27 de mayo de 2009

Luna Nueva - Capítulo 5: El Engaño



—Bella, ¿por qué no lo dejas ya? —sugirió Mike al tiempo que desviaba su mirada para evitar la mía. Me pregunté cuánto llevaría comportándose de ese modo sin que yo lo hubiera notado.
Era una tarde sin mucha actividad en el local de los Newton. En ese momento sólo había dos clientes en la tienda, unos excursionistas verdaderamente aficionados a juzgar por su conversación. Mike había pasado con ellos la última hora examinando los pros y los contras de dos marcas de mochilas ligeras, pero se habían tomado un respiro mientras examinaban los precios y comentaban las últimas historias de sus viajes con cierto afán competitivo. Mike aprovechó la distracción para escapar.
—No me importa quedarme solo —me dijo. Aún no había conseguido hundirme en la concha protectora del aturdimiento y todo me resultaba extrañamente cercano y ruidoso, como si me hubiera quitado un algodón de los oídos. Intenté dejar de escuchar a los risueños mochileros sin éxito.
—Como te iba diciendo —relataba uno de ellos, un hombre fornido de barba pelirroja que contrastaba mucho con su pelo castaño oscuro—, he visto osos pardos bastante cerca de Yellowstone, pero no eran nada en comparación con esta bestia.
Tenía el cabello enmarañado y apelmazado, y parecía llevar puesta la misma ropa desde hacía varios días. Posiblemente acababa de llegar de las montañas.
—Imposible. Los osos negros no alcanzan ese tamaño. Lo más probable es que esos osos pardos que viste fueran oseznos.
El segundo tipo era alto y enjuto, con el rostro curtido y gastado por el viento hasta el punto de parecer una impresionante costra de cuero.
—De verdad, Bella, tan pronto como se vayan ésos, echo el cierre —murmuró Mike.
—Si quieres que me vaya... —me encogí de hombros.
—Pero si a gatas es más alto que tú —insistió el hombre con barba, mientras yo recogía mis cosas—. Grande como una casa y negro como la tinta. Voy a ver si se lo digo al guarda forestal. Se debería avisar a la gente, porque no estaba arriba en la montaña, ¿sabes?, sino a unos pocos kilómetros de donde arranca la senda.
El hombre de rostro de color cuero puso los ojos en blanco.
—Déjame adivinar, ¿estabas allí de camino? No has tomado comida de verdad o has dormido en el suelo más de una semana, ¿a que sí?
—Eh, Mike —el barbudo miró hacia nuestra posición y le llamó—. ¿Ya?
—Te veré el lunes —murmuré.
—Sí, señor —replicó Mike al tiempo que se volvía.
—Dime, ¿habéis avistado recientemente por aquí osos negros?
—No, señor, pero es buena idea mantener las distancias y almacenar la comida correctamente. ¿Ha visto los nuevos botes a prueba de osos? Sólo pesan un kilo...
Las puertas se deslizaron hasta abrirse del todo y dejarme fuera, expuesta al chaparrón. Me acurruqué bajo la chaqueta mientras salía disparada hacia el coche. La lluvia que martilleaba sobre el capó sonaba inusualmente fuerte también, pero el rugido del motor no tardó en ahogar todo lo demás.
No quería volver a la casa vacía de Charlie. La última noche había sido particularmente espantosa y no me apetecía hallarme de nuevo en el escenario de tanto sufrimiento, ya que aquello no terminaba ni siquiera cuando la pena aminoraba lo suficiente para dejarme dormir. Entonces venían las pesadillas, tal como le había dicho a Jessica después de la película.
Siempre había tenido pesadillas, pero ahora las sufría cada noche. No eran pesadillas en general —en plural—; en realidad, era siempre la misma pesadilla. Cualquiera hubiera pensado que habría terminado aburriéndome después de tantos meses, que me habría inmunizado, pero el sueño me aterraba siempre y sólo terminaba cuando me despertaba entre gritos. Charlie ya no venía para ver qué iba mal o para asegurarse de que no había ningún intruso estrangulándome ni nada similar; se había acostumbrado.
Es probable que mi pesadilla no hubiera asustado a nadie más. No había nada que saltara y gritase «¡buuu!». No había zombis ni fantasmas ni psicópatas. En realidad, no había nada, sólo un vacío, un interminable laberinto de árboles cubiertos de musgo, tan calmo, que el silencio se convertía en una presión incómoda sobre mis oídos. Estaba oscuro, como en el crepúsculo de un día nublado, con la luz justa para distinguir que no había nada a la vista. Siempre estoy corriendo a través de la penumbra sin una dirección definida, busca que te busca. Me pongo más y más frenética a medida que pasa el tiempo e intento moverme más deprisa. Parezco torpe a pesar de la velocidad. .. Entonces, llegaba a aquel punto de mi sueño. Sabía con antelación que iba a llegar a él, pero, a pesar de ello, no era capaz de despertarme antes. Era ese momento en el que me daba cuenta de que no había nada que buscar, nada que encontrar, que nunca había habido otra cosa que no fuera ese bosque vacío y lóbrego y que nunca habría ninguna otra cosa para mí... nada de nada.
Por lo general, empezaba a gritar en ese momento.
No me fijaba por dónde iba, me limitaba a vagar por las calles vacías y mojadas. Evitaba cualquier camino que pudiera llevarme a casa al no tener ningún otro lugar adonde dirigirme.
Me hubiera gustado volver a sentirme aturdida, pero no recordaba cómo me las había arreglado para lograrlo antes. Seguía sin olvidar la pesadilla ni todo aquello que me dañaba. No quería acordarme del bosque. Los ojos se me llenaban de lágrimas incluso aunque diera cabezazos hasta sacarme esas imágenes de la cabeza, y el dolor daba comienzo en los bordes del agujero de mi pecho. Retiré una mano del volante y rodeé mi torso con el brazo libre para intentar mantenerlo todo de una pieza.
Será como si nunca hubiese existido. Las palabras atravesaban mi mente, pero sin la claridad perfecta que había tenido la alucinación del día anterior. Sólo eran palabras, sin sonido, como las letras impresas en una página. Sólo palabras, aunque rasgaran y mantuvieran el hueco del pecho bien abierto. Me salí de la vía principal de forma brusca, en una zona ancha que se abría a mi derecha. Era consciente de que no podría conducir en aquel estado de incapacitación.
Me encogí, presioné el rostro contra el volante e intenté respirar a pesar de mis pulmones.
Me pregunté cuánto más podría durar esto. Quizás algún día, dentro de unos años, si el dolor disminuía hasta el punto de ser soportable, me sentiría capaz de volver la vista atrás hacia esos pocos meses que siempre consideraría los mejores de mi vida.
Y ese día, estaba segura de que me sentiría agradecida por todo aquel tiempo que me había dado, más de lo que yo había pedido y más de lo que merecía. Quizá algún día fuera capaz de verlo de este modo.
Pero ¿y qué ocurriría si este agujero no llegaba a cerrarse nunca? ¿Y si las heridas en carne viva jamás se curaban? ¿Y si el daño era permanente, irreversible?
Me rodeé el cuerpo con los brazos y apreté con fuerza. Como si nunca hubiese existido, pensé con desesperación. ¡Cómo había sido capaz de hacer una afirmación tan estúpida y tan absurda! Podía haber robado mis fotos y haberse llevado sus regalos, pero aun así, nunca podría devolver las cosas al mismo lugar donde habían estado antes de que le conociera. La evidencia física era la parte más significativa de la ecuación. Yo había cambiado, mi interior se había alterado hasta el punto de no ser reconocible. Incluso mi exterior parecía distinto, tenía el rostro cetrino, a excepción de las ojeras malvas que las pesadillas habían dejado bajo mis ojos, unos ojos bastante oscuros en contraste con mi piel pálida; tanto, que si yo hubiera sido hermosa y si se me miraba desde una cierta distancia, podría pasar ahora por un vampiro. Pero yo no era hermosa, y probablemente guardaba más parecido con un zombi.
Como si nunca hubiese existido. Menuda locura. Aquélla fue una promesa que él no podía mantener, una promesa que se rompió tan pronto como la hizo.
Golpeé la cabeza contra el volante mientras intentaba apartar la mente de ese dolor tan intenso.
Pensar en todo esto me hizo sentir bastante tonta por haberme preocupado de mantener mi promesa. ¿Dónde estaba la lógica de querer mantener un acuerdo que la otra parte ya había violado? ¿A quién le importaba si yo era estúpida y temeraria? No había razón para evitar la temeridad, ninguna razón por la que yo no debería ser estúpida.
Me reí sin ganas para mis adentros, todavía luchando por inhalar aire. La idea de buscar el peligro en Forks me parecía algo con bastante poco futuro.
Sin embargo ese estado de ánimo negativo me distrajo y la distracción disminuyó el dolor. Mejoró mi respiración y pude reclinarme contra el respaldo del asiento. Aunque hacía un día frío, tenía la frente perlada de sudor.
Me pareció más oportuno concentrarme en el sentimiento de desesperanza en vez de sumergirme en unos recuerdos que eran aún más horribles. Había que ser muy creativo para poner en peligro la vida en una comunidad como Forks, más de lo que yo lo era, pero me habría gustado hallar alguna vía... Lo más probable es que me sintiera mejor si no respetara un pacto incumplido de forma unilateral. Si al menos yo también fuera capaz de romper la promesa... Pero ¿cómo podría hacerlo en esta pequeña ciudad sin peligros aparentes? Forks nunca había estado tan segura como lo estaba ahora, cuando realmente era lo que siempre había parecido ser. Segura y aburrida.
Miré fijamente a través del parabrisas durante un buen rato, y mis pensamientos se mecieron con lentitud; parecía que no conseguiría hacerles ir a ninguna parte. Paré el motor, que gruñía de manera penosa después de haber estado al ralentí tanto rato, y salté afuera, hacia la llovizna.
El agua fría se entremezcló con mi pelo y desde allí se deslizó por mis mejillas como lágrimas de agua dulce. Esto me ayudó a aclarar la mente. Me restañé el agua de los ojos y continué mirando de forma inexpresiva hacia la carretera.
Reconocí el lugar donde me encontraba al cabo de un minuto de observación. Había aparcado en mitad de la calle que estaba al norte de la avenida Russell. Estaba enfrente de la casa de los Cheney, y mi coche bloqueaba el acceso a su vivienda. Al otro lado vivían los Marks. Sabía que debía mover el coche y después marcharme a casa. No estaba bien andar vagabundeando como lo estaba haciendo, absorta y herida, convertida en una amenaza suelta por las calles de Forks. Además, pronto alguien se daría cuenta y se lo contaría a Charlie.
Inspiré profundamente mientras me preparaba para ponerme en movimiento cuando un cartel en el patio de los Marks captó mi atención. Era sólo un gran trozo de cartulina inclinado contra su buzón, con unas letras mayúsculas negras garabateadas.
A veces, la voluntad divina se cumple.
¿Era una coincidencia? ¿Era lo que parecía ser? Lo ignoraba, pero me parecía una sandez creer que las motocicletas desechadas de los Marks —que se herrumbraban en el patio delantero tras un cartel escrito a mano que rezaba «SE VENDEN TAL COMO ESTÁN»— estuvieran predestinadas a servir a algún propósito superior simplemente por el hecho de estar allí, justo donde yo necesitaba que estuvieran.
Aunque tal vez no fuera la voluntad divina, sino simplemente que había montones de maneras de arriesgarse y lo único que tenía que hacer era abrir los ojos para verlas.
Temerarias y estúpidas. Esas eran las dos palabras favoritas de Charlie para referirse a las motocicletas.
El trabajo de Charlie no conllevaba una gran cantidad de acción comparado con el de los policías de ciudades más grandes, pero los accidentes de tráfico le ocupaban mucho tiempo. Este tipo de eventos no escaseaban en un lugar donde se sucedían largos tramos mojados de autopista que se retorcían y daban vueltas a través de un bosque continuo, acumulando ángulos muertos uno tras otro. La gente solía evitar esos lugares, con todos aquellos enormes camiones que transportaban troncos escondidos entre las curvas. Las excepciones a la regla eran las motos y Charlie había visto demasiadas víctimas —jóvenes en su mayoría—, tiradas por la autopista. Antes de cumplir los diez años me hizo prometerle que nunca me montaría en una moto. Incluso a esa edad, no tuve que pensármelo dos veces para prometérselo. ¿A quién le iba a apetecer montar en moto en Forks? Sería como darse un baño a noventa por hora.
Había mantenido tantas promesas...
Ambas ideas prendieron en mi mente. Quería convertirme en alguien estúpido y osado y también quería romper promesas. ¿Por qué pararme en una?
Esto fue todo lo que tardé en pensármelo. Chapoteé a través de la lluvia hacia la puerta principal de los Marks y toqué el timbre.
Me abrió uno de los chicos, el más joven, el estudiante novato. Su pelo arenoso apenas me llegaba al hombro. No me acordaba de su nombre.
Él no tuvo problema alguno para recordar el mío.
—¿Bella Swan? —preguntó sorprendido.
—¿Cuánto queréis por una moto? —jadeé, agitando el pulgar sobre mi hombro en dirección a la exhibición en venta.
—¿Hablas en serio? —me preguntó.
—Pues claro.
—No funcionan.
Suspiré impaciente, ya que eso era algo que podía deducirse del cartel.
—¿Cuánto valen?
—Si de verdad quieres una, llévatela. Mi madre ha hecho que mi padre las saque a la calle para que las recojan con la basura.
Miré las motos de nuevo y vi que estaban al lado de una pila de hierba cortada y ramas rotas.
—¿Estás seguro?
—Seguro, ¿quieres preguntarle a ella?
Probablemente sería mejor no implicar a adultos que podrían mencionárselo a Charlie.
—No, te creo.
—¿Quieres que te ayude? —me ofreció—. Pesan bastante.
—Gracias. De todas formas sólo necesito una.
—Mejor si te llevas las dos —dijo el niño—. Quizá puedas aprovechar las piezas de la que no uses.
Me siguió bajo el aguacero y me ayudó a cargar las dos pesadas motos en la parte trasera del vehículo. Parecía deseoso de desprenderse de ellas, así que no discutí.
—De todas formas, ¿qué vas a hacer con ellas? —me preguntó—. No han funcionado en años.
—Eso me había parecido —repuse al tiempo que me encogía de hombros. Mi capricho, fruto de la inspiración del momento, no había llegado a convertirse aún en un plan completo—. Tal vez deba llevarlas a Dowling.
Él resopló.
—Dowling te cobrará más por ponerlas en marcha de lo que realmente valen.
No podía rebatir eso. John Dowling se había granjeado una mala reputación a causa de sus altos precios, tanto que nadie acudía a él salvo en caso de una auténtica emergencia. La mayoría de la gente, si su coche lo permitía, prefería conducir hasta Port Angeles. Había tenido mucha suerte en ese sentido, aunque al principio me preocupé cuando Charlie me regaló mi coche, porque, al ser tan antiguo, pensaba que no me sería posible mantenerlo en funcionamiento. Pero jamás me había dado ningún problema, salvo por el ruido insoportable del motor y por el hecho de que tenía el límite de velocidad en ochenta kilómetros por hora. Jacob Black lo había mantenido en buena forma mientras había pertenecido a su padre, Billy...
La repentina inspiración me alcanzó como un rayo, lo cual no era un absurdo si se tenía en cuenta la tormenta reinante.
—¿Sabes qué? No hay problema. Conozco a alguien que reconstruye coches.
—Ah, vale. Eso es estupendo —sonrió aliviado.
Se despidió con la mano sin borrar la sonrisa de los labios mientras yo me marchaba. Era un chico agradable.
Regresé deprisa y con determinación, a fin de evitar la remota posibilidad de que Charlie apareciera antes que yo si, por alguna casualidad altamente improbable, le diera por salir más temprano del trabajo. Me apresuré a atravesar la casa hasta llegar al teléfono, con las llaves aún en la mano.
—Con el jefe Swan, por favor —dije cuando me contestó al teléfono su ayudante—. Soy Bella.
—Ah, hola, Bella —me respondió el ayudante Steve afablemente—. Voy en su busca.
Esperé.
—¿Pasa algo, Bella? —inquirió Charlie tan pronto como sostuvo el auricular.
—¿Es que no puedo llamarte al trabajo sin que haya una emergencia?
Se quedó callado un momento.
—Nunca lo has hecho antes. ¿Es que hay alguna emergencia?
—No, sólo quería que me indicaras cómo llegar a la casa de los Black. No estoy segura de recordar el lugar exacto. Quiero visitar a Jacob, hace meses que no le veo.
Cuando volví a escuchar la voz de Charlie, sonaba mucho más feliz.
—Es una gran idea, Bella. ¿Tienes un bolígrafo?
Las indicaciones que me dio eran muy simples. Le aseguré que estaría de vuelta para la hora de la cena, aunque me insistió en que no me diera prisa en regresar. Quería reunirse conmigo en La Push aunque eso a mí no me venía nada bien.
Así que atravesé a gran velocidad las calles de la ciudad oscurecidas por la tormenta, teniendo en cuenta que tenía una hora límite. Esperaba poder encontrar solo a Jacob. Billy seguramente le iría con el cuento a Charlie si sospechaba lo que me proponía.
Mientras conducía, pensé que, además, me preocupaba un poco cuál sería la reacción de Billy al verme, si se mostraría excesivamente complacido. En la mente de aquel hombre, sin duda, todo había funcionado mucho mejor de lo que se hubiera atrevido a desear. Su placer y su alivio sólo servirían para recordarme a esa persona a la que él no soportaba. Por favor, otra vez hoy no, rogué mentalmente. Estaba reventada.
La casa de los Black me resultaba vagamente familiar; era pequeña, de madera, con ventanas estrechas y pintada un color rojo mate que la asemejaba a un granero diminuto. La cabeza de Jacob asomó por una ventana antes incluso de que yo saliera del coche. No cabía duda de que el peculiar rugido del motor le había alertado de mi proximidad. Jacob le estaba muy agradecido a Charlie por haberme comprado el coche, ya que de este modo le había salvado a él de tener que conducirlo cuando cumpliera la edad legal para sacarse el carné. A mi padre le gustaba mucho mi coche, pero al parecer, para Jacob, la restricción en la velocidad era un serio inconveniente.
Nos encontramos a mitad de camino de la casa.
—¡Bella! —una sonrisa entusiasta se extendió veloz por su rostro, y sus dientes brillantes contrastaron vividamente con el rojizo intenso de su piel. Nunca había visto antes su pelo fuera de la habitual cola de caballo, pero ahora caía a ambos lados de su cara como dos negras cortinas de satén.
Jacob había desarrollado durante los últimos ocho meses buena parte de su potencial físico. Había superado ya ese punto en que los blandos músculos de la infancia se endurecen hasta alcanzar la complexión sólida, pero desgarbada, de un adolescente. Las venas y los tendones sobresalían de su piel de color marrón rojizo en sus brazos y sus manos. Su rostro no había perdido la dulzura que yo recordaba, aunque también se había endurecido: los pómulos y la mandíbula estaban más cuadrados. Había perdido toda la suavidad restante de la infancia.
—¡Hola, Jacob! —sentí una desconocida oleada de entusiasmo ante su sonrisa. Fui consciente de lo mucho que me alegraba de volver a verle y esta idea me sorprendió.
Le devolví la sonrisa y algo se encajó silenciosamente en su lugar con un clic, como si fueran dos piezas que se acoplan en un puzzle. Había olvidado cuánto me gustaba Jacob Black.
Se detuvo a unos cuantos pasos de distancia y le miré sorprendida, inclinando mi cabeza hacia atrás a través de la lluvia que caía a mares por mi rostro.
—¡Has vuelto a crecer! —le acusé asombrada.
Se echó a reír y su sonrisa se ensanchó hasta lo inverosímil.
—Uno noventa —proclamó con gran satisfacción. Su voz se había vuelto más grave, aunque conservaba el tono ronco que yo recordaba.
—¿Es que no vas a parar nunca? —sacudí la cabeza con incredulidad—. Te has puesto enorme.
—La verdad es que estoy hecho un espárrago —hizo una mueca—. ¡Entra! Te estás poniendo perdida.
Me indicó el camino y, mientras lo hacía, retorcía su pelo entre sus enormes manos. Sacó una goma del bolsillo de la cadera y se hizo una coleta.
—Hola, papá —llamó al traspasar la puerta frontal—. Mira quién se ha pasado por aquí.
Billy estaba en la pequeña sala de estar cuadrada, con un libro en sus manos. Lo dejó en su regazo e impulsó su silla de ruedas hacia nosotros cuando me vio.
—¡Vaya, pero esto qué es! Cuánto me alegro de verte, Bella.
Nos dimos la mano y la mía se perdió en su apretón.
—¿Qué te trae por aquí? ¿Todo va bien con Charlie?
—Sí, fenomenal. Sólo quería saludar a Jacob, hacía mucho que no le veía.
Los ojos de Jacob relumbraron al oír mis palabras. Sonreía tanto que parecía que terminaría rompiéndose las mejillas con el esfuerzo.
—¿Podrás quedarte a cenar? —Billy también se mostraba entusiasmado.
—No, he de hacer la cena para Charlie, ya sabes.
—Puedo llamarle —sugirió Billy—. Él siempre está invitado.
Sonreí para esconder mi incomodidad.
—No es que no nos vayamos a volver a ver. Te prometo que estaré pronto de vuelta, tanto que terminarás harto de mí —después de todo, si Jacob conseguía arreglarme la moto, alguien tendría que enseñarme a montarla.
Billy rió entre dientes en respuesta.
—Vale, quizás la próxima vez.
—Bueno, Bella, ¿qué quieres que hagamos? —me preguntó Jacob.
—Lo que quieras. ¿Qué hacías antes de que te interrumpiera? —me sorprendió sentirme tan cómoda allí. Era un lugar cercano, aunque de una forma distante. No había recuerdos dolorosos del pasado reciente.
Jacob dudó.
—Me dirigía justo ahora a trabajar en mi coche, pero podemos hacer cualquier otra cosa...
—¡No, eso es perfecto! —le interrumpí—. Me encantaría ver tu coche.
—De acuerdo —contestó él, aunque no muy convencido—. Está allí fuera, atrás, en el garaje.
Mucho mejor, dije para mis adentros. Saludé a Billy con la mano.
—Luego te veo.
Un grupo espeso de árboles y malezas ocultaba el garaje a la vista de la casa. El recinto en sí estaba formado por un par de grandes cobertizos prefabricados que habían sido adosados, tirando al suelo las paredes interiores. Bajo esta cubierta, alzado sobre unos bloques de hormigón ligero, se encontraba lo que a mí me pareció un automóvil completo. Al menos, reconocí el símbolo de la parrilla delantera.
—¿Qué clase de Volkswagen es éste? —pregunté.
—Es un viejo Golf de 1986, un clásico.
—¿Y cómo van los arreglos?
—Está casi terminado —dijo él alegremente, y luego su voz descendió a un tono más bajo—. Mi padre mantuvo su promesa de la primavera pasada.
—Ah —contesté.
Pareció comprender mi resistencia a tratar el asunto. Intenté no recordar el baile de graduación del último mayo. El padre de Jacob le había sobornado con dinero y las piezas faltantes del coche para que me diera un mensaje durante el baile. Billy quería que yo guardara una distancia de seguridad con la persona que más me importaba en la vida. Al final, todo su interés fue innecesario. Ahora no cabía duda de que estaba totalmente a salvo.
Pero yo iba a ver qué podía hacer para cambiar eso.
—Jacob, ¿sabes algo de motos? —le pregunté.
Se encogió de hombros.
—Algo. Mi amigo Embry tiene una porquería de moto; a veces trabajamos juntos en ella. ¿Por qué?
—Bien... —fruncí los labios mientras lo consideraba. No estaba segura de que mantuviera el pico cerrado, pero lo cierto es que tampoco tenía muchas otras opciones—. Hace poco adquirí un par de motos, y no están en muy buenas condiciones. Me preguntaba si serías capaz de ponerlas en marcha.
—Guay —pareció sentirse realmente halagado por el reto. Su rostro resplandecía—. Les echaré una ojeada.
Levanté un dedo, avisándole.
—La cosa es —le expliqué— que a Charlie no le gustan las motos. Francamente, le dará un ataque si se entera de esto. Así que no se lo puedes decir a Billy.
—De acuerdo, vale —sonrió Jacob—. Me hago cargo.
—Te pagaré —continué.
Eso le ofendió.
—No. Quiero ayudarte. No admitiré que me pagues.
—Bien... ¿y qué tal si hacemos un trato? —iba improvisando sobre la marcha, aunque me parecía razonable—. Yo solamente necesito una moto, y también me hará falta recibir lecciones. ¿Qué podemos hacer al respecto? Podría darte la otra moto a cambio de que me enseñes.
—Ge-nial —dividió la palabra en dos sílabas.
—Espera un minuto, ¿tienes ya la edad legal? ¿Cuándo es tu cumpleaños?
—Te lo perdiste —se burló él, estrechando sus ojos con un cierto resentimiento burlón—. Tengo ya dieciséis.
—No es que la edad te lo haya impedido antes —murmuré—. Siento lo de tu cumpleaños.
—No te preocupes por eso. También yo olvidé el tuyo. ¿Cuántos has cumplido, cuarenta?
Resoplé con desdén.
—Cerca.
—Podríamos hacer una fiesta compartida para celebrarlo.
—Suena como una cita.
Sus ojos chispearon ante la palabra.
Necesitaba controlar mi entusiasmo a fin de no infundirle una idea equivocada, pero lo cierto es que me resultaba difícil ya que hacía mucho tiempo que no me sentía tan ligera y optimista.
—Quizás cuando terminemos las motos, que serán una especie de autorregalo —añadí.
—Trato hecho. ¿Cuándo me las traerás?
Me mordí el labio, avergonzada.
—Las tengo en mi coche —admití.
—Genial —parecía decirlo sinceramente.
—¿Las verá Billy si las traemos aquí?
Me guiñó el ojo.
—Seremos astutos.
Nos acercamos desde el este y caminamos pegados a los árboles cuando nos quedamos a la vista de la casa, simulando un paso casual, como de ir de paseo, sólo por si acaso. Jacob descargó las motos con rapidez desde la plataforma trasera del coche y las llevó una por una a la maleza, donde nos escondimos.
Le resultó muy fácil, y yo pensé que las motos pesaban mucho más de lo que parecía, viéndole actuar.
—No están tan mal —dictaminó Jacob mientras las empujaba hasta ponerlas a cubierto bajo los árboles—. Esta de aquí tal vez llegue a valer algo cuando acabe con ella. Es una Harley Sprint.
—Ésa entonces para ti.
—¿Estás segura?
—Totalmente.
—Esta otra, sin embargo, va a costar algo de pasta —sentenció mientras torcía el gesto al examinar el metal oxidado y ennegrecido—. Tendremos que ahorrar para comprar algunos componentes primero.
—Nosotros, no —disentí—. Compraré todo lo necesario si tú haces esto sin cobrar.
—No lo sé... —murmuró.
—Tengo algún dinero ahorrado. Ya sabes, mi fondo para la universidad.
A la porra la universidad, dije para mis adentros. No había ahorrado lo bastante para ir a un lugar realmente bueno, y además, de todos modos, no tenía intención de marcharme de Forks. ¿Qué diferencia habría si lo descargaba un poco?
Jacob se limitó a asentir. Aquello le parecía perfectamente coherente.
Me regodeé en mi suerte mientras avanzábamos disimuladamente hacia el garaje prefabricado. Sólo un adolescente hubiera estado de acuerdo en engañar a nuestros respectivos padres para reparar unos vehículos peligrosos con el dinero destinado para mi educación universitaria. Él no había encontrado nada malo en esto. Jacob era un regalo de los dioses.

Amigos
No fue necesario esconder las motos, simplemente bastó con colocarlas en el cobertizo de Jacob. La silla de ruedas de Billy no tenía posibilidades de maniobrar por el terreno desigual que se extendía hasta la casa.
Jacob comenzó de inmediato a desmontar en piezas la moto roja, la que sería mía. Abrió la puerta del copiloto del Golf de modo que pudiera acomodarme en el asiento en vez de tener que hacerlo en el suelo. Mientras trabajaba, Jacob parloteó felizmente sin que yo tuviera que esforzarme mucho para mantener viva la conversación. Me puso al corriente sobre cómo le iban las cosas en su segundo año de instituto, y me contó todo sobre sus clases y sus dos mejores amigos.
—¿Quil y Embry? —le interrumpí—. Son nombres bastantes raros.
Jacob rió entre dientes.
—Quil es el nombre de una prenda usada y creo que Embry consiguió su nombre de una estrella de un culebrón. Pero no se les puede decir nada. Se lo toman mal si mencionas el tema, ¡y se te echan encima después!
—Buenos amigos, entonces —enarqué una ceja.
—No, sí que lo son. Sólo que no te metas con sus nombres.
En ese momento, se escuchó una llamada en la distancia.
—¿Jacob? —gritó una voz.
—¿Ése es Billy? —pregunté.
—No —Jacob dejó caer la cabeza y pareció sonrojarse bajo su piel morena—. Mienta al diablo —masculló—, y el diablo aparecerá.
—¿Jake? ¿Estás ahí?
La voz se oyó más cerca.
—¡Sí! —Jacob devolvió el grito y luego suspiró.
Esperamos durante un breve lapso de tiempo hasta que dos chicos altos de piel oscura dieron la vuelta a la esquina y llegaron al cobertizo.
Uno era enjuto y casi tan alto como Jacob. El pelo negro le llegaba hasta la barbilla y tenía la raya en medio. Un mechón le caía suelto a un lado de la cara y el otro lo llevaba remetido detrás de la oreja. El más bajo también era más corpulento. Su camiseta blanca se ceñía a su pecho bien desarrollado y desde luego se le notaba lo feliz que eso le hacía. Llevaba el pelo corto, a la moda.
Ambos se detuvieron de golpe en cuanto me vieron. El chico delgado deslizó la mirada rápidamente de Jacob a mí, y el más musculoso no dejó de observarme mientras una sonrisa se extendía lentamente por su rostro.
—Hola, chicos —Jacob los saludó con pocas ganas.
—Hola, Jake —contestó el más bajo, sin apartar la vista de mí. Tuve que corresponderle con otra sonrisa, a pesar de su mueca picara. Cuando lo hice, me guiñó el ojo—. Hola a todos.
—Quil, Embry, os presento a mi amiga, Bella.
Todavía no sabía quién era quién, pero Quil y Embry intercambiaron una mirada intencionada entre los dos.
—La hija de Charlie, ¿no? —me preguntó el chico musculoso al tiempo que me tendía la mano.
—Cierto —le confirmé, al estrechársela. Su apretón era firme, parecía que estaba flexionando sus bíceps.
—Yo soy Quil Ateara —me anunció presuntuosamente, antes de soltarme la mano.
—Encantada de conocerte, Quil.
—Hola, Bella. Soy Embry, Embry Call, aunque imagino que ya lo suponías —Embry sonrió con timidez y me saludó con una mano, que introdujo rápidamente en el bolsillo de los vaqueros.
Yo asentí.
—Encantada de conocerte, también.
—Y bien, ¿qué estáis haciendo, chicos? —preguntó Quil, sin dejar de mirarme.
—Bella y yo vamos a reparar estas motos —la explicación de Jacob era poco exacta, pero motos parecía ser una palabra mágica. Ambos se acercaron para examinar el trabajo de Jacob, asaeteándole con multitud de preguntas. La mayor parte de las palabras que usaron eran incomprensibles para mí, y supuse que había que tener el cromosoma Y para entender realmente todo aquel entusiasmo.
Estaban todavía inmersos en aquella charla sobre componentes y piezas cuando decidí que necesitaba regresar a casa antes de que Charlie apareciera por allí. Con un suspiro, me deslicé fuera del Golf.
Jacob me lanzó una mirada de disculpa.
—Te estamos aburriendo, ¿no?
—Qué va —no era una mentira. Estaba disfrutando—. Lo que pasa es que tengo que hacerle la cena a Charlie.
—Oh... Bien, terminaré de desmontar las piezas esta noche y averiguaré qué más necesito para poder reconstruirlas. ¿Cuándo quieres que volvamos a trabajar en ellas de nuevo?
—¿Puedo volver mañana? —los domingos eran la pesadilla de mi existencia. Nunca había trabajo suficiente para mantenerme ocupada.
Quil le dio un codazo a Embry e intercambiaron muecas.
Jacob sonrió encantado.
—¡Eso es genial!
—Podemos ir a comprar los componentes si haces una lista —sugerí.
El rostro de Jacob mostró una ligera decepción.
—Todavía no estoy seguro de que te vaya a dejar pagarlo todo.
Sacudí la cabeza.
—Nada de nada. Yo pondré los fondos para esto. Tú sólo tienes que aportar el trabajo y la maña.
Embry puso los ojos en blanco dirigiéndose a Quil.
—No me parece bien —Jacob sacudió la cabeza.
—Jake, si las llevo a un mecánico, ¿cuánto me costaría? —le señalé.
Él sonrió.
—Vale.
—Y eso sin mencionar las lecciones para aprender a montar —añadí.
Quil sonrió ampliamente a Embry y le susurró algo que no capté. La mano de Jacob salió disparada y golpeó la nuca de Quil.
—Ya está bien, largaos —masculló.
—No, de verdad, tengo que irme —protesté, dirigiéndome hacia la puerta—. Te veré mañana, Jacob.
Tan pronto como estuve fuera de su vista, escuché aullar a Quil y Embry, a coro:
—¡Uauuuuu...!
A lo que siguió el sonido de una buena refriega, salpicada con unos cuantos quejidos y gritos de dolor.
—Como a alguno de vosotros se le ocurra poner el pie por estos lares mañana... —escuché cómo les amenazaba Jacob.
Su voz se fue perdiendo conforme me alejaba entre los árboles.
Reí bajito y en silencio. Oírme a mí misma hizo que se me dilataran las pupilas, maravillada. Estaba riéndome, riéndome de verdad y allí no había nadie mirándome. Me sentía ligera, sin peso, tanto que volví a reírme, y esto hizo que la sensación durara un poco más.
Conseguí llegar a casa antes que Charlie. Cuando él entró, estaba sacando el pollo frito de la sartén y apilándolo sobre unas servilletas de papel.
—Hola, papá —le devolví una sonrisa rápida.
Antes de que pudiera recomponer su expresión, pude percibir la sorpresa que revoloteó por su rostro.
—Hola, cielo —dijo, con la voz insegura—. ¿Te lo pasaste bien con Jacob?
Empecé a llevar la comida a la mesa.
—Sí, claro.
—Bueno, eso está bien —todavía parecía cauteloso—. ¿Qué hicisteis?
Ahora era el momento de mostrarme prudente.
—Estuve allí, por el garaje, y le acompañé mientras trabajaba. ¿Sabes que está remodelando un Volkswagen?
—Ah, sí, creo que Billy mencionó algo.
Charlie tuvo que interrumpir el interrogatorio cuando empezó a masticar, pero no dejó de estudiar mi rostro durante la cena.
Cuando terminamos, anduve dando vueltas por allí, limpiando la cocina hasta dos veces y después hice los deberes despacito en la habitación de la entrada, mientras él veía un partido de hockey. Esperé tanto como pude, pero al final Charlie me recordó lo tarde que era. Como no le respondí, se levantó, se estiró y después se marchó, apagando la luz al salir. Le seguí sin muchas ganas.
Mientras subía las escaleras, esa sensación anormal de bienestar que había experimentado desde el final de la tarde se fue escurriendo de mi cuerpo, al tiempo que me iba invadiendo un miedo sordo ante lo que me tocaba pasar a partir de ahora.
Ya no me sentía aturdida. Esa noche volvería a ser, sin duda, tan terrorífica como la anterior. Me tumbé en la cama y me acurruqué en una bola, preparándome para el ataque. Apreté los ojos, bien cerrados y... la siguiente cosa que recuerdo es que ya era por la mañana.
Miré, sin podérmelo creer, la pálida luz plateada que se derramaba a través de mi ventana.
Había dormido sin soñar ni gritar por primera vez en más de cuatro meses. No podía decir qué emoción era más fuerte, si el alivio o el estupor.
Me quedé quieta en la cama unos minutos, esperando a que todo regresara de nuevo. Porque, sin duda, tenía que ocurrir algo. Si no el dolor, al menos el aturdimiento. Esperé, pero no pasó nada, y entonces me sentí más relajada de lo que me había sentido en mucho tiempo.
No confiaba en que aquello durara mucho. Me balanceaba en un equilibrio precario, resbaladizo, y no tardaría mucho en caerme. Sólo el hecho de estar mirando mi habitación con esos ojos súbitamente despejados, notando lo extraña que parecía, tan ordenada, como si nadie viviera allí, ya era peligroso de por sí.
Deseché aquel pensamiento y me concentré, mientras me vestía, en el hecho de que ese día vería a Jacob otra vez. La idea me hizo sentirme casi... esperanzada. Quizás todo sería como el día anterior. Quizás no tendría que volver a recordarme a mí misma cómo parecer interesada en las cosas o cómo asentir y sonreír en los momentos adecuados, del mismo modo que había estado haciendo durante todo este tiempo. Quizás... Aunque, de todos modos, no confiaba en que esto durara mucho. Tampoco podía confiar en que las cosas se desarrollaran como el día anterior, que fuera tan fácil. No me iba a permitir una decepción así.
Durante el desayuno, Charlie siguió mostrándose cauteloso e intentó ocultar el examen al que me sometía. Mantenía la vista fija en sus huevos revueltos mientras creía que no le miraba.
—¿Qué tienes previsto para hoy? —me preguntó, observando con insistencia un hilo suelto del borde de su manga e intentando simular que no prestaba atención a mi respuesta.
—Creo que saldré a dar una vuelta con Jacob otra vez.
Asintió sin levantar la mirada.
—Ah —comentó.
—¿Te importa? —fingí preocuparme—. Podría quedarme...
Alzó la mirada rápidamente, con una chispa de pánico en los ojos.
—No, no. Sigue con tus planes. De todas formas Harry se vendrá a ver conmigo el partido.
—Quizás Harry podría traerse a Billy —sugerí. Cuantos menos testigos, mejor.
—Es una gran idea.
No estaba segura de si el partido era la excusa para empujarme a salir, pero desde luego se le veía bastante entusiasmado. Se encaminó hacia el teléfono mientras yo recogía mi impermeable. Era perfectamente consciente del peso del talonario de cheques en el bolsillo de mi chaqueta. Jamás lo había usado hasta ahora.
Fuera, el agua caía como si se derramara de un cubo. Tuve que conducir a menos velocidad de la deseada —apenas veía lo que tenía delante de mí—, pero finalmente conseguí salir de las calles cenagosas en dirección a casa de Jacob. La puerta principal se abrió antes de que apagara el motor y él salió corriendo bajo un enorme paraguas negro.
Se asomó por encima de mi puerta cuando la abrí.
—Ha llamado Charlie diciendo que estabas en camino —explicó con una sonrisa.
Sin tener que hacer ningún esfuerzo y sin ninguna orden consciente, los músculos que rodeaban mis labios se contrajeron y respondieron a su sonrisa con otra que se extendió por mi rostro. Un extraño sentimiento de calidez me inundó la garganta, a pesar de la lluvia helada que se estrellaba contra mis mejillas.
—Hola, Jacob.
—Buena idea, hacer que invitaran a Billy.
Alzó su mano para chocar los cinco. Tuve que estirarme tanto para alcanzar su mano que se rió.
Harry apareció para llevarse a Billy sólo unos minutos después. Jacob me dio una vuelta por su pequeña habitación para enseñármela, mientras hacíamos tiempo para quedarnos a salvo de posibles supervisores.
—Bueno, ¿y adonde vamos, señor Buena Pieza? —inquirí, tan pronto como la puerta se cerró detrás de Billy.
Jacob sacó un papel doblado de su bolsillo y lo alisó.
—Empezaremos primero por el vertedero, a ver si tenemos suerte. Esto puede ser un poco caro —me avisó—. Esas motos van a necesitar un montón de piezas antes de que podamos ponerlas en marcha otra vez.
Como mi rostro no le pareció suficientemente preocupado, continuó:
—Estoy hablando quizás de más de cien dólares.
Saqué mi chequera, me abaniqué con ella y puse los ojos en blanco ante su rostro preocupado.
—Creo que nos alcanzará.
Resultó ser un día bastante extraño, ya que lo pasé realmente bien, incluso en el vertedero, bajo la lluvia y el fango que me llegaba hasta los tobillos. Me pregunté al principio si sólo era resultado de la desaparición del aturdimiento, pero no me satisfizo del todo la explicación.
Empezaba a pensar que se debía principalmente a Jacob. No era sólo que siempre estuviese tan contento de verme o que no me mirara de reojo, a la espera de que hiciera algo que me hiciese parecer loca o deprimida. No tenía que ver conmigo en absoluto.
Era el mismo Jacob. Simplemente, Jacob era esa clase de persona que siempre se muestra feliz, y que acarrea esa felicidad como un aura, llevándola a toda la gente que le rodea. Igual que un sol ceñido a la Tierra, sea quien sea el que entre en su órbita gravitacional, es irremediablemente atraído por su calidez. Para él, era algo natural, formaba parte de sí mismo. No resultaba tan extraño que estuviera deseando verle.
Incluso cuando se refirió al enorme agujero abierto en mi salpicadero, no me inundó el pánico como tendría que haber sucedido.
—¿Se te rompió el estéreo? —me preguntó.
—Así es —le mentí.
Hurgó un poco en la cavidad.
—¿Quién se lo llevó? Ha hecho un buen destrozo...
—Fui yo —admití.
Se echó a reír.
—Pues quizá sea mejor que no toques mucho las motos.
—Sin problemas.
Tal y como había dicho Jacob, probamos suerte en el vertedero. Se extasió al encontrar en ese lugar diversas piezas de metal retorcido ennegrecidas por la grasa. Me impresionó de veras que pudiera identificarlas.
Desde allí fuimos al Checker Auto Parts que había más abajo, en Hoquiam. Teniendo en cuenta la velocidad de mi coche, eso suponía más de dos horas de conducción en dirección sur por la sinuosa autopista, pero el tiempo pasaba cómodamente al lado de Jacob. Charloteaba sobre sus amigos y el instituto y me sorprendí a mí misma haciendo preguntas, pero no para disimular, sino realmente curiosa por saber las respuestas.
—Estoy llevando yo toda la conversación —se quejó, después de haberme contado una larga historia acerca de Quil y el problema en el que se habla metido al pedirle salir a la novia de un chico del último curso—. ¿Por qué no hablas ahora tú? ¿Qué tal va todo en Forks? Seguro que es más excitante que La Push.
—Qué va —suspiré—. En realidad, no pasa nada. Tus amigos son mucho más interesantes que los míos. Me gustan. Quil es muy divertido.
Frunció el ceño.
—A Quil también le gustas tú.
Yo me reí.
—Pues es un poco joven para mí.
El ceño de Jacob se acentuó.
—No es mucho más joven que tú. Sólo un año y unos meses.
Me dio la sensación de que ya no estábamos hablando de Quil. Mantuve la voz en un tono ligero, bromista.
—Seguro que sí. Pero considerando la diferencia de madurez entre chicos y chicas ¿no tendrías que contarlo en años similares a los de los perros? ¿Y eso qué me hace, unos doce años mayor?
Se rió al tiempo que levantaba los ojos al cielo.
—Vale, pero si te vas a poner picajosa con eso, también tendremos que considerar el tamaño. Eres tan pequeña que vamos a tener que descontarte diez años del total.
—Uno sesenta y cuatro está totalmente dentro de la media —bufé—. No es culpa mía que seas un fenómeno.
Bromeamos de esta guisa hasta Hoquiam, todavía discutiendo sobre la fórmula correcta para discernir la edad —perdí dos años más porque no sabía cambiar una rueda, pero gané uno por ocuparme de las cuentas de la casa— hasta que llegamos al Checker y Jacob tuvo que concentrarse en nuestro asunto otra vez. Encontró todo lo que quedaba en la lista y se mostró confiado en hacer grandes progresos con nuestro botín.
Cuando llegamos a La Push, yo estaba en los veintitrés y él en los treinta, porque, desde luego, no paraba de acumular habilidades.
Se me había olvidado incluso el motivo por el que estábamos haciendo esto. Pero, aunque me estaba divirtiendo más de lo concebible, no había dejado de ser fiel a mi deseo original. Todavía quería romper el trato. No tenía sentido, pero en realidad, no me importaba. Iba a intentar desafiar el peligro todo lo que pudiera sin salir de Forks. No estaba dispuesta a ser la única que sostuviera su parte del contrato, un contrato vacío. Aunque sin duda, pasar el tiempo en compañía de Jacob era un beneficio extra que no había previsto.
Billy aún no había regresado, así que no tuve que andar mintiendo sobre lo que habíamos estado haciendo durante el día. Tan pronto como colocamos todo en la lona de plástico que había al lado de la caja de herramientas, Jacob se puso a trabajar, sin dejar de charlar y reír mientras sus dedos rastreaban expertamente entre las distintas piezas que tenía delante.
La habilidad de Jacob con las manos era fascinante. Parecían demasiado grandes para lo delicado de las tareas que llevaban a cabo con soltura y precisión. Cuando trabajaba, tenía un aspecto grácil. No era así cuando lo veías de pie; entonces, su altura y sus pies enormes le convertían en un ser casi tan patoso como yo.
Quil y Embry no aparecieron, quizás porque se habían tomado en serio la amenaza de Jacob.
El día pasó con excesiva rapidez. Oscureció en los aledaños del garaje antes de lo que yo esperaba; entonces, escuché cómo nos llamaba Billy.
Salté para ayudar a Jacob a recoger las cosas, aunque dudaba de qué era lo que podía tocar.
—Déjalo ahí —dijo—. Volveré a trabajar con eso más tarde, esta noche.
—No vayas a dejar de hacer los deberes o cualquier otra cosa que tengas pendiente —le comenté, sintiéndome algo culpable. No quería que se metiera en problemas, ya que este plan sólo debía afectarme a mí.
—¿Bella?
Alzamos bruscamente la cabeza cuando la voz familiar de Charlie nos llegó de entre los árboles, cerca de nosotros.
—Corre —murmuré—. ¡Ya vamos! —grité en dirección a la casa.
—Vámonos —Jacob sonrió, disfrutando con excitación del complot.
Apagó la luz y por un momento me quedé ciega. Jacob me tomó de la mano y me sacó del garaje dirigiéndose hacia la casa entre los árboles. Sus pies encontraron con facilidad el camino. Sentí su mano rugosa, pero muy cálida.
Tropezamos a menudo en la oscuridad a pesar de caminar por el sendero. Aún nos reíamos cuando la casa apareció a la vista. No era una risa profunda, sino más bien ligera y superficial, pero no por eso menos agradable. Estaba segura de que él no había notado el matiz de histeria que teñía la mía. No estaba acostumbrada a reír, y me hacía sentir bien y al mismo tiempo muy mal.
Charlie nos esperaba de pie en el pequeño porche trasero y Billy estaba detrás, sentado en el umbral.
—Hola, papá —dijimos los dos a la vez y eso nos hizo romper a reír de nuevo.
Charlie me miraba con los ojos abiertos de par en par, unos ojos que relampaguearon al darse cuenta de cómo la mano de Jacob se cerraba sobre la mía.
—Billy nos ha invitado a cenar —dijo Charlie, en tono distraído.
—Mi receta ultra secreta para los espaguetis con carne, transmitida de generación en generación —dijo Billy en tono solemne.
Jacob bufó.
—La verdad, dudo que esa receta exista desde hace tanto.
La casa estaba atestada. También se hallaba allí Harry Clearwater con su familia: su mujer, Sue, a la que yo recordaba vagamente de mis vacaciones infantiles en Forks y sus dos hijos. Leah era un año mayor que yo. Hermosa al estilo exótico, con su piel cobriza perfecta, su cabello negro centelleante y las pestañas como plumeros; parecía preocupada. Cuando llegamos estaba colgada al teléfono de Billy y no lo soltó en ningún momento. Seth tenía catorce años y absorbía cada palabra que dijera Jacob, lo idolatraba con la mirada.
Éramos demasiados para la mesa de la cocina, así que Charlie y Harry trajeron sillas del patio y comimos los espaguetis con los platos apoyados en nuestro regazo, a la luz tenue que salía por la puerta abierta del cuarto de estar de Billy. Los hombres hablaron del partido; Harry y Charlie hicieron planes para ir a pescar. Sue le tomó el pelo a su marido con lo del colesterol e intentó, sin éxito, que consintiera en comer algo de color verde y con hojas. Jacob habló conmigo sobre todo y Seth le interrumpía rápidamente cada vez que se sentía en peligro de verse relegado al olvido. Charlie me observaba, intentando que no se le notara, con ojos complacidos, pero cautos a la vez.
Aquello era una caótico guirigay en el que todos hablábamos en voz alta a la vez, donde las carcajadas producidas por cada chiste interrumpían la historia de los demás. No tuve que hablar con frecuencia, pero sonreí mucho y sólo cuando me apeteció hacerlo.
No quería irme.
Sin embargo, estábamos en el estado de Washington y la inevitable lluvia terminó con la fiesta. La sala de estar de Billy era demasiado pequeña para permitir que continuara allí la reunión. Harry había traído a Charlie, por lo que nos volvimos juntos a casa, en mi coche. Él me preguntó cómo me había ido el día y le conté casi toda la verdad, que había acompañado a Jacob a comprar unas piezas y que después le había visto trabajar en su garaje.
—¿Crees que volverás a visitarle pronto? —me preguntó; intentó que no me diera cuenta de su interés.
—Mañana después de clase —admití—. Me llevaré los deberes, no te preocupes.
—Asegúrate de que sea así —me ordenó, aunque tratando de disimular su satisfacción.
Cuando nos acercamos a la casa, me puse nerviosa. No quería subir al primer piso. La calidez de la presencia de Jacob se estaba desvaneciendo y, en su ausencia, la ansiedad se incrementaba. Estaba segura de que no me iría de rositas con dos tranquilas noches de sueño seguidas.
Para retrasar un poco más la hora de acostarme, abrí el correo electrónico; había un nuevo mensaje de Renée.
Me contaba cosas sobre su día a día, el nuevo club de lectura que llenaba el hueco de las clases de meditación que acababa de abandonar, cómo le iba con la sustitución que estaba haciendo en segundo grado y cuánto echaba de menos a sus chicos de infantil. También me escribía sobre lo mucho que disfrutaba Phil de su nuevo trabajo de entrenador y que estaban planeando una segunda luna de miel en Disney World.
Me di cuenta de que estaba leyéndolo como si fuera el reportaje de un periódico, más que como el mensaje que alguien te dirige personalmente. Me inundó el remordimiento, dejándome un regusto desagradable después. Menuda hija estaba hecha.
Le contesté con rapidez, haciendo comentarios de cada una de las partes de su carta y añadiendo información de mi propia cosecha; le describí la fiesta de los espaguetis en casa de Billy y cómo me sentí mientras observaba a Jacob hacer algo útil con unas pequeñas piezas de metal, sobrecogida y algo envidiosa. No hice mención al cambio que supondría para ella esta carta respecto a las que había recibido en los últimos meses. Apenas podía recordar lo que le había escrito, ni siquiera la semana pasada, pero estaba segura de que no había sido muy comunicativa. Cuanto más pensaba en ello, me sentía más culpable. Seguramente la había preocupado mucho.
Me quedé mucho rato esa noche después de escribir, haciendo más tareas de la casa de las estrictamente necesarias, al suponer que ni la falta de sueño ni el tiempo pasado con Jacob —siendo casi feliz de una manera superficial— podrían apartarme de los sueños durante más de dos noches seguidas.
Me desperté chillando, con el grito sofocado contra la almohada.
Mientras la tenue luz de la mañana se filtraba a través de la niebla que había en el exterior de mi ventana, yací en la cama e intenté sacudirme los restos del sueño. Había una pequeña diferencia en la pesadilla de aquella noche y me concentré en ella.
No había estado sola en el bosque. Sam Uley, el hombre que me había recogido del suelo del bosque aquella noche en la que no podía pensar conscientemente, estaba allí. Era un cambio extraño, insospechado. Sus ojos oscuros me parecieron sorprendentemente hostiles, como si contuvieran algún secreto que no deseara compartir. Le miré tanto como mi frenética búsqueda me permitía, pero me hizo sentir incómoda el tenerle allí, añadido a todo el pánico que ya me era habitual. Quizás se debía a que cuando no le miraba directamente, mi visión periférica percibía la forma en que su silueta parecía temblar y cambiar. A pesar de todo, no hacía nada más que estar allí de pie y observar. No me ofreció ayuda, a diferencia del momento en que nos conocimos en la realidad.
Charlie me examinó durante el desayuno y yo intenté ignorarle. Suponía que me lo había merecido. No podía esperar que él no se preocupara. Probablemente tendrían que pasar semanas antes de que él dejara de aguardar a que regresara la zombi y yo simplemente debería intentar que no me molestara este hecho. Después de todo, también yo estaba vigilando el regreso de la zombi. Dos días no bastaban ni de lejos para proclamar mi curación.
En el instituto era justo lo opuesto. Ahora que yo sí estaba prestando atención, estaba claro que nadie me observaba.
Recuerdo el primer día que entré en el instituto de Forks, lo desesperadamente que deseé volverme de color gris, disolverme en el cemento mojado de la acera como un camaleón de gran tamaño. Parecía que sólo un año después había conseguido ver cumplido mi deseo.
Era como si no estuviera allí. Incluso mis profesores paseaban la vista por mi asiento como si se encontrara vacío.
Escuché mucho durante toda la mañana, pendiente una y otra vez de las voces que me rodeaban. Intenté captar de qué iban las cosas, pero las conversaciones me llegaban tan deslavazadas que lo dejé.
Jessica ni siquiera levantó la vista cuando me senté a su lado en mates.
—Hola, Jess —le dije, con una despreocupación que era puro cuento—. ¿Qué tal te fue el resto del fin de semana?
Ella me miró con ojos cargados de sospecha. ¿Estaría todavía enfadada? ¿O simplemente se sentía demasiado impaciente para tratar con una chalada?
—Divino —me contestó, volviéndose a su libro.
—Eso está bien —murmuré.
La expresión figurada «hacerle el vacío a alguien» parecía tener algo de literal en sí misma. Podía sentir el aire cálido circular desde los respiraderos, pero yo seguía teniendo mucho frío. Tomé la chaqueta del respaldo de la silla y me la puse otra vez.
Salimos tarde de la cuarta hora de clase y la mesa del almuerzo donde solía sentarme estaba llena en el momento de mi llegada. Mike estaba allí; también Jessica y Angela, Conner, Tyler, Eric y Lauren. Katie Webber, la chica pelirroja de tercer año que vivía al volver la esquina de mi casa, estaba sentada con Eric, y Austin Marks, el hermano mayor del chico del que obtuve las motos, estaba a su lado. Me pregunté cuánto tiempo llevaba sentado allí, incapaz de recordar si hoy era el primer día o algo que se había convertido en una costumbre habitual.
Empezaba a estar molesta conmigo misma. Parecía que me había pasado todo el último semestre empaquetada en bolitas de espuma de poliéster.
Nadie levantó la cabeza cuando me senté al lado de Mike, ni siquiera cuando la silla chirrió estridentemente contra el suelo de linóleo al apartarla para sentarme.
Intenté captar el hilo de la conversación.
Mike y Conner hablaban de deportes, así que rápidamente dejé de escucharles.
—¿Dónde está Ben hoy? —le estaba preguntando Lauren a Angela. Esto parecía mejor, por lo que presté atención. Me pregunté si aquello significaría que Angela y Ben todavía seguían juntos.
Apenas reconocí a Lauren. Se había cortado todo su sedoso pelo rubio maíz al estilo paje, tan corto que tenía la nuca afeitada como la de un chico. ¡Qué cosa tan horrible! Me pregunté el porqué. ¿Le habían pegado chicle en el pelo? ¿Lo había vendido? ¿Se habían puesto de acuerdo todas las personas con las que ella se había portado mal para atraparla en la parte de atrás del gimnasio y afeitarla? Decidí que no estaba bien juzgarla ahora, en base a mi opinión previa sobre ella. Por lo que a mí me constaba, podía haberse convertido en una persona estupenda.
—Ben ha pillado una gripe estomacal —contestó Angela, con su voz tranquila, calma—. Con suerte, se le pasará en cosa de veinticuatro horas. Anoche estaba realmente enfermo.
Angela también se había cambiado el peinado, porque las capas le habían crecido.
—¿Qué hicisteis vosotras este fin de semana? —preguntó Jessica, sin que por su tono de voz pareciera muy interesada en la respuesta. Hubiera apostado que no era más que un modo de abrir la conversación con el fin de que ella pudiera contar sus propias historias. Me pregunté si se atrevería a hablar de Port Angeles estando yo sentada a dos asientos de distancia. ¿Es que me había vuelto tan invisible que nadie se iba a sentir incómodo hablando de mí estando yo presente?
—Nosotros íbamos a ir de excursión el sábado, pero... cambiamos de idea —dijo Angela. Hubo un matiz peculiar en su voz que captó mi interés.
A Jess, no tanto.
—Pues qué pena —dijo, dispuesta a embarcarse en su propia historia. Pero yo no era la única que estaba prestando atención.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Lauren con curiosidad.
—Bien —continuó Angela, que parecía dudar más de lo habitual, aunque ella solía ser reservada por lo general—. Condujimos en dirección norte, hacia las fuentes termales. Hay un sitio ideal justo a un kilómetro del comienzo del sendero, pero vimos algo cuando estábamos más o menos a mitad de camino.
—¿Que visteis algo? ¿El qué? —las pálidas cejas de Lauren se alzaron a la vez. Incluso Jess parecía estar escuchando ahora.
—No lo sé —repuso Angela—. Creímos que era un oso. Era negro, pero parecía demasiado... grande.
Lauren bufó.
—¡Oh no, tú también! —sus ojos se volvieron burlones y decidí que no había que concederle el beneficio de la duda. Obviamente, su personalidad no había cambiado tanto como su cabello—. Tyler intentó colarme esa historia la semana pasada.
—Es imposible ver a un oso tan cerca de un centro turístico —coincidió Jessica, alineándose con Lauren.
—Pero es que lo vimos de verdad —protestó Angela con la voz baja y la mirada fija en la mesa.
Lauren se rió de ella. Mike aún estaba hablando con Conner, sin prestar atención a las chicas.
—No, tiene razón —intervine impaciente—. Precisamente el sábado pasado apareció un mochilero que también había visto el oso, Angela. Aseguró que era enorme y de color negro, y que se lo encontró justo en las afueras de la ciudad, ¿a que sí, Mike?
Hubo un momento de silencio. Cada par de ojos de los presentes en la mesa se volvió a mirarme, impresionado. Kate, la chica nueva, Katie, se quedó boquiabierta, como si hubiese sido testigo de una explosión. Nadie se movió.
—¿Mike? —murmuré, mortificada—. ¿Te acuerdas del tipo aquel que contó la historia del oso?
—Se-seguro —titubeó Mike después de un segundo. No sé por qué me miraba tan extrañado. Yo hablaba con él en el trabajo, ¿no? ¿O no lo hacía? Yo creía que sí...
Mike se recobró.
—Eh, sí, vino un tío que dijo que había visto un gran oso negro justo al comienzo del sendero, más grande que un oso pardo —confirmó.
—Bah —Lauren se volvió a Jessica, con los hombros rígidos y, para cambiar el tema de la conversación, preguntó—: ¿Os han contestado de la USC?
Todos menos Mike y Angela miraron para otro lado. Ella me sonrió para tantear el terreno y yo le devolví la sonrisa.
—Así que, ¿qué hiciste el fin de semana, Bella? —preguntó Mike, curioso, aunque extrañamente precavido.
Todo el mundo, salvo Lauren, miró hacia atrás, esperando mi respuesta.
—El viernes por la noche Jessica y yo fuimos al cine en Port Angeles, y después yo pasé la tarde del sábado y la mayoría del domingo allí abajo, en La Push.
Las miradas iban de Jessica a mí y de mí a Jessica. Jess parecía irritada. Me pregunté si es que no quería que supieran que había salido conmigo o si es que deseaba ser ella quien contara la historia.
—¿Qué película visteis? —preguntó Mike, comenzando a sonreír.
—Dead End, aquella de los zombis —sonreí para infundirle valor. Quizás todavía podía arreglarse algo del daño que había hecho en los últimos meses, cuando yo misma me había comportado como un zombi.
—He oído que da mucho miedo, ¿es así? —Mike parecía deseoso de continuar la conversación.
—Bella se asustó tanto que tuvo que salirse al final —intercaló Jessica con una sonrisa maliciosa.
Yo asentí, intentando parecer avergonzada.
—Es que daba miedo de verdad.
Mike no paró de hacerme preguntas hasta que se terminó el almuerzo. Poco a poco, los otros volvieron a continuar sus propias conversaciones, aunque todavía me miraban mucho. Angela pasó la mayor parte del rato hablando con Mike y conmigo y, cuando me levanté para tirar los restos de mi bandeja, ella se incorporó también y me siguió.
—Gracias —me dijo en voz baja cuando ya estábamos lejos de la mesa.
—¿Por qué?
—Por intervenir, por apoyarme.
—No hay de qué.
Ella me miró con interés, pero no de forma ofensiva, en plan «se le ha ido la olla».
—¿Estás bien?
Éste era el motivo por el que había escogido a Jessica en vez de a Angela para ir al cine, aunque esta última me gustaba más. Era demasiado perceptiva.
—No del todo —admití—, pero me encuentro un poco mejor.
—Me alegro —contestó ella—. Te echaba de menos.
Lauren y Jessica nos alcanzaron en ese momento y escuché a Lauren susurrar de forma audible:
—Ay, qué alegría. Bella ha vuelto.
Angela puso los ojos en blanco cuando pasaron y me sonrió para darme ánimos.
Suspiré. Era como si todo volviera a empezar de nuevo.
—¿Qué día es hoy? —pregunté súbitamente.
—Diecinueve de enero.
—Mmm.
—¿Qué pasa? —inquirió Angela.
—Ayer hizo un año de mi primer día aquí —musité.
—Nada ha cambiado demasiado —murmuró Angela, mirando en dirección a Lauren y Jessica.
—Ya lo sé —asentí—. Eso mismo estaba pensando.

17 comentarios:

  1. Entre el engaño y repetición falta un capítulo: amigos

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  2. emocionante pero es mejor si apareciera edward

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  3. Es verdad! falta el capitulo "amigos"

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    1. Cual? no melo podrianpasar po un mensaje en facebook..jeessyyqqa pattinson...ja porfa si guapuras.. mi foto es d edward y bella en animados ha bella esta sentada en una manzana.

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  4. No falta solo q en este capitulo ahi 2 en uno... este es. Engaño y Amigos

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  5. el capitulo de amigos que falta entre engaño y repeticion se encuentra a la mitad de este capitulo....asi que no hace falta ninguno hahah amo todo este libro lo poco qe llevo leido esta super interesante

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  6. super este libro es hermoso ....estoy totaaalmente de acuerdo con que le falta edward a esta historia....

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  7. estoi FRUSTRADAAAAAAAAA,! jajajaja! AMOO TODOO DE CREPUSCULO! este libro es perfecto!
    & ahun no lo acabbo de leeeer,!:D

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  8. waoo.... me dejo sin palabras... llore un poco en el anterior cuando escucha la voz de edward..es muy triste... adoro esta saga..

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  9. este libro wuenazo es lo me mejor spero q pronto salga la peli para verla xq me imagino cada part cuando leeeo !!! :)

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  10. me encanta este libroo!!!

    estoii deseandi ver la pelii!!

    weno jaja no se si esperarme a qe saqen las cuatro y las veo todas seguidaas!!! + emocionantee!!! =))

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  11. me parese que es son unas cronicas fenomenales hasta donde las he leido y aunque me parece triste debido a que es un amor prohibido da esa motivacion para seguirla leyendo espero que en el final edwart y bella aunque no finalisen juntos termine felices hasta llegar a una paz interior.

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  12. eeta muy bueno el capitulo, me alegro q bella halla podido recuperarse un poco.. pero de todos modos falta EDWARD, no es lo mismo sin el!!!

    cinthia..

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  13. el capitulo esta muy bueno y si es la verdad mmm ella solo deveria estar con edward y ya

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  14. me encanta el libro me dolió mucho cuando edward dejo a bella
    mm pero me da mal genio que en eclipse se ponga tan celoso si el mismo fue quien puso ese contacto tan cercano entre bella jacob y jacob la quiere mucho ademas es el amigo me encanta la pareja de bella y edward gracias a stef meyer y a los productores de la película por hacer esto de crepúsculo ta lindo

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