva otra vez.
—Lo digo de verdad, papá —rápidamente inventé una mentirijilla, ya que prefería estar sola a tenerle todo el día mirándome—: Creo que voy a llamar a Jessica. Tenemos que estudiar para un examen de Cálculo y su ayuda me vendría muy bien.
En parte era cierto, pero de todos modos iba a tener que resolverlo sin su ayuda.
—Es una gran idea. Has pasado mucho tiempo con Jacob y tus otros amigos van a pensar que te has olvidado de ellos.
Sonreí y asentí como si me importara algo lo que pensara el resto de mis amigos.
Charlie comenzó a caminar, pero de pronto dio media vuelta con expresión preocupada.
—Pero vas a estudiar aquí, en casa, o en la de Jess, ¿verdad?
—Claro, ¿dónde, si no?
—Bueno es sólo que, como ya te dije, quiero que te andes con cuidado y procures evitar los bosques.
Estaba tan distraída que me costó un minuto comprenderle.
—¿Más problemas con los osos?
Charlie asintió con cara de pocos amigos.
—Hay un montañero perdido... Los guardias forestales encontraron su campamento a primera hora de la mañana, pero no hay señales de él por ninguna parte. Hay algunas huellas realmente grandes de animales... Por supuesto, pudieron haber acudido después al olor de la comida... De todos modos, ahora están tendiendo trampas por allí.
—Ah —repuse distraídamente.
En realidad, no escuchaba sus advertencias. Me alteraba mucho más la situación con Jacob que la posibilidad de que me mordiera un oso.
Me alegraba de que Charlie tuviera prisa. No iba a esperar a que llamara a Jessica, por lo que no tendría que seguir adelante con la charada. Realicé todos los movimientos apropiados, incluso recoger los libros del instituto sobre la mesa de la cocina para guardarlos en mi bolsa, y eso, probablemente, ya fue demasiado. Charlie hubiera sospechado de no haber estado deseando irse a pescar.
Estaba tan ocupada fingiendo hacer cosas que el cruel vacío del día que me aguardaba por delante se me vino encima una vez que se hubo ido. Decidí que no me iba a quedar en casa después de contemplar durante dos minutos el silencioso teléfono de la cocina. Consideré mis opciones.
No iba a llamar a Jessica. Hasta donde sabía, se había pasado al lado oscuro.
Podía ir en coche hasta La Push y recoger la moto, una idea atrayente de no ser por un problema insignificante: ¿quién me iba a llevar a urgencias luego, cuando lo necesitara?
O... ya tenía nuestro mapa y la brújula en el coche. Estaba casi segura de haber comprendido el método lo bastante bien como para no perderme. Tal vez hoy pudiera descartar un par de líneas y despejar el programa para cuando Jacob decidiera volver a honrarme con su presencia. Me negaba a pensar cuánto tiempo podía pasar, o si iba a ser para siempre...
Sentí una punzada de culpabilidad al comprender cómo le iba a sentar aquello a Charlie, pero la ignoré. Hoy no me podía volver a quedar en casa.
A los pocos minutos me encontraba en el ya conocido y embarrado camino que llevaba a ningún sitio en particular. Conducía con las ventanillas bajadas todo lo deprisa que era razonable para mi vehículo mientras disfrutaba del viento sobre mi rostro. El día estaba nublado, pero casi seco, un tiempo realmente bueno en el caso de Forks.
Necesité más tiempo para ponerme en marcha del que hubiera invertido de haber estado con Jacob. Después de aparcar en el lugar de costumbre, tuve que estudiar la aguja de la brújula y las marcas del mapa —ahora gastado— durante un cuarto de hora largo. Me adentré en los bosques una vez que estuve razonablemente segura de seguir la línea correcta de las coordenadas.
El bosque era un hervidero de vida ese día, ya que todas las pequeñas criaturas habían salido a disfrutar de la momentánea sequedad. No sabía la razón, pero el lugar tenía un aspecto más siniestro que otros días a pesar de los silbos y graznidos de los pájaros, el zumbido de los insectos alrededor de mi cabeza y el ocasional correteo de los ratones entre los arbustos. Me recordaba a mi más reciente pesadilla. Sabía que eso se debía únicamente al hecho de que estaba sola y echaba de menos el despreocupado silbido de Jacob y el sonido de otro par de pies por el suelo húmedo.
Cuanto más me adentraba en el bosque, mayor era el desasosiego. Respirar comenzó a ser difícil, no a causa del ejercicio, sino porque volví a tener problemas con el estúpido agujero del pecho. Mantuve los brazos pegados al torso e intenté desterrar la pena de mi mente. Estuve a punto de volverme, pero me repateaba desperdiciar el esfuerzo ya realizado.
El ritmo de las pisadas anestesió el dolor y me insensibilizó frente a mis pensamientos mientras seguía caminando a duras penas. Al final, logré acompasar la respiración y me alegré de haber perseverado. Esto de andar campo a través se me empezaba a dar mejor. Podía jurar que iba más deprisa.
Hasta ese momento no me había dado verdadera cuenta de lo mucho que había avanzado. Debía de haber cubierto algo más de seis kilómetros sin que todavía hubiera empezado a buscar por los alrededores, y entonces, con una brusquedad que me desorientó, crucé bajo el arco formado por dos arces para —abriéndome paso entre los helechos, que me llegaban hasta el pecho— entrar en el prado.
Estuve segura de que se trataba del mismo lugar al primer golpe de vista. Jamás había visto un claro tan simétrico, con una redondez tan perfecta, como si alguien hubiera arrancado a propósito los árboles —sin dejar evidencia alguna de tal violencia en la ondeante hierba— para crear un círculo impecable. Por el este se oía el suave borboteo del arroyo.
El lugar no resultaba tan apabullante sin la luz del sol, pero seguía siendo sereno y muy hermoso. Era una mala estación para las flores silvestres y el suelo rebosaba una densa hierba muy alta que se balanceaba al soplo de la brisa como si fueran las olas de un lago.
Se trataba del mismo lugar... Pero no, allí no estaba lo que había ido a buscar.
El desencanto fue casi tan inmediato como el reconocimiento. Me dejé caer de rodillas allí mismo, al borde del claro, y empecé a respirar entrecortadamente.
¿Para qué ir más lejos? Nada me retenía allí, nada, salvo los recuerdos que podía invocar cuando quisiera —siempre que estuviera dispuesta a soportar el correspondiente dolor—, y la pena que ahora me embargaba me había dejado helada. Aquel sitio no tenía nada de especial sin él. No estaba del todo segura de qué esperaba sentir allí, pero el prado carecía de atmósfera, estaba vacío, como todo lo demás. Sólo se parecía a mis pesadillas. La cabeza me empezó a dar vueltas vertiginosamente.
Al menos había acudido sola. Me invadió una oleada de alivio en cuanto me percaté de ello. Si hubiera descubierto el prado en compañía de Jacob, bueno, no hubiera habido forma de disimular el abismo en el que ahora me hallaba sumida. ¿Cómo le hubiera podido explicar aquella forma de caerme en pedazos o el hecho de haberme aovillado en el suelo para evitar que el hueco del pecho me desgajara? Prefería no haber tenido público...
... y tampoco tener que explicar a nadie por qué me había entrado esa prisa por irme. Después de haber salvado tantos problemas para localizar aquel estúpido claro, Jacob hubiera asumido que me apetecía pasar en él algo más que unos pocos segundos; pero yo ya estaba intentando hacer el acopio de fuerzas suficiente para ponerme en pie —después de que pudiera salir de la posición que había adoptado— y huir. Había demasiado dolor en aquel lugar vacío para poderlo soportar. Me iría a rastras si fuera preciso.
¡Cuánta suerte tenía de estar sola!
Sola. Repetí la palabra con macabra satisfacción hasta que conseguí ponerme en pie a pesar del dolor. En ese preciso momento salió de entre los árboles una figura en dirección al norte, a unos treinta pasos de distancia.
Un descomunal despliegue de emociones me traspasó en un segundo. La primera, la sorpresa; estaba lejos de cualquier sendero y no esperaba compañía. Además, me sacudió una ráfaga de desgarradora esperanza cuando fijé la vista en la silueta y vi la absoluta inmovilidad y la piel pálida. La suprimí con ferocidad mientras luchaba contra el igualmente despiadado azote de la agonía cuando mis ojos siguieron bajando: debajo del pelo negro no estaba el único rostro que yo quería ver. Después vino el miedo. Ésas no eran las facciones que me hacían llorar, pero estaban lo bastante cerca como para saber que el hombre con el que me encaraba no era un excursionista perdido.
Y al final, por último, el reconocimiento.
—¡Laurent! —grité con alegría y sorpresa.
Era una reacción irracional. Probablemente debía de haberme quedado en el miedo.
Laurent formaba parte del aquelarre de James la primera vez que nos encontramos. No se había involucrado en la caza que se desató —una caza en la que yo era la presa—, pero eso fue sólo por miedo, ya que me protegía otro aquelarre más numeroso que el suyo. De lo contrario, otro gallo hubiera cantado. En aquel entonces, no hubiera tenido reparo alguno en convertirme en su comida. Debía de haber cambiado, por supuesto, ya que se había ido a Alaska para vivir con el otro aquelarre civilizado que allí había, la otra familia que se negaba a beber sangre humana por razones éticas. Una familia como la de... No iba ni a permitirme pensar el nombre.
Sí, el miedo era lo que tenía más sentido, pero todo lo que experimenté fue una abrumadora satisfacción. El prado volvía a ser un lugar dominado por la magia, una magia oscura para ser sinceros, pero magia igualmente. Allí estaba la conexión que buscaba. La prueba, aunque bastante lejana, de que él había existido en algún momento de mi vida.
Resultaba imposible creer lo poco que Laurent había cambiado de aspecto. Supuse que era muy estúpido y humano esperar algún tipo de cambio en el último año, pero había algo en él... No lograba descubrir qué era.
—¿Bella? —preguntó; parecía más sorprendido que yo.
—Me recuerdas.
Le sonreí. Era ridículo que estuviera eufórica porque un vampiro supiera mi nombre.
Esbozó una gran sonrisa.
—No esperaba verte aquí.
Se acercó a mí dando un paseo y con expresión divertida.
—¿No debería ser al revés? Soy yo quien vive aquí. Pensé que te habías ido a Alaska.
Se detuvo a tres metros de distancia al tiempo que ladeaba la cabeza. Su rostro era el más hermoso que había visto en lo que me había parecido una eternidad. Estudié sus rasgos con avidez y experimenté un extraño sentimiento de liberación. Allí había alguien a quien no me esperaba encontrar ni por asomo, alguien que ya sabía todo lo que yo no era capaz de decir en voz alta.
—Tienes razón —admitió—. Me marché a Alaska. Aun así, no imaginaba... Al encontrar abandonado el hogar de los Cullen, creí que se habían trasladado.
—Ah —me mordí el labio cuando el apellido hizo vibrar los bordes en carne viva de mi herida. Me llevó unos segundos recuperar la compostura. Laurent me contempló con ojos de extrañeza. Al final, conseguí decirle—: Se trasladaron.
—Mmm —murmuró—. Me sorprende que te dejaran atrás. ¿No eras su mascota o algo así?
Sus ojos reflejaban que no pretendía ser ofensivo. Le sonreí secamente.
—Algo así.
—Mmm —repuso, muy pensativo otra vez.
En ese preciso momento comprendí por qué parecía el mismo de forma tan idéntica. Después de que Carlisle nos dijera que Laurent se había quedado con la familia de Tanya, las ocasionales veces en que pensaba en él comencé a imaginármelo con los mismos ojos dorados de los... Cullen —me obligué a soltar el apellido con un estremecimiento—, el de todos los vampiros buenos.
Retrocedí un paso de forma involuntaria. Sus curiosos ojos de color rojo oscuro siguieron el movimiento.
—¿Vienen de visita a menudo? —preguntó, aún con indiferencia, pero inclinó su figura hacia mí.
Miente, susurró con ansiedad, en mi memoria, la hermosa voz aterciopelada.
Me sobresalté ante el sonido de su voz, pero no debería haberme sorprendido. ¿Acaso no estaba en el peor de los peligros concebibles? La moto era segura al lado de esto.
Hice lo que me ordenaba la voz.
—De vez en cuando —intenté que mi voz sonara suave y relajada—. Imagino que a mí el tiempo se me hace más largo. Ya sabes cómo son de distraídos... —estaba empezando a balbucear. Tuve que esforzarme para callar.
—Mmm —volvió a decir—. Pues la casa olía como si llevara cerrada bastante tiempo...
Bella, debes mentir mejor que eso, me instó la voz.
Lo intenté.
—He de mencionarle a Carlisle que has estado allí. Lamentará mucho haberse perdido tu visita —fingí deliberar durante un segundo—. Pero... probablemente no debería mencionárselo. Supongo que Edward... —conseguí pronunciar su nombre a duras penas, y al hacerlo se me contrajo el rostro, arruinando el engaño—. Bueno, tiene mucho genio... Estoy segura de que te acuerdas de él. Sigue un poco susceptible con todo el asunto de James —puse los ojos en blanco e hice un gesto displicente con la mano, como si todo aquello fuera agua pasada, pero había un deje de histeria en mi voz. Me pregunté si él lo reconocería.
—Pero ¿está de verdad? —preguntó con amabilidad... e incredulidad.
Le di una réplica breve a fin de que la voz no delatara mi pánico.
—Ajá.
Laurent dio un paso fortuito hacia un lado mientras miraba el pequeño prado. No se me pasó por alto que ese paso le acercaba más a mí. En mi cabeza, la voz respondió con un débil gruñido.
—Bueno, ¿y cómo van las cosas en Denali? —pregunté con voz demasiado aguda—. Carlisle me dijo que ahora estabas con Tanya.
Aquello le hizo detenerse y cavilar.
—Tanya me gusta mucho, y su hermana Irina aún más. Nunca antes había permanecido tanto tiempo en un sitio, pero aunque disfruto de las ventajas y de la novedad del asunto, las restricciones son difíciles. Me sorprende que cualquiera de ellos haya podido aguantar tanto tiempo —me sonrió con gesto de complicidad—. A veces, hago trampas.
No pude tragar saliva. Comencé a mover con cuidado un pie hacia atrás, pero me quedé petrificada cuando el parpadeo de sus ojos rojos le llevó a observar el movimiento.
—Ah —repuse con voz débil—, Jasper también ha tenido ese tipo de problemas.
No te muevas, susurró la voz. Intenté acatar la orden, pero resultaba difícil. El instinto de poner pies en polvorosa era casi incontrolable.
—¿De verdad? —Laurent parecía interesado—. ¿Se fueron por ese motivo?
—No —respondí con sinceridad—. Jasper se muestra más cuidadoso en casa.
—Sí —Laurent se mostró de acuerdo con eso—. También yo.
El paso hacia delante que dio en ese momento fue totalmente deliberado.
—Al final, ¿te encontró Victoria? —pregunté con voz entrecortada, a la desesperada, para distraerle.
Fue la primera pregunta que se me ocurrió, y me arrepentí de haberla hecho en cuanto la hube formulado. Victoria, que me había dado caza con James para luego desaparecer, no era alguien en quien me apeteciera pensar en ese momento.
Pero la pregunta le detuvo.
—Sí —contestó mientras dudaba si dar otro paso—. De hecho, he venido aquí para hacerle un favor... —puso mala cara—. Esto no le va a hacer feliz.
—¿Esto? —repetí con entusiasmo, invitándole a continuar.
Mantenía la mirada fija en los árboles, lejos de mí, y aproveché su distracción para dar un paso atrás a escondidas.
Volvió a mirar y me sonrió. La expresión le hizo parecer un ángel de cabellos negros.
—El que yo te mate —repuso en un seductor arrullo.
Tambaleándome, retrocedí otro paso. El frenético gruñido de mi cabeza dificultaba que pudiera oír.
—Ella querría reservarse esa parte —continuó con aire despreocupado—. Parece estar un poco molesta contigo, Bella.
—¿Conmigo? —grité.
Movió la cabeza y rió entre dientes.
—Lo sé, a mí también me parece ponerse la camisa del revés, pero James era su compañero y tu Edward le mató.
Incluso allí, a punto de morir, su nombre rasgaba mis heridas abiertas como un arma de filo dentado.
Laurent hizo caso omiso de mi reacción.
—Pensó que sería más apropiado matarte a ti que a Edward, un intercambio justo, pareja por pareja. Me pidió que le allanara el terreno, por así decirlo. No me imaginaba que iba a ser tan fácil. Quizás se debe a que su plan estaba lleno de imperfecciones... Por lo visto, no se va a producir la venganza que ella había imaginado, ya que no debes significar mucho para él si te abandona dejándote desprotegida.
Otro golpe, otro desgarrón en el pecho.
Laurent se movió levemente, y yo retrocedí a trompicones un paso más.
Torció el gesto.
—Supongo que, de todos modos, se va a enfadar.
—Entonces, ¿por qué no la esperas a ella? —logré decir.
Una sonrisa maliciosa le cambió las facciones.
—Bueno, me has pillado en un mal momento, Bella. No vine a este lugar para cumplir una misión para Victoria. Estaba de caza. Tengo bastante sed y se me hace la boca agua sólo con olerte.
Me miró con aprobación, como si eso fuera un cumplido.
Amenázale, me ordenó el bello engaño de su voz, distorsionado por el pánico.
—Él sabrá que has sido tú —susurré dócilmente—. No vas a irte de rositas.
—¿Y por qué no? —la sonrisa de Laurent se hizo más amplia. Recorrió con la mirada el pequeño claro entre los árboles—. Las próximas lluvias borrarán mi olor y nadie va a encontrar tu cuerpo; habrás desaparecido, simplemente, como tantos y tantos humanos. No hay razón para que Edward piense en mí, si es que se toma la molestia de investigar. Puedes estar segura de que esto no es nada personal, Bella. Sólo tengo sed.
Implora, me rogó mi alucinación.
—Por favor —contesté jadeando.
Laurent negó con la cabeza sin perder la expresión amable.
—Míralo de este modo, Bella: tienes suerte de que sea yo quien te haya encontrado.
—¿Ah, sí? —dije sin hablar, moviendo sólo los labios, mientras retrocedía otro vacilante paso.
Laurent me siguió, ágil, grácil.
—Sí —me aseguró—. Seré rápido, no vas a sentirlo, te lo prometo. Luego le mentiré a Victoria, por supuesto, sólo para aplacarla, pero si supieras lo que había planeado para ti, Bella. .. —sacudió la cabeza con un movimiento lento, casi de disgusto—. De verdad, deberías estarme agradecida por esto.
Le miré horrorizada.
Olfateó la brisa que lanzaba mechones de mi cabello en su dirección.
—Se me hace la boca agua —repitió mientras inhalaba profundamente.
Me tensé para dar un salto. Bizqueé cuando me alejé arrastrando los pies mientras la voz de Edward bramaba con furia y resonaba en algún lugar de la parte posterior de mi cabeza. Su nombre derribó todos los muros que yo había erigido para contenerlo. Edward. Edward. Edward. Iba a morir, por lo que ahora no importaba si pensaba en él. Edward, te amo.
Mis ojos entrecerrados contemplaron cómo Laurent dejaba de inhalar y giraba bruscamente la cabeza hacia la izquierda. Me daba pánico quitarle los ojos de encima para seguir la trayectoria de su mirada, aunque difícilmente iba a necesitar una distracción u otro tipo de treta para dominarme. Estaba demasiado asombrada para sentir alivio alguno cuando comenzó a alejarse lentamente de mí.
No te fíes, me dijo la voz tan bajito que apenas la oí.
Entonces, tuve que mirar. Escudriñé el prado en busca de la interrupción que había prolongado mi vida durante unos segundos más. No vi nada en un primer momento, y mi mirada revoloteó de vuelta a Laurent, que ahora se retiraba más deprisa sin dejar de horadar el bosque con la vista.
En ese momento vi una gran figura negra salir con calma de entre los árboles, silenciosa como una sombra, para luego acechar con parsimonia al vampiro. Era enorme; tenía la altura de un caballo, pero era más corpulento y mucho más musculoso. El gran hocico se contrajo con una mueca que reveló una hilera de incisivos afilados como cuchillas. Profirió entre dientes un gruñido espeluznante que retumbó por todo el claro como la prolongación del restallido de un trueno.
El oso. Sólo que no era un oso para nada. Aun así, aquella gigantesca criatura negra debía de ser la causante de toda la alarma. Visto de lejos, se le podía confundir con un oso. ¿Qué otro animal iba a tener una constitución tan descomunal y poderosa?
Me hubiera gustado tener la suerte de haberlo visto a lo lejos. En vez de eso, anduvo sin hacer ruido sobre la hierba a poco más de tres metros de mi posición.
No te muevas ni un centímetro, murmuró la voz de Edward.
Me quedé mirando fijamente a la monstruosa criatura, con la mente bloqueada en el intento de ponerle un nombre a aquel ser. Guardaba una cierta semejanza canina en cuanto al contorno y la forma de moverse. Atenazada por el pánico como estaba, sólo se me ocurría una posibilidad, pero aun así, jamás hubiera imaginado que un lobo podía ser tan grande.
Su garganta emitió un gruñido sordo que me hizo estremecer.
Laurent estaba retrocediendo hacia la fila de árboles. Me azotó una oleada de confusión y helado pánico. ¿Por qué se retiraba Laurent? El lobo era de un tamaño desmedido, sin duda, pero sólo era un animal. ¿Por qué iba a temer un vampiro a un animal? Y Laurent estaba aterrado. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos, como los míos.
De repente, como una respuesta a mi pregunta, el colosal lobo recibió compañía. Le flanqueaban otros dos gigantescos compañeros que penetraron silenciosamente en el prado. Uno tenía un pelaje gris oscuro y el otro castaño, pero ninguno alcanzaba la altura del primero. El lobo gris salió de los árboles a escasos metros de mí, con la mirada fija en Laurent.
Dos lobos más les siguieron adoptando una formación en uve —como la de los gansos cuando emigran hacia el sur— antes de que yo pudiera reaccionar. El monstruo de pelambrera color ladrillo que salió del sotobosque en último lugar estaba al alcance de mi mano.
Proferí un involuntario grito ahogado y salté hacia atrás, que era la mayor estupidez que podía cometer. Volví a quedarme petrificada a la espera de que los lobos se volvieran hacia mí, la presa más débil, la más fácil de cobrar. Durante unos fugaces instantes deseé que Laurent se hiciera cargo del asunto y aplastara a la manada de lobos. Para él debía de ser algo muy sencillo. Intuía que, de las dos opciones posibles, ser devorada por los lobos era casi seguro la peor alternativa.
El lobo más cercano —el de pelambrera bermeja— volvió levemente la cabeza al oír mi grito entrecortado.
Los ojos del lobo eran oscuros, casi negros. La criatura me miró durante una fracción de segundo. Aquellos profundos ojos parecían demasiado inteligentes para ser los de un animal salvaje.
De pronto, cuando me miraron, pensé en Jacob, y volví a dar gracias por haber venido sola a aquella pradera de cuento de hadas repleta de monstruos siniestros. Al menos, él no iba a morir también. Al menos, no tendría su muerte sobre mi conciencia.
Entonces, un gruñido del jefe hizo que el lobo rojo girara la cabeza de nuevo hacia Laurent, que contemplaba la manada de lobos gigantes con una sorpresa no disimulada, y con miedo. Eso podía entenderlo, pero me quedé pasmada cuando, sin previo aviso, se dio media vuelta y desapareció entre los espesos árboles.
Salió corriendo.
Los lobos fueron tras él un segundo después; cruzaron la hierba del claro a la carrera, con cuatro brincos, entre gruñidos y chasquidos de fauces tan fuertes que, por instinto, me llevé las manos a los oídos. El sonido desapareció con sorprendente rapidez una vez que se perdieron en el bosque.
Luego volví a estar sola.
Se me combaron las rodillas y caí al suelo sobre las manos mientras en mi garganta se agolpaban los sollozos.
Era consciente de que debía irme, e irme ya. ¿Cuánto tiempo iba a transcurrir antes de que los lobos que habían ido en pos de Laurent dieran media vuelta y vinieran a por mí? ¿O Laurent se revolvería contra ellos? ¿Y si era él a quien buscaban?
Pese a todo, al principio no logré moverme. Me temblaban brazos y piernas y no sabía cómo arreglármelas para ponerme de pie una vez más.
Tenía la mente bloqueada por el miedo, el pavor y la confusión. No era capaz de comprender lo que acababa de presenciar.
Un vampiro no debería huir de unos perrazos como ésos. ¿Qué daño podían causar los colmillos de los lobos en su piel de granito?
Y los lobos deberían haber rehuido a Laurent. No tenía sentido alguno que le persiguieran ni aun desconociendo el miedo debido a su tremendo tamaño. Dudaba de que el olor de la piel marmórea de Laurent se pareciera al de la comida. ¿Por qué habían ignorado a una presa débil y de sangre caliente como yo para perseguirle a él?
No me cuadraba.
Una fría brisa azotó el prado haciendo que la hierba se ondulara como si algo hubiera cruzado el claro.
Me puse de pie y retrocedí, aunque el soplo del viento era leve. Fui dando tumbos a causa del miedo, me volví y corrí de cabeza a los árboles.
Las horas siguientes fueron una agonía. Logré salir de los árboles al tercer intento, tantos como me había costado dar con el prado. Al principio no presté atención adónde me dirigía, ya que me concentraba sólo en el lugar del que escapaba. Me encontraba ya en el corazón del bosque, desconocido y amenazador, cuando me hube serenado lo bastante para acordarme de la brújula. Las manos me temblaban con tal virulencia que tuve que dejarla encima del suelo embarrado para poderla leer. Me detenía cada pocos minutos para situar la brújula en el suelo y verificar que seguía dirigiéndome hacia el noroeste mientras oía el apagado susurro de criaturas ocultas moviéndose entre las hojas cuando no los acaballaba el frenético sonido de succión de mis pisadas.
El reclamo de un arrendajo me hizo dar un salto hacia atrás y caí en un grupo de píceas, que me llenaron los brazos de raspaduras y me apelmazaron el pelo con savia. La súbita carrera de una ardilla para subirse a una cicuta me hizo gritar con tanta fuerza que me hice daño en mis propios oídos.
Al final, delante pude ver una brecha en la línea de árboles. Aparecí en un punto del camino que se encontraba a kilómetro y medio al sur de donde había dejado el coche. Subí dando tumbos por el sendero, ya que estaba exhausta. Lloraba de nuevo cuando logré meterme en la cabina del conductor. Bajé con furia los duros seguros del coche antes de desenterrar las llaves de mi bolsillo. El rugido del motor me dio una sensación cuerda y reconfortante. Me ayudó a controlar las lágrimas mientras ponía el vehículo al máximo de su potencia rumbo a la carretera principal.
Estaba más calmada, aunque hecha un lío, cuando llegué a casa. El coche patrulla de Charlie estaba en la avenida que llevaba a casa. No me había percatado de lo tarde que era. El cielo ya había oscurecido.
—¿Bella? —me llamó Charlie cuando cerré de un portazo la puerta de la entrada y eché los cerrojos a toda prisa.
—Sí, soy yo —contesté con voz vacilante.
—¿Dónde has estado? —bramó mientras cruzaba la entrada de la cocina con un gesto que no presagiaba nada bueno.
Vacilé. Lo más probable es que hubiera llamado a casa de los Stanley. Sería mejor atenerme a la verdad.
—De excursión —admití.
Estrechó los ojos.
—¿Qué ha pasado con la idea de ir a casa de Jessica?
—Hoy no me sentía con ánimo para estudiar Cálculo.
Charlie cruzó los brazos por delante del pecho.
—Pensé que te había pedido que te alejaras del bosque.
—Sí, lo sé. No te preocupes, no lo volveré a hacer —me estremecí.
Charlie pareció verme por vez primera. Recordé que había pasado un buen rato tirada en el suelo del bosque. ¡Menuda pinta debía de tener!
—¿Qué ha pasado? —inquirió.
Una vez más decidí que la mejor opción era contarle la verdad, o al menos una parte. Estaba demasiado desasosegada para fingir que había vivido en el bosque un día sin incidentes.
—Vi al oso —intenté decirlo con calma, pero la voz me salió aguda y temblorosa—. Aunque no es un oso, sino una especie de lobo, y son cinco. Uno negro y enorme, otro gris, otro de pelaje rojizo...
Charlie puso unos ojos como platos. Avanzó una zancada hacia mí y me aferró por los hombros.
—¿Estás bien?
Cabeceé débilmente una vez.
—Dime qué ha pasado.
—No me prestaron ninguna atención, pero salí por pies y me caí un montón de veces después de que se fueran.
Me soltó los hombros y me rodeó con los brazos. No despegó los labios durante un buen rato.
—Lobos —murmuró.
-¿Qué?
—Los agentes forestales dijeron que las huellas no encajaban con las de un oso, sino con las de varios lobos, aunque no de ese tamaño...
—Éstos eran enormes.
—¿Cuántos dices que viste?
—Cinco.
Charlie meneó la cabeza y torció el gesto con ansiedad. Al final, habló con un tono que no admitía réplica:
—Se acabaron las excursiones.
—Sin problema —le prometí fervientemente.
Charlie telefoneó a la comisaría para informar de lo que yo había visto. Me mostré un poco esquiva en cuanto al lugar exacto donde había visto a los lobos y señalé que había sido en el sendero que conduce al norte. No quería que papá supiera cuánto me había adentrado en el bosque en contra de sus deseos y, lo más importante de todo, no quería que nadie vagabundeara cerca de donde Laurent podría estar buscándome. Me ponía mala sólo de pensarlo.
—¿Tienes hambre? —me preguntó cuando colgó el auricular.
Negué con la cabeza, aunque lo normal hubiera sido estar famélica después de pasarme todo el día sin comer.
—Sólo estoy cansada —le dije. Me volví hacia las escaleras.
—Eh —dijo Charlie con voz cargada de repentino recelo una vez más—, ¿no dijiste que Jacob iba a pasar fuera todo el día?
—Eso es lo que me comentó Billy —le contesté, confundida por la pregunta.
Estudió mi expresión durante un minuto y pareció satisfecho con lo que encontró en ella.
—Ajá.
—¿Por qué? —inquirí. Parecía estar insinuando que le había mentido esa mañana en algo más que en lo de estudiar con Jessica.
—Bueno, es sólo que le vi cuando fui a recoger a Harry. Estaba delante de la tienda de la reserva con unos amigos. Le saludé con la mano, pero él... Bueno, supongo... No sé si me vio. Me parece que estaba discutiendo con sus amigos. Tenía un aspecto extraño, como si estuviera contrariado por algo... Estaba cambiado. ¡Es digno de ver cómo crece ese chico! Cada vez que le veo ha pegado un estirón.
—Billy dijo que Jake y sus amigos se habían marchado a Port Angeles a ver un par de películas. Lo más probable es que estuvieran esperando a que alguien se reuniera con ellos.
—Ah.
Charlie asintió con la cabeza y se encaminó a la cocina.
Me quedé en el vestíbulo mientras imaginaba a Jacob discutiendo con sus amigos. Me pregunté si se habría enfrentado con Embry como consecuencia del asunto con Sam. Tal vez fuera ése el motivo por el que me había dejado tirada hoy. Si ello significaba que había solventado las cosas con Embry, me alegraba de que lo hubiera hecho.
Me detuve a revisar todos los cerrojos antes de subir a mi habitación. Era un comportamiento estúpido. Pues ¿qué diferencia podía marcar un cerrojo frente a alguno de los monstruos que había visto aquella tarde? Asumí que el pomo era lo único que iba a detener a los lobos, al carecer de pulgares, pero si venía Laurent...
... o Victoria...
Me tendí en la cama, pero estaba demasiado alterada para albergar la esperanza de dormir. Me acurruqué con fuerza debajo del edredón y encaré los horribles hechos.
No había nada que pudiera hacer. No podía adoptar ninguna precaución ni existía lugar al que huir. Tampoco había nadie que pudiera ayudarme.
El estómago me dio un vuelco cuando comprendí que la situación era incluso peor, ya que todo aquello implicaba también a Charlie. Mi padre, que dormía a una habitación de la mía, estaba a un pelo de distancia del objetivo, que se centraba en mí. Mi aroma les guiaría hasta aquí, estuviera yo o no...
Los temblores me sacudieron hasta que me castañetearon los dientes. Fantaseé con lo imposible para calmarme, imaginé que los grandes lobos habían alcanzado a Laurent en los bosques y habían masacrado al inmortal como hubieran hecho con cualquier persona normal. La idea me reconfortó a pesar de lo absurdo de la misma. Si los lobos le habían atrapado, no le podría decir a Victoria que estaba sola, de modo que tal vez creyera que los Cullen seguían protegiéndome si Laurent no regresaba. Bastaba con que los lobos pudieran triunfar en semejante enfrentamiento...
Mis vampiros buenos no iban a regresar. Había sido muy tranquilizador suponer que los del otro tipo iban a desaparecer.
Cerré los ojos con fuerza y esperé a sumirme en la inconsciencia, casi deseosa de que empezara la pesadilla. Mejor eso que el bello rostro pálido que ahora me sonreía detrás de los párpados.
En mi imaginación, los ojos de Victoria estaban negros a causa de la sed, relucían de anticipación y sus labios se curvaban de placer hasta dejar entrever los centelleantes colmillos. Su melena roja brillaba como el fuego. Le caía desordenada sobre su rostro salvaje.
En mi mente resonaron las palabras de Laurent. Si supieras lo que había planeado para ti...
Me metí el puño en la boca para no gritar.

Luna Nueva - Capítulo 8: Tres son Multitud



El tiempo comenzó a transcurrir mucho más deprisa de lo que lo había hecho hasta ese momento. El instituto, el trabajo y Jacob —no necesariamente en ese orden— trazaron un camino a seguir nítido y sencillo, y Charlie vio cumplido su deseo: dejé de estar abatida. Por supuesto, no me engañaba del todo, no podía ignorar las consecuencias de mi comportamiento cuando me detenía a hacer un balance de mi vida, lo cual procuraba que no sucediera a menudo.
Yo era como una luna perdida —una luna cuyo planeta había resultado destruido, igual que en algún guión de una película de cataclismos y catástrofes— que, sin embargo, había ignorado las leyes de la gravedad para seguir orbitando alrededor del espacio vacío que había quedado tras el desastre.
Empecé a mejorar montando en moto, y eso significaba unos cuantos vendajes menos con los que preocupar a Charlie, pero también el debilitamiento de la voz que me hablaba, hasta que al fin ya no la oí. Me sumí en un silencioso pánico. Me lancé con frenética desesperación a la búsqueda del prado y me devané los sesos para encontrar otras actividades que produjeran adrenalina.
No me fijaba en los días transcurridos —no había motivo alguno para que lo hiciera—, sino que intentaba vivir el presente al máximo, sin olvidar el pasado ni dificultar la llegada del futuro, por eso me sorprendió la fecha cuando Jacob la sacó a colación durante uno de nuestros sábados de estudio. Estaba delante de su casa esperando a que detuviera el coche.
—Feliz día de San Valentín —dijo Jacob con una sonrisa pero, al mismo tiempo, agachando la cabeza.
Me tendió una pequeña caja rosa que se balanceó sobre la palma de su mano. Eran los típicos caramelos con forma de corazón.
—Jo, me siento como una gilipollas —farfullé—. ¿Hoy es San Valentín?
Jacob asintió con la cabeza con fingida tristeza.
—Mira que a veces puedes estar en la inopia. Sí, hoy es catorce de febrero. Entonces, ¿vas a ser mi enamorada el día de hoy? Dado que no tienes una cajita de caramelos de cincuenta centavos, es lo menos que puedes hacer.
Comencé a sentirme incómoda. Estaba hablando de guasa, pero sólo en apariencia.
—¿Qué implica eso exactamente? —pregunté para intentar salirme por la tangente.
—Lo de siempre... Que seas mi esclava de por vida, y ese tipo de cosas.
—Ah, bueno, si es sólo eso...
Me tomé un dulce a la espera de idear la manera de dejar claros los límites. Una vez más. Parecían volverse muy, muy difusos con Jacob.
—Bueno, ¿qué vamos a hacer mañana? ¿Senderismo o una visita a urgencias?
—Senderismo —decidí—. No eres el único capaz de obsesionarse con algo. Empiezo a creer que me he imaginado ese prado... —torcí el gesto al mencionar el lugar.
—Lo encontraremos —me aseguró—. Motos el viernes, ¿hace?
Entonces vi la ocasión y me lancé a ella sin pensarlo dos veces.
—El viernes voy a ir al cine. Siempre se lo estoy prometiendo a mis compis de la cafetería.
A Mike le iba a encantar...
... pero a Jacob se le descompuso el rostro y atisbé la decepción en sus oscuros ojos antes de que clavara la mirada en el suelo.
—Tú también vendrás, ¿no? —me apresuré a añadir—. ¿O será para ti un latazo soportar a un grupo de aburridos estudiantes de último año?
De ese modo, aproveché la ocasión para marcar una cierta distancia entre los dos. No soportaba la idea de hacer daño a Jacob. Existía cierta conexión entre nosotros, aunque fuera de un modo peculiar, y su pena me dolía. Además, la idea de disfrutar de su compañía durante el calvario —le había prometido a Mike lo del cine, pero no me hacía demasiada gracia la idea de llevarlo a cabo— resultaba también una tentación.
—¿Te apetece que vaya yo... con tus amigos?
—Sí —admití con franqueza, y continué con unas palabras que eran como pegarme un tiro en el pie—: Me divertiré mucho más si vienes tú. Invita a Quil, haremos una fiesta.
—Quil va a flipar. ¡Chicas del último curso!
Soltó una carcajada y puso los ojos en blanco. Ninguno de los dos mencionamos a Embry. Yo también me reí.
—Intentaré llevarle un grupo variado.

Le saqué a colación el tema a Mike cuando terminó la clase de Lengua y Literatura:
—Eh, Mike, ¿tienes libre este viernes por la noche?
Alzó los ojos azules en los que de inmediato relampagueó la esperanza.
—Sí, así es. ¿Quieres salir?
Formulé mi respuesta con sumo cuidado.
—Estaba pensado en formar un grupo para ir a ver Crosshairs —enfaticé la palabra «grupo». Esta vez había hecho los deberes e incluso me había leído los resúmenes de las películas para asegurarme de que no me iban a pillar desprevenida. Se suponía que dicho largometraje era un baño de sangre de principio a fin. No me había recuperado hasta el punto de poder aguantar sentada la visión de una película de amor—. ¿A que suena divertido?
—Sí —coincidió, visiblemente menos interesado.
—Guay.
Pareció recuperar su nivel de entusiasmo del principio al cabo de un momento y propuso:
—¿Qué te parece si invitamos a Angela y a Ben? ¿O a Eric y Katie?
Al parecer, se proponía convertir aquello en una especie de doble cita.
—¿Y qué tal si vienen todos? —sugerí—, y Jessica también, por supuesto. Y Tyler, y Conner, y tal vez Lauren —añadí a regañadientes. Le había prometido variedad a Quil.
—Vale —musitó Mike con frustración.
—Además —proseguí—, cuento con un par de amigos de La Push a los que voy a invitar, por lo que parece que vamos a necesitar tu Suburban si acude todo el mundo.
Mike entrecerró los ojos con recelo.
—¿Son ésos los amigos con los que ahora te pasas todo el tiempo estudiando?
—Sí, los mismos —respondí con desenfado—, aunque considéralo más bien unas clases particulares... Sólo son de segundo...
—Ah —repuso Mike, sorprendido, y sonrió después de considerarlo unos instantes.
Sin embargo, al final no se necesitó el Suburban de Mike.
Jessica y Lauren se disculparon alegando estar ocupadas en cuanto Mike dejó entrever que yo andaba de por medio. Eric y Katie ya tenían planes —celebraban el aniversario de sus tres semanas, o algo parecido—. Lauren se adelantó a Mike a la hora de hablar con Tyler y Conner, por lo que ambos estaban muy ocupados. Incluso Quil quedó descartado, castigado por pelearse en el instituto. Al final, sólo podían ir Angela, Ben y, por supuesto, Jacob.
Pese a todo, la escasa participación no disminuyó las expectativas de Mike. No sabía hablar de otra cosa que no fuera la salida del sábado.
—¿Estás segura de que no prefieres ir a ver Tomorrow and Forever?—preguntó durante el almuerzo, refiriéndose a la comedia romántica de moda que encabezaba la taquilla—. En la página web Rotten Tomatoes la ponen mejor.
—Prefiero ver Crosshairs —insistí—. Me apetece ver un poco de acción, busco algo de vísceras y sangre —Mike giró la cabeza en otra dirección, pero no antes de que pudiera ver su expresión, que decía: «Pues sí, está loca».
Un vehículo muy conocido estaba aparcado delante de mi casa cuando llegué después del instituto. Jacob permanecía apoyado en el capó. Una enorme sonrisa le iluminaba el rostro.
—¡Increíble! —grité mientras salía del coche de un salto—. ¡Lo has acabado! ¡No me lo puedo creer! ¡Has terminado el Volkswagen Golf!
Esbozó una sonrisa radiante.
—Esta misma noche... Éste es el viaje inaugural.
Alcé la mano para que chocara esos cinco. Y lo hizo, pero dejó allí la suya y retorció sus dedos a través de los míos.
—Así pues..., ¿conduzco yo esta noche?
—Segurísimo —contesté, y luego suspiré.
—¿Qué ocurre?
—Me rindo... No puedo superar esto. Tú ganas. Eres el mayor.
Se encogió de hombros sin sorprenderse por mi capitulación y contestó:
—Naturalmente que lo soy.
El Suburban dobló la esquina dando resoplidos. Yo retiré mi mano de la de Jacob, pero Mike nos vio y puso una cara que fingí no advertir.
—Recuerdo a ese tío —dijo Jacob con un hilo de voz mientras Mike aparcaba al otro lado de la calle—. Es el que se creía que eras su novia. ¿Sigue confundido?
Enarqué una ceja.
—Hay gente inasequible al desaliento.
—Puede que no —repuso Jacob con gesto pensativo—; a veces, la persistencia tiene su recompensa.
—Aunque la mayoría de las veces sólo es un fastidio.
Mike salió del coche y cruzó la calle.
—Hola, Bella —me saludó; luego, su mirada se llenó de cautela cuando alzó los ojos hacia Jacob. También yo le miré, intentando mostrarme objetiva. En realidad, no parecía un chico de segundo para nada. Era tan grande que la cabeza de Mike apenas le llegaba al hombro. No quería ni imaginar adonde le llegaba yo cuando estaba a su lado. Además, su rostro tenía un aspecto más adulto incluso que el del mes pasado.
—Hola, Mike. ¿Recuerdas a Jacob Black?
—La verdad es que no —le tendió la mano.
—Soy un viejo amigo de la familia —se presentó Jacob mientras le estrechaba la mano. Ambos apretaron con más fuerza de la necesaria. Mike dobló los dedos cuando cesó el saludo.
Oí sonar el teléfono de la cocina y antes de salir disparada hacia la casa les dije:
—Será mejor que conteste. Podría ser Charlie.
Era Ben. Angela había contraído una gripe estomacal y a él no le parecía bien venir sin ella. Se disculpó por ponernos en un apuro.
Caminé de regreso junto a los chicos que me esperaban moviendo la cabeza. En realidad, esperaba que Angela se recuperara pronto, pero debía admitir que este suceso me disgustaba por razones puramente egoístas. Aquella noche íbamos a estar sólo nosotros tres, Mike, Jacob y yo. Esto va a ir sobre ruedas, pensé con macabro sarcasmo.
No parecía que Mike y Jake hubieran empezado a hacerse amigos en mi ausencia. Se miraban el uno al otro a varios metros de distancia mientras me esperaban. Mike tenía una expresión huraña mientras que la de Jacob era tan jovial como siempre.
—Angela está enferma —les dije con desánimo—, por lo que ni ella ni Ben van a venir.
—Parece que la gripe ataca de nuevo. Austin y Conner faltaron hoy a clase. Tal vez deberíamos dejarlo para otro momento —sugirió Mike.
Jacob habló antes de que yo pudiera mostrarme de acuerdo.
—Yo todavía quiero ir, pero si prefieres retirarte, Mike...
—No, yo voy —le interrumpió Mike—. Sólo estaba pensando en Angela y Ben. Vamos.
Comenzó a andar hacia su vehículo, pero yo le pregunté:
—¿Te importa que conduzca Jacob, Mike? Se lo prometí porque acaba de terminar su coche. Lo ha hecho con sus propias manos partiendo de cero —alardeé, orgullosa como una mamá de la Asociación de Padres de Alumnos cuyo hijo figura en la lista del director.
—Estupendo —espetó Mike.
—En ese caso, vamos —dijo Jacob, como si eso lo arreglara todo. Era el que parecía más cómodo de los tres.
Mike se subió al asiento trasero del Golf con cara de enfado.
Jacob siguió con su alegría congénita y no dejó de parlotear hasta que no pude hacer otra cosa que olvidar a Mike, que se iba enfurruñando calladamente en el asiento de atrás.
Luego, cambió de estrategia. Se inclinó hacia delante hasta apoyar el mentón sobre el hombro del asiento, con su mejilla rozando la mía. Me giré hasta acabar de espaldas a la ventanilla para alejarme. Entonces, interrumpió a Jacob a media frase para preguntar con tonillo petulante:
—¿No funciona la radio de este trasto?
—Sí —contestó Jacob—, pero a Bella no le gusta la música.
Miré a Jake sorprendido. Yo nunca se lo había dicho.
—¿A Bella? —preguntó Mike atónito.
—Tiene razón —murmuré sin dejar de mirar el sereno semblante de Jacob.
—¿Cómo no te va a gustar la música? —inquirió Mike.
—No sé —me encogí de hombros—. Es sólo que... me molesta.
—Bah.
Mike se echó hacia atrás.
Jacob me entregó un billete de diez dólares cuando llegamos al cine.
—¿Y esto por qué? —objeté.
—No tengo la edad necesaria para entrar en este cine sin la compañía de un adulto.
Me reí con ganas.
—Y a propósito de los parientes adultos... ¿Va a matarme Billy si te meto de tapadillo a ver esta película?
—No, le dije que planeabas corromper la inocencia de mi juventud.
Me reí por lo bajo. En ese momento Mike apresuró el paso para darnos alcance.
Casi habría preferido que Mike hubiera optado por retirarse. Seguía de morros y sin participar en el grupo, pero tampoco quería que la noche terminara en una cita a solas con Jacob. Y aquella actitud suya no ayudaba en nada.
La película era exactamente lo que decía ser. Cuatro personas salían despedidas por los aires y otra resultaba decapitada en los títulos. La chica del asiento de delante se cubrió en ese momento los ojos con la mano y hundió la cabeza en el pecho de su acompañante. Él le palmeaba el hombro y de vez en cuando también se estremecía. Mike no parecía estar viendo el largometraje. Tenía el rostro crispado mientras contemplaba los flecos de la cortina que había justo encima de la pantalla.
Me acomodé para soportar las dos horas de película. Al principio miraba más los colores y el movimiento, en general, que a la gente, los coches y las casas; pero entonces Jacob comenzó a reírse por lo bajo.
—¿Qué ocurre? —susurré.
—¡Oh, vamos! —me contestó con un murmullo—. La sangre que chorrea ese tío llega a más de seis metros... ¡¿A quién pretenden engañar?!
Se rió entre dientes una vez más cuando el asta de una bandera dejó empalado a otro hombre en un muro de hormigón.
Después de eso, empecé a ver la película de verdad, y me reí con él a medida que las mutilaciones fueron más y más ridículas. ¿Cómo podía luchar por defender las borrosas fronteras de nuestra relación cuando me lo pasaba tan bien en su compañía?
Tanto Jacob como Mike habían tomado posesión de los apoyabrazos de los dos lados. Las manos de ambos descansaban en una posición forzada, con las palmas hacia arriba, abiertas y preparadas, como el cepo de una trampa para osos. Jacob tenía el hábito de tomarme la mano en cuanto se le presentaba la oportunidad, pero aquí, en la oscuridad del cine y bajo la mirada de Mike, iba a tener un significado diferente, y estaba convencida de que él lo sabía. No podía creer que Mike estuviera pensando lo mismo, pero su mano estaba situada exactamente igual que la de Jacob.
Crucé los brazos con fuerza encima del pecho y esperé a que se les durmieran las manos por falta de riego.
Mike se rindió primero, pero hacia la mitad de la película volvió a apoyar el brazo y se inclinó hacia delante para sujetar la cabeza entre las manos. Al principio, pensé que reaccionaba ante algo que había visto en la pantalla, pero luego se quejó y le pregunté en un susurro:
—Mike, ¿estás bien?
La pareja de delante se volvió a mirarle cuando se quejó de nuevo.
—No —contestó entrecortadamente—, creo que estoy enfermo.
La luz de la pantalla me permitió verle el rostro, bañado en sudor.
Mike gimió una vez más y salió disparado hacia la puerta. Me alcé para seguirle y Jacob me imitó de inmediato, pero yo le susurré:
—No, quédate. Voy a asegurarme de que está bien.
Vino conmigo de todos modos.
—No tenías que haber venido. Aprovecha tus ocho pavos de gore —insistí mientras subíamos hacia el pasillo.
—Ésa sí que es buena. Te los puedes quedar, Bella. Esa película es una mierda —contestó levantando la voz cuando salimos del cine.
Me alegré de que me hubiera acompañado al no ver señales de Mike en el pasillo. Jacob se coló en los servicios de caballeros para buscarle y estuvo de vuelta al cabo de unos segundos:
—Está ahí dentro. Todo en orden —dijo poniendo los ojos en blanco—. ¡Qué blandengue! Deberías haber buscado a alguien con más estómago, alguien que se ría en las películas gore que hacen vomitar a otros.
—Abriré bien los ojos en busca de alguien así.
Estábamos los dos solos en el pasillo, ya que ambas salas estaban a mitad de proyección de la película, e imperaba tal silencio que oíamos remover las palomitas en la tienda de la entrada.
Jacob fue a sentarse en un sillón tapizado de terciopelo pegado a la pared y dio unas palmaditas junto a él.
—Tenía pinta de que iba a estar ahí dentro durante un buen rato —dijo, estirando las largas piernas mientras se acomodaba para esperar.
Suspiré y me reuní con Jacob, que tenía el aspecto de estar pensando cómo difuminar más las líneas. Y tanto. Se acercó a mí en cuanto me senté y me pasó el brazo por los hombros.
—Jake —protesté a la vez que me alejaba.
Dejó caer el brazo sin que pareciera haberse molestado ni un ápice por el pequeño rechazo. Extendió la mano y tomó la mía con firmeza, rodeó mi muñeca con la otra mano libre cuando la fui a retirar. ¿De dónde sacaba la confianza?
—Espera, espera un momento, Bella —dijo con voz calmada—. Dime una cosa.
Hice una mueca de disgusto. No me apetecía pasar por eso. No sólo en ese momento, nunca. En mi vida no quedaba nada más importante que Jacob Black, pero él parecía decidido a estropearlo todo.
—¿Qué? —murmuré con acritud.
—Te gusto, ¿vale?
—Sabes que sí.
—¿Más que ese vacilón que está vomitando hasta la primera papilla? —indicó la puerta del baño con un movimiento de cabeza.
—Sí —suspiré.
—¿Más que cualquiera de los chicos que conoces? —permanecía tranquilo y sereno, como si mi respuesta no le importase o ya supiera cuál iba a ser.
—Y más que las chicas —señalé.
—Pero eso es todo —sentenció. No era una pregunta.
Era duro responderle, pronunciar esa palabra. ¿Se sentiría herido y me evitaría? ¿Cómo iba a poder soportarlo?
—Sí —susurré.
Me dedicó una gran sonrisa.
—Pues no hay problema, ya sabes, como tú eres la que más me gusta y crees que estoy bien... Estoy preparado para ser sorprendentemente persistente.
—No voy a cambiar —repuse; oí el tono triste de mi voz a pesar de que había intentado que sonara normal.
Permaneció pensativo, sin hacer bromas.
—Se trata aún del otro, ¿verdad?
Me encogí. Resultaba extraño que supiera que no debía pronunciar su nombre, así como lo de la música en el coche. Me había calado en muchas cosas que yo no le había dicho jamás.
—No tienes por qué hablar de ello —me dijo.
Asentí, agradecida.
—Pero no te enfades porque te ronde, ¿vale? —Jacob me palmeó el dorso de la mano—. No me voy a rendir. Tengo tiempo de sobra.
Suspiré.
—No deberías desperdiciarlo en mí —le respondí, aunque quería que lo hiciera, en especial si estaba dispuesta a aceptarme tal y como yo me encontraba, es decir, como algo muy parecido a un objeto estropeado.
—Es lo que quiero hacer, siempre y cuando que te guste estar en mi compañía.
—No logro imaginarme cómo no voy a querer estar contigo —le respondí sinceramente.
Jacob esbozó una sonrisa radiante.
—Puedo vivir con eso.
—No esperes nada más —le previne mientras intentaba retirar mi mano. Él la retuvo con obstinación.
—En realidad, esto no te molesta, ¿verdad? —inquirió mientras me estrechaba los dedos.
—No.
Suspiré. Era agradable en verdad. Sentía su mano mucho más caliente que la mía, que últimamente estaba demasiado fría.
—Tampoco te preocupa lo que él piense —alzó el pulgar en dirección a los servicios.
—Supongo que no.
—En tal caso, ¿cuál es el problema?
—El problema —le dije— es que esto tiene un significado diferente para mí que para ti.
—Bueno —su presa en torno a mi mano se tensó más—. Ése es mi problema, ¿no?
—Perfecto —refunfuñé—, pero no lo olvides.
—No voy a hacerlo. Ahora soy yo quien sujeta la granada sin el seguro, ¿no? —espetó mientras me codeaba las costillas.
Puse los ojos en blanco. Supuse que si le apetecía hacer un chiste al respecto, tenía todo el derecho del mundo.
Rió entre dientes y sin hacer ruido mientras la yema de su dedo trazaba distraídamente diseños sobre el dorso de mi mano.
—¡Qué cicatriz tan rara tienes ahí! —dijo de pronto mientras me giraba la muñeca para examinarla—. ¿Cómo te la hiciste?
El índice de su mano libre recorrió la línea de la gran media luna plateada que apenas era visible en mi pálida piel. Torcí el gesto.
—¿De verdad esperas que recuerde dónde me hice todas las cicatrices?
Esperé a que los recuerdos se abatieran sobre mí y abrieran de nuevo el hueco del pecho, pero, como ocurría tan a menudo, la presencia de Jacob me mantuvo de una pieza.
—Está fría —musitó mientras presionaba suavemente la zona donde James me había cortado con sus colmillos.
Fue entonces cuando Mike salió del baño dando tumbos, con el rostro lívido y sudoroso. Tenía un aspecto horrible.
—¡Mike! —exclamé de forma entrecortada.
—¿Te importa que nos vayamos ya? —susurró.
—No, por supuesto que no —liberé mi mano de un tirón y me precipité para ayudarle a caminar, ya que su paso parecía poco firme.
—¿Era demasiado fuerte para ti la película? —preguntó Jacob sin misericordia.
Mike le dirigió una mirada malévola y farfulló:
—En realidad, no he visto prácticamente nada. Sentí náuseas antes de que apagaran las luces.
—¿Por qué no lo dijiste? —le reprendí mientras nos tambaleábamos en dirección a la salida.
—Esperaba que se me pasase —respondió.
—Un segundito —dijo Jacob cuando llegamos a la puerta. Se encaminó a toda prisa al puesto de venta de palomitas y le preguntó a la dependienta:
—¿Podría darme un cartucho vacío de palomitas?
La chica miró a Mike una sola vez y le entregó uno enseguida.
—Llévelo fuera cuanto antes, por favor —suplicó.
Obviamente, ella debía de ser la encargada de limpiar el suelo.
Arrastré a Mike hasta la fría humedad de la noche. Respiró hondo. Jacob estaba detrás de nosotros y me ayudó a meter a Mike en la parte posterior del coche; le dedicó una mirada severa cuando le entregó el cartucho.
—Por favor —se limitó a decirle.
Bajamos los cristales de las ventanillas para dejar que el frío aire nocturno entrara en el coche, ya que albergábamos la esperanza de que eso ayudara a Mike. Enrosqué los brazos alrededor de mi cuerpo para mantenerme caliente.
—¿Tienes frío otra vez? —preguntó Jacob, que me rodeó con el brazo antes de que pudiera responderle.
—¿Tú no?
Negó con la cabeza.
—Debes de tener fiebre o algo así —refunfuñé. Estaba helando. Le toqué la frente con los dedos y tenía la cabeza caliente.
—Vaya, Jake... ¡Estás ardiendo!
—Me siento bien —se encogió de hombros—. Estoy sano como un roble.
Torcí el gesto y le volví a tocar la cabeza. La piel ardía al contacto con mis dedos.
—Tienes las manos heladas —se quejó.
—Tal vez sea yo —admití.
Mike gimió en el asiento de atrás y vomitó en el cubo. Hice una mueca de asco. Esperaba que mi estómago aguantara el sonido y el hedor. Jacob miró con ansiedad a su espalda para cerciorarse de que Mike no había «mancillado» su coche.
El viaje de vuelta se hizo más largo.
Jacob permaneció en silencio y pensativo. Su brazo me rodeaba y, con el viento que soplaba, lo agradecí, ya que así conservaba el calor.
Mantuve la mirada fija en el parabrisas, consumida por una inmensa culpa.
Era un gran error alentar a Jacob. Puro egoísmo. No importaba lo mucho que intentara dejarle clara mi posición, no lo había hecho lo bastante bien si él guardaba alguna esperanza de que aquello pudiera acabar en otra cosa que no fuera una amistad.
¿Cómo se lo podía explicar para que lo entendiera? Yo era una cáscara vacía. Había estado completamente huera, como una casa desocupada —y declarada en ruinas—, durante meses. Ahora había mejorado un poco. El salón estaba en mejor estado, pero eso era todo, sólo una pequeña habitación. Él se merecía algo mejor que eso, mejor que una casa con una sola habitación, en ruinas y a precio de saldo.
De alguna manera, sabía que no le iba a alejar de mí. Le necesitaba demasiado, aunque fuera egoísta por mi parte. Tal vez podía mostrarle con mayor claridad mi postura para que me dejara en paz. La idea me hizo estremecer y Jacob me estrechó con más fuerza.
Llevé a Mike a casa en su coche mientras Jacob seguía al Suburban para acercarme después a la mía. Durante el trayecto de vuelta estuvo inusualmente callado, y me pregunté si estaría pensando lo mismo que yo. Puede que estuviera cambiando de idea.
—Me autoinvitaría a entrar, en vista de que hemos llegado pronto —dijo en cuanto frenamos junto a mi vehículo—, pero creo que tal vez tengas razón sobre lo de la fiebre. Empiezo a sentirme un poco... extraño.
—Ay, no, ¡tú también! ¿Quieres que te lleve a casa?
—No —sacudió la cabeza con el ceño fruncido—. Aún no me siento enfermo, sólo... mal. Si tengo que acercarme al arcén y parar, lo haré.
—¿Me llamarás en cuanto llegues? —le pregunté con ansiedad.
—Claro que sí.
Arrugó la frente y miró fijamente la oscuridad sin dejar de morderse el labio.
Abrí la puerta para salir, pero me agarró suavemente por la muñeca y me retuvo. Volví a notar su piel candente sobre la mía.
—¿Qué ocurre, Jake?
—Hay algo que quiero decirte, Bella, pero me parece que va a sonar un tanto cursi.
Suspiré. Aquello iba a ser más de lo mismo, igual que en el cine.
—Adelante.
—Es sólo esto: sé lo infeliz que eres y que tal vez esto no te ayude en nada, pero quiero que sepas que siempre estaré aquí. No voy a dejarte caer, te prometo que siempre podrás contar conmigo. Guau, sí que suena cursi. Pero lo sabes, ¿no? ¿Sabes que nunca jamás te voy a hacer daño?
—Sí, Jake. Lo sé, y ya cuento contigo, probablemente más de lo que piensas.
La sonrisa rota se extendió por su rostro como un amanecer grabado a fuego en las nubes. Quise cortarme la lengua. No le había dicho ninguna mentira, pero debería haberlo hecho. La verdad era un error que le iba a hacer daño. Yo debería desanimarle.
Una expresión extraña cruzó por su rostro, y dijo:
—Creo que será mejor que me vaya a casa, de verdad.
Salí del coche a toda prisa.
—¡Llámame! —grité mientras se alejaba.
Observé cómo se iba. Al menos, parecía mantener el control del vehículo. Mantuve la vista fija en la calle vacía después de que se hubo marchado y me sentí un poco mal, pero no por una razón física.
¡Cuánto me hubiera gustado que Jacob Black hubiera sido mi hermano! Un hermano de carne y hueso, de modo que pudiera tener cierto derecho sobre él y verme libre de todo remordimiento. Dios sabía que nunca había pretendido aprovecharme de Jacob, pero no pude evitar pensar que la culpa que sentía en ese momento quería decir que lo había hecho.
Más aún, jamás había tenido intención de quererle. Había una cosa que sabía a ciencia cierta, lo sabía en el fondo del estómago y en el tuétano de los huesos, lo sabía de la cabeza a los pies, lo sabía en la hondura de mi pecho vacío... El amor concede a los demás el poder para destruirte.
A mí me habían roto más allá de toda esperanza.
Pero yo necesitaba a Jacob, le necesitaba como si fuera una droga. Le había usado como una muleta durante demasiado tiempo, y ahora estaba más enganchada de lo que había planeado volver a estar con nadie. No soportaba la idea de hacerle daño ni tampoco podía impedirlo. Él pensaba que el tiempo y la paciencia me cambiarían, y yo sabía que, a pesar de que era un error total, le iba a dejar intentarlo.
Era mi mejor amigo. Siempre iba quererle, pero eso nunca jamás iba a bastar.
Entré en la casa para sentarme junto al teléfono y morderme las uñas.
—¿Ya ha terminado la película? —preguntó Charlie, sorprendido al verme entrar. Estaba tumbado en el suelo, a treinta centímetros de la tele. Debía de ser un partido apasionante.
—Mike se puso enfermo —le expliqué—. Algún tipo de gripe estomacal.
—¿Y tú estás bien?
—Por ahora me siento bien —contesté con reservas. Había estado claramente expuesta.
Me apoyé sobre la encimera, con las manos a centímetros del teléfono, e intenté esperar pacientemente. Pensé en la extraña expresión del rostro de Jacob antes de que se marchara y empecé a tamborilear con los dedos. Debía de haber insistido en llevarle a casa.
Observé cómo avanzaban las manecillas de los minutos en el reloj. Diez. Quince. No se tardaba más de un cuarto de hora en llegar incluso aunque hubiera estado yo al volante, y Jacob conducía mucho más deprisa. Dieciocho minutos. Descolgué y marqué.
Sonó una y otra vez. Tal vez Billy estuviera durmiendo. Tal vez había marcado mal. Volví a intentarlo.
Billy respondió a la octava llamada, justo cuando estaba a punto de colgar.
—¿Diga? —contestó con voz cautelosa, como si esperase malas noticias.
—Billy, soy yo, Bella. ¿Aún no ha llegado Jake a casa? Se marchó hace casi veinte minutos.
—Está aquí —respondió con tono apagado.
—Se suponía que iba a llamarme —me enfadé un poco—. Se estaba poniendo malo cuando se fue, y me preocupaba.
—Estaba... demasiado enfermo para telefonear. Ahora mismo no se encuentra muy bien —Billy parecía frío. Comprendí que debía de querer estar con Jacob.
—Si necesitáis cualquier cosa, dímelo —me ofrecí. Pensé en Billy, pegado a la silla, y en Jake teniendo que arreglárselas solo—. Podría bajar...
—No, no —repuso Billy rápidamente—. Estamos bien. Quédate en casa.
La forma en que lo dijo resultó bastante antipática.
—De acuerdo —acepté.
—Adiós, Bella.
La línea se cortó.
—Adiós —murmuré.
Bueno, al menos había llegado a casa. Por extraño que parezca, no me sentí menos preocupada. Subí con dificultad las escaleras, poniéndome neurótica perdida. Tal vez pudiera bajar a echarle un vistazo mañana antes del trabajo. Y llevarles sopa. Debíamos de tener una lata de Campbell por algún sitio.
Comprendí que todos aquellos planes habían quedado cancelados cuando me desperté de madrugada —el reloj marcaba las cuatro y media de la mañana— y tuve que echar a correr hacia el baño. Charlie me encontró allí media hora después, tumbada sobre el suelo, con la mejilla pegada al frío borde de la bañera.
Me miró durante un buen rato y al final dijo:
—Gripe estomacal.
—Sí —gemí.
—¿Necesitas algo? —preguntó.
—Telefonea a los Newton por mí —le ordené con voz ronca—. Explícales que tengo lo mismo que Mike y que hoy no voy a poder ir. Diles que lo siento.
—Claro, sin problemas —me aseguró Charlie.
Pasé el resto del día en el suelo del baño. Dormí unas pocas horas con la cabeza apoyada sobre una toalla doblada. Charlie se quejó de que debía ir a trabajar, pero creo que sólo quería entrar en el baño. Dejó en el suelo, a mi alcance, un vaso de agua para que no me deshidratara.
Me desperté cuando volvió a casa. Pude ver que en mi habitación reinaba la oscuridad, ya había anochecido. Oí sus fuertes pisadas mientras él subía las escaleras para ver cómo estaba.
—¿Sigues viva?
—Algo parecido —contesté.
—¿Quieres algo?
—No, gracias.
Vaciló. Estaba fuera de su elemento de todas todas.
—Vale, pues —dijo antes de volver a bajar a la cocina.
Oí sonar el teléfono a los pocos minutos. Charlie habló con alguien en voz baja durante unos momentos y luego colgó. Gritó desde abajo para que le oyera:
—Mike se encuentra mejor.
Bueno, eso resultaba esperanzador. Sólo había enfermado unas ocho horas antes que yo. Ocho horas más. La idea me provocó un retortijón de estómago. Aparté la toalla y me incliné sobre el inodoro.
Volví a dormirme encima de la toalla, pero estaba en mi cama cuando me desperté, y la luz del exterior entraba en mi habitación por la ventana. No recordaba haberme movido, por lo que Charlie debía de haberme trasladado hasta allí. También había puesto el vaso de agua encima de la mesilla. Estaba muerta de sed. Lo vacié de un trago, aunque tenía ese sabor extraño del agua que lleva en el vaso toda la noche.
Me incorporé lentamente para no provocar otro ataque de náuseas. Estaba débil y tenía mal sabor de boca, pero mi estómago se encontraba bien. Miré el despertador.
Mis veinticuatro horas habían concluido.
No forcé las cosas y no desayuné nada más que galletas. Charlie parecía muy aliviado de verme recuperada.
Telefoneé a Jacob en cuanto estuve segura de no tener que pasar otro día en el suelo del baño.
Fue el propio Jacob quien me contestó, pero supe que aún no se había recobrado nada más oír su contestación.
—¿Diga?
Tenía la voz cascada, rota.
—Ay, Jake —rezongué con compasión—. ¡Qué mala voz...!
—Me encuentro fatal... —susurró.
—Cuánto siento haberte hecho salir conmigo. Te he fastidiado.
—Estoy contento de haber ido —su voz seguía siendo un susurro—. No te eches la culpa, no la tienes.
—Enseguida te vas a poner bien —le prometí—. Yo ya me sentía bien esta mañana, al despertar.
—¿Estabas enferma? —preguntó con voz débil.
—Sí, yo también la pillé, pero ahora me encuentro bien...
—Eso es estupendo —contestó con voz apagada.
—... así que probablemente estarás bien en cuestión de horas —le animé.
Su respuesta apenas fue audible.
—Dudo que tenga lo mismo que tú.
—¿No tienes una gripe estomacal? —le pregunté, confusa.
—No, esto es algo más.
—¿Qué es lo que te duele?
—Todo —susurró—, todo el cuerpo.
El dolor era casi tangible en su voz.
—¿Qué puedo hacer, Jake? ¿Qué te puedo llevar?
—Nada. No puedes venir —se mostró abrupto. Me recordó a Billy la otra noche.
—Ya he estado expuesta a lo que sea que tengas —puntualicé.
Me ignoró.
—Yo te llamaré en cuanto me sea posible. Te avisaré de cuándo puedes volver a venir.
—Jacob...
—He de irme —dijo con repentino apremio.
—Llámame cuando te encuentres mejor.
—De acuerdo —aceptó con una voz que tenía un cierto deje de amargura.
Permaneció en silencio durante un momento. Esperé a que se despidiera, pero él también esperó.
—Te veré pronto —dije al fin.
—Espera a que te llame —repitió.
—Vale... Adiós, Jacob.
—Bella...
Susurró mi nombre y luego colgó el teléfono.